En torno a la liberación de la mujer
En Julio del año pasado todos los periódicos del mundo facilitaron la noticia de que tres mujeres rusas habían sido expulsadas de la URSS bajo acusación de "feminismo". Un periodista católico italiano, Renato Farina, interesado por una afirmación relatada por las agencias de prensa y atribuida a una de estas tres mujeres -Tatiana Goritcheva, de 34 años ("fuera de la Iglesia no hay salvación")- le hizo una entrevista para el semanario Il Sabato que reproducimos aquí.
Tatiana Goritcheva habla aquí, entre otras cosas, del "Club femenino María", un movimiento cristiano de liberación de la mujer, que tiene como ideal la Madre de Dios.
¿Feminista? ¿Alguno sabe lo que quiere decir? Yo no lo sé. ¿Vosotros entendéis por feministas a quien lucha por la emancipación de la mujer? No, gracias. En Rusia la emancipación es ya una conquista desde hace tiempo. Desde hace 60 años para precisar. ¿Pero cuáles son los resultados? La situación de la mujer se ha vuelto muy difícil: es verdad que la mujer ha entrado en todos los campos -por otra parte en Rusia somos 20 millones más que los hombres-, trabaja, ocupa los mismos puestos que los hombres, encuentras directoras de Kolkhoz y de bibliotecas. Pero demás, en casa tienen que ser madres y sus maridos sólo piensan en beber. La mujer, así, ha perdido su "humanidad", es decir lo que la distingue como perteneciente al género humano. De la naturaleza -Oe Dios- ha recibido otras tareas que las de los hombres; en Rusia, por el contrario, se ve obligada por el sistema soviético a vivir en circunstancias que no son naturales para la mujer.
A decir verdad no sé especificar en qué consiste desde el punto de vista filosófico la feminidad o la masculinidad. Yo sé que lo que caracteriza al hombre es su aspecto divino. "Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza", dice la Biblia. Esta conciencia de semejanza se ha perdido en Rusia. ¿Y entre vosotros? Para las cuestiones filosóficas sobre la feminidad no tengo tiempo. Es la persona humana la que tiene que reencontrar su sentido, que es el que predicaban los Padres de la Iglesia: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios. Y la mujer está en la categoría de los hombres.
Yo no creo que se pueda hablar de salvación de la mujer prescindiendo de una base religiosa. Este, si se puede decir así, es mi feminismo. Más aún, nuestro feminismo. Todo el movimiento de las mujeres que se desarrolla en Rusia y da miedo a las autoridades tiene este sello. (Tatiana Mamonova, declarándose atea, también tiene este planteamiento).
Nuestra organización no tiene por qué ser religiosa. Pero no podemos tirar por la ventana la esencia misma del movimiento. Tenemos sólo una revista, que se llamaba Almanaque; ahora se llama María y es la expresión del Club Femenino María que es un movimiento, una asociación, un grupo, (llamadlo como queráis), bendecido por un sacerdote, y por tanto dentro de la Iglesia ortodoxa. De hecho algunas no querían comprometerse a fondo por esto, incluso aunque colaboraban en la revista, pero con ellas no nos entendemos. Tendríais que haber estado en el avión para comprender la diferencia; pensad en un avión grandísimo para 3 personas. Natalia y yo orábamos, leíamos, cada una por su cuenta, el Canon. Recitábamos despacio, metiéndonos en el ritmo de aquellos versos; Tatiana, mientras tanto, miraba las nubes. ¿Cómo se puede ser feliz siendo ateo? Para mí es imposible. La amargura de abandonar mi tierra, mis personas queridas, orando se convirtió en agradecimiento; me he puesto en manos de Dios, para todo el tiempo que me quiera todavía dar. Y he entendido que si se es feliz en Rusia, se es feliz en cualquier parte, a condición de que se siga unido a Dios.
Una guerra de amor
Por otra parte, no ha sido una sorpresa. Nosotras esperábamos la expulsión de un día a otro, después de haber expresado nuestra firme repulsa a la invasión de Afganistán; incluso esperábamos acabar en un campo de trabajo. Pero probablemente no han querido que nosotras repitiéramos la misma historia de Julia, que tras varios años en un campo, volvió a luchar en primera fila de nuestra guerra de amor.
Sí, guerra, porque nuestra organización es la más decidida en hacer renacer a Rusia; la nuestra es una lucha religiosa, cultural y también social, pero de amor, porque no creemos que las lágrimas de las mujeres y de los hombres se sequen con la violencia, o con otro mal. No, se necesita el bien para vencer, se necesita la propagación del amor. Entendámonos: el amor de Cristo, la caridad. Aquí, entre vosotros hay que precisar, porque sabiendo que formarnos parte de un club feminista y que hablamos de amor, nos han considerado como personas que quieren estar juntas sexualmente: no, no somos lesbianas. Mujeres que propagan amor: este es el Club Femenino María. ¿Por qué femenino? Lógico: porque las mujeres tienen más coraje, son más audaces. En la historia de Rusia los ejemplos son muchos. ¿Cómo podríamos unirnos con los hombres? Falta el material... Los hombres con coraje están ya en los campos de trabajo, los demás tienen miedo, no tienen el coraje para resistir: y nos hemos unido entre las mujeres. Las mujeres en Rusia sufren más, son más conscientes, y su dolor se transmite a la familia y a la sociedad. Durante 60 años las mujeres han permanecido en el silencio: ahora su sufrimiento sale a la superficie. Nosotras, "las de María", comprendemos que a través de las mujeres puede llegar el renacimiento ruso, también el renacimiento del hombre.
El cuadro de la sociedad soviética es terrible. No existe ninguna educación. Nadie se vuelve adulto, se permanece en un estado infantil. Se comprime el desarrollo espiritual, pero también el del organismo; uno no puede abrirse, no se sabe lo que es el afecto. Se conocen sólo caprichos sentimentales que a veces tienen las características de la pasión. Pero todo pasa sin que el agua se salga de su cauce. La nuestra es una sociedad de fetos, de embriones, de hermafroditas. Ni hombres ni mujeres. Pero estos fetos de sexo femenino se han desarrollado por el excesivo dolor. Las mujeres que han acabado en los campos de trabajo stalinianos, que han muerto por millares, que han sufrido más, infinitivamente más que los hombres, han visto algo que ningún otro ha visto en Rusia: la posibilidad de renacer por dentro, espiritualmente. Desde la cumbre del Gólgota se ve mejor el cielo. Nosotras sentimos que llevamos su herencia. A través del amor; la compasión y la humildad, cambia nuestro corazón, está cambiando el corazón de muchas mujeres soviéticas y está convirtiéndose en corazón ruso, corazón cristiano. Las autoridades soviéticas es precisamente a esto a lo que tienen miedo, a la transformación espiritual. Por esto nos persiguen. Pero a nosotros nos está ocurriendo lo que pasó en Roma hace muchos siglos, y la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Esta es nuestra revolución, y es una revolución radical, total, pero amorosa, dulcísima, es decir, femenina. Nuestro ideal humano, "de hombre", es María, Madre de Dios. Ella era tan humilde y pura que el Señor vio en Ella la posibilidad de hacerse hombre y entrando en Ella la hizo parecerse a Él.
El Club María ha perdido ahora sus jefes, se disolverá por sí mismo, pensarán riéndose en la KGB. Pero hay otras 20 en condiciones de sustituirnos a la cabeza del movimiento: tienen coraje, firman todo con su propio nombre; pero detrás de ellas hay cientos y cientos esparcidas por toda Rusia, que ahora manifiestan su propia adhesión con pseudónimos, pero que son conscientes de su misión de amar, a la cual no hay que poner límites. Tenemos contacto con mujeres en los campos de trabajo y esto antes no era posible; también ahora arriesgamos mucho, pero no tenemos miedo. He tenido noticia de que algunas mujeres ancianas han muerto en los campos de trabajo. Las habían condenado a una pena de 30 años; sus nombres no los conozco; fueron encarceladas en la época de Stalin; las llamaban "monjitas" porque creían en Dios, Sin embargo, también a través de sus sacrificios llega la salvación, Rusia renace.
