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Huellas N., Febrero 1982

EL AGUIJÓN

Santidad a pelo

J.J.J.

Ser santo es darse. Darse a sí mismo, por entero. Como la pobre viuda del Evangelio, dar de lo que uno necesita para vivir. No de lo que a uno le so­bra, o de lo que uno da a un interés del 15%. Eso no es dar, eso es usura. Darse significa dar de lo necesario para la vida, de la sustancia misma de la vida. Y gratis.
El santo se parece a Dios. Dios nos ha dado a nosotros mismos en la creación. Se nos ha dado a sí mismo en Jesucris­to. Se nos da cada día en el perdón de los pecados, en la Eucaristía, en la comunión de la Iglesia, en la esperan­za de la vida eterna. Tal vez se nos pasa por alto que las palabras de la consagración en la Misa son la presen­tación de un regalo: "Tomad, comed". "Tomad, bebed". La comunión es un regalo. La fe es un regalo. La vida es un regalo. La vida eterna es el regalo de los regalos.
Dios es amor, y ese amor es el corazón del mundo, lo que sostiene el mundo, mucho más que la ley de la gravedad o cualquier otra ley por el estilo.
El santo se parece a Dios, porque se da a sí mismo gratis. No para "hacer apostolado", como lo haría un activista de un partido o de una ideología, ­ni para sentirse satisfecho a la hora del examen de conciencia, sino gratis; con esa misma gratuidad con la que Dios nos ha creado, nos perdona, se nos da a sí mismo en la Cruz y en la Eucaristía. Y no con palabras, o en momentos aislados o con ciertas per­sonas, sino "en obra y en verdad", al hilo mismo de la vida. El santo hace del amor y de la generosidad la trama de la vida misma. El santo no invier­te su vida, la derrocha. ¿pero acaso no es todo lo que existe (incluyéndo­nos nosotros) un derroche del amor de Dios?
Hablar de derroche en una sociedad como la nuestra tiene que sonar a locura, a enajenación. ¡Ojalá lo estuvié­ramos! Porque la escasez de santos en el mercado puede ser trágica para el mundo, mucho más que la escasez de pan o de patatas. Verá usted. Sin amor, el hombre puede leer seis periódicos todos los días, viajar a la velocidad del sonido y tener un chalet con piscina en cualquier urbanización de la sierra, pero nada le distingue de los cerdos, los lobos y las hormigas (si exceptuamos el pequeño detalle de que ni los cerdos, ni los lobos o las hormigas son desgraciados, y el hombre generalmente lo es). Los documentos de la Iglesia lo llaman "vocación universal a la santidad". En román paladino eso se traduce por "quien renuncia a la santidad, quien renuncia al amor, no es más que un hombre a medias" o, para ser más exacto: un monstruo. Y pretender fundar una sociedad, una convivencia, sobre otras bases que no sean las de la generosidad, el perdón y el amor gratuito, es una empresa monstruosa, ilusoria y condenada al fracaso.

- ¿Está usted insinuando, por casuali­dad, que una sociedad basada en el Evangelio sería siquiera posible? ¿Es resolver los problemas del mundo a golpe de santos?

- Pues sí, ya ve usted. Pero vamos por partes. Esa sociedad no sólo es posi­ble, sino imprescindible, si quiere usted que sus nietos respiren algo que no sean gases sulfurosos, o simplemen­te que respiren. En cuanto a los santos, pues verá, no estoy pensando en unos pocos, quiero decir, unas pocas docenas, estoy pensando en un pueblo entero de ellos. Y que si no, vamos de cráneo. Que lo vamos. ¿Qué le parece?

- Que me da risa. ¿viene usted de algún asteroide, por casualidad?

- No, no. De aquí, de mi pueblo. Pero puede usted reírse. Aunque, cuando ese fracaso o el miedo y la desesperación creados por él pueden rubricarse con una docena de bombas atómicas, la cosa no es para bromas. Vamos, digo yo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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