Dos hechos concretos nos empujan a ocuparnos en este número, aunque brevemente, del tema del aborto.
El primero es el haberse iniciado ya de hecho en nuestro país un debate sobre el aborto (como en otras naciones, consecuencia de otro anterior sobre el divorcio), que ha tenido su episodio más llamativo en la petición que se hizo en abril durante el Congreso de las Juventudes de U.C.D. sobre la despenalización del aborto en caso de violación, aborto terapeútico y eugenésico.
El segundo es la celebración en Italia de un referéndum para decidir sobre la continuación o no de la actual ley abortista. Los resultados favorables a esa ley van a acelerar, sin duda, el proceso del debate en orden a la introducción de una legislación abortista también en nuestro país.
No queremos aquí intervenir en todas las temáticas presentes en el debate sobre el aborto, que merecerán más adelante un tratamiento más amplio; sólo queremos matizar dos puntos de este debate.
1. EL DERECHO A LA VIDA
Una confrontación auténtica sobre la legalización o no del aborto pone en juego los fundamentos mismos de una civilización y de una sociedad. En efecto, una sociedad se juzga por su capacidad de defender y promover la vida humana en todos sus aspectos, y, principalmente, el elemental derecho a la existencia, especialmente de los más indefensos.
También, según las ciencias antropológicas, el nivel de civilización de una nación se mide por la protección jurídica que concede a los seres indefensos, a los sujetos no socialmente tutelados, que en otros tiempos eran normalmente los huérfanos y las viudas y que hoy son también los ancianos, los marginados y sobre todo los niños aún no nacidos.
El concebido, como demuestra la ciencia, tiene desde el primer momento caracteres humanos y autonomía propia: es decir, no es "una parte" del cuerpo de la madre sino que es distinto de ella durante el curso de la gestación. Ya hay vida en él.
Una sociedad que concede a las personas el derecho a disponer de la vida de otros seres humanos, poniendo además sus propias estructuras estatales a su disposición, es una sociedad que reniega del principio mismo sobre el que se funda y que justifica su existencia.
Por eso la legalización del aborto no es una conquista de la civilización sino un retorno a la barbarie.
El Estado que se hace responsable de esto, apoyando el derecho del más fuerte para suprimir al más débil, deja de ser Estado de Derecho, para transformarse en un Estado donde la fuerza tiene superioridad sobre el Derecho: Estado Arbitrario.
El aborto eugenésico legalizado establece además una inadmisible violencia racista, típica en la historia de regímenes totalitarios, como el nazi, que lo justificaban en nombre de la pureza de la raza.
Un estado que legaliza el aborto, como otros males sociales, renuncia a su responsabilidad de prevenir y combatir un mal que ofende nuestra dignidad de personas.
Justamente por esto, en Italia, rechazando la lógica de reducir el reférendum a un choque partidista ( como ya ocurrió con el divorcio en 1974), se han formado "comités de defensa de la vida" donde trabajaban personas con distintas orientaciones partidistas, ideológicas y confesionales.
2. LA MENTALIDAD ABORTISTA
Junto a las tentativas de justificar la legalización del aborto como mal menor (justificaciones fácilmente desmontables), se va afirmando en nuestro país una mentalidad más explícitamente abortista, como se puede deducir de las diferentes cartas publicadas por los periódicos.
En el anteriormente citado Congreso de las Juventudes de U.C.D., también se pedía la legalización de las drogas blandas.
¿Qué tiene en común la petición de legalizar el aborto con ésta última y con parte de la opinión divorcista? La lógica según la cual uno puede disponer de sí mismo como crea, de forma individualista y sin ninguna referencia moral objetiva. "El cuerpo es mío y hago con él lo que me da la gana", gritan en sus manifestaciones las feministas.
Según ésta lógica sólo a la mujer le correspondería el derecho a usar de su cuerpo ilimitadamente: la vida humana que todavía no ha nacido, quedaría sin valor para la sociedad, no tanto por su limitado desarrollo sino en cuanto a propiedad privada de la cual la madre puede disponer libremente. La elección del aborto queda así completamente privatizada, aun cuando los medios para realizarlo, se piden además gratuitamente al Estado.
Si analizamos más a fondo ese slogan de las feministas descubrimos que en él están condensados los principios mismos de la propiedad burguesa. El criterio fundamental de la libre decisión sobre la vida del hijo es, en efecto, el propio interés o voluntad personal. Esta manera de elegir es el individualismo más absoluto. Todo juicio de valor objetivo es censurado en nombre de la propia comodidad elevada al rango de único criterio de moralidad.
En aquel slogan está también implícita una manera de vivir la sexualidad. Con el aborto libre el consumo sexual se asocia a cualquier otra forma de consumo, porque todo se resuelve en la búsqueda egoísta del instante de placer. La dimensión del don y por tanto de la alegría y la creatividad son censuradas. Queda el acto sexual reducido meramente a sus dimensiones anatómicas y fisiológicas. Es la banalización del coito que, como escribió Pasolini (anti-abortista), es a su vez inevitable premisa de la banálización del aborto en nuestra sociedad. En este sentido es suficiente recordar que, en 3 años de ley abortista, se hicieron en Italia 555.000 abortos, convirtiéndose de hecho en un medio para controlar la natalidad.
Pero además, mirándolo bien ese estilo de vida que rechaza la maternidad, la feminidad, que reduce el sexo a un instante de placer, es un estilo de vida totalmente machista. Parece que las feministas, en muchos de sus manifiestos, han interiorizado el punto de vista del macho sobre la mujer. La batalla por el aborto libre y gratuito queda así en una batalla no por la libertad de la mujer sino por la libertad del macho machista, que le confiere el derecho de abortar para relegarla una vez más, coercitiva y trágicamente, a su función de mujer
objeto. Proclamarse a favor del aborto libre es, pues, declararse implícitamente en contra de la mujer y m humanidad.
Conclusión:
Más allá de posibles instrumentalizaciones ideológicas o partidistas, el problema del aborto permanece como una herida abierta que interpela a la conciencia humana y civil de los que consideran la defensa del derecho a la vida, en todo estadio y forma, como un bien irrenunciable para cada hombre y para la sociedad entera. Esta defensa pide una acción a nivel educativo, preventivo y legislativo que no es el lugar de tratar aquí.
Una cosa en cambio nos urge: subrayar que el debate sobre el aborto es una ocasión importante para tomar conciencia de dos principios sencillos, pero cuyas consecuencias a nivel personal y político-cultural son y serán revolucionarias si son tomados en serio.
El primero es que es posible el respecto a la vida sólo si se reconoce que nosotros no somos dueños de ella; nosotros no poseemos el origen de la vida y por eso no podemos disponer por nuestra propia voluntad de ella.
El segundo es su consecuencia: la norma de la verdad y, por tanto, del obrar no es la mera voluntad, interés o comodidad del individuo sino que hay un valor objetivo que reconocer y al cual conformar los propios actos. En el fondo decir no a la autodeterminación de la mujer en materia de aborto o es para afirmar y verificar estos principios o no tiene sentido.
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