La política y la cultura
¿ Y el cambio social? ¿ Y las reformas? preguntaréis vosotros. Ellas mueren mártires, y el mecanismo que las ha matado permanece. Tengo que decir que esta observación abarca plenamente a algunas categorías de cristianos. No hablo sólo de los que viven el cristianismo "a gran altura", a los cuales la vida de abajo no les influye; ellos creen que lo tienen todo permitido y escupen sobre el mundo quedándose seguros a muchos metros de tierra. Hablo también de los de la "tercera vía", que van resbalando poco a poco en la indiferencia política. Yo misma hasta hace algunos años razonaba así: una cosa es el Reino de Dios y otra el reino del César. Cierto, como dice Berdjaev, hay que sentirse más culpables que ofendidos -sólo Dios sabe cuánto he pecado yo-. Ahora, creo que hay que ocuparse de las víctimas pero también del verdugo. No hay que ser ciegos en el amor. Entre cristianos bien pocos tienen una actitud hostil hacia el poder; van desde la conmiseración hasta la ironía.
Ama a tu prójimo: la mayoría de las neófitas entiende este prójimo como el que está más cercano en el espacio. El padre Antonij Vorozbit había sido encerrado en un hospital psiquiátrico: muchísimos jóvenes creyentes se han movilizado: al fin ha sido liberado. Estos jóvenes se han portado de manera auténticamente cristiana. Pero atención: es verdad que el amar a quien está lejos esconde la mayor parte de las veces una falta de honestidad. Pero amar a quien está cerca significativa también darse cuenta de que nuestro prójimo pertenece al mundo, que está asfixiado por ciertas relaciones sociales y por estructuras políticas. Hay que separar también en este campo la cizaña del trigo.
Si de política no entendemos muchas cosas como cristianos, no tenemos que hacer por esto un mito de nuestra incomprensión (y tampoco se puede seguir juzgando de oídas, o partiendo exclusivamente de nuestra experiencia personal). Oponer dialécticamente los dos reinos conduce a la indiferencia política y, más a menudo, también a la ceguera política; y de ahí a traicionar la verdad del cristianismo no hay más que un paso. No tenemos que repetir la experiencia de los círculos protestantes alemanes, que también compartían esta teoría de los dos Reinos y se llegaron a convertir en siervos del régimen hitleriano. Para ellos la cosa era indiferente, dado que despreciaban cualquier política... La indiferencia política hoy es más propia de un estoico que de un cristiano. En fin, hace tiempo yo creía, meditando las Escrituras, que cualquier autoridad, y por tanto la autoridad soviética, también venía de Díos. Ahora ya no lo creo. Ahora creo que viene del diablo.
Estas convicciones han madurado durante el seminario religioso teológico llamado "Círculo37". Lo hemos fundado hace 5 años mi marido y yo, un poeta religioso, del que luego -y ha sido una situación muy dolorosa- me he separado. Habitábamos en una vivienda que tenía aquel número, el 37, y por eso también la revista clandestina que publicábamos llevaba este nombre. En este grupo, del cual yo era la directora antes de mi expulsión, hay ortodoxos, musulmanes, hebreos, protestantes e incluso marxistas. ¿Por qué este grupo no era estrictamente de Iglesia? Yo creo mucho en la cultura, está unida fuertemente al cristianismo, lleva al hombre hacia una libertad absoluta, le lleva inevitablemente hacia Dios. La cultura libera la razón, conduciéndola a las preguntas últimas que sólo encuentran contestación en la religión. No aleja sino que conduce hacia Dios. Esta ha sido mi experiencia; por esto fundé aquel círculo.
