Dorotea Day fue una periodista que vivió a principios de siglo en los Estados Unidos. En su libro "La larga soledad" cuenta su odisea. La conversión desde el comunismo al catolicismo. En el prólogo del libro compara su escrito con el de la penitencia. Y escribe: "Cuando se ama, se siente el impulso urgente e irresistible de abrir el corazón... Dándose a conocer es posible al hombre conocerse mejor y repetir
con San Agustín: iSeñor, que me conozca para que te conozca!"
Había vivido honradamente la necesidad de amar a Dios y de servir al prójimo. Había vivido sirviendo, hasta los 25 años, la causa de la revolución, por la parte de verdad que contiene... pero aquel ambiente de odio la asfixiaba. Su alma, sin saberlo, era amor, y por ello, al conocer el catolicismo, la "religión del amor", se convirtió.
Era hija de un periodista muy modesto, y vivió - cuenta ella en sus memorias - sin comodidades. Vivió en Brooklyn, San Francisco y Chicago con sus padres. Apenas recibe en su infancia y adolescencia noticias sobre la religión, y la vaga religiosidad recibida de su madre se pierde con sus primeras inquietudes sociales.
Apasionada de la lectura, busca trabajo con el fin de comprarse libros, y conoce en su carne el mundo laboral, sensibilizándola en gran manera las obras de Jack London y los novelistas rusos del siglo pasado: El mundo está mal construido. Lee a Marx y se entusiasma. Hay que revolucionar el mundo y hacerlo más justo. No hay que lamentar, sino poner remedio. Su amor para los oprimidos le lleva al contacto con socialistas, comunistas y anarquistas, desconocedora de la solución cristiana. En marzo de 1917 participa en una manifestación celebrando los primeros pasos de la revolución rusa. Es detenida y en la cárcel se declara, con sus compañeros, en huelga de hambre. Es uno de los capítulos más conmovedores del libro: "Acordamos hacer la huelga de hambre. Experimenté entonces que el suplicio de la cárcel es la atonía de una inactividad absoluta. Ociosidad, sin novedad de ninguna clase ni interés por nada. iEl mayor tormento de mi vida! Diez días duró la huelga de estómagos. Los primeros seis días me parecieron seis mil años. Inmóvil, pasé asqueada todo el día. iEl hambre daba una espantosa sensación de vacío y de asco! Iba perdiendo el conocimiento... Todo me parecía a mi alrededor más oscuro. Al anochecer aumentaba mi malestar por la oscuridad. La rabia no me dejaba ni llorar. "Qué asquerosa e inútil es nuestra vida", pensaba. La noche parecía eterna, sin poder apenas dormir, llena de pesadillas y sueños pesados o espantosos. Bastaba el piar de los pájaros o el crujir de algún jergón para despertarnos... El hambre y el frío tampoco dejaban dormir. iTormento sobre tormento! El cuarto día pedí la Biblia. Me la trajeron y me puse a leer. La luz y el calor de la enfermería me reanimaron, al ser trasladada el sexto día. A mi lado yacía una camarada vieja. Suspendimos la huelga apenas nos anunciaron que serían satisfechas nuestras demandas".
Al quedar en libertad, retorna a sus círculos, y muchas noches, sin entender muy bien por qué, iba a una iglesia, porque "me sentía muy bien allí, en un local inundado de luz y calor, y el silencio de tanta gente arrodillada, en oración. iEra para mi un ambiente sedante, pacificador y atrayente!". Y allí, arrodillada, tomaba postura de oración, "con la cabeza inclinada, como arrastrada por ciego instinto, sin saber orar; pero a mi manera, oraba... y me sentía reconfortada".
Llevada por su amor se hizo enfermera, y se va introduciendo en ella la llama del cristianismo. Vuelve más tarde al periodismo; el catolicismo le empieza a parecer una verdad rica de contenido y fascinante, pero aún lejana y difícil. Volvió así a sus antiguas actividades revolucionarias, inducida por antiguos amigos, y es encarcelada de nuevo. Tras ello, una estancia en Chicago se convierte en el momento clave de su conversión: "Viví otro invierno en Chicago, en casa de Blanca, una modista canadiense del barrio norte. Seguí escribiendo para mi periódico, y caí enferma dos veces. Afortunadamente, me alojaba entonces en casa de una familia católica, una de tantas. Un matrimonio poco avenido: él, alemán y ella irlandesa. Su hija Bee se ganaba la vida trabajando en las oficinas de Tranvías. Ahorraba todas las semanas parte del sueldo para prepararse el equipo de boda. A su lado empecé a acostumbrarme a la terminología y palabras más usadas por los católicos. Hasta llegué a acompañarlos a Misa, a la misión y a las novenas de su parroquia. Tanto Blanca como Bee me habían hablado de sus problemas morales. La primera pasaba largos ratos en oración por la mañana y a la noche, arrodillada y a veces, creyéndome dormida, subrayaba sus oraciones con dulce llanto. No obstante, nunca les quiso preguntar cosas sobre el catolicismo. Viéndola orar, me convencía de que no había cosa más hermosa y ennoblecedora para el ser humano que la oración. iTanto o más que pedir cosas a unos padres buenos, alabarlos, acariciarlos, darles las gracias y llenarlos de fiestas y de caricias! Todo esto y mucho más es un Dios-Padre. Aquel invierno devoré los libros de Huysmans que un periodista me prestó. Otro amigo me dijo que el catolicismo estaba de moda en Francia, pero en América no. Porque - decía - aquí apenas son o católicos, sino los pobres trabajadores: irlandeses de Nueva Inglaterra, italianos, húngaros, lituanos, polacos, etc. iNo sabía que esta observación era la que más me atraía a mí hacia el catolicismo, como religión de los pobres! El primer rosario que cayó en mis manos me lo regaló una amiga de mis años de locuras. Se llamaba Mary, muchacha rubia, alta, alegre y vivaz.
Se casó con un anarquista tolerante, que le da paz y satisfacción personales, pero ella quiere aún más, y ahonda en la oración: "La playa me vio orar todos los días ya mirando al mar". Asiste todos los domingos a Misa, con la contrariedad de su marido que, empero, no sabe contestarla cuando ella le dice: ¿cómo es posible que no haya Dios si existen tantas cosas hermosas?" cuando nace su hija la bautiza en la religión católica y ella misma recibe el Bautismo: "Envidiaba a los católicos que en la adversidad se refugian en la oración y en la fe, y miran la muerte de frente, porque es la puerta hacia una vida definitiva, vida de felicidad".
Un día se presenta en su casa Pedro Maurin, francés, que le ofrece llevar un periódico que se llamará The Catholic Worker (El Trabajador Católico). La convence con este argumento: "Hay que cambiar los corazones y las inteligencias oscurecidas y desorientadas. Hay que dar a los hombres un gran ideal, pero posible e inmediato. Hay que entusiasmarlos para constituir una sociedad en la que será más fácil llevar una vida honesta". Y así nace en 1933 el periódico que llegará en poco tiempo a los 150.000 ejemplares, habiendo comenzado con 2.500.
Dorotea escribe al final de su libro: iObreros católicos, manuales o intelectuales, asociaos! Vuestro signo es el de escogidos y preferidos de Cristo. El de los que os queremos ayudar es, además, el sentimiento de culpabilidad o responsabilidad. Siempre en vida comunitaria, pues somos eso: Iglesia, es decir, Comunidad. iNunca estamos solos! Dios siempre está con nosotros. Y más, entre los hermanos que oran. Como cristianos, siempre y en todo, la última palabra es el amor. iNunca estamos solos! ... iNunca!...
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