Más de trece años van corridos desde aquellas tremendas sacudidas universitarias de París en la primavera del 68. Fueron tan poderosas sus ondas, que conmovieron los ámbitos universitarios de todo el mundo. Setenta y ocho universidades hay en Tokio. También en ellas se levantaron barricadas estudiantiles. En la Universidad de Viena, durante el Congreso Internacional de Filosofía, en el verano del 68, vimos cómo imberbes mozalbetes arrancaban el micrófono de las manos de los profesores para lanzar sus absurdas diatribas. López Ibor cuenta que en un congreso de psiquiatría aparecieron pancartas y hojas volantes repartidas por adolescentes en las que se podía leer: "Las enfermedades del hígado, las del corazón y demás órganos, y no digamos las psiquiátricas, están producidas por el sistema prevalente de la sociedad actual". En España fueron los tiempos de los "grises" en los pasillos de las universidades, de los registros en los Colegios Mayores, de los juicios populares a los profesores, etc.
Aquellos universitarios creían en Marx, en Mao y en Marcuse. La revolución de las tres "M". Una manifestación de universitarios romanos enarbolaba una pancarta que rezaba así: "Marx es Dios, Mao su espada y Marcuse su profeta." En la Universidad de Oporto vi, poco después de la revolución de los claveles, con qué ilusión transcribían chicos y chicas las sentencias morales del "libro rojo" de Mao.
Fue. Trece años van corridos. Tras ellos, el ocaso de los ídolos, como siempre. Marx criticado, discutido y en retirada. Mao y su revolución cultural condenada por catastrófica en la misma China. Los libros de Marcuse quedan como representativos de una crítica inteligente y acertada, en muchos puntos, al capitalismo y al marxismo soviético. Pero no ofrecieron salidas positivas. Dany el Rojo, desaparecido. Otros caudillos de entonces convertidos en "nuevos filósofos" o más bien en felinos
que se han abalanzado contra los marxistas. Al final de la tempestad los residuos del naufragio en la superficie calmada.
La tempestad de aquellos años estuvo provocada por la agitada efervescencia de una mezcla de ideas marxistas, freudianas, anarquistas, positivistas, nietzscheanas, existencialistas. Y, al término, el desencanto. Ya lo dijo Hamlet: "Palabras, palabras, palabras".
¿Y hoy? Si no observamos mal la realidad universitaria, parece ser, aproximadamente, así: desgana de lo revolucionario, pesimismo ante un futuro inseguro y en penumbra, hedonismo y positivismo práctico, desorientación moral, aversión a la violencia, democratísimo, tolerancia y sentido de justicia social. Lo demás es lo de siempre, lo específico de esa edad: inconformismo, regeneracionismo, desestima del pasado y del presente, utopía, etc.
Pero hay un síntoma entre los universitarios españoles de hoy altamente significativo: la preocupación religiosa. Como una aurora que se dilata mientras ilumina aparecen movimientos progresivos, cada vez más numerosos, formados por universitarios que quieren vivir su fe católica sin disimulos y que buscan la comunidad que los apoye para poder ser "herejes" de una sociedad capitalista, comodona, agnóstica o atea. Un hondo sentido de comunión les lleva a buscar la Iglesia, ya no creen en las Iglesias paralelas o populares. Buscan la Iglesia de Cristo y sanen que es la Iglesia de Pedro. No sería difícil contar de quince a veinte movimientos tales en Madrid, juveniles, pujantes, esperanzados. Si hubiera coordinación...
En las clases universitarias brota espontánea y frecuentemente la inquieta pregunta religiosa y no se advierte la irritación de hace unos años contra las respuestas cristianas. Por desgracia muchos universitarios ignoran el contenido doctrinal de nuestra fe. ¿Es posible que una joven universitaria educada en un colegio de la Iglesia diga que la infalibilidad del Papa consiste en el problema que ahora tiene Juan Pablo II con los jesuitas? Pues no invento.
En Facultades, Colegios Mayores y Residencias Universitarias se ven más concurridos los actos religiosos, que, a veces, son convocados por la base estudiantil, ya que los dirigentes no siempre se atreven a hacerlo.
Se organizan "Encuentros de universitarios católicos" donde se habla de la Universidad y de la cultura, y donde e adora la Eucaristía.
En suma, que en muchos jóvenes universitarios vuelve a brotar la sed del Dios infinito, y no son precisamente neuróticos a pesar de que el "viejo profesor" calificó de tales a tales sedientos. Recuperan la fe y la esperanza en que la vida tiene un sentido trascendente. Y quieren la revelación de Jesús limpia, íntegra y difícil, tal como la Iglesia la transmite.
Aquellos profesores y aquellos clérigos que se formaron en las décadas de los sesenta y de los setenta, cuando se hablaba de cristianos para el socialismo y de la Teología de la muerte de Dios (una de las más sonadas tonterías de los últimos tiempos) parecen no haberse enterado de este cambio de rumbo de los nuevos universitarios. Les siguen hablando. Por eso cada vez son otras generaciones. Por eso cada vez son menos escuchados.
¿Sería tan difícil presentar al Papa, cuando nos visite, un magno congreso de universitarios católicos? Si alguno es defensor del hombre, este Papa, puede ser el líder de los jóvenes que van a hacer la cultura del mañana.
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