Antes de contar mi vida, lo poco que pueda ser interesante, me paro un momento más en la cultura. El hombre de cultura es ante todo para mí el hombre de la forma, de la belleza, más allá de las emociones. Esta definición se debe a Hans Urs von Balthasar: es mi "teólogo": he traducido muchos libros suyos al ruso· Le quiero porque es el teólogo de la Encarnación de Cristo como Corazón del mundo, centro de todos los caminos de Dios. Al contrario, no logro acostumbrarme a Karl Rahner; con él Dios me parece lejano, abstracto. Henry de Lubac, por otro lado... ¡lo que daría por encontrarme con él!
La vida y la conversión
Yo por fin: he nacido en 1947 de una familia completamente atea. Tengo recuerdos muy oscuros de mi infancia, me castigaban por banalidades. He crecido como muchos chicos soviéticos, sin ninguna educación. El Gulag comienza con la infancia. Todo está prohibido... , no debes... , no hagas... Por cualquier lado a donde vayas encuentras rejas, no puedes salir de ti mismo.
Con todo esto, estudié muchísimo; yo siempre era la primera de la clase. Comencé en la escuela de radiotécnica. Allí aprendía alemán, lo que para mí sería la ocasión de salir de la opresión. En aquel tiempo formaba parte del Komsomol, la organización de los jóvenes comunistas; era tan activa que durante dos años tuve el cargo de directora. Pero conocía el alemán: comencé a leer a los filósofos occidentales, en particular a Heidegger, Jaspers, Sartre, Kierkegaard, en resumen, los existencialistas. Me inscribí en la facultad de filosofía, estudié bien y me doctoré con la máxima puntuación.
Sobre todo gracias a Heidegger me libré de los últimos restos de marxismo que todavía me quedaban, me di cuenta de que nunca había sido marxista de verdad y di una patada al carnet del partido. Esto me impidió acceder como profesor adjunto a la universidad, a pesar de que mi tesis sobre la muerte de Heidegger fue muy aplaudida. El temor a la muerte disminuyó mucho en mí: con el existencialismo había reducido la muerte a muy poca cosa, pero estaba todavía en búsqueda.
Un amigo me acompañó en los primeros pasos de la experiencia del yoga. Me ejercité en la meditación. Durante un año o algo más traté, a través de esta práctica, de construir un puente entre mi cuerpo y el espíritu. El espíritu, poco a poco, llegó a ser el centro de mi interés. Entonces llegué a un descubrimiento fundamental: debe existir en algún lado, en alguna profundidad del cosmos, en un ángulo inexplorado del alma, un Absoluto al que todo tiende. Así pasé del ateísmo a la religiosidad, a un Dios, pero sin rostro, enigmático. A pesar de esto un día, hace 7 años, comencé a leer una oración que ya había escuchado alguna vez; esta oración era el Padre Nuestro. La religiosidad no podía quedarse sin oración, necesitaba de Él, que se mostrase, que revelase su rostro. Entonces tenía 26 años y seguía repitiendo en voz alta el Padre Nuestro. Después de haber repetido algunas veces esas palabras me sucedió algo, me sentí envuelta por un amor lleno de sabiduría y era casi una sensación física, algo que venía desde arriba. No sé encontrar las palabras. Desde aquel momento comprendí que no se trataba de un Ser informe, de una fuerza anónima, sino de un Dios personal, de un Padre. Tuve como una intuición, entendí -dentro de lo que puede entender un ser limitado- la Trinidad.
Después de esta revelación, esta conversión así, absolutamente gratuita al cristianismo, aún estaba fuera de la Iglesia. Tardé un año en darme cuenta de que la Iglesia era el organismo creado por el Señor en la tierra para nuestra salvación. Desde entonces, Ella, la Iglesia, es toda mi vida. Algunas veces me siento estéril, con una esterilidad espiritual, y no logro ni orar. Pero la oración a la Madre de Dios es siempre posible, brota siempre, incluso desde el desierto de mi corazón. La invocación a María que cada día sube desde las iglesias de Rusia es la esperanza para todos nosotros. Nunca tuvo la Iglesia tiempos tan bellos, nunca tantos mártires, nunca tanta oración.
