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Huellas N., Noviembre 1981

MEMORIA

Teresa de Ávila

Enrique Arroyo

Un resumen de su vida y espiritualidad
No es siempre fácil captar el sentido y la función de la vida de los santos. Con Teresa de Cepeda esta dificultad no existe: ante todo porque su vida tiene una unidad evidente y en segundo lugar porque ella misma se ha empeñado en comprender el sentido de su vida y en explicarlo.

Teresa nace en Ávila el 28 de Marzo de 1515, hija de los nobles Don Alfonso de Cepeda y Doña Beatriz de Ahumada. Entra en el monasterio de la Encarnación en 1535; se transforma en fundadora en 1562. Así pues, tres grandes periodos: 20 años en casa, 27 en la Encarnación, 20 como fundadora de monasterios y maestra espiritual.
En el primer periodo vive sobre todo en Ávila, ciudad donde los portales de las iglesias se alter­naban con los de palacios señoriales. Teresa lleva allí un tipo de vida noble, en un clima de guerra (guerra de Navarra que señala el comienzo de la gloria de Carlos V), niña bella, rica, amada, de familia llena de afecto, estilo de vida cristiano y caballeresco, culto de los libros y de las armas.
A los 7 años lee el Flos Sanctorum y fascinada por aquel "siempre" que caracteriza a la eternidad queda invalida por el deseo de ver a Dios. Ella misma contará la huida de su casa con su hermano Rodrigo: "Decidimos dirigirnos a la tierra de los moros, pidiendo limosna por amor de Dios, con la esperanza de que allí nos decapitarán... ".
Cuando Teresa tiene 13 años muere su madre, y pocos años después, el padre, preocupado por las amistades cada vez más numerosas de su hija, la lleva al colegio de las agustinas. Teresa tiene 16 años y sufre mucho la temporal ausencia de su casa. En 1532 enferma y se ve obligada a salir justo en el momento en que empezaba a madurar su vocación religiosa. Durante el viaje de vuelta es huésped de su tío Don Pedro Sánchez de Cepe­da y de esta manera puede leer a San Jerónimo que le da el coraje para superar la oposición de su padre, quien la quería mucho y no quería separar­se de ella. Conviene subrayar la importancia que en la vida de Teresa tuvieron los libros que leía: San Jerónomo, San Agustín, Osuna, fueron oca­sión de gran estímulo. En 1535, a los 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarna­ción: "Cuando dejé a mi padre sentí tal anhelo que no creo que lo deba sentir más grande en el momento de morir... la lucha fue tal que, si el Señor no me hubiese ayudado, cualquier conside­ración mía hubiera sido insuficiente ... "
Esta primera conversión es todavía muy imper­fecta. Basta pensar los motivos por los que Teresa elige el convento de la Encarnación: porque no se hacen las penitencias de las agustinas, porque hay dentro una amiga suya, porque teme el infier­no.
Mientras, sus hermanos abandonan España para ir al Nuevo Mundo; son muchos los hidalgos atraí­dos por las Indias y Ávila se convierte en una ciu­dad de mujeres, sacerdotes y viejos: este es un dato muy importante para entender cómo Teresa, apa­sionada y exuberante de vida, se encontró repen­tinamente en un ambiente mediocre.
En el segundo periodo Teresa se encuentra en la Encarnación. Después de un primer momento de gran fervor, en 1538 enferma de nuevo y grave­mente (desde entonces será para toda lavida una enferma, aunque la debilidad externa de su cuerpo quedará siempre superada por su coraje y su pa­sión por la vida). Necesita atenciones, deja el mo­nasterio y de nuevo es huésped de su tío Pedro. Esta vez pasa por sus manos el libro de Francisco Osuna ("Subida al monte Sión") y decide darse seriamente y de un modo más preciso un tiempo de oración; son de este tiempo los primeros resplandores de gracia mística. Regresa a la casa de su pa­dre tan gravemente enferma que la creen muerta. Durante tres días no da ningún signo de vida; al cuarto día abre los ojos exclamando: "¿quién me ha llamado? Estaba en el cielo... He visto los con­ventos que he de fundar... moriré santa."
En 1539 vuelve a la Encarnación después de ocho meses de inmovilidad y quedará durante tres años medio paralizada: La cura San José, al cual Teresa ha pedido la gracia por lo que siempre será muy devota de este santo.
Reemprende la vida religiosa con poco entu­siasmo. Prefiere el locutorio a la soledad: la enfer­medad ha madurado y profundizado su pensamien­to, siendo muchos los que van a las rejas del monasterio a escucharla.
Pocos poseen un don de la conversación como Teresa: el trato siempre natural y al mismo tiem­po brillante, compuesto según un instinto seño­rial, muy atenta a los demás, ejerce una gran fasci­nación sobre quien se le acerca.
1554 es el año de la segunda conversión: " ... de aquí en adelante la Historia de mi vida será un libro nuevo porque ahora es la historia que vive en mí". El acontecimiento que provoca este cam­bio decisivo es el encuentro de Teresa con la ima­gen de un Cristo con llagas, el ECCE HOMO, y tam­bién la lectura de las Confesiones de San Agustín. El camino de fe se vuelve una carrera de gigante.
En el tercer periodo actúa en la reforma de la orden y comienzan las fundaciones dé los monaste­rios y la enseñanza a través de los escritos. Recorre las regiones y las calles de España: entra en contac­to con reyes, barrenderos, carreteros, curas, obis­pos, teólogos, ministros, obreros, carteros... ; la llaman en cualquier tipo de situación: matrimo­nios, ventas, compras, peleas etc .. Este periodo señala la grandeza de su humanidad. En 1562 nace el primer monasterio de la reforma, el de San José en Ávila. Es ella misma la que motiva la refor­ma: " ... en ese año tuve noticia de los daños que los luteranos causaban en Francia." (Se refiere a las guerras de religión desencadenadas por la Re­forma protestante, que culminaron en el famoso estrago de la noche de San Bartolomé, el 24 de Agosto de 1572) "Tuve una gran pena y me que­jé al Señor, rogándole que pusiera remedio a tanto mal... Viéndome mujer e imposibilitada de hacer lo que hubiera querido para gloria de Dios, deseé, que teniendo el Señor muchos enemigos y muy pocos amigos, éstos, por lo menos, le fueran de­votos". En 1566 se encuentra con el padre Maldonado, un misionero de América, que le habla de las condiciones de los indios; Teresa queda trastornada y piensa en fundar el Carmelo masculino para que los frailes pudiesen ir a las misiones. Comien­za el conflicto con los superiores: calumniada, bur­lada, mal interpretada, afronta muchas amargu­ras e incomprensiones y nunca tratará de defender­se, a pesar de tener la certeza de caminar en la verdad, según el dictado de Dios. Sólo año y medio antes de morir superará este largo y doloroso mo­mento.
En 1582 Teresa muere, la noche del 4 de octubre, en el convento de Alba de Tormes. Des­pués de una vida consumada en la búsqueda de Dios, sus monjas la sienten exclamar con la mira­da encendida de amor y la cara resplandeciente de esperanza: "¡Señor mío, ya es hora de que nos veamos! ... "
Y todavía, como repitiendo una oración jacula­toria, intercalándola a los versos del salmo Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicias, sigue diciendo: "Después de todo, Señor mío, soy hija de la iglesia".
En 1622, cuarenta años después de su muerte será canonizada por Gregario XV.

