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Huellas N.7, Julio/Agosto 1981

IDENTIDAD

De qué vida nace CL (II)

Entrevista con Luigi Giussani (continuación)

Terminamos de publicar aquí la entrevista reali­zada por Giorgio Sarco en 1979 a Don Giussani. Por las reacciones suscitadas entre nuestros amigos tras la lectura de la parte ya publicada, podemos afirmar que este texto constituye un instrumento de trabajo muy valioso para la comprensión de este pedazo de iglesia en movimiento que somos.

LA "COMMUNIO"
Lo dicho anteriormente nos lleva de nuevo a la manera en que había planteado al principio de la entrevista la cuestión de la cultura.
Sí, en efecto. La cultura es la expresión tenden­cialmente crítica y acabada de la conciencia que la persona tiene de la totalidad del propio ser. De esta totalidad viviente, la dimensión comunitaria, de pertenencia a un pueblo, es un elemento esen­cial. La comunidad es, pues, un factor, una "di­mensión" de la persona, no simplemente una orga­nización o una junta, ni mucho menos aún un co­lectivo que sustituya a la persona. Este es, por lo demás, el verdadero sentido del personalismo co­munitario de Mounier y Maritain, demasiadas ve­ces tergiversado bien en el sentido de un individua­lismo deletéreo o en el de un subrayado exagerado (y bastante poco cristiano) del colectivo. Por el contrario la "communio" aparece siempre a partir de la ontología de la persona.

Hemos hablado de la cultura protestante y de la ortodoxa. Y usted, que tiene una simpatía tan vi­va por estas tradiciones religiosas, ¿por qué es católico?
Para mí es decisiva la respuesta que dio New­man a idéntica cuestión: porque ésta es la tradi­ción ininterrumpida que llega desde Cristo y sus apóstoles hasta nosotros. Además la Iglesia Católi­ca es (junto a la ortodoxa) la única que mantiene a salvo la estructura original que el Padre ha elegido para comunicarse a los hombres, esa estructura sa­cramental que tiene su raíz en la presencia de Dios en Cristo. Dicha estructura del acontecimiento reli­gioso es la única entera y plenamente humana. Pues la verdad atrae como "adaequatio" entre lo que se nos pone delante y la percepción que te­nemos de nosotros mismos. Y, en el sacramento de Cristo, Dios se pone delante del hombre convir­tiéndose en un encuentro pleno de verdad y fasci­nación incluso humana. No existe nada que corres­ponda mejor a la naturaleza del hombre.
Pero hay también otro motivo. Ha sido precisa­mente el encuentro respetuoso y lleno de admira­ción con el espíritu protestante y con el genio de la Ortodoxia lo que mejor me ha hecho compren­der cómo la Iglesia Católica es el único lugar en el que pueden conciliarse armónicamente, en una sín­tesis plenaria, el sentido ortodoxo de la comunión: y el gusto protestante por lo concreto e individual.

Este entramado cultural que nos ha descrito es­taba en gran parte construido ya antes del Concilio. ¿Qué impacto tuvo, entonces, el Concilio en el Movimiento? ¿Es cierta la acusación que se hace a menudo a Comunión y Liberación de permanecer anclada en posiciones preconciliares?
Recuerdo todavía el entusiasmo que sentimos al ir encontrando orgánicamente desarrolladas en los documentos del Concilio, a medida que iban saliendo, temáticas que constituían el contenido más profundo de nuestra sensibilidad intelectual, de nuestro compromiso y de nuestra praxis de vida. Sentíamos el reconocimiento y la confian­za de quien ve reformulado con mayor amplitud y profundidad, con "autoridad", el último porqué de lo que está viviendo. Recuerdo, por ejemplo, la fiesta que celebramos cuando salió la Lumen Gen­tium, que pone el acento tan magníficamente, en particular en el párrafo octavo, sobre la Iglesia co­mo comunidad visible, experimentable, encontra­ble: precisamente el alma de nuestro intento.
De igual modo la Gaudium et Spes, por el interés y apasionamiento que por el mundo suscita, y la es­tima de las tentativas humanas, aún percibiendo su inconsistencia última. También ésta ha sido siem­pre una característica nuestra, como puede verse por la pasión con que nuestra gente se lanza sedienta a la búsqueda de la verdad presente en torno lo humano, donde quiera y como quiera que se encuentre. Es de notar, sin embargo, que cuan­to más auténtica es esta simpatía apasionada por el hombre, tanto más aguda es la percepción de una tristeza de fondo por la inconsistencia de lo humano, de manera que solo en la experiencia de la compañía de Cristo encuentra la esperanza su reali­zación acabada. Una de las frases que yo citaba siempre era ésta: "No he venido a abolir la Ley sino a darle pleno cumplimiento", es decir, a ha­cerla auténtica. La "Ley" es la más alta expresión del esfuerzo intelectual y moral del hombre, que Dios no desprecia, sino que acoge y completa en el misterio de su Presencia redentora.
No, ciertamente no se puede sostener, con un mínimo de seriedad, que nosotros no nos encon­tremos en sintonía con el Concilio: además, los teólogos con cuyos libros nos hemos formado, ¿no son precisamente los precursores y expertos del Concilio? Pensemos en De Lubac y Von Balthasar; pero se podrían añadir otros. Los motivos de la acusación contra nosotros son diferentes. Muchos protagonistas del "aggiornamento" conciliar en Italia estaban convencidos de que el Concilio ha­bría abierto la Iglesia católica a una trama de pen­samiento determinada por ciertas modas filosóficas sociológicas. Nosotros, en cambio, aún respe­tando todas las ciencias humanas, cada una en su propio ámbito, estábamos convencidos de que el punto de partida a que nos remitía el Concilio era la imitación de la estructura mental, del método, que Cristo había usado en su vida. Abrirse al mun­do no quiere decir aceptar, a veces acríticamente, las ideologías del mundo, sino más bien ir al en­cuentro del deseo de verdad que anima a los hom­bres. Por lo demás se ha visto ya cómo estaban in­fundadas, por ejemplo, las posiciones de quienes nos acusaban de integrismo blandiendo a cada pa­so el libro de Maritain sobre el Humanismo inte­gral. Creo que no cabe duda alguna de que, si estu­viera vivo y se interesase por los asuntos italianos, el gran filósofo francés se reconocería bastante más en nuestras posiciones que en las de muchos de sus discípulos de entonces (y de ahora: recuér­dese la acogida que ha tenido "Les paysans de la Garonne").

Autoridad y libertad
Siempre ha suscitado muchísimas dificultades el uso que hace Comunión y Liberación de la pala­bra y el concepto de autoridad. En esto se ha da­do el choque quizás más radical, porque el subraya­do de la autoridad siempre ha parecido al mundo algo antimoderno, medieval, que niega la libertad y la independencia del individuo. En cambio usted siempre ha afirmado que la autoridad es ocasión para la libertad. ¿Quiere explicar mejor este con­cepto de autoridad?
Justamente, como dices, la autoridad es ocasión para que la libertad se manifieste, porque toda po­tencia entra en acción sólo frente a su propio obje­to; es frente a un ejemplo de fe más madura (como claridad de ideas, generosidad en la acción y, por tanto, fuerza sugestiva de la propuesta) como la li­bertad, al entrever mejor su propio objetivo último, entra en acción. En el impacto provocado por una presencia que denota una mayor tensión hacia el ideal es como se hace más evidente lo razonable y sugestivo que es aquello hacia lo que tendemos y, por tanto, la posibilidad de alcanzar el propio fin. Por este motivo podemos decir que siempre es por imitación como se desarrolla la dinámica de la afirmación personal equilibrada y sanamente. Tra­ducida en términos más dignamente humanos, esta imitación se llama seguimiento. El seguimiento es por tanto la manera, el método, con que la persona cae en la cuenta de los valores en juego. Lejos de ser un abandono irracional (como muchos han querido ver en nuestro método, mixtificándolo), el seguimiento es la actitud que requiere más que nin­guna otra el ejercicio de la inteligencia: para ver si se realiza y cómo se realiza la verificación de la propuesta de valores que personifica la autoridad. Pero, para que brote este ejercicio de la razón, es necesaria una disponibilidad originaria para dar crédito a una novedad, al principio sólo intuida, y seguirla. Lo que hace razonable este seguir es la emoción que una verdadera presencia con autoridad provoca en la vida, como consejo imprevisto para salir de uno mismo y arriesgarse con más cora­je en la aventura humana. Nosotros hemos identi­ficado muchas veces esta "autoridad" como una "gracia", como un "don", o, usando una termino­logía más laica, como el emerger de una hipótesis de trabajo que debe comprobarse. La autoridad es, existencialmente, la gran hipótesis en cuyo marco de referencia uno pone manos a la obra. Si la autoridad es adecuada, es decir, auténtica, corres­pondiente en su propuesta a la verdad objetiva, entonces su comprobación en la vida verifica con el correr del tiempo la exactitud de la hipótesis. Por ello la gratitud hacia el maestro que nos ha in­troducido en la verdad de la vida y, por tanto, en la experiencia de la libertad, crece paso a paso con el aumento de la libertad que la persona asume en la vida. Esta no es una doctrina propia de CL, sino que se trata de la manera en que la Iglesia ha en­tendido siempre la educación. La cultura laica más avisada llega también a las mismas conclusiones: ¿qué psicólogo negaría hoy que ésta es la dinámica mediante la cual el niño, y luego el adolescente, en la relación con su padre y con su madre, alcanzan la conciencia de su personalidad?

Hay, sin embargo, una dificultad señalada por muchos: ¿Cómo empalma esta concepción absolu­tamente libre, carismática, de la autoridad, con la autoridad institucional dentro de la Iglesia, con su estructura jerárquica donde la autoridad no nace de un libre reconocimiento?
Siguiendo al Papa, a los obispos y a los sacerdo­tes que están en comunión con Él, no se siguen sus figuras humanas, sino a Cristo a través de ellos; se sigue el plan del Espíritu de Dios en la historia y en nuestra vida. En efecto, ellos son los instrumen­tos de que Cristo quiso servirse para llegar a todos. El seguimiento se convierte en algo natural apenas se aprende a entrever en ellos la relación plena de autoridad con la figura de Cristo, que es el único Maestro. Comunión y Liberación no es otra cosa que una tentativa de introducir pedagógicamente la estructura objetiva de la autoridad de la Igle­sia. Precisamente por esto es una tentativa contin­gente, que se somete a la verificación crítica de to­dos aquellos que responsablemente la llevan adelante.

Responsabilidad en la Iglesia
¿Es verdad que ya desde hacía muchos años las voces de los pastores de las iglesias del Este, como Wyszinski o Wojtyla, eran escuchadas y me­ditadas en Comunión y Liberación?
Sí, desde hace muchos años. Y junto a ellos también otras figuras, menos conocidas pero igual­mente de una grandísima espiritualidad y profun­didad religiosa, como, por ejemplo, Zverina.
Por lo demás el amor a la Iglesia, desde el prin­cipio, es católico, es decir, universal. Quien lo sien­te, advierte la necesidad de comunicar a todos la novedad que ha llenado su vida. Por esto, la mi­sión ha sido, desde el comienzo, una dimensión esencial de nuestro Movimiento, incluso cuando po­día parecer una dispersión de energías que hubie­ran resultado útiles en nuestro país. Y todo esto con la única pretensión de no hacer otra cosa que expresar la dinámica normal de la vida cristiana. Como dice Pigi Bernareggi, uno de los primeros amigos nuestros que marchó al Brasil: "el segui­miento hace fácil, casi obvio, lo que a los ojos del mundo parece imposible".