La iglesia ortodoxa
A pesar de esto, la Iglesia tiene también apartados tristes, como es el caso de los obispos rusos, ligados al régimen, pero nunca nosotras, las del Club María, hemos tenido la tentación de fundar una Iglesia disidente. ¿Qué sentido tendría? Terminaría como aquella secta que nació de la Iglesia Ortodoxa después de la revolución, que se llamaron los Renovadores y no han tenido ninguna importancia, porque los creyentes quedaron unidos en un mismo bloque.
¿Qué decir de los obispos? Nosotras comprendemos la situación en que se encuentran y no juzgamos.
Oramos para que se mantengan a la altura de la misión que les ha sido asignada por Cristo. Hay que decir que aún obedeciendo las directrices de los soviéticos no se han desviado del dogma, nosotras, mujeres creyentes, tratamos por nuestra parte de atraer a la gente hacia Cristo, dando testimonio del amor.
Las jóvenes, las mujeres, están en Rusia tremendamente solas, llenas de remordimientos, porque cada mujer ha abortado entre las 8 y las 15 veces: es prácticamente imposible encontrar una persona de nuestro mismo sexo que no se haya manchado con este asesinato. Sí, para nosotras es asesinato. Nuestro movimiento lucha contra él, para defender a las mujeres que se reducen a trapos ya sea en lo físico o en la conciencia, desgarradas por el sentimiento de culpabilidad. Otras, en cambio, no sienten nada, simplemente no saben lo que hacen. El cuerpo ya no se considera sagrado y se vende como si fuera tabaco, con indiferencia. ¡Hasta este punto nos ha llevado la cultura soviética!.
Por otra parte, lo digo sinceramente, cada una de nosotras, del Club María, llevábamos sobre las espaldas -como cada buena soviética- un amplio currículum de revolución sexual. Todas hemos caído alguna vez; hemos aprendido de la caída y nos hemos recuperado. Hemos descubierto que es otro el ideal que da satisfacción, que en el mundo no es sólo bello el gozo carnal. En nuestro Club hay libertad: hay quien se casa y quien no. Sólo decimos que quien tiene menos sobre esta tierra está más libre para servir a Dios. Pero no existe una regla; la libertad es total.
Occidente
Aquí en Occidente he palpado lo que es la crisis, lo que significa ver á centenares de jóvenes estar a la merced del nihilismo y de la nostalgia. Por ejemplo, sobre una pared de la academia católica de Frankfurt, donde he estudiado durante este primer año transcurrido en Occidente, un día leí un cartel. Decía: "revolución o muerte". No se quién lo habría escrito, pero simbolizaba todo un estado de ánimo con sus ansias de muerte, con su terrible vacío, con su falta de arranque creativo. ¿Por qué todo esto? Porque se ha perdido el sentido del verdadero drama de la vida humana, es decir, se ha reducido a un nivel estético o por el contrario se ha quedado en la dialéctica entre ricos y pobres, entre hambrientos y no hambrientos. Como si ese fuese el mal; como si el mal verdadero no tuviese raíces todavía mucho más profundas. El occidente muere de superficialidad, muere por haber invertido la jerarquía entre las cuestiones secundarias y las esenciales.
Cuando estudiaba en Leningrado y pasaba días enteros encima de los libros de Hegel o de Kant me hice una cierta idea sobre Alemania. Por eso cuando llegué a Occidente quise visitar ese país: pero no lo encontré, porque la idea que tenía en el alma era completamente diferente. La Alemania que he conocido no está tan lejana de la condición degradante a la que el comunismo ha reducido a mi Rusia: el mismo materialismo, la misma sordera ante la llamada de espíritu. Y hasta el mismo cristianismo, cuando lo encontrabas, estaba mezclado con ideologías, era irreconocible.
Para mí Europa está ausente. Es decir distraída. Siento nostalgia de ese puñado de mujeres que junto a mí buscaban y buscan sólo la verdad. Hoy desde Leningrado me llegan noticias de lo que están soportando mis compañeras y rezo por ellas. Pido también vuestra oración: porque -aquí pensaréis todos que es una cosa absurda- allá se siente cuando alguien está rezando por ti.
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