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Huellas N.09, Octubre 2020

PRIMER PLANO

El desierto y el esplendor

Algunos fragmentos de los principales encuentros de esta special edition, que plantean preguntas y perspectivas en este «momento vertiginoso de la historia» (los videos están disponibles en clonline.org)

MARIO DRAGHI, expresidente del BCE
Esta crisis, la pandemia, entre sus muchas consecuencias genera incertidumbre, diría que tal vez es lo primero que surge, una incertidumbre que nos paraliza en nuestras actividades y decisiones. Pero hay un aspecto de nuestra personalidad donde esta incertidumbre no causa efecto, y es nuestro compromiso ético. Precisamente por eso quiero dar las gracias por esta invitación, porque me hace en cierto modo partícipe de vuestro testimonio de compromiso ético. Un compromiso ético que no se detiene por la incertidumbre sino que, al contrario, saca vigor en las dificultades de la situción actual.
Hay un sector esencial para el crecimiento y por tanto para todas las transformaciones que acabo de enumerar, donde la perspectiva a largo plazo debe unirse a la acción inmediata: la educación y, más en general, la inversión en los jóvenes. Esto siempre ha sido así pero la situación actual hace imperativa y urgente una inversión masiva en inteligencia y recursos financieros para este sector. La participación en la sociedad del futuro exigirá a los jóvenes de hoy aún mayores capacidades de discernimiento y adaptación. Si nos fijamos en las culturas y naciones que mejor han gestionado esta incertidumbre y necesidad de cambio, todas han asignado a la educación un papel fundamental para preparar a los jóvenes para gestionar el cambio y la incertidumbre en sus itinerarios vitales, con sabiduría y también con independencia en sus juicios. Pero también hay una razón moral que debe llevarnos a tomar esta decisión ahora y a hacerlo bien: la deuda generada por la pandemia no tiene precedentes y tendrán que pagarla principalmente aquellos que hoy son jóvenes. Es nuestro deber hacer que todos tengan las herramientas necesarias para hacerlo y puedan vivir en sociedades mejores que la nuestra. Durante años, una forma de egoísmo colectivo ha empujado a los gobiernos a desviar capacidades humanas y otros recursos en favor de objetivos que tenían cierto retorno político inmediato, y eso ya no es aceptable actualmente. Privar a un joven del futuro es una de las formas más graves de desigualdad.


Card. GUALTIERO BASSETTI, presidente de la CEI
Ninguno de nosotros sabe cómo será el futuro, pero nosotros sabemos que solo podemos ir al encuentro del futuro de una manera: abriéndonos a la esperanza. La esperanza no es un deseo piadoso, la esperanza es la concreción de nuestra vida: que existe un Dios que nos lleva de la mano, que no nos abandona, que ha escrito su Nombre en tu mano y que, en un momento dado, te toma y te alza junto a su mejilla para que lo puedas acariciar, quiere necesitar tus caricias.
Los profetas nos hablan de esta ternura de Dios y este es entonces el gran momento del Padre, de la Providencia.
La primavera viene, no tanto porque nosotros los hombres la construyamos sino porque Dios la envía. Ayudemos a Dios a construir la primavera de los hombres y de la historia. Pero ayudémosle de verdad, ayudando con alegría, con pasión, con entusiasmo, intentando volvernos todos como niños. En el fondo, las sorpresas de la vida, las emociones más bonitas, las viven los niños. Y no en vano Jesús se acercó a los niños y dijo: «Si no os hacéis como niños». Por tanto, caigamos en la cuenta de este sentido de la primavera y testimoniémoslo. Es lo que deseo para todo el Meeting. Es lo que os deseo especialmente a vosotros. Es lo que deseo también para toda la Iglesia.
No necesitamos expertos superespecializados, fríos y sin una mirada amplia y profunda, hoy necesitamos profetas, hombres y mujeres con fe, que se dejen asombrar y sean capaces de captar la presencia de Dios en el mundo y en el tiempo en que vivimos. Pero, junto a los profetas, los más capaces de asombrarse son los niños.
En el Evangelio de Mateo, Jesús, respondiendo a los discípulos que le preguntan quién era el mayor, dice: «Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos».
Jesús nos exhorta a tomar como perspectiva la mirada de los niños, no la de los adultos o poderosos. El encuentro con Jesús, o con lo sublime, como dice Heschel, no es un encuentro del pasado sino de todos los días, cada vez de manera distinta, y por eso sorprende, nos asombra, nos llena de alegría. Es una gran exhortación a tener los ojos y el corazón como los de los niños, y echar a las ortigas nuestra concupiscencia, nuestra avaricia y, si me lo permitís, sobre todo nuestra soberbia.
Vivimos en un mundo que se ha construido demasiados becerros de oro, demasiada idolatría, con demasiados falsos profetas.
La mirada del niño nos hace ser pequeños y limitados, y nos permite descubrir el asombroso esplendor de Cristo.


