Resumimos aquí los comentarios que hizo D. Giussani en su última visita a España, a unas piezas de música clásica que le impresionaron en su juventud y con las cuales hace 25 años empezó a dar clase de religión en un instituto de Milán.
CHOPIN. PRELUDIOS.
Op.28 número 15 en Re bemol mayor.
"La gota de agua"
Cuando se oye esta breve pieza musical nos quedamos maravillados por su melodía.
Pero si oímos con más atención este preludio, nos damos cuenta de que el verdadero protagonista de la pieza no es la dulce melodía, sino una sola nota, baja, siempre igual que acompaña a toda la pieza.
A veces se siente lejana y, a veces, tan fuerte que llega hasta ocultar la melodía. Cuando empezamos a atender a esta nota, ésta llega a convertirse en una obsesión.
Hacia el final la melodía del primer plano se hace fuerte y borra la nota. La melodía por fin posee todo el campo. Pero, después de unos segundos, la nota vuelve y acaba el Preludio.
Todos nosotros vivimos la melodía de las apariencias. La nota representa la sed de felicidad, que está por debajo de las apariencias y es el tema permanente.
Uno que no ha entrado en el tema de la vida se deja llevar por las apariencias, pero cuando descubre que el tema de la vida es la sed de felicidad, todas las apariencias se hacen frágiles, angostas. Incluso cuando las apariencias borran esa sed, duran poco porque lo permanente vuelve a retomar el final.
L. Van BEETHOVEN: CONCIERTO PARA VIOLÍN Y ORQUESTA OP. 61.
Es un diálogo entre el violín y la orquesta, entre el individuo y la compañía. La compañía toca el tema verdadero de la vida, el Destino, y le recuerda al individuo, porque es normal que él solo, aislado, lo olvide. El violín a veces une su melodía a la de la orquesta, pero a veces se marcha por sus propios caminos.
En un cierto momento la compañía lo recupera, pero luego el individuo vuelve a huir.
En esa huida el violín vive pasajes llenos de desesperación, de soledad. Pero cuando una vez más la orquesta vuelve a recuperarlo, hay una armonización en que el violín se deja recoger por la orquesta y juntos con más fuerza tocan y construyen la melodía fundamental: "el tema".
L. Van BEETHOVEN: SINFONIA NUMERO 7.
El primero, el tercero y el cuarto tiempo son como la descripción de una fiesta nupcial.
El primero nos permite imaginar a una gente bailando, despreocupada. Pero hay un hombre que es distinto de los demás, porque en un momento es atrapado por un sentido de vacío. Se va fuera y mira por la ventana la fiesta. Allí siente la tristeza del límite. Es el segundo tiempo, un pasaje tristísimo, con una melodía muy melancólica que domina la música. La música representa la mirada del espectador.
La melodía representa la sed de felicidad, aquella nostalgia que es el signo de que el hombre es relación con el infinito. "Tristeza divina sin la cual no existe hombre", afirmaba Dostoyevski. Cuando hay una tristeza que hace que desaparezcan las ganas de hacer cosas, ésta es desesperación. Por el contrario una verdadera amistad despierta una tristeza que te empuja a vivir, a cambiar la persona y el mundo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón