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Huellas N.7, Julio/Agosto 1981

PRESENCIA

"Sin libertad se puede enseñar, pero no educar"

Jesús Carrascosa

El debate sobre la enseñanza

Para nosotros la cultura no es un tema de poco, sino una de las dimensiones más importantes de la persona y de los pueblos. Esta sensibilidad es la que nos hace saltar ya a la palestra, desde los primeros balbuceos de nuestra revista, en el gran debate sobre la libertad de enseñanza, o me­jor, de educación.
El presente artículo no pretende añadir ni re­sumir las principales cifras y datos que normal­mente se barajan en el debate de la enseñanza, si­no profundizar más bien en los principios y valo­res que están en juego, porque si éstos son ciertos y válidos habrá que defenderlos a toda costa. Si la libertad es un valor indispensable para mi reali­zación tendré que defenderla a pesar de que las cifras y datos jueguen a favor de mis adversarios; éstos pueden condicionar la estrategia y táctica a emplear, pero nunca la renuncia a mi libertad. He aquí la importancia de los principios en una so­ciedad sin principios.
Urge, en primer lugar, centrar el tema, y esto difícilmente se puede hacer sin dejar claras de en­trada dos cosas: qué es la enseñanza, o mejor, la educación cultural y si es posible sin libertad.

l. ¿Qué es la enseñanza? Enseñanza, cultura y educación
Hoy se habla más de enseñanza (la enseñanza, colegio de enseñanza de esto o de lo otro, profesionales de la enseñanza ... ) que de educación y cul­turización. ¿Qué es la enseñanza? Transmitir saberes, conocimientos. Ciertamente, si sólo se tra­tara de eso, y por desgracia esto es lo que más abunda, los profesionales de esta enseñanza jue­gan en desventaja con los medios audiovisuales, pues esta limitada función la puede desempeñar mucho mejor un video o un casette, con la ven­taja de que el alumno se lo puede hacer repetir todas las veces que quiera sin que se canse ni en­fade. Tal vez esta visión alicorta ha hecho poco atrayente nuestra profesión (a mí me sigue gus­tando más aquello de vocación) y ha facilitado el intrusismo de gentes que trabajan en ella co­mo último recurso por no haber encontrado otro trabajo. Que esto suceda, pase; pero que se idealice, no tiene nombre.
Si yo trabajo en un colegio y vivo apasiona­damente esta profesión-vocación es porque he des­cubierto que consiste en algo más que en trans­mitir unos saberes. La palabra cultura, como bien dice su etimología, indica el cultivo de lo humano en el hombre, el cuidado para que la humanidad que encierra cada persona (niño, adolescente, joven o adulto) se pueda desarro­llar hasta el máximo de sus posibilidades. Y el hombre no sólo es entendimiento capaz de sa­beres, porque también es voluntad y carácter que hay que ayudar a conocer y encauzar, y es sen­timiento que cada cual tiene que aprender a orien­tar; el hombre es sociabilidad que hay que desple­gar, pero también capacidad de percepción esté­tica, de verdad, de bondad, de libertad, de amor que se pueden lograr o malograr. El resultado se­rá una persona realizada que se incorpora a los egoístas, a los solidarios o que fluctúa pendular­mente entre ambos. Por eso a mí no me gusta la palabra enseñante (pienso que nos encoge, nos achica) y prefiero aspirar a ser un educador, uno que conduce, sacando a la luz, cultivando toda esa potencialidad que encierra cada persona, con paciencia de agricultor (cultivador de campos) si cabe mayor, porque la tierra que nosotros cultivamos se llama libertad del individuo y tie­nes que saber esperar, respetar, comprender, san­cionar, estimular y siempre ayudar. El educador, el cultivador, no puede ser uno que repite leccio­nes mecánicamente como un disco, sino que nece­sita tener cada día los ojos bien abiertos para captar la situación de sus alumnos y comprender el momento que atraviesan, y un corazón grande para amarlos. Sin estas dos condiciones esa tierra llamada libertad permanecerá cerrada y hostil a recibir nada. El educador transmite unos valores que son lo mejor de sí mismo y que el alumno recibe y conserva mientras resistan la prueba de que le valen para la vida.
Por esto, en mi opinión, no existe ni enseñanza neutral ni educación neutral, porque la posición neutralista (enseñar, transmitir únicamente saberes, conocimientos y no valores, cosmovisión) constituye una falsedad ideológica, generalmente defendida por quienes tienen una visión positivis­ta de la vida (egoísta, individualista), pero defen­dida tácticamente también por quienes hoy tie­nen una posición minoritaria para imponer sus ideas, y sirviéndose del neutralismo pretenden des­mantelar la escuela de tradición católica.
No existe educación neutral ni siquiera enseñan­za neutral; sí, en cambio, educación y enseñanza li­beral, positivista, marxista, ácrata, radical o religio­sa. Existe también la escuela pluralista en la que el profesor de historia puede que sea marxista, el de filosofía nihilista, los de ciencias agnósticos, el de matemáticas positivista y hasta puede que el cura que da la religión enseñe más sexología, psico­logía, o ciencias del comportamiento que teolo­gía cristiana. Excuso decir el cacao mental que pueden sacar los alumnos de esta situación. Para mí los frutos de la escuela llamada pluralista o neutra son dos: escepticismo o pasotismo en la ma­yoría y una minoría fanática, porque el joven nor­malmente necesita un ideal por el que luchar y, en esta situación tan precaria que le ofrecemos los adultos, fácilmente deriva hacia la absolutización de algo parcial, pero que de momento moviliza su generosidad. Clarificada la diferencia entre educa­r y enseñar, y la pluralidad de posibilidades exis­tentes en la educación nos planteamos el problema de la libertad.

