Apuntes de la conferencia de Luigi Giussani que se celebró el 27 de junio de 1987 en el marco de la semana cultural dedicada a Italia, organizada por el Centro cultural internacional de Nagoya (Japón). (“Palabra entre nosotros” publicado en Huellas, nº 5 1999)
Me siento muy honrado de estar entre vosotros, que representáis a uno de los pueblos más grandes, activos y delicados del mundo. (...)
Quiero también daros las gracias por la sorpresa que ha supuesto el coro, porque lo que acaba de cantar (Povera voce, ndr.) es el primer canto que mis amigos del movimiento crearon hace más de treinta años, y resume toda la pasión que mueve nuestra actividad: ayudar a todos los hombres con los que nos encontramos a conocer la bondad de la vida, a tener un sentido en la vida. Nuestra voz canta con un porqué, nuestra vida tiene un sentido.
Hoy no quisiera hacer un discurso, sino dar testimonio de esto.
Por mucho que nuestros orígenes sean extraños desde el punto de vista geográfico e histórico, ninguna lejanía ni diversidad puede establecer entre nosotros una extrañeza total, ya que todos somos hombres.
Hay entre nosotros una unidad por nuestra común existencia humana. La expresión “existencia humana” implica el conocimiento y el juicio, un uso y un disfrute de la realidad y del mundo, pero sobre todo un destino común. De nuevo prefiero no leer, sino expresar lo que siento en mi corazón, porque estoy muy conmovido por vuestra humanidad. Lo primero que impresiona al mirar el cielo y la tierra, al mirar todo, es que ningún hombre está aislado. No se puede concebir la existencia como soledad; se puede concebir una cosa en soledad, pero no se puede concebir la existencia de esa cosa como sola y aislada del resto.
De lo poco que sé de vuestra historia cultural, esto me parece uno de vuestros valores más destacados. Me refiero a esa armonía total, a esa unidad entre todas las cosas que permite que todo pueda vivir. Es uno de los aspectos más agudos de la sensibilidad de vuestra estirpe. Como se demuestra en esta poesía de Baciò: «La fragancia de un árbol desconocido en flor embarga mi alma».
Es difícil encontrar una expresión más perfecta del nexo entre todas las cosas, aunque sean desconocidas. Pero esta armonía grande y total, esta unidad entre todas las cosas tiene un sentido misterioso para mi vida. Yo no sé qué significa todo este mar para la gota que soy yo. La tradición espiritual en la que me crié me ha enseñado que dicha armonía grande y misteriosa tiene una voz. Este es el punto más importante del pensamiento humano, porque la relación entre dicha armonía total y yo es mi destino. La totalidad, la armonía, tiene una voz. ¿Cuál es esta voz? Es una voz igual para mí, para un japonés, para el hombre de hace veinte mil años y para el hombre de dentro de un millón de siglos. Es la misma voz. (...)
Al mirar las estrellas o el mar, al enamorarse de una mujer, al mirar con ternura a sus hijos, al tratar esforzadamente de conocer la naturaleza y de usarla, el hombre de todos los tiempos, de todas las razas, busca la felicidad, aquello que es verdadero, justo y bello. Nuestros filósofos antiguos se referían a ello diciendo: «Busca el ser». Todo lo que el hombre ve en el universo, en la realidad, suscita en él el deseo de la belleza, de la bondad, de la justicia, de la felicidad. Esta es la voz que suscita el universo, la totalidad: se llama “corazón” del hombre.
Entonces la gran alternativa cultural y existencial que se plantea es clara: o esta voz carece de sentido, de realidad, y el corazón del hombre no es real, o todo tiene sentido porque existe el corazón del hombre. Nuestra voz canta por un porqué y nuestra lucha, si se puede llamar así, existe para despertar y sostener en los hombres el sentido de la positividad última de la vida y del corazón. El hombre, conscientemente o no, vive en virtud de esta relación última, de este destino último de felicidad.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón