La ética de la solidaridad quiere ser una ética de la conciencia.
Presupone que el hombre sea un ser dotado de conciencia. La conciencia es el natural "sentido ético" del hombre, independiente en grado considerable de los muchos sistema éticos. Hay muchísimos sistemas éticos, pero sin embargo la conciencia es una. Precede a estos sistemas. La conciencia en el hombre es una realidad autónoma, algo como la razón y la voluntad, y el hombre puede olvidarse de ejercerlas; así mismo él puede escuchar a su propia conciencia, ahogarla, renunciar a ella. La conciencia es una voz que grita dentro del hombre. ¿Qué es a lo que hoy llama la conciencia? Sobre todo a que el hombre quiera tener conciencia.
Nos damos cuenta del riesgo que corremos al decir que la ética de la solidaridad quiere ser una ética de la conciencia. ¿Y si resultara que el hambre tuviera una falsa conciencia? ¿Quizás no sería menos peligroso dejar la conciencia y limitarse a elaborar carteles indicadores y ponerlos a lo largo del camino del hombre?
Claro que sería más seguro. Pero de esta forma no se construye la moralidad humana. No se trata de un ejercicio si no de un comportamiento que brota del interior del hombre. Para que la norma pueda construir una moralidad, tiene
que estar aceptada por la conciencia.
La conciencia es el sentido de la lectura de los carteles indicadores. Ella solamente sabe a qué señal hace falta poner atención aquí y ahora.
Un hombre que se equivoque, y que tenga sin embargo una cierta conciencia, ciertamente podrá un día reconocer su propio error y será capaz de cambiar. Un hombre sin conciencia no está capacitado y, si llegara a cambiar, lo haría no movido por una convicción personal sino por la influencia exterior de las circunstancias cambiantes.
No es posible ser solidarios con hombres sin conciencia. Con hombres sin conciencia se puede viajar en un mismo tren, sentarse en la misma mesa, leer los mismos libros, y sin embargo esto no es aún solidaridad. No todo "nosotros", no todo "juntos" es solidaridad. La auténtica solidaridad es la solidaridad de las conciencias. Lo cual es comprensible, porque ser solidarios con el hombre quiere decir poder contar con él siempre, y contar con el hombre es
creer que en él hay algo permanente que no engaña. La conciencia es lo que en el hombre es permanente, que no es causa de decepción.
Pero una cosa es necesaria para esto: hay que querer tener conciencia. Esto es triste porque nos damos cuenta de que el hombre tiene el poder de destruir en sí lo que determina a su mismo ser hombre. Pero también es causa de alegría porque nos damos cuenta que siempre es posible reconstruir la conciencia, pero hay que quererlo.
La ética de la solidaridad se desarrolla y se manifiesta en un concreto sistema social en un tiempo y lugar definido. ¿Qué relaciones existen entre el fenómeno de la solidaridad y la política? Vamos a examinar esta cuestión empezando por un fenómeno concreto.
He aquí la parábola del buen samaritano. También él vive en una sociedad concreta, en un determinado mundo religioso y político. Sin embargo su actuación está un poco fuera de aquel mundo, fuera de las estructuras que el mundo ha impuesto a los hombres. La buena acción del samaritano es una respuesta al grito concreto de un hombre concreto. Es simple: alguien pide socorro. Un hombre yace herido en la cuneta de la carretera. Su sufrimiento es de una naturaleza particular: no es por causas naturales o de enfermedad, sino es un sufrimiento provocado por otro hombre. Un hombre que ha preparado al hombre este destino. Justamente este hecho es importante porque afecta de manera particular a la conciencia y la empuja a la solidaridad. No hay nada que nos indigne tanto como una herida que no sea necesaria, la herida que un hombre provoca a otro hombre. Hacía los enfermos que han de ser operados nosotros sentimos compasión, hacia los que han sido víctimas de una injusticia sentimos compasión e indignación a la vez. De la visión de estos sufrimientos brota una solidaridad particularmente profunda.
En fin ¿para quién es nuestra solidaridad? Sobre todo es para los que han sido heridos por otros hombres y sufren heridas casuales e inútiles que habrían podido evitarse. Esto no excluye la solidaridad para los demás, para todos
los que sufren.
Pero la solidaridad con los que sufren a causa de los hombres es particularmente viva, fuerte y espontánea.
¿Tiene esto que ver con la política? Sí, pero sólo cuando la política es mala. Sí la política es buena ella misma está llena de espíritu de solidaridad. En efecto ¿no es quizás tarea de la política organizar el espacio de la vida humana de tal manera que un hombre no produzca heridas a otro? Una política que sea fiel a sí misma construye un espacio en el que las conciencias de los samaritanos pueden obrar. Nadie debe tener miedo a estas conciencias: no son los bomberos los peligrosos sino los incendios. El buen samaritano tampoco se pone a perseguir a los salteadores. Antes hay que curar las heridas de las víctimas. De los salteadores se ocuparan los que están en posición más cercana a la política. La solidaridad es cercanía, es hermandad hacia los heridos.
Resumimos en uno los pensamientos centrales. El fundamento de la solidaridad es la conciencia y el estímulo para que
surja, es el grito del hombre herido por otro hombre. La solidaridad instaura particulares lazos entre los hombres: el hombre se une al otro para asistir a quien los necesita, nosotros estamos juntos en función del otro.
¿Qué es lo que está antes? ¿Está antes el "nosotros" o el "para él"? Una comunidad de solidaridad se diferencia de muchas otras comunidades por el hecho de que en ella está antes el "para él" y el "nosotros" pasa a un segundo plano. Ante todo está el herido y su grito. Luego a través de la conciencia que es capaz de escuchar y entender aquél grito se forma la comunidad.
De "Etica della solidarietá" pág. 18-22
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