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Huellas N., Noviembre 1981

EDITORIAL

Descubrir el ritmo del misterio que opera en nosotros

Si se quiere comprender cuál es la concepción de la Iglesia que anima a un grupo, una comuni­dad o un movimiento, hoy día se tiende a consi­derar como reveladores sobre todo los aspectos de su intervención en los grandes problemas de la vida eclesial actual, las opiniones expresadas, las actividades de apoyo u oposición en relación a de­terminados temas que se consideran de fondo. To­do esto tiene evidentemente su valor, pero puede ocultar una mutilación, un dualismo en la com­prensión de la Iglesia que sólo se identifica cuando nos preguntamos por el nexo que une todas las posibles intervenciones y compromisos en la vida social y eclesial a los ritmos con los que la propia Iglesia vive su misterio en el mundo. En efecto, la liturgia es a nuestro juicio, un tema clave de funda­mental importancia para comprender el modo con que cualquier realidad de comunión cristiana vive y entiende la Iglesia.
Para nosotros la vida litúrgica es paradigma de la vida toda, ocasión de encuentro con la Presencia que salva al mundo y, si se acepta como tal, no puede ser vivida en un contexto que la relegue a momento de repliegue espiritual, quizá reconfor­tante pero no incidente en la vida y la personali­dad.
El hecho que nos une a todos los cristianos en cuanto pueblo de Dios es la pertenencia al misterio de la Iglesia. Ella es la fuente de nuestra personalidad, el determinante último de nuestra vocación. Por ello, para realizar un acto de vigilan­cia adecuado del camino que nos ha sido asignado a cada uno de nosotros, nuestra meditación debe seguir constantemente la palabra de la Iglesia en su momento típico: la liturgia.
En su sentido más amplio la liturgia es la huma­nidad sabedora de la adoración de Dios como su­premo significado de sí misma, y del trabajo co­mo alabanza del Señor.
El comienzo del año litúrgico debe por ello ser siempre ocasión de comienzo o recuperación de una vigilancia que dé a nuestra vida su rostro ver­dadero, que manifieste en nosotros una nueva criatura según la voluntad de Dios, en la obedien­cia al Padre. Cada uno debe corresponder y respon­der a Dios y a la llamada de la Iglesia según la gra­cia que le ha sido dada, según el "talento" que le ha sido confiado. Demos alguna indicación opera­tiva. La meditación de la liturgia es meditación de un discurso educativo: el de la Iglesia. Es tanto más válida, pues, cuanto mejor capta la palabra que la Iglesia quiere decirnos en cada momento del año. Por eso, si bien es cierto que esta o aque­lla frase del texto litúrgico puede impactarnos, debemos estar atentos para no reducir la riqueza de nuestra meditación a una selección de frases sueltas. Esta es una cuestión central. Es necesario que nos eduquemos en no meditar de este modo la palabra, porque cometeremos un error. O, más que un error, una disminución, una reducción en la valoración de la presencia de Dios entre nosotros. A menudo se opera dicha reducción: se trata la Biblia, que es la historia del misterio
de Dios en el mundo, como fuente de frases be­llas -justas y profundas- pero se olvida el con­texto, es decir, el verdadero discurso de Dios. Y así reducimos la Biblia a apoyatura de nuestros ideales morales. En vez de captar el discurso de Dios como el lenguaje nuevo que destruye nuestra sabiduría, convertimos Su palabra en apo­yo de esa sabiduría. Y eso cuando no se trata la Biblia en sentido acomodaticio, esto es, cuando la "frase" no se interpreta tal como resuena en nuestros oídos, los oídos de nuestra mentalidad, de nuestra cultura, en vez de tratar de adecuar nuestra mentalidad y nuestra cultura al significado, a la comunicación, al testimonio que emana de la frase.
Debemos acercarnos a los diversos pasajes de la liturgia como subrayados dialécticos de una única palabra. Debemos sintonizar con la vida de Cristo en la Iglesia. La liturgia es un discurso sin fin que nos arrastra en el flujo de la gracia de Dios, del misterio de Dios en el mundo.
La liturgia vivida constituye sencillamente el ca­mino de nuestra moralidad, entendiendo por mora­lidad la actitud justa, el comportamiento justo, "justo" frente al destino, actitud justa en el cami­no hacia el destino.
Que su seguimiento en el año que comienza se convierta en "raíz" de nuestra vida cristiana, raíz que de vida al árbol, a las flores, y a los frutos de nuestra compañía.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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