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Huellas N.7, Julio/Agosto 1981

MEMORIA

Cervantes: La ridiculez y la gracia

H.U. von Balthasar

Una guía para la lectura del Quijote

Presentamos un comentario sobre Cer­vantes, de Hans Urs von Balthasar, extraí­do de su obra en curso de traducción al cas­tellano. "Gloria: una estética teológica". Nos parece una buena mano de la que en­trar acompañados a una lectura fundamen­tal en la historia de la cultura.

De la imperecedera obra maestra de Cervantes (1), vida repleta de la más abigarrada fabulación, no hay que deducir fórmula ni tesis alguna. Lleno de perspectivas, como todo lo que realmente está cargado de puro humor, este cosmos está conscien­temente abierto a muchas significaciones. La luz ilu­mina cada piso de manera diferente. Sin embargo, es clara la coordinación de lo inferior y lo superior. Allí, la ridiculez y lo burlesco no querido; aquí, la luz de la gracia que cae desde lo más alto de la re­velación del amor cristiano, saltando por encima de todas las significaciones intermedias, incluidas las posibles "filosóficas": Don Quijote y Sancho Panza como lo ideal y lo real, la trágica irrealidad del ideal (Dulcinea del Toboso) y con ello lo ilu­sorio de toda gran existencia humana... Hay que dejar clara en primer lugar la intención patente del poeta, continuamente expresada: burlarse de la ideología del hacer caballeresco cristiano heroi­co-galante, de ese camino utópico, fabulesco-esca­tológico, que como tras cien epopeyas y nove­las también preocupó al Parsifal. La analogía de la lucha mundana vivida por el caballero cristiano en armas con la lucha ultramundana de lo sagrado respecto al reino de Dios, en tanto existencia seria­mente buscada, se le aparece al autor como la pura locura totalmente anticuada, pese a lo cual sabe a la vez y conscientemente que tal existencia anti­cuada es vivida justamente por sus héroes cual in­mortal locura. Un viajero dice al caballero: "¡Ben­dito sea el Cielo!, que con esa historia, que vuestra merced dice que está impresa, de sus altas y ver­daderas caballerías, se habrán puesto en olvido las innumerables de los fingidos caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas costumbres y tan en perjuicio y descrédi­to de las buenas historias" (2). "Yo apostaré -dijo Sancho-que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón, o tienda de bar­bero, donde no ande pintada la historia de nues­tras hazañas" (3). "Porque es tan clara... y final­mente es tan trillada y leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún ro­cín flaco, cuando dicen: 'Allí va Rocinante' ... Finalmente, la tal historia es del más gustoso y me­nos perjudicial entretenimiento que hasta ahora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por semejanza, una palabra deshonesta ni un pen­samiento menos que católico" (4). Como en otras épocas cristianas, también aquí se creó un mito: El mito alegre de la ridiculez del cristiano que lu­cha caballerescamente por el reino de Dios. En mo­do alguno ha de ser el Quijote un transparente para Cristo mismo; pero si hay también en la novela co­mo antitema artístico un múltiple desvarío pura­mente humano, sobre todo del Eros repudiado -el frenético Cardenio (5), Anselmo en la novela de disparatada indiscreción ( 6), Eugenio y Leandra (7), Basilio (8)-, este desvarío diario, motivado por acontecimientos nimios, está completamente subsumido en la locura predominante de Don Qui­jote, la cual no está en absoluto fundada "psicoló­gicamente", sino, en sustancia, "ideológicamente". Su locura es la resultante del abismo existente en­tre la "idealidad" de la gracia redentora de Dios en Cristo y la "realidad" de las acciones terrenas, mutables en este mundo, de los cristianos; el abis­mo que Don Quijote ve superado en su "ingenua" fe y en su benévolo actuar está abierto, ridícula­mente visible para todos, habida cuenta de su des­tino y de su (des) éxito(*). Don Quijote resulta ser así el verdadero patrono de la acción católica; más aún, él es un pedazo de dogmática, descuida­do por los teólogos católicos, que, desde la pers­pectiva católica, sólo con y a través del humor puede concebirse, mientras que Lutero la intentó expresar trágicamente en la dialéctica de la con­tradicción de la "sola fides" y del "a la vez justo y pecador".
Don Quijote es ingenuo: "Digo que no tiene na­da de bellaco; antes tiene un alma como un cánta­ro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sen­cillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que ha­ga", dice Sancho (9). Predica y realiza continua­mente el amor al enemigo (10), le reprocha a San­cho ser mal cristiano, "porque nunca olvidas la in­juria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niñerías" (11), predica el amor universal, da siem­pre por sentado lo mejor (12), y recomienda a San­cho; para el caso de su acceso al gobierno de la ín­sula en su calidad de caballero, una continua amis­tad paciente, tener compasión con los acusados así como con las lágrimas de los pobres (13), y además no realizar nada en propio provecho. El entiende su hidalguía como un puro servicio a Dios (14) y como una respuesta de fe a la llama­da de Dios y a su apostolado (15). Este le exige a él, último caballero del "Orden severo" (16) de la caballería, "favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos" (17), "tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantán­dome acullá... socorriendo viudas, amparando don­cellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos" (18). Y así, "a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresores que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angus­tia, por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles como a menesterosos" (19). Y si "los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al Cielo el bien de la tierra", sin embargo "los soldados y los caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros bra­zos y los filos de nuestras espadas, no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puesto por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados yelos del invierno. Así que somos minis­tros de Dios en la Tierra, y brazos por quien se eje­cuta en ella su justicia" (20).
Don Quijote añade humildemente que él no quiere con eso decir que la profesión del andante caballero sea tan virtuosa y servicial como la del monje: "sólo quiero inferir, por lo que yo padez­co, que, sin duda, es más trabajoso y más aporrea­do y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso" (21). Cuando, luego de abandonar el castillo del duque donde tan cruelmente había sido burlado, se topa con campesinos que trans­portan imágenes de santos para un retablo, las to­ma respetuosamente por sus inalcanzables prototipos: Jorge con la serpiente, "uno de los mejores caballeros andantes que tuvo la milicia divina", Martín puesto a caballo que partía la capa con el pobre ("le da la mitad, y sin duda debía de ser en­tonces invierno; que si no, él se la diera toda, se­gún era de caritativo"), Diego Matamoros, y el Pa?blo caído del caballo.
"Estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, por­que el cielo padece fuerza, y yo hasta ahora no sé lo que conquistó a fuerza de mis trabajos". Em­pero, " el discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el Cielo" (22). Esos cuatro santos, por tanto, concilian, vistos des­de fuera, el abismo existente entre la caballería espiritual y la mundana, si bien permanece el que hay entre la santa y la pecadora. Sancho asevera candorosamente; "que nos demos a ser santos y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos"... "más alcanzan con Dios dos doce­nas de disciplinas que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a vestiglos o endriagos". A lo cual Don Quijote responde: "Todo eso es así; pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cie­lo: religión es la caballería, caballeros santos hay en la gloria" (23).
El mismo se entiende a sí mismo como un "pa­cificador" -y en este sentido sostiene un discurso antimilitarista (24)-, como el restaurador (en la medida de sus fuerzas) de la época dorada (como él mismo aclara en un maravilloso discurso a los cabreros), él, el último "caballero puro", compara­do con los cortesanos de su época (25). Él solo hu­biera entrado en liza contra el Islam (26) -muy semejante en esto a la Marie de Sept Epés de Clau­del (27)-, del mismo modo que él solo arremetió contra los leones del circo, que naturalmente re­chazaron la lucha (28). La consecuencia de todo esto es simplemente que las cosas con frecuencia empeoran con su intervención: el apaleado Andrés pasa a ser luego más duramente golpeado, de mo­do que va al hospital y a Don Quijote implora no le vuelva a ayudar más (29), en el rebaño de carne­ros hace una auténtica masacre (30), los presos de galeras liberados expresan su agradecimiento a pedradas (31) y le ponen en conflicto con la "San­ a Hermandad" (32). "Yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero donde to­men la mira y asienten las flechas de la mala fortu­na" (33). "Mira, Sancho, dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida" (34), y así le ocurrió también a Alejandro y César, Hér­cules y Don Galaor, el hermano de Amadís. Pero para el caballero cristiano "la senda de la virtud es muy estrecha" (35), incluso "la más estrecha" (36). Este superlativo corresponde exactamente -lo que no sabe Don Quijote- a la ridiculez, a cu­yo logro colaboran su plan, su incapacidad y la dis­posición a las bromas pesadas en su entorno.
Ignacio, que también en su época se dejó lle­nar la cabeza de novelas de caballería, conservando su propia biografía un par de rasgos aún expresivos de las mismas, hace frente a la muerte en una pere­grinación solitaria desde Génova a Bolonia, con una gran extenuación; cuando puso su pie en un pequeño puentecilla de madera, cayó en un foso lleno de fango y cosechó al salir de él una gran bur­la de los circunstantes (37). Tales son las cosas que, una tras otra, le ocurren a Don Quijote. Cuan­do baja del caballo ante el duque cae cuan largo es mientras Sancho no acierta a tenerle el estribo (38), en la jubilosa entrada a Barcelona se encabri­tan Rocinante y el rucio, a quienes los muchachos les pusieron sendos manojos de aliagas en la cola, dando con sus dueños en tierra (39). Así ocurre continuamente en grandes momentos, por no ha­blar de tantos apaleamientos, manteos, cuchilla­das ( 40), prescindiendo también de los altercados imprevistos con los foros bravos acampados (41) y con los sucios puercos (42), de tal modo que el caballero puede decir a su escudero, citando expre­samente una frase de la gran Teresa, "Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comien­do" (43). Mientras la primera parte concluye para el caballero con una gran decepción, apresado vivo y conducido a casa de nuevo, enjaulado en una ca­rreta de bueyes, la segunda prosigue, en general más sutil y cruelmente, con lo acontecido en el palacio del duque, donde Don Quijote y Sancho, bajo apariencia de los mayores honores, son obje­to inagotable de bromas pesadas y de chanzas, respecto de las cuales se mueren de risa la pare­ja de duques y su corte. Reprendido por loco por un cura, el caballero le replica suavemente: ¿Hay derecho a reprenderme tan ásperamente ante to­do el mundo, y "sin tener conocimiento del pe­cado que se reprende, llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto? ... Mis intenciones siem­pre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entien­de, si el que esto obra, si el que de esto trata me­rece ser llamado bobo, díganlo vuestras grande­zas" (44). Y así se hace eco de quien asegura que "tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos" (45). Así, un castellano di­ce al Quijote, que ignora que va con un rótulo en sus espaldas por Barcelona: "Tienes propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan" (46).
