Ya es hora de que salgamos de la sacristía, de nuestros acogedores refugios que a menudo no son sino caparazones de nuestro fácil cristianismo adocenado, exento de un compromiso vital.
Para nosotros ser cristiano debe ser lo mismo que ser hombre. Somos cristianos de la misma manera que respiramos. Si soy cristiano, es que mi ser es ser cristiano; hay que desligarse de la acostumbrada parcialización de nuestra vida de fe.
Y si todo mi ser es ser cristiano, ¿cómo es posible que nuestro cristianismo consista sólo en un rato de oración y la recepción de unos sacramentos? ¿pero es que no vamos a tener nunca la suficiente madurez en la fe para dar un juicio cristiano sobre los acontecimientos de nuestra sociedad?
- No, no, (nos dirán) eso es peligroso, no mezcles la fe con la política...
iNo han comprendido nada! ¡Ni política, ni cultura, ni sociedad! lo que pasa es que estamos muy calentitos en la sacristía; lo que pasa es que separamos la fe y la vida. Y esa fe no sirve para nada.
Cuando salimos de nuestros reductos defensivos (que bien pueden ser nuestras parroquias, nuestras familias, nuestros grupos apostólicos) se acabó nuestra profesión de fe. iPero qué va a ser esto! ¿Pero cómo se puede vivir una fe tan ciega... y tan estúpidamente raquítica?
¿ Es que no vamos a poder dialogar con el mundo? ¿Estamos condenados a ser la retaguardia (cuando no la reacción) de la cultura actual? ¿Es que en la angustiosa lucha que los hombres viven por su liberación, Cristo no dice nada?
Hay que saber desempolvar la Historia de la Iglesia y acabar de una vez con el aburguesamiento que corroe muchos de nuestros planteamientos. Sí, recuperar la historia de una iglesia entregada apasionadamente a los hombres con toda su carga de santidad y pecado. Vivir una fe que es capaz de iluminar y crear una realidad cultural más plenamente humana.
A esto me refiero cuando hablo de salir de las sacristías. Es necesario que no caigamos en la trampa del cristianismo intimista, porque muchas veces da la impresión de que estamos muy felices con nuestra vida de piedad... y punto.
Es inaudito que los cristianos, los que hemos conocido el anuncio de la liberación humana, de la verdad sobre el hombre, no tengamos una sensibilidad más aguda que nadie por los problemas sociales, políticos, culturales, económicos, con los que se enfrenta el hombre contemporáneo.
iY lo que es peor! Hay algunos que intuyendo esta necesidad de compromiso con el mundo, no se les ocurre sino tornar una opción teológica, como si la fe fuera algo tan estéril e inoperante que no fuese capaz de realizaciones efectivas en pro de una civilización más humana. Si el cristianismo intimista e individualista es una opción raquítica, la opción ideológica es la claudicación.
Sencillamente se trata de tomar conciencia de que estamos en el siglo XX, junto a un hombre concreto y un mundo concreto, y hay que dar respuesta a los problemas del hombre contemporáneo desde la fe.
Hace unos años Juan Pablo II en su mensaje del DOMUND invitaba a todos los católicos a luchar para construir la civilización del amor. De esto se trata. De crear una nueva cultura, cada uno desde nuestro puesto, mostrando a los hambres un nuevo modo de vivir, de enfrentarse a los problemas del hombre, de existir con plenitud de humanidad. Y sólo hay una manera de hacer de esto una realidad: partiendo de la experiencia profunda de Dios en la contemplación de su Palabra, en la oración de la Iglesia,
en la vivencia de los sacramentos. Todo esto posibilitado por una comunión eclesial efectiva, que es lo único que puede garantizar la eficacia de nuestro compromiso.
Así, tan sencillo y tan hermoso. Se trata de vivir una existencia cristiana seria y exigente, sin componendas. Ser cristiano. Se trataría de experimentar en nuestras vidas el testimonio de Atalo, mártir de Lyon, que antes de ser torturado recorrió el circo con un cartel en el que se leía el motivo de su condena: "ATALUS CHRISTIANUS", (Atalo es cristiano). Nada más. Cristiano.
Y ese era todo su ser, toda su existencia. Ser cristiano; lo único que puede llenar plenamente nuestro ser de hombres.
Un cristianismo vivido en cada instante, en cada situación, en cada palabra; una fe que sea razón de nuestra vida y de nuestra muerte. Qué sencilla es nuestra misión: ser cristianos solamente.
CAMINANTE ¿NO HAY CAMINO?
JAMÁS DIGAS: "SE ACABÓ. NO SE PUEDE AVANZAR MÁS".
DI MÁS BIEN: "SOLO VEO UN MEDIO PARA SABER HASTA DONDE SE PUEDE LLEGAR: PONERSE EN CAMINO Y ANDAR (Bersong)
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