KENIA
Las reinas del Meeting Point
Han pasado unos meses desde mi último viaje a África, donde estuve para visitar a nuestros misioneros, y no se me va de la memoria la primera comunión de Regina Mwihaki.
La iglesia de San José –que la diócesis ha confiado a la Fraternidad San Carlos– está a rebosar de gente que ha acudido ahí por ella. En la celebración se suceden los cantos en kishwaili, muchos de ellos dedicados a la Virgen. El pueblo de Kahawa Sukari, a las afueras de Nairobi, es un pueblo alegre y jubiloso. Conservo un recuerdo muy vivo del entusiasmo de las mujeres y de sus aplausos y vítores en honor de la homenajeada: «¡Regina, Regina!». Pero en especial recuerdo la mirada de esta mujer, la sencillez con la que recibió la Eucaristía por primera vez, la serenidad de sus ojos cuando fue ungida con los Santos Óleos.
Regina forma parte de ese pueblo que es el Meeting Point, el grupo que se reúne una vez por semana con nuestros sacerdotes. Todos están enfermos de SIDA y, por eso, se sienten desheredados y despreciados. Para el mundo son los últimos, pero ahí, entre las paredes de San José se encuentran en su casa, como una reina en su castillo.
La fiesta de Regina sigue después de misa, cuando nos juntamos a comer. Hay muchos niños, muchas madres y tres o cuatro padres. Está la pequeña Phebi, de trece años, totalmente inmovilizada desde los tres años. Está su padre Barak: es leñador y ha venido con toda la familia. Desde hace algún tiempo nos ayuda a fabricar muletas de madera para los niños minusválidos de la parroquia. En el grupo está también Mohamed, padre de Fátima. Tiene las arrugas que la vida ha marcado hondamente en su rostro. Fátima murió hace un año y ahora es él quien se ocupa de sus nietos. Sigue frecuentando el grupo fiel y agradecido por todo lo que su hija vivió con nuestros sacerdotes. Para otros, como mamá Tony, madre de cinco hijos, las dificultades son aún mayores: además de ser seropositiva tiene un niño minusválido.
Hacia la una y media llega Mary, sudorosa y agotada: ha estado andando bajo un sol de justicia, el del ecuador. Nadie esperaba verla porque hasta hacía una semana se encontraba en pésimas condiciones. Ha recorrido ese largo camino sólo para compartir la alegría de Regina y recibir como ella los Santos Óleos.
En los días pasados con nuestros cuatro sacerdotes me he dado cuenta de lo familiares que se han vuelto para la gente del barrio. Cada vez que encuentra a alguien nuevo, Alice se presenta como Alice Muthoni “Poppi”, para reafirmar el cariño que la une a don Alfonso Poppi, el párroco de San José. Esta mujer ha estado dos años en cama por fortísimas quemaduras, pero, milagrosamente, ha sanado. Y desde que se levantó de la cama no se ha detenido. Sus ojos brillan de entusiasmo. Los demás parroquianos, de broma, la han apodado “la díscola”, por su vivacidad. Ahora es la que anima al grupo de chicos discapacitados físicos y mentales que se ven los viernes en la parroquia.
Pero Alice no es la única que ha vuelto a nacer. Jacqueline es el vivo ejemplo del valor. El marido la abandonó con sus tres hijos; ahora está esperando otro. La vida la está poniendo a prueba, pero ella no se queja.
También Mercy, en una situación similar, sigue luchando a brazo partido. Ahora está aprendiendo francés porque cree que tendrá más posibilidades de encontrar trabajo.
Estos episodios me hacen pensar en un pasaje del evangelio de san Mateo en que Jesús cura a los enfermos: «En torno a él se congregó la multitud, llevando consigo a cojos, lisiados, ciegos, sordos y muchos enfermos; los pusieron a sus pies, y él los curó». (Mt 15,30). El Evangelio es un hecho que sigue sucediendo como al principio, con la misma fuerza de cambio y atracción.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón