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Huellas N., Noviembre 1981

VIDA DE CL

Muerte, resurrección, comunión

Fidel González

Resumen de otra carta del padre Fidel

A los amigos de la comunidad de Comunión y Liberación de España:
Mis queridos amigos y hermanos en la fe: ( ... ) Hoy quiero hablaros un poco de nuestra comuni­dad de aquí y de los momentos que estamos atra­vesando.
Vivimos humanamente en el momento más triste de la historia ugandesa, el momento de la desilusión y de las desesperanza humana. Este pue­blo había vivido momentos de ilusión y de sufri­miento al mismo tiempo, esperando una libera­ción. Llegaron los llamados liberadores a los que el pueblo entregó sin reservas sus ilusiones y sus esperanzas. Pero aquellos "liberadores" estrangu­laron todas las esperanzas de este pueblo. Se han convertido ahora en unos tiranos peores que los anteriores. El pueblo ahora está ya cansado. Este parece un pueblo muerto y sin ilusión. Los obis­pos ugandeses lo han sabido decir muy bien en una carta colectiva escrita la pasada cuaresma, en la que hablan del asesinato de un pueblo y sus es­peranzas por obra de quienes deberían ser sus li­beradores. No me detengo a enumerar los hechos cotidianos de esta tortura que va desde la supre­sión de todas las libertades más elementales hasta el asesinato organizado y el genocidio de pueblos enteros, considerados enemigos porque de ellos nacieron muchos de los antiguos torturadores de los tiempos de Amín, y me refiero a las tribus del Nilo Occidental; los últimos datos son sólo de un par de semanas: miles de prófugos a Sudán y Zai­re, y centenares de niños, digo niños, mujeres y ancianos asesinados a sangre fría en las misiones del Nilo Occidental; en el patio de la misión de Ombachi y en las habitaciones de los misioneros, donde muchos se habían refugiado, fueron asesina­dos ante los ojos atónitos de mis compañeros combonianos que allí trabajan, más de un centenar de inocentes: pura vengaza, puro genocidio. Uno de mis compañeros, el padre Mich, medio enlo­quecido, se interponía ante ellos y gritaba: "bas­ta, basta". La carnicería pudo ser de millares. Un de­legado de la Cruz Roja suiza que pudo contemplar la escena (la misión se había convertido en un cam­po de refugiados protegido por la Cruz Roja) de­claraba que no había visto cosa semejante ni si­quiera en Vietnam. Cuando la Cruz Roja y los misioneros combonianos que allí trabajan organi­zaron un convoy de camiones con varios centena­res de heridos para llevarlos al hospital misionero de Angal, regido también por una misión combo­niana, vieron cómo les paraban en Bombo y arran­caban los "sueros" de los heridos. Sólo un mila­gro y la energía de los hombres de la Cruz Roja y de los 4 misioneros combonianos que los acompa­ñaban pudo evitar una matanza general. Creíamos que había llegado el momento final, me contaba uno de mis compañeros. Hoy aquella región es un desierto. Todas las misiones, incluida la catedral y la casa del obispo en Arna, han sido saqueadas; al­gunas las han hecho saltar, como la de Lodonga donde se levantaba una hermosa basílica a la Vir­gen, Sultana de Africa. Todo muerto, sólo reina ahora la desolación donde había reinado la paz y la ilusión.
Y nosotros aquí en Kitgum vivimos de reflejo estos hechos, pero también nos toca vivir en la in­seguridad moral y en la amenaza de cada día. Has­ta ahora los ataques van dirigidos contra los fieles cristianos: algunos han sido encarcelados sin acusa­ción alguna; pero los ataques, las sospechas y las calumnias contra nosotros se suceden cada día. Nos han acusado de todo, a mi en cabeza, desde conspirador hasta promotor de acciones de guerri­lla imaginaria. Una cooperativa fundada por mi hace meses ha sido desmantelada y hemos sido acusados de enmascarar tras ella una organización guerrillera.
Luego están los sufrimientos del pueblo en la vi­da de cada día: un caos económico total, una vi­da de precios estelares, la escasez de todos los ar­tículos más fundamentales para el vivir de cada día como el jabón o la sal; sólo la corrupción y el mercado negro son artículos al alcance de todos. Y luego el derrumbamiento de todos los valores morales. Esta sociedad está viviendo un momento de orgía moral, de desencanto, de locura social, como aquel que perdida toda esperanza y todo sentido de lo humano se entrega a veces frenéti­camente, otras con indolencia y desesperación a una vida suicida. Esta es a grandes rasgos la Ugan­da que hoy nos toca vivir.