¿Hay algo que usted quisiera decir a los que participan en Comunión y Liberación para ayudar­les a afrontar las nuevas responsabilidades que re­clama del Movimiento el actual momento de gracia de la Iglesia?
El problema consiste solamente en centrar aún más clara e intensamente, crítica, cordial y genero­samente, todo en torno a la palabra del Papa. Y para esto todo el que tenga autoridad en el Movi­miento debe ser ejemplo de auténtico seguimiento de la palabra de su Magisterio. La persona que Dios usa para educar en su Iglesia es, desde el punto de vista del contenido de la verdad, en cierto sentido indiferente. En el actual momento de la Iglesia, sin embargo, el tipo humano de este Papa es, él mismo, un hecho altamente significativo desde el punto de vista pedagógico.
Las personas responsables de nuestro Movimiento tienen el inteligente deber de ensimismarse con el tipo humano mediante el que hoy es guiada la Iglesia, empaparse de la certeza humana, cargada de fe, que el Papa vive con la urgencia de hacer que Cristo se convierta en la clave de toda la mirada dirigida al hombre y al mundo. Este Papa nos enseña una absoluta apertura al ser hu­mano en su concreción original, lo que es total­mente diferente de esa apertura a interpretaciones del ser humano cada vez más abstractas, apertura que termina en una actitud servil hacia los intelec­tuales de turno. Si se pierde aquel punto de refe­rencia original se acaba traicionando al hombre y corriendo tras el propio pensamiento orgulloso, "soñando", como dice Eliot, "sistemas tan perfec­tos que hagan inútil al hombre el ser bueno".

¿Y qué quisiera decir, usted que siempre ha di­cho querer construir un diálogo fraterno y un tra­bajo común entre todos los católicos, a todos aquellos sectores del mundo católico que hasta ayer mismo han sido adversos a CL y que, quizá también por efecto del nuevo temple humano que ha marcado el comienzo de este pontificado, em­piezan a confiar?
Siempre hemos querido construir la unidad en­tre los cristianos no por una razón política o de poder, sino porque lo que da gloria a Dios en el mundo es precisamente esa aparente imposible unidad. Este es el milagro: signum elevatum in nationibus, como dice la teología. Desapareceremos muy a gusto para crear esa unidad.

¿Y el pluralismo?
La verdadera unidad se crea yendo hacia el fon­do de la propia postura humana, hasta encontrar lo más profundo: aquello que nos une. Es en esta profundidad donde unidad y pluralismo se encuen­tran. La unidad entre tú y yo nace porque cada uno de nosotros va hasta el fondo de la propia ex­periencia humana y encuentra allí el rostro de Je­sucristo. Por esto, al tiempo que pido a todos que se comprometan por la unidad, pido también a ca­da uno que vaya hasta el fondo de la propia expe­riencia de la verdad y que ame verdaderamente la experiencia de los demás. Sólo esto nos hace capa­ces de una auténtica corrección. Esa clase de correc­ción, permítaseme decirlo, que nosotros siempre hemos echado en falta (fuera de rarísimas excep­ciones): muchas críticas, pero casi nunca alguien que se haya acercado impulsado por el deseo evi­dente de ayudarnos a ir hasta el fondo de la expe­riencia de verdad que intentábamos vivir. Quien ama el ideal nada desea tanto como el ser ayudado por la corrección ajena. Pero la corrección le ayuda a uno cuando se siente amado por el otro en el propio camino hacia el ideal.

Quisiera que comentase una expresión que le he oído repetir incluso recientemente: la tarea de la autoridad no es hacer crecer la organización, sino hacer que acontezca la verdad de cada uno.
La tarea de la autoridad como tal es la de valo­rar la fe, la esperanza y la caridad que alientan en un individuo o un grupo. La organización de la comunidad debe existir, pero sólo para favorecer eso; de otro modo se transforma en un proyecto del puro saber humano que elimina la acción del Espíritu y tiende de hecho a producir uniformi­dad, incluso allí donde se alaba continuamente el pluralismo. Y la uniformidad cultural y mental es la tumba de toda genialidad, es decir, del carisma. La autoridad es como un padre que tiene muchos hijos: no puede dejar de expresarse valorando a cada uno; y es mediante la afirmación de la fiso­nomía de cada hijo como la unidad de la familia se asegura.