¿Para qué, pues, tantas fatigas, que el héroe soporta "con tanto silencio y tanta ciencia" (47), para servir a todo caballero "de ejemplo y dechado en los venideros siglos"? (48). Porque él lleva en sí un ideal, personificado en la maravillosa y nunca vista doncella (49) y señora Dulcinea, a la que se ha consagrado y a la que ama, como corresponde a un caballero puro, la cual doncella es para él "ex­tremo de toda hermosura" (50), "sobrehumana" (51), de forma que puede dirigir su oración a ella (52), en quien cree, según se la ha imaginado ("píntola en mi imaginación como deseo") (53), y por cuya máxima glorificación todo lo empren­de (54). Ante quien sospecha que ella sea "una Da­ma imaginada" responde el caballero terminante­mente: "Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mun­do, o si es fantástica, o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de lle­var hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama" (55). Mientras tanto, naturalmente, ella está encantada bajo forma de campesina odio­sa y maloliente, y Sancho no puede hacerla visible al caballero de otro modo que en su "abajamien­to" (56). Pero a ella la sirve Don Quijote por su propia naturaleza: "con esa manera de amor, dijo Sancho, he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva es­peranza de gloria o temor de pena" (57): He ahí la teoría del amor puro en boca de Sancho Panza, aplicada al caballero de la triste figura. Empero, Don Quijote aguarda un desencanto escatológico -"y cuando menos nos pensemos la habemos de ver en su propia figura" (58)-. Al terreno de la farsa pertenece el que Sancho se propine volunta­riamente tres mil trescientos azotes para lograr su desencantamiento por causa de su "carne capaz de operar maravillas" (59), aunque en realidad sólo azota a un árbol; finalmente, y visto que el caba­llero fuera vencido en duelo viéndose obligados a tornar a casa, se extingue lentamente la esperanza, por culpa del golpe dañino, y desaparece en lo inaprehensible (60).
Sólo la consecuencia es ver­dadera, "acometer a cada paso lo imposible" (61), y la decisión noble permanece: "hice lo que pude" (62).
Con toda claridad se le aparecían al caballero las cosas de la tierra; sólo él las conocía según su verdadero valor (63), sólo él sabe quienes "son en verdad" (64) los aquí reunidos señoras y señores. Y así, sabe él de sus propias honras, "que las sé mejor que cuantos caballeros las profesan en el mundo"(65). Por lo demás, las viejas epopeyas y novelas no las han escrito los héroes "pintándolas ni describiéndolas como fueron, sino como ha­bían de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes" (66). Pero si alguien du­da de estos ideales no considerándolos históricos, Don Quijote les replica: él los conoce, él los porta consigo (67), y ello hasta tal extremo, que "estoy por decir que con mis propios ojos veía a Amadís de Gaula" (68). Esto significa que él es propiamente su prototipo, que, incluso en esta época pobre en el espíritu de la caballería, a todos ellos los representa y sobrevive. Casi tanto como para decir que su locura es la penitencia respecto de todo lo que en el viejo espíritu caballeresco era locura inconsciente, y su razón la superioridad res­pecto de todo. Si en la primera parte de El Quijo­te predominan las acciones aparentemente enlo­quecidas, en la segunda nos muestra el autor ca­da vez más la interna razón sobrenatural de su acción, hasta el extremo de que finalmente, tras la derrota definitiva, toda la locura cae sin lucha cual si de un tejido ingrávido se tratase. La locu­ra de Don Quijote es "locura sistemática, si es que en locura puede haber un sistema" (69), en un sentido mucho más profundo que el desvarío de Hamlet, que tiene método. Puede, en efecto, uno preguntarse: "¿cuál es más loco, el que lo es por poder menos, o el que lo es por su voluntad?" (70). Quienes le acompañan, caen por ello también en "admiración" (zaumatsein), por cuanto su ra­zón es tan loca y su locura tan llena de sentido (71). Hay muchas investigaciones sobre cómo am­bas se relacionan entre sí en Don Quijote. En todo caso, él es un "loco noble", un "entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos" (72), un loco finamen­te formado (73). Cuando enseñó a Sancho doctri­nas sabias "puso su discreción y su locura en un le­vantado punto" (74). Don Quijote es el represen­tante de toda la caballería, y así entre sus deberes está el hacer suya también la locura de un "Or­lando furioso", cuya furia y "penitencias" desea imitar o más aún realizar para hoy (75), y cierta­mente a partir de la pura grandeza de su corazón: "El toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que, si en seco hago esto, ¿qué hi­ciera en mojado?" (76).
¡Cuán de cerca puede censurar Cervantes, a partir de la vieja novela caballeresca, todas esas tonterías de la moderna moda y de la poesía pastoril, esa locura inofensiva y sin embargo a menudo no menos trágica, que atraviesa a toda la novela, y que a Don Quijote ensimisma continuamente en sus aventuras! Esa enfermedad, que recorre toda Europa desde el Renacimiento hasta la Revolu­ción, es tratada aquí globalmente, y respecto a su ideal de belleza, de forma cómico-indulgente, y sin embargo con remedios serios más que con pafios ca­lientes: Cervantes y Don Quijote están por encima de esas blandengues imitaciones de los alejandri­nos, lo mismo que Virgilio lo estuvo en las Geórgi­cas. Todo el ideal de belleza de la bucólica idílica, erótica y trágica pastoril es analizado con mensura­da ponderación, valorado, pero en sí mismo consi­derado demasiado ligero.
El tema principal, al que Sancho Panza no ofre­ce realmente un contrapeso dialéctico, sino real­mente una globalización (pues también en él es la ingenuidad el rasgo principal (77) es la virtud de Don Quijote: El mismo muestra cómo la vida ca­balleresca es la integración de todas las cristianas virtudes (78); vive su auténtica y dura pobreza (que se le aparece ante los ojos de una forma tan crasa en el tan deslumbrante castillo de los duques (79)); vive su castidad sin merma, que no logran quebrar diversas proposiciones, siempre en vano (80); vive en una obediencia plena respecto de sus ideales llenos de aspiraciones, que le abaten y casi le consumen. Predica contra la manía pendenciera y la inutilidad de portar armas, mostrándose en favor del amor al enemigo, que sólo es un manda­miento dificultoso "para aquellos que tienen me­nos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu" (81); sabe reconocer la grandeza de corazón incluso en la moral picaresca del cabecilla de ladrones Roque, lo cual no le impide dirigir una plática a su cuadrilla respecto a lo peligroso que pa­ra su cuerpo y su alma es el modo de vida que lle­van (82). Proclama en el lecho de muerte: "¡Ben­dito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin: sus misericordias no tienen lími­te, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres" (83). Resumiendo: Don Quijote es un cristiano tanto mejor cuanto que él subjetivamente no tiene ninguna aspiración a la santidad , y obje­tivamente sus ridículas acciones no pueden ser re­feridas en ningún instante y bajo ningún sentido a la seria acción de Dios y de Jesucristo. Don Qui­jote sabe de la absoluta distancia que existe entre Dios y el hombre, entre Cristo y la Iglesia (en cuanto que él, Don Quijote, forma parte de ella); quiere en efecto cristianamente el bien, y nada más que eso, y si embargo debe hacer decididamente aparecer todo su comportamiento caballeresco co­mo una locura: "ya conozco mi necesidad... ya, por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia ... " (84). Justamente de este modo su exis­tencia pasa a ser un monumento permanente de existencia cristiana y un reflejo de la excelencia de Dios.

Traducción: Carlos Díaz


(1) Sobre el significado y el nacimiento del Quijote, véa­se Menéndez y Pelayo, "Cultura literaria de Cervan­tes y elaboración del Quijote", en Estudios de crí­tica literaria, 4 series, Madrid, 1905. También el comentario filosófico de M. de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho.
(2) 1116.- (3) II 71.-(4) II 3
(5) I2 3 ss: Cardenio solamente tiene momentos de tinie­blas, en tanto que él es razonable.
(6) I 33: "y aún estoy por dejarte en tu desatino" le di­ce su amigo Lotario.
(7) I 5 1.- 1 19 (8) 11 19
(*) En alemán (Miss) Erfolg, que malamente puede tra­ducirse en castellano como (des) éxito, y que me­jor quedaría como (fracaso) Exito, lo que en cual­quier caso no se entiende bien. Expresión, en todo caso, intraducible (N. del T).
(9) II 13
(10) Cfr. ya el prólogo del autor, en el que habla expresa­mente "de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo".
(11) I 21. Sancho dirá más tarde a su Señor: "No hay pa­ra qué, señor, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios".
(12) Cfr. 117.-(13) 1142.-(14) Ibidem.
(15) Luego de la aventura con el rebaño de carneros afir­ma: "que Dios , que es proveedor de todas las cosas no, nos ha de faltar, y más andando tan en su servi­cio como andamos", (I 18). "Que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura (-lo que en absoluto era verdad, pues el ruido procede tan solo de ruedas de molino-) tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu tristeza" (1 20). Don Quijote es "enviado a la tierra" (128).
(16)13.-(17) II 27.-(18) II 16. Semejantes parágrafos en I 1,12,114,etc.
(19) I 30.-(20) I13.-. (21) I 13.-(22) II58.-(23) II8.
(24) I 37. Cfr. también sus opiniones sobre las armas de fuego que hacen imposible la acción caballeresca en I 38.
(25) I 11, tema sobre el que vuelve, muy a menudo: I 20.
(26) 11 64: "En verdad que estoy por decir que me holga­ra que hubiera sucedido todo al revés, porque me obligara a pasar en Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no sólo a don Gregario, si­no a cuantos cristianos cautivos hay en Berbería" (11 65 ).
(27) Der Seidene Schuh 4 Tag, 3 und Szene (O. Miiler, Salzburg).
(28) II 17.-(29) I 4, I 31.-(30) I 18.-(31) I22.-(32) I 45.- (33) 11 10.- (34) II 2.-(35) II 6.-(36) II 18.­(37) Sobre los peregrinos, nr. 91.- 938) II 30.-(39) II 61.-(40) 14; II 11; I 22; I 24; II 27; II 48.-(41) II 58 (42) II 68.- (43) II 59.- (44) II 32.- (45) II 70.-(46) II 62.-(47) I 47.- (48) Ibídem.-(49) II 59.-(50) I43 (51) I 13.- (52) II 22.- (53) I 25.
(54) "pues verá que todo redunda en aumento de su gloria y fama" (I 31).
(55) II 32.- (56) II 16.-(57) I 31.-(58) II 33.-(59) II 71. Su fuerza es gratis data.-(60) II 73.- (61) II 17
(62) II 66.
(63) Así reconoce la barata bacía de barbero como lo que es: el yelmo de Mambrino hecho del más fino oro (I 21); y "como ven que no es más que un bacín de barbero, no se curan de procurarle" (I 25)
64) I 37.-(65) 1 25.- (66) I 25.-(67) II 1; cfr, 149.
(68) II 1.- (69) I SO.- (70) II 15.- (71) II 16.-(72) II 18.-(73) II 59; cfr. II 33; II 34.
(74) II 43. "Dejando a don Juan y a don Jerónimo admi­rados de ver la mezcla que había hecho de su discre­ción y de su locura", II 59.
(75) I 25.-(76) I 25.
(77) "Uno de los más solemnes mentecatos de nuestros siglos" (II 7); él mismo habla de la gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca artificiosa" (II 8 ); "Señor mío, yo confieso que para ser del to­do asno ne me falta más de la cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me que­den de mi vida" (II 28). La duquesa "se admiraba de que la simplicidad de Sancho fuese tanta, que hubie­ra venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mismo el encantador y el embustero de aquel nego­cio" (II 34), "tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento" (II 32).
(78) II18
(79) "Aquí exclamó Benengeli, y escribiendo dijo: 'Oh, pobreza, pobreza! ¡No sé yo con qué razón se mo­vió aquel gran poeta cordobés a llamarte Dádiva santa desagradecida!' Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fe, obediencia, y pobreza; pe­ro, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: 'Tened todas las cosas como si no las tuviésedes'; y a esto llaman pobreza de espí­ritu; pero tú, según da pobreza... " (II 32 ), la real, la que hace reír de los pobres, ésa es la digna de admira­ción.
(80) Don Quijote se muestra avergonzado (II 30, II 48); cfr. la escena del baile (II 62) y la última escena de tentación con Altisidora (II 7 O).
(81) II 27.-(82) II 60.-(83) II 24.-(84) Ibídem.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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