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Huellas N., Noviembre 1981

PRESENCIA

El feminismo ruso se llama María

Tatiana Goritcheva

En torno a la liberación de la mujer
En Julio del año pasado todos los periódicos del mundo facilitaron la noticia de que tres mujeres rusas habían sido expulsadas de la URSS bajo acusación de "feminismo". Un pe­riodista católico italiano, Renato Farina, interesado por una afirmación relatada por las agencias de prensa y atribuida a una de estas tres mujeres -Tatiana Goritcheva, de 34 años ("fuera de la Iglesia no hay salvación")- le hizo una entrevista para el semanario Il Sabato que reproducimos aquí.
Tatiana Goritcheva habla aquí, entre otras cosas, del "Club femenino María", un movi­miento cristiano de liberación de la mujer, que tiene como ideal la Madre de Dios.


¿Feminista? ¿Alguno sabe lo que quiere decir? Yo no lo sé. ¿Vosotros entendéis por feminis­tas a quien lucha por la emancipación de la mu­jer? No, gracias. En Rusia la emancipación es ya una conquista desde hace tiempo. Desde hace 60 años para precisar. ¿Pero cuáles son los re­sultados? La situación de la mujer se ha vuelto muy difícil: es verdad que la mujer ha entrado en todos los campos -por otra parte en Rusia somos 20 millones más que los hombres-, traba­ja, ocupa los mismos puestos que los hombres, encuentras directoras de Kolkhoz y de bibliote­cas. Pero demás, en casa tienen que ser madres y sus maridos sólo piensan en beber. La mujer, así, ha perdido su "humanidad", es decir lo que la distingue como perteneciente al género huma­no. De la naturaleza -Oe Dios- ha recibido otras tareas que las de los hombres; en Rusia, por el contrario, se ve obligada por el sistema soviético a vivir en circunstancias que no son naturales para la mujer.
A decir verdad no sé especificar en qué con­siste desde el punto de vista filosófico la femini­dad o la masculinidad. Yo sé que lo que caracteri­za al hombre es su aspecto divino. "Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza", dice la Biblia. Esta conciencia de semejanza se ha perdi­do en Rusia. ¿Y entre vosotros? Para las cuestio­nes filosóficas sobre la feminidad no tengo tiem­po. Es la persona humana la que tiene que reen­contrar su sentido, que es el que predicaban los Padres de la Iglesia: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios. Y la mujer está en la categoría de los hombres.
Yo no creo que se pueda hablar de salvación de la mujer prescindiendo de una base religiosa. Este, si se puede decir así, es mi feminismo. Más aún, nuestro feminismo. Todo el movimiento de las mujeres que se desarrolla en Rusia y da miedo a las autoridades tiene este sello. (Tatiana Mamonova, declarándose atea, también tiene este plan­teamiento).
Nuestra organización no tiene por qué ser reli­giosa. Pero no podemos tirar por la ventana la esencia misma del movimiento. Tenemos sólo una revista, que se llamaba Almanaque; ahora se llama María y es la expresión del Club Femenino María que es un movimiento, una asociación, un grupo, (llamadlo como queráis), bendecido por un sacer­dote, y por tanto dentro de la Iglesia ortodoxa. De hecho algunas no querían comprometerse a fondo por esto, incluso aunque colaboraban en la revista, pero con ellas no nos entendemos. Ten­dríais que haber estado en el avión para compren­der la diferencia; pensad en un avión grandísimo para 3 personas. Natalia y yo orábamos, leíamos, cada una por su cuenta, el Canon. Recitábamos despacio, metiéndonos en el ritmo de aquellos versos; Tatiana, mientras tanto, miraba las nubes. ¿Cómo se puede ser feliz siendo ateo? Para mí es imposible. La amargura de abandonar mi tie­rra, mis personas queridas, orando se convirtió en agradecimiento; me he puesto en manos de Dios, para todo el tiempo que me quiera todavía dar. Y he entendido que si se es feliz en Rusia, se es feliz en cualquier parte, a condición de que se siga unido a Dios.

Una guerra de amor
Por otra parte, no ha sido una sorpresa. Noso­tras esperábamos la expulsión de un día a otro, después de haber expresado nuestra firme repul­sa a la invasión de Afganistán; incluso esperá­bamos acabar en un campo de trabajo. Pero pro­bablemente no han querido que nosotras repi­tiéramos la misma historia de Julia, que tras varios años en un campo, volvió a luchar en primera fila de nuestra guerra de amor.
Sí, guerra, porque nuestra organización es la más decidida en hacer renacer a Rusia; la nues­tra es una lucha religiosa, cultural y también so­cial, pero de amor, porque no creemos que las lá­grimas de las mujeres y de los hombres se sequen con la violencia, o con otro mal. No, se necesita el bien para vencer, se necesita la propagación del amor. Entendámonos: el amor de Cristo, la cari­dad. Aquí, entre vosotros hay que precisar, porque sabiendo que formarnos parte de un club feminis­ta y que hablamos de amor, nos han considerado como personas que quieren estar juntas sexualmen­te: no, no somos lesbianas. Mujeres que propagan amor: este es el Club Femenino María. ¿Por qué femenino? Lógico: porque las mujeres tienen más coraje, son más audaces. En la historia de Rusia los ejemplos son muchos. ¿Cómo podríamos unir­nos con los hombres? Falta el material... Los hom­bres con coraje están ya en los campos de trabajo, los demás tienen miedo, no tienen el coraje para resistir: y nos hemos unido entre las mujeres. Las mujeres en Rusia sufren más, son más conscientes, y su dolor se transmite a la familia y a la sociedad. Durante 60 años las mujeres han permanecido en el silencio: ahora su sufrimiento sale a la superfi­cie. Nosotras, "las de María", comprendemos que a través de las mujeres puede llegar el renacimien­to ruso, también el renacimiento del hombre.
El cuadro de la sociedad soviética es terrible. No existe ninguna educación. Nadie se vuelve adul­to, se permanece en un estado infantil. Se compri­me el desarrollo espiritual, pero también el del or­ganismo; uno no puede abrirse, no se sabe lo que es el afecto. Se conocen sólo caprichos sentimen­tales que a veces tienen las características de la pasión. Pero todo pasa sin que el agua se salga de su cauce. La nuestra es una sociedad de fetos, de embriones, de hermafroditas. Ni hombres ni muje­res. Pero estos fetos de sexo femenino se han desarrollado por el excesivo dolor. Las mujeres que han acabado en los campos de trabajo stali­nianos, que han muerto por millares, que han sufrido más, infinitivamente más que los hom­bres, han visto algo que ningún otro ha visto en Rusia: la posibilidad de renacer por dentro, es­piritualmente. Desde la cumbre del Gólgota se ve mejor el cielo. Nosotras sentimos que llevamos su herencia. A través del amor; la compasión y la humildad, cambia nuestro corazón, está cam­biando el corazón de muchas mujeres soviéticas y está convirtiéndose en corazón ruso, corazón cristiano. Las autoridades soviéticas es precisa­mente a esto a lo que tienen miedo, a la transfor­mación espiritual. Por esto nos persiguen. Pero a nosotros nos está ocurriendo lo que pasó en Roma hace muchos siglos, y la sangre de los már­tires es semilla de nuevos cristianos. Esta es nues­tra revolución, y es una revolución radical, total, pero amorosa, dulcísima, es decir, femenina. Nues­tro ideal humano, "de hombre", es María, Madre de Dios. Ella era tan humilde y pura que el Señor vio en Ella la posibilidad de hacerse hombre y en­trando en Ella la hizo parecerse a Él.
El Club María ha perdido ahora sus jefes, se disolverá por sí mismo, pensarán riéndose en la KGB. Pero hay otras 20 en condiciones de sus­tituirnos a la cabeza del movimiento: tienen cora­je, firman todo con su propio nombre; pero de­trás de ellas hay cientos y cientos esparcidas por toda Rusia, que ahora manifiestan su propia ad­hesión con pseudónimos, pero que son conscien­tes de su misión de amar, a la cual no hay que po­ner límites. Tenemos contacto con mujeres en los campos de trabajo y esto antes no era posible; también ahora arriesgamos mucho, pero no tene­mos miedo. He tenido noticia de que algunas mujeres ancianas han muerto en los campos de trabajo. Las habían condenado a una pena de 30 años; sus nombres no los conozco; fueron encarceladas en la época de Stalin; las llamaban "monjitas" porque creían en Dios, Sin embargo, también a través de sus sacrificios llega la salva­ción, Rusia renace.

La política y la cultura
¿ Y el cambio social? ¿ Y las reformas? pregunta­réis vosotros. Ellas mueren mártires, y el meca­nismo que las ha matado permanece. Tengo que decir que esta observación abarca plenamente a algunas categorías de cristianos. No hablo sólo de los que viven el cristianismo "a gran altura", a los cuales la vida de abajo no les influye; ellos creen que lo tienen todo permitido y escupen sobre el mundo quedándose seguros a muchos metros de tierra. Hablo también de los de la "tercera vía", que van resbalando poco a poco en la indiferencia política. Yo misma hasta hace algunos años razo­naba así: una cosa es el Reino de Dios y otra el reino del César. Cierto, como dice Berdjaev, hay que sentirse más culpables que ofendidos -sólo Dios sabe cuánto he pecado yo-. Ahora, creo que hay que ocuparse de las víctimas pero también del verdugo. No hay que ser ciegos en el amor. Entre cristianos bien pocos tienen una actitud hostil hacia el poder; van desde la conmiseración hasta la ironía.
Ama a tu prójimo: la mayoría de las neófitas entiende este prójimo como el que está más cer­cano en el espacio. El padre Antonij Vorozbit había sido encerrado en un hospital psiquiátrico: muchísimos jóvenes creyentes se han movilizado: al fin ha sido liberado. Estos jóvenes se han porta­do de manera auténticamente cristiana. Pero aten­ción: es verdad que el amar a quien está lejos esconde la mayor parte de las veces una falta de honestidad. Pero amar a quien está cerca sig­nificativa también darse cuenta de que nuestro prójimo pertenece al mundo, que está asfixiado por ciertas relaciones sociales y por estructuras políticas. Hay que separar también en este campo la cizaña del trigo.
Si de política no entendemos muchas cosas como cristianos, no tenemos que hacer por esto un mito de nuestra incomprensión (y tampoco se puede seguir juzgando de oídas, o partiendo exclu­sivamente de nuestra experiencia personal). Oponer dialécticamente los dos reinos conduce a la indife­rencia política y, más a menudo, también a la ce­guera política; y de ahí a traicionar la verdad del cristianismo no hay más que un paso. No tenemos que repetir la experiencia de los círculos protestan­tes alemanes, que también compartían esta teoría de los dos Reinos y se llegaron a convertir en sier­vos del régimen hitleriano. Para ellos la cosa era indiferente, dado que despreciaban cualquier política... La indiferencia política hoy es más propia de un estoico que de un cristiano. En fin, hace tiem­po yo creía, meditando las Escrituras, que cual­quier autoridad, y por tanto la autoridad soviética, también venía de Díos. Ahora ya no lo creo. Ahora creo que viene del diablo.
Estas convicciones han madurado durante el seminario religioso teológico llamado "Círculo37". Lo hemos fundado hace 5 años mi marido y yo, un poeta religioso, del que luego -y ha sido una situación muy dolorosa- me he separado. Ha­bitábamos en una vivienda que tenía aquel núme­ro, el 37, y por eso también la revista clandestina que publicábamos llevaba este nombre. En este grupo, del cual yo era la directora antes de mi ex­pulsión, hay ortodoxos, musulmanes, hebreos, protestantes e incluso marxistas. ¿Por qué este grupo no era estrictamente de Iglesia? Yo creo mucho en la cultura, está unida fuertemente al cristianismo, lleva al hombre hacia una libertad absoluta, le lleva inevitablemente hacia Dios. La cultura libera la razón, conduciéndola a las pre­guntas últimas que sólo encuentran contestación en la religión. No aleja sino que conduce hacia Dios. Esta ha sido mi experiencia; por esto fundé aquel círculo.
Antes de contar mi vida, lo poco que pueda ser interesante, me paro un momento más en la cultura. El hombre de cultura es ante todo para mí el hombre de la forma, de la belleza, más allá de las emociones. Esta definición se debe a Hans Urs von Balthasar: es mi "teólogo": he traduci­do muchos libros suyos al ruso· Le quiero porque es el teólogo de la Encarnación de Cristo como Corazón del mundo, centro de todos los caminos de Dios. Al contrario, no logro acostumbrarme a Karl Rahner; con él Dios me parece lejano, abstracto. Henry de Lubac, por otro lado... ¡lo que daría por encontrarme con él!

La vida y la conversión
Yo por fin: he nacido en 1947 de una familia completamente atea. Tengo recuerdos muy oscu­ros de mi infancia, me castigaban por banalida­des. He crecido como muchos chicos soviéticos, sin ninguna educación. El Gulag comienza con la infancia. Todo está prohibido... , no debes... , no hagas... Por cualquier lado a donde vayas encuen­tras rejas, no puedes salir de ti mismo.
Con todo esto, estudié muchísimo; yo siem­pre era la primera de la clase. Comencé en la es­cuela de radiotécnica. Allí aprendía alemán, lo que para mí sería la ocasión de salir de la opre­sión. En aquel tiempo formaba parte del Komsomol, la organización de los jóvenes comunistas; era tan activa que durante dos años tuve el cargo de directora. Pero conocía el alemán: comencé a leer a los filósofos occidentales, en particular a Heidegger, Jaspers, Sartre, Kierkegaard, en resu­men, los existencialistas. Me inscribí en la facultad de filosofía, estudié bien y me doctoré con la máxima puntuación.
Sobre todo gracias a Heidegger me libré de los últimos restos de marxismo que todavía me queda­ban, me di cuenta de que nunca había sido marxis­ta de verdad y di una patada al carnet del parti­do. Esto me impidió acceder como profesor ad­junto a la universidad, a pesar de que mi tesis so­bre la muerte de Heidegger fue muy aplaudida. El temor a la muerte disminuyó mucho en mí: con el existencialismo había reducido la muerte a muy poca cosa, pero estaba todavía en búsqueda.
Un amigo me acompañó en los primeros pasos de la experiencia del yoga. Me ejercité en la meditación. Durante un año o algo más traté, a través de esta práctica, de construir un puente entre mi cuerpo y el espíritu. El espíritu, poco a poco, lle­gó a ser el centro de mi interés. Entonces llegué a un descubrimiento fundamental: debe existir en algún lado, en alguna profundidad del cosmos, en un ángulo inexplorado del alma, un Absoluto al que todo tiende. Así pasé del ateísmo a la religio­sidad, a un Dios, pero sin rostro, enigmático. A pesar de esto un día, hace 7 años, comencé a leer una oración que ya había escuchado alguna vez; esta oración era el Padre Nuestro. La religiosidad no podía quedarse sin oración, necesitaba de Él, que se mostrase, que revelase su rostro. Entonces tenía 26 años y seguía repitiendo en voz alta el Padre Nuestro. Después de haber repetido algunas veces esas palabras me sucedió algo, me sentí en­vuelta por un amor lleno de sabiduría y era casi una sensación física, algo que venía desde arriba. No sé encontrar las palabras. Desde aquel momen­to comprendí que no se trataba de un Ser infor­me, de una fuerza anónima, sino de un Dios personal, de un Padre. Tuve como una intuición, enten­dí -dentro de lo que puede entender un ser limi­tado- la Trinidad.
Después de esta revelación, esta conversión así, absolutamente gratuita al cristianismo, aún estaba fuera de la Iglesia. Tardé un año en darme cuenta de que la Iglesia era el organismo creado por el Señor en la tierra para nuestra salvación. Desde entonces, Ella, la Iglesia, es toda mi vida. Algunas veces me siento estéril, con una esterilidad espi­ritual, y no logro ni orar. Pero la oración a la Ma­dre de Dios es siempre posible, brota siempre, incluso desde el desierto de mi corazón. La invo­cación a María que cada día sube desde las iglesias de Rusia es la esperanza para todos nosotros. Nun­ca tuvo la Iglesia tiempos tan bellos, nunca tantos mártires, nunca tanta oración.

La iglesia ortodoxa
A pesar de esto, la Iglesia tiene también aparta­dos tristes, como es el caso de los obispos rusos, ligados al régimen, pero nunca nosotras, las del Club María, hemos tenido la tentación de fundar una Iglesia disidente. ¿Qué sentido tendría? Ter­minaría como aquella secta que nació de la Iglesia Ortodoxa después de la revolución, que se llama­ron los Renovadores y no han tenido ninguna im­portancia, porque los creyentes quedaron unidos en un mismo bloque.
¿Qué decir de los obispos? Nosotras compren­demos la situación en que se encuentran y no juz­gamos.
Oramos para que se mantengan a la altura de la misión que les ha sido asignada por Cristo. Hay que decir que aún obedeciendo las directrices de los soviéticos no se han desviado del dogma, no­sotras, mujeres creyentes, tratamos por nuestra parte de atraer a la gente hacia Cristo, dando tes­timonio del amor.
Las jóvenes, las mujeres, están en Rusia tremen­damente solas, llenas de remordimientos, porque cada mujer ha abortado entre las 8 y las 15 veces: es prácticamente imposible encontrar una persona de nuestro mismo sexo que no se haya manchado con este asesinato. Sí, para nosotras es asesinato. Nuestro movimiento lucha contra él, para defender a las mujeres que se reducen a trapos ya sea en lo físico o en la conciencia, desgarradas por el sentimiento de culpabilidad. Otras, en cambio, no sienten nada, simplemente no saben lo que hacen. El cuerpo ya no se considera sagrado y se vende como si fuera tabaco, con indiferencia. ¡Hasta es­te punto nos ha llevado la cultura soviética!.
Por otra parte, lo digo sinceramente, cada una de nosotras, del Club María, llevábamos sobre las espaldas -como cada buena soviética- un amplio currículum de revolución sexual. Todas hemos caí­do alguna vez; hemos aprendido de la caída y nos hemos recuperado. Hemos descubierto que es otro el ideal que da satisfacción, que en el mundo no es sólo bello el gozo carnal. En nuestro Club hay li­bertad: hay quien se casa y quien no. Sólo deci­mos que quien tiene menos sobre esta tierra está más libre para servir a Dios. Pero no existe una re­gla; la libertad es total.

Occidente

Aquí en Occidente he palpado lo que es la cri­sis, lo que significa ver á centenares de jóvenes estar a la merced del nihilismo y de la nostalgia. Por ejemplo, sobre una pared de la academia católica de Frankfurt, donde he estudiado duran­te este primer año transcurrido en Occidente, un día leí un cartel. Decía: "revolución o muerte". No se quién lo habría escrito, pero simbolizaba todo un estado de ánimo con sus ansias de muerte, con su terrible vacío, con su falta de arranque crea­tivo. ¿Por qué todo esto? Porque se ha perdido el sentido del verdadero drama de la vida humana, es decir, se ha reducido a un nivel estético o por el contrario se ha quedado en la dialéctica entre ri­cos y pobres, entre hambrientos y no hambrientos. Como si ese fuese el mal; como si el mal verdadero no tuviese raíces todavía mucho más profundas. El occidente muere de superficialidad, muere por haber invertido la jerarquía entre las cuestiones se­cundarias y las esenciales.
Cuando estudiaba en Leningrado y pasaba días enteros encima de los libros de Hegel o de Kant me hice una cierta idea sobre Alemania. Por eso cuan­do llegué a Occidente quise visitar ese país: pero no lo encontré, porque la idea que tenía en el al­ma era completamente diferente. La Alemania que he conocido no está tan lejana de la condición de­gradante a la que el comunismo ha reducido a mi Rusia: el mismo materialismo, la misma sordera ante la llamada de espíritu. Y hasta el mismo cris­tianismo, cuando lo encontrabas, estaba mezclado con ideologías, era irreconocible.
Para mí Europa está ausente. Es decir distraída. Siento nostalgia de ese puñado de mujeres que jun­to a mí buscaban y buscan sólo la verdad. Hoy desde Leningrado me llegan noticias de lo que es­tán soportando mis compañeras y rezo por ellas. Pido también vuestra oración: porque -aquí pen­saréis todos que es una cosa absurda- allá se sien­te cuando alguien está rezando por ti.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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