Un domingo en Anatot y Ain Fara
Una de las ventajas de vivir en Jerusalén es la posibilidad de, en un corto viaje, conocer lugares de resonancias bíblicas que alegran el espíritu en los domingos, tras una semana de darle a los libros. La región norte y nordeste de Jerusalén (la montaña de Benjamín, para la Biblia) es especialmente apta para una caminata de este tipo en los meses en los que el calor no es agobiante. En l'Ecole algunos alumnos habían ido hasta Anatot, patria de Jeremías, y Ain Fará, un lugar en la hondonada de un wadi donde San Jaritón fundó uno de los primeros monasterios de Palestina allá por el siglo V. ¿Por qué no lanzarse a la aventura?
Convencí a ciertos domingueros para la empresa y, muy despreocupados, con cámaras, cantimploras, quefiyeh (¡sí, hombre, lo que los árabes se ponen en la cabeza!), la Biblia y ciertas viandas, echamos a andar. El día era espléndido. Había que bajar el Cedrón, subir el monte Scopus y, por el desierto, caminar. Nada del otro mundo. Desde el monte Scopus hicimos unas fotos de Jerusalén pues el panorama se lo merecía. No tanto la Universidad-fortaleza Hebrea, un mazacote de hormigón preparado para toda guerra futura. A partir de aquí se acabó la carretera y empezó el campo a través. Así pudimos contemplar el pueblo árabe de Isawiya en la falta de una colina que nos trajo el recuerdo de la vida palestina de siempre, ahora invadida por Occidente, representado aquí por el Estado de Israel.
En un momento dado pareció que andábamos perdidos. Las colinas y los valles dificultan la orientación y sólo el olfato y el mapa hacen salir del pequeño atolladero. En realidad, Anatot, donde naciera ese gran profeta de Israel que tanto nos recuerda a Jesús, estaba muy cerca. Desde unos olivos y a cierta distancia contemplamos el pueblo árabe actual. Mereció la pena leer allí trozos escogidos del libro de Jeremías (podéis vosotros mirar Jer. 1, 1-3; 11, 18-23; 32, 1-15). Aquí compró el profeta, por mandato de Dios, un campo cuando la invasión de Nabucodonosor obligaba a no preocuparse de estos negocios, pero que era en esas circunstancias, un grito de esperanza para el pueblo desalentado.
"Nos queda una hora hasta Ain Fará y vendría bien comprar algo de comida", sugirió una persona sensata. "No es menester, llegaremos a comer a Jerusalén". Bien. Después de pasar por cantera y canteras - piedra no falta por aquí -, el camino desciende bruscamente. Una familia beduina acampaba junto a un pozo. Decidimos dejar el camino y acortar por sendas de cabras. El paisaje era arriba hosco y triste, pero en el fondo del torrente o wadi el milagro se produce: agua, vegetación y los restos de un monasterio recientemente abandonado por monjes ortodoxos. El lugar es, sin duda, ideal para la vida eremítica. Alguna oración musitamos hacia los que allí siguieron a Jesucristo.
Abajo, junto al agua se estaba bien. ¡Había incluso peces! Pero, claro, el hambre hizo su aparición, sobre todo pensando en que debíamos regresar todavía. Lo curioso es que alguno del grupo confesó que él pensaba que allí encontraríamos un autobús que en 20 minutos nos llevaría a Jerusalén. Las risas probablemente resuenen aún en el wadi. ¡Estos domingueros! La subida, como es lógico, fue más costosa con el estómago vacío, pero, ¡oh Providencia!, un camión cargado de piedras nos llevó más pronto de lo previsto hasta la comida. Y estoy seguro que los ascos a la comida se superaron ese día. Además había en la tienda naranjas y plátanos y yogurt. El lugar de avituallamiento fue perfecto junto a canteros árabes que labraban la piedra. El autobús, ahora de verdad, nos devolvió a las cercanías de casa en pocos minutos.
¡Ah! se me olvidaba. Jer. 13 nos habla de otra parábola en acción. Dios ordena al profeta que se compre una faja o cinturón de tela; más tarde, le manda bajar a Ain Fará (Fenatah, dice el texto hebreo) y allí esconderla entre la hendidura de una piedra. Al cabo de muchos días, Dios dice a Jeremías que recoja la faja que estaba, la pobre, ya podrida. El texto continúa: "Así haré yo que se pudra la soberbia de Judá y el orgullo de Jerusalén". ¿ Había un lugar mejor para leer este texto que el fondo del wadi, junto a la fuente de agua, cerca de piedras con hendiduras? No es extraño que prometiéramos volver en primavera, cuando las flores milagrosamente aparecen también en el desierto.
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