PERSONALIDAD
Son tres los elementos que hay que tener presen­tes para captar la medida de la fe de Teresa: está ligada a la espiritualidad de la España del siglo de oro, es hija de la iglesia tridentina y de la contra­rreforma, y es monja carmelita. Teresa tuvo estre­chas relaciones con los teólogos más grandes del siglo XVI (los teólogos de Alcalá y Salamanca) que señalan el renacer de la teología escolástica, el gran florecimiento tridentino. -Baste-pensar que el mejor amigo de la santa fue el padre Báñez, dominico que representa un punto de partida para la división del tomismo en dos escuelas, el tomis­mo puro y el suarecianismo.
Teresa conoce bien las corrientes espirituales españolas. (jesuítica, dominicana, franciscana), vive a fondo su tiempo típicamente heroico, tan diferente a nuestra concepción burguesa, para la cual el objetivo fundamental es la comodidad. Y está abierta a los problemas de Europa y de Amé­rica que, como ya hemos dicho, serán las motiva­ciones más determinantes para ella.
Por otra parte no pertenece a ninguna corrien­te y resulta original. En la homilía del 27 de septiembre de 1970, Pablo VI, afirmaba: "es la primera mujer a la cual la Iglesia confiere el título de doctor... Su figura se coloca en una especie glo­riosa de santos y de maestros que distinguen su tiempo con el desarrollo de la espiritualidad. Teresa los escucha con la humildad de una discí­pula, pero al mismo tiempo sabe juzgar con la perspicacia de una gran maestra ... "
Teresa sobre todo es hija de la Iglesia: posee un fuerte sentido eclesial, tiene sed de catolici­dad y, sensible a la postura de Lutero y a las decisiones de Trento, subraya la vida interior, la centralidad de Cristo, el calor de la jerarquía, el aspecto misionero de la Iglesia.
Por otra parte la santa es inmune al juridicis­mo tridentino y post-tridentino " ... su sentir con la Iglesia, su dolor ante la ruptura de la unidad, y ante la dispersión de las fuerzas, el ansia de edifi­car el reino de Dios, la incitaron a afrontar el mundo que la circundaba con una visión refor­madora y singular para imprimirle una armonía, un sentido, un rostro ... " (Pablo VI en la homi­lía ya citada)
Muy sensible a las Escrituras, que se convier­ten para ella en criterio inmediato, consciente de estar constituida . por el acontecimiento de Cristo que la impactó, sólo desea que ese mismo acontecimiento cambie la vida de los hombres. Teresa se hace carmelita pero no se preocupa mucho en profundizar la espiritualidad de la. orden que desde hace casi tres siglos vive en Occi­dente. Entrada en la Encarnación por motivos personales, Teresa está totalmente decidida a vivir intensamente el momento histórico de la Iglesia y de España, para tratar de satisfacer las necesidades urgentes que afligen a la vida cristia­na de aquel tiempo. Más que reformadora es fundadora, más que hija es madre del Carmelo. Ella hace florecer la tradición carmelita precedente llevándola a su más completo florecimiento y dándole un rostro de eclesialidad madura.