2.No es posible educar sin libertad.
Conviene dejar claro también que el debate so­bre la libertad de enseñanza es cultural, pero sobre todo político, es decir, que en él se manifiesta la lucha por el poder por parte de las diversas fuerzas políticas. Esto significa que en muchos casos los argumentos obedecen más a consideraciones tácticas en orden a obtener las necesarias alianzas, simpatías y apoyos electorales o parlamentarios que a reales posiciones de fondo, derivadas de convic­ciones arraigadas en una identidad cultural.
Ante este panorama veamos algunas posiciones respecto a la libertad de educación: los estatalis­tas teóricos, los estatalistas prácticos y los partida­rios de una enseñanza que garantice a nivel prácti­co la libertad de educación.
Los estatalistas teóricos son los partidarios de la escuela única estatal y a ser posible con texto úni­co. Es evidente que quien controle el aparato del Estado controla la mente de los ciudadanos a tra­vés de los planes de estudio, de los libros de texto y de los profesores de consigna. Esta posición abiertamente formulada apenas se encuentra, pues si hoy da corte defender la economía de Estado, eliminando la libre concurrencia y la economía de mercado, defender la estatalización de la enseñan­za a este nivel produce rubor. Sin embargo, sigue presente en la mente de bastantes y no hay que ol­vidar que vivimos en una sociedad sin principios y que, por tanto, todo es posible: ¿no hay socieda­des que prohíben el suicidio y permiten la legali­zación o incluso la liberalización del aborto? ¿No hay sociedades que sancionan el maltratar a los animales y luego no reparan ante la tortura?
Los estatalistas prácticos son los que defien­den teóricamente el principio de libertad de edu­cación, de creación de escuelas, etc., pero niegan los medios necesarios para crearlas, reservando la financiación pública para las escuelas del Estado (y sus controladores), como si el Estado fuera una parcela privada de algunos ciudadanos. En este punto hay que afirmar que el dinero del Estado proveniente de todos los españoles es para todos los españoles. Evidentemente este es un tema que profundizaremos en otra ocasión, pero bástenos por el momento indicar aquí que en el fondo de esta posición se esconde un ánimo absolutista, an­tidemocrático, contrario a la libertad.
Nosotros somos partidarios de que toda escuela sea financiada por el Estado aunque esté gestiona­da por particulares, siempre que reúna condicio­nes de idoneidad, iguales para todos los ciudada­nos. El Estado reparte sus fondos dedicados a la enseñanza entre todas las escuelas ( de iniciativa pública y privada), puesto que todas cumplen el mismo fin y resuelven el mismo problema: educar a los ciudadanos. De este modo, si un grupo mar­xista quiere abrir un colegio y hay padres que quie­ren que sus hijos sean educados en él, y cumplen las condiciones de idoneidad, el Estado financiará su escuela y si un padre prefiere llevar a su hijo a un centro cuyo ideario sea pluralista, porque no le importa que el profesor de Filosofía enseñe ateísmo, o el de Historia positivismo, etc., nada te­nemos que objetar. Pero si yo quiero que mi hijo reciba una formación cristiana buscaré un centro de ideario cristiano y procuraré, además, que el profesorado se ajuste a dicho ideario.
Sin esto caeremos en el estatalismo declarado o encubierto, convertiremos la enseñanza en un cam­po permanente de lucha por el poder y no tendre­mos verdadera libertad para tomar iniciativas en el respeto de los demás. Y sin libertad se puede do­mesticar, lavar cerebros o comer cocos -como se dice ahora-, pero no educar, pues esto sólo pue­de surgir en una tierra o mejor en un corazón abierto llamado libertad.

3. Responsabilidad de los cristianos con nuestras escuelas
No quiero remontarme a los orígenes de la es­cuela y de las universidades, nacidas del seno de la Iglesia a pesar de las acusaciones de oscurantis­mo que se nos hacen. Muchas de las órdenes y congregaciones religiosas, dedicadas a la enseñan­za, fueron fundadas por santos que intuyeron la importancia de la cultura en general y de la cultura cristiana en particular para conseguir una persona y una sociedad más humanas. Urge que los centros católicos de enseñanza sean verdaderamente católi­cos, por los valores que en ellos se transmiten, por el testimonio que los profesores irradian, por las relaciones que se viven a todos los niveles (alum­nos-profesores-padres-empleados), por el cultivo que se hace de la humanidad de nuestros alumnos, por la coherencia y la trabazón de todo lo que en ellos se enseña. No basta que todo quede reducido a una clase de religión ( ¡y qué estamos haciendo tantas veces de esas clases de religión ... !), hace falta que todo, desde las matemáticas, las ciencias, física y química, y no digamos el área de letras, a través del testimonio personal del profesor y de su juicio sobre lo que enseña y sobre la vida, ayu­de a construir una personalidad cristiana, con una identidad clara. Nosotros tenemos una visión inte­gral y global del hombre que nos es propia. Noso­tros comunicamos una esperanza y un sentido de la vida, porque creemos en el Acontecimiento de Cristo Resucitado, esperanza no sólo para el más allá, sino también para el aquí y el ahora, para vi­vir una vida más humana y construir una sociedad más fraterna y más vivible.
Librar una batalla tan dura, como la de la liber­tad de enseñanza, para que nuestros colegios sean vulgares o excelentes a nivel técnico, pero sin ma­triz cristiana, sería totalmente incongruente. Pa­ra este viaje no hacen falta alforjas.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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