Y en medio de este pueblo vivimos nosotros, un grupo insignificante de cristianos, pero con la convicción tenaz de que el Señor nos ha pues­to aquí con una doble misión: por una parte que debemos encender la llama de una nueva concien­cia en los corazones de muchos, donde aún chispo­rrotea, y por otra con la esperanza de que esto pue­de cambiar. Porque todavía hay gente cristiana en la que la fe es una realidad, un desafío a este es­tado de cosas. No sabemos si el Señor permitirá que vivamos por mucho tiempo en Uganda. A veces nos viene la duda, la angustia de que nuestros días aquí están contados, de que una expulsión se acerca, pero sabemos que el tiempo que el Se­ñor nos da es un tiempo-misión, un tiempo que de­bemos consagrar en intensidad a revivir en noso­tros la esperanza cristiana, a hacer que la Memoria del hecho cristiano se convierta en el corazón de muchos en hecho cultural transformante.
Quisiera hablaros un poco de estas inquietudes nuestras. Pero antes voy a hablaros con más detención de los componentes de nuestra comunidad. Somos una comunidad bastante heterogénea, que sin embargo vive una experiencia de comunión excepcional, y todo por gracia. En Kitgum hay dos hospitales uno gubernamental y uno misionero, una misión, y un pequeño seminario de vocaciones adultas.
Hace 10 años dos médicos de C.L. decidieron ofrecerse a trabajar en el hospital gubernamental. En aquel entonces era algo impensable en Uganda. Fue una decisión arriesgada, profética, algo nacido de la fe. El hospital de Kitgum más que un hospi­tal era un lazareto de miserias y lacras de todo tipo. Desde aquel entonces la presencia de aquel grupo de médicos de C.L. ha sido constante, y aquellas salas escuálidas, aquellos basureros huma­nos que yo mismo pude ver a finales de los años sesenta, se han convertido poco a poco en salas y en lugares donde la medicina asistencial y pre­ventiva se hace con tesón, a pesar de las mil difi­cultades del momento, de la falta de medios y de las dificultades burocráticas con frecuencia absur­das, porque los médicos no sólo tienen que luchar contra las enfermedades sino también contra la corrupción administrativa (venta de medicinas, contrabando de las mismas, falta de responsabili­dad en muchos, desinterés del ministerio en Kam­pala, etc.). Algo ha cambiado en Kitgum y si ha cambiado se lo debe a estos cristianos que aquí han luchado con tesón y con fe. Hoy han logrado crear hasta una cooperativa de consumo entre los casi 200 empleados del hospital.
Nuestros médicos de C.L. en Kitgum son en estos momentos 5: se encargan del hospital guber­namental (son los únicos médicos) y de la dirección sanitaria en todo el distrito de Kitgum. Ade­más uno de ellos se convertirá a partir del mes de septiembre en director sanitario del hospital misionero de la misión de Kitgum (150 camas), hasta ahora dirigido por un misionero combonia­no que ha sido llamado a otro lugar. Con el hos­pital misionero han mantenido siempre una cola­boración estrecha y unida, trabajando algunos de ellos en el mismo; de hecho la sección pediátrica presente en la Misión es común. Pero uno de los aspectos más hermosos quizá del trabajo aquí desarrollado por los médicos de la comunidad de C.L. es el proyecto de formación sanitaria en el distrito. Un proyecto que se propone lanzar a la calle, de poblado en poblado, equipos de asis­tencia sanitarios que desarrollen una acción educa­tiva sanitaria entre la población rural del distrito, algo completamente nuevo en estos lugares.
(... ) Cada uno puede fácilmente constatar cómo en su ambiente existen personas con frecuencia mucho mejores que nosotros y dotadas de buenas cualidades, pero que viven en un individualismo ciego y estéril, sin alegría y a veces sin esperanzas, aunque sumergidas con frecuencia en un frenesí de acciones sin saber con certeza su orientación final. Estos cristianos creen en la importancia de la unidad-comunión, pero o se trata de un con­cepto teórico, o no tienen para ellos una importan­cia prioritaria; quizá tengan incluso otras priori­dades que de por sí son cosas importantes y fun­damentales, como la acción apostólica, la acción social o política, la ayuda a los pobres o la misma oración... Pero todo esto ni produce alegría, ni certeza ni dirección, y menos aún cultura cristia­na e Iglesia...
Con frecuencia la gente juzga a las personas se­gún la capacidad de las mismas o las cualidades de cada uno: uno porque es inteligente, otro por­que es hombre de cultura, o deportista, u hombre de acción o...
Nuestro juicio nos dice que todo lo que uno hace, pequeño o grande, vale si nace de la comu­nión y la nutre. Si algo, aunque aparentemente grande no nace y no vive de la comunión, para nosotros no sólo no sirve, sino que es incluso inú­til. Cada uno de nosotros es llamado a la misión para construir el hecho Iglesia-comunión vivién­dolo según el don de cada cual. Este es el criterio de juicio nuestro sobre la validez de nuestra pre­sencia y su sentido.( ... )
Un abrazo a todos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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