Cuando me casé, usted me dijo que rezara a la Vírgen. Es algo que estoy meditando desde enton­ces.
El genio del cristianismo radica en la fidelidad con que se percibe la figura de la Vírgen; el método que Dios ha usado, para salvar al mundo se ilu­mina en ella. La categoría más importante del método usado por Dios en la historia frente al hombre es la llamada gratuita, la elección. Desde el punto de vista humano, en ningún otro caso co­mo en el de María se manifiesta esa gratuidad en toda su absoluta soberanía. El signo de la absoluta libertad de Dios es el hecho de que nosotros hemos sido elegidos.
En segundo lugar, María es la madre del mundo nuevo, y por ello el mundo nuevo está hecho de su tipo moral, espiritual y físico, está hecho de Ella. A la percepción del milagro de la liberación del hombre, y del sentido del cosmos y de la historia, se accede mediante el fiat de María. El plan de Dios se trazó pendiente de este sí, pronunciado por su libertad.
Finalmente María es el paradigma total de la vida cristiana. Cristo es todo, pero nace de Ella en el mundo. Igual ocurre con nosotros: todo está dado en la potencia del Verbo hecho hombre, pero, es mediante nuestra corporeidad física como Cristo se manifiesta en el mundo. La disponibili­dad total para esta manifestación depende de una sola palabra: memoria. Vivir la memoria del en­cuentro con Él para vivir la disponibilidad a reco­nocerle de nuevo todos los días de la vida. Y ¿quién más que María vivía en el recuerdo de esa Presencia?

El Papa, cuando ha recibido a CL, le ha acogido a usted como a un viejo amigo. Y ha dicho entre otras cosas: "Vuestra propuesta ha reunido con­sensos, aun en medio de contrastes y oposiciones, y sé que también habréis sufrido. Pero, a pesar de todo, habéis visto converger en torno a vosotros y unirse a vuestro lado a otros jóvenes a quienes vuestro ejemplo ha abierto nuestros horizontes de dona­ción, de autorrealización, de alegría... Es impor­tante que continuéis anunciando con humilde coraje la palabra salvadora de Cristo... "
Después dejó a un lado el discurso escrito que había preparado y se puso a hablar espontánea­mente, recordando los numerosos encuentros que desde hace ya años han jalonado las etapas de una amistad. ¿Quiere contamos cómo nació esta amis­tad?

Realmente más que amigo personal mío, el Papa ha sido siempre, desde los tiempos en que era obispo de Cracovia, amigo de muchos de no­sotros. Yo estuve con él una sola vez, en Kros­cienko, pero los encuentros con muchachos nuestros, de peregrinación en tierras polacas, han sido innumerables.
Diré que incluso aquel encuentro, como casi todos los hechos decisivos en la vida de CL, fue puramente casual. CL se ha propagado desde Milán a toda Italia sólo porque al irse de vacacio­nes los chavales, y encontrarse junto a sus amigos de otras regiones, les comunicaban el gusto por la experiencia que estaban viviendo: de igual modo ha sucedido que algunos de nosotros fueron cono­ciendo en Polonia a otras personas que estaban vi­viendo la misma realidad, formulada según la mis­ma intención profunda, que nosotros estábamos experimentando aquí en Italia. Se trataba del Mo­vimiento del padre Blachnizki, que entonces se llamaba "Oasis" y ahora ha tomado el nombre de "Luz y Vida".
Fue una ocasión que dio feliz y sorprendente respuesta a una necesidad inconsciente, a la ur­gencia y la pasión por el reconocimiento recípro­co en la misma fe, y por ello en la misma valora­ción acerca del propio ser, la vida y todo.
Pero, además, también la constitución de pequeñas o grandes comunidades entre nosotros respondía a esta misma urgencia. Esta disponibi­lidad activa, esta inquietud benéfica de nuestros ojos y nuestro corazón, atentos a descubrir a quien creyese y quisiese a Cristo como vida del hombre, tal como nosotros, no nos podía dejar escapar la ocasión cuando se daba.
Y así, de la misma manera, hemos encontrado además de la realidad polaca, la de América Lati­na, y, sobre todo en Brasil, se ha desarrollado una intensa experiencia misionera de nuestro Movi­miento.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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