ENSEÑANZA
Los tres elementos mencionados, aun siendo im­portantes, pertenecen al contexto histórico y son externos.
¿Cuáles son entonces las características de Teresa de Cepeda y Ahumada? ¿Cuál es su enseñan­za y cuál su mensaje?
Lo que la caracteriza es el amor, su manera de entender la vida únicamente como respuesta al amor de Dios, que es un don en sí mismo. Dios es el sentido de su vida como es el sentido de la vida de cada hombre y de toda la historia. El pe­cado no es obstáculo: Teresa se descubre, se con­fiesa pecadora, pero lo hace llena de gozo porque Dios es misericordia y la ama de este modo. "¡Oh tu misericordia, con cuanta razón tendría yo siempre que cantarla!". " ... no permitáis hijas mías que se os vaya de la cabeza la memoria de la misericordia". " ... Todo me sirvió para conocer mejor al Señor, para amarlo y comprender lo mu­cho que le debería"
Si Teresa está así de atenta a los valores del hombre y del cristiano es porque sabe que el hom­bre lleva dentro de sí la necesidad de Dios: por Dios es creado, en Él subsiste y a Él está desti­nado.
Sus amistades, su conversar, no tienden más que a llamar la atención sobre el misterio amoro­so de Dios. Además de las comunidades de monjas, trata de crear ámbitos de comunión: " ... entre nosotros cinco ( cuatro teólogos y la santa), que nos amamos en Cristo, quisiera que se formase una especie de acuerdo con el fin de que, (como otros hay que se unen para urdir herejías), nosotros nos uniéramos para ayudarnos, corregirnos de nuestros defectos y empujarnos a servir mejor al Señor". Toda la vida de Teresa está profunda­mente marcada por esta dimensión, no se expli­caría de otra manera la fascinación que su figura ha ejercido y continúa ejerciendo sobre cualquiera que se acerque a sus escritos. Son muchos los teó­logos, los santos, los religiosos, los laicos que en estos cuatro siglos se han alimentado de sus en­señanzas; muchísimas son las conversiones pro­vocadas por la lectura de sus escritos. Teresa repite que la única ética cristiana es la caridad, una cari­dad operante, que hace operar. Sus "cartas" des­bordan todas ellas de afecto. La enseñanza de Teresa es toda ella profética: su doctrina no es otra cosa que la confesión de su vida, de su expe­riencia.
En su tiempo era una novedad absoluta el co­menzar por la experiencia vivida y no por los prin­cipios dogmáticos: era lo opuesto a la situación precedente. Toda su enseñanza comienza por la experiencia de Cristo.
"Su doctrina resplandece del carisma de la ver­dad, de la ortodoxia, de la utilidad para las almas -afirma el Santo Padre Pablo VI-, del carisma de la sabiduría, que nos hace pensar en el aspecto más atrayente y al mismo tiempo más misterioso del doctorado de Teresa, es decir, en el influjo de la divina inspiración en esta prodigiosa escri­tora... " Tenemos que recordar que la crisis religiosa provocada por Lutero era profunda, no porque menoscabara las Escrituras, sino porque desa­creditó el mismo misterio de la salvación. Allí donde los teólogos del concilio de Trento inter­vienen y hablan de justificación, Teresa interviene como profeta. Ella percibe dentro de sí la
vida de Cristo y nos cuenta los efectos de la humanidad nueva del hijo de Dios, nos confiesa que su vivir en Cristo, su vida, es participación de aquella vida que es Amor de Dios hecho carne. Son muchas las páginas de Teresa sobre la humani­dad de Cristo como sacramento de vida cristiana. Lutero afirma que Cristo no cambia al hombre; puede sólo colmarlo con su vida. Teresa dice lo contrario y por esto insiste sobre la vida interior: ella ha hecho experiencia de la vida nueva y no puede aceptar qué esta se niegue.
Teresa es una gran mística, es decir, que tiene una singular experiencia del misterio cristiano." En la fiesta de San Pedro... vi cerca de mí a Cris­to ... mejor, lo sentí, porque no ví nada con los ojos del cuerpo ... Al principio me asusté porque no sabía que l>e pudieran tener estas visiones... me parecía que Cristo caminaba siempre a mi lado ... "
Es la comunión con Cristo lo que llena a Teresa de una pasión de amor que arrolla. La vehemen­cia de este amor se atestigua en su vida y sus obras.
Cuando la doctora Edith Stein profesora ad­junta del fenomenólogo Husserl, de origen judío, después monja carmelita y después mártir en Auschwitz, leyó la autobiografía de Teresa, con­fió a los amigos: "Empecé a leerla y me apasio­nó tanto que no pude pararme antes de haber ter­minado la lectura, y cerrado el libro me dije: ésta es la verdad". Y Teresa tuvo sed de la ver­dad: la verdad era la cosa que más la asombra­ba y más la maravillaba.
Su mensaje es el mensaje de la oración. Quien no conoce el rostro de Dios en la oración no lo puede reconocer en la acción: es el tema cen­tral del mensaje de Teresa; para ella la oración es esencial en la experiencia cristiana y utiliza la oración para explicar a sí misma y a los de­más el misterio de la vida cristiana.
En aquel tiempo muchos desconfiaban de la oración. En España existían muchos visionarios y muchos libros de beatería y la inquisición con­trolaba, sellaba y quemaba sin distinción.
Los libros de Teresa reflejan esta situación. Entre 1559 y 1563 la Iglesia española está en crisis. Desde la reforma del cardenal Cisneros hasta el Concilio de Trento se difunde mucho la ambigua espiritualidad de Erasmo; Carlos V se retira a un convento.
Teresa conoce la situación y así se explican los ataques violentos que lanza, bien contra unos, bien contra otros, para subrayar el valor primario de la oración, de la liturgia, de la cultu­ra religiosa. Su tono es apologético, su actitud de lucha. Ella vive para la Iglesia, su reforma es para la Iglesia y a la Iglesia confía su mensaje sobre la oración.
Es característico el modo de concebir la con­templación: su contemplación es dinámica, viva, fuente de acción, su oración es apostólica.
El protagonista es Dios, no el yo que reza y contempla. Cuando uno se siente mirado por Dios, en aquel momento está rezando porque la oración es un hecho de amor. No se puede rezar si no se parte de la humanidad de Cristo, si no re­cordamos su Presencia entre nosotros, si no tomamos conciencia de esta presencia dentro de nues­tro espacio vital. El elemento afectivo no vacía a la oración de su contenido espiritual porque la oración es verdad. Teresa dice que la verdad es presupuesto indispensable para quien quiere orar.
Aquí tenemos que terminar. En realidad, sólo ahora podríamos comenzar a gustar todo lo que Teresa nos enseña sobre la oración.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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