EUGENIO BORGNA, psiquiatra
Se puede salir de la nada, se puede salir de esta pérdida actual del significado de la vida, si ponemos en primer lugar la cuestión de la vida interior. ¿En qué medida conocemos nuestra vida interior y tratamos de conocer la de los demás? ¿En qué medida intentamos conocer nuestra soledad y la soledad de tantos jóvenes? ¿Qué esperanza tenemos de que algo pueda moverse incluso en el “Desierto de los tártaros”, como en la famosa novela de Dino Buzzati, que marca la vida de quien vive prisionero de esta pérdida de realidad? Solo un encuentro, o la desesperada búsqueda que cada uno de nosotros debería hacer cada día, en cada circunstancia, del sentido que tiene la vida de la persona que nos encontramos.
Estas cosas las decía con palabras infinitamente más profundas y revolucionarias don Giussani. No sé si lo habéis conocido ni en qué medida habréis conocido su actitud, su energía, la gracia que reconocía en cada encuentro, en cada conversación, que le movía desde dentro, sí, pero con la percepción, con la fatiga a veces, de entender qué se movía en la vida interior del otro, dejando a un lado los elementos que tenía, dejando incluso a un lado su vida pasada. Entonces, de la desesperación brota la esperanza, de la pérdida de todo el valor de la vida, de este ser devorados por el presente agustiniano que no ha pasado, que no tiene memoria ni futuro. Por otro lado, como también decía san Agustín, no hay esperanza si no hay memoria, la esperanza es la memoria del futuro. La esperanza renace también –este es otro de los grandes temas de don Giussani– en el clima en que se forman las familias, en el seno de una familia donde se ve la riqueza de la experiencia de la escucha, la pérdida de tiempo en escuchar.
Mi gran predecesor aquí, en Novara, director del hospital psiquiátrico de Novara, siempre me decía: si logras salvar a un joven de un suicidio, su vida habrá encontrado un sentido. Por tanto, no miremos la cantidad de resultados, tampoco miremos la difusión de esperanza que se logra, aunque sin duda temo que de este desierto de emociones, de sentimientos y deseos, no saldremos si no es por la esperanza, con la locura tal vez utópica de crear encuentros que tengan la característica de lo posible y no de lo imposible.
El gran filósofo Kierkegaard vivía devorado por la melancolía, por una tristeza infinita. Recordaréis también a Romano Guardini, otro gran filósofo católico que describió como pocos cómo en el fondo de la melancolía no hay otra cosa que nostalgia del infinito. Un infinito, por tanto, que yo también insertaría en ese otro infinito que puede brotar de cada uno de nuestros encuentros.
Otra característica actual es la que parece precipitarse por abismos de una frialdad insuperable, la despersonalización de las relaciones. Cuanto más llego a reconocer hasta en un mendigo una voz que me llama, tal vez para poder dar sentido a una jornada perdida entre miles de cosas... Imagino que esto es también lo que decía don Giussani. No lo he leído todo, pero vosotros no sabéis qué fuerza candente tenía su mirada –¡las miradas hablan más que las palabras!–, la mirada de don Giussani. Los ojos hablan, los ojos devoran. Tenemos que recordar la debilidad de las palabras ante unos ojos que devoran. Cuánta responsabilidad tenemos, por tanto, cada uno de nosotros, no digo en el brote sino en el intento de comprender desesperadamente lo que todavía puede dar un sentido, aunque sea débil, frágil, intermitente, acrisolado, a la vida de cada uno de nosotros.


MUHAMMAD YUNUS, Premio Nobel de la Paz 2006
La invasión del coronavirus ha puesto en crisis toda la maquinaria económica, que ha quedado como congelada en un limbo durante un cierto periodo. La máquina ha dejado de funcionar y a todos les preocupa. Con el despertar que ha tenido lugar, se quería reanudar, volver a como era antes. Algunos países han empeñado miles de millones de dólares, otros países trillones de dólares, ahora todos están esperando que funcionen esos fondos de rescate para poder volver a como estábamos antes. Ahí es donde he empezado a preguntarme: ¿pero de verdad eso es lo que hay que hacer?, ¿de verdad queremos volver al mundo tal como era antes?
He comprendido que este era realmente el momento adecuado para ver si queremos volver donde estábamos antes, o si queremos aprovechar esta posibilidad que se nos da para pensar de verdad y comprender qué respuesta queremos dar. Para mí, la respuesta está clara: no quiero volver allí donde estábamos antes, ahora que los motores se han parado bajemos del tren, reconstruyamos un tren nuevo que vaya a otra parte, que siga otra dirección.
Creo que los gobiernos tienen un papel, pero también los individuos tienen un papel, porque mi decisión y la vuestra cambiarán el mundo, no la decisión de los gobiernos. Los gobiernos necesitarán muchos años para tomar una decisión. Nosotros podemos tomar hoy una decisión personal, que ante todo implica decir: yo no quiero volver a ese mundo, mi familia no quiere volver a ese mundo. Y esa decisión me llevará a dar otros pasos. Por ejemplo, no consumiré más productos que lleven al calentamiento global porque no quiero volver al calentamiento global, y por tanto voy a empezar a calcular cuántos combustibles fósiles utilizo. Si no hay alternativa disponible, puedo reducir el consumo de estos combustibles, pero en cambio si dispongo de alguna alternativa, puedo pasarme a dicha alternativa. ¡Es mi decisión! Si el Gobierno tiene que aprobar antes una ley, unos reglamentos, un control, hará falta muchísimo tiempo, pero yo puedo hacerlo ya, y también mis vecinos y toda mi familia lo puede hacer, los grupos de amigos pueden hacerlo juntos. ¡Así se empieza!


PATRICK J. DENEEN, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Notre Dame
A las sociedades liberales se les da muy bien hablar de derechos de los que deberíamos poder gozar. Pero en cambio resulta muy difícil hablar de los deberes que deberíamos respetar como ciudadanos. Esta práctica de los deberes no llega de la nada. No crecen como setas una mañana. No se puede decir simplemente: un ciudadano tiene deberes. Si reducimos la democracia simplemente a un voto, entonces tenemos una idea verdaderamente mínima de lo que es la democracia. De hecho, existe toda una serie de obligaciones ciudadanas mucho más profundas, sobre el tipo de actividad y sobre la interacción entre ciudadanos. Por tanto, una comunicación responsable, una manera de expresarse que sea accesible e interesante para los demás ciudadanos y también para los que no están de acuerdo con nosotros, así como el deber de escuchar, y escuchar con atención, ponderando bien cuáles son las argumentaciones de nuestros oponentes y también su disponibilidad al compromiso, supone entrar en la esfera de lo público y reconocer que, después de esta escucha, las propias posiciones pueden cambiar. Eso es un compromiso. Y también implica la capacidad de perdonar, de conceder una suerte de gracia. Estas cualidades suelen considerarse solo religiosas, pero también son fundamentales desde el punto de vista político en este momento. Tendemos a no perdonar a los adversarios, pensamos que se han equivocado, que no se les puede aceptar. Si logramos desarrollar estos deberes, estas capacidades cívicas, estas se desarrollarán después en nuestra vida diaria, por ejemplo dentro de una familia –la necesidad de llegar a compromisos con los propios hermanos y hermanas, ya desde pequeños–, y también se desarrollarán dentro de las comunidades, mediante las diversas formas de asociación, interaccionando con otras personas, a nivel político tanto local como nacional, por no hablar también del nivel internacional.


LUCIANO FLORIDI, profesor de Filosofía y Ética de la Información en Oxford
En los años 90 cometimos un error macroscópico. Interpretamos, y todavía lo escucho en muchos lugares, toda esta tecnología, sobre todo internet y las redes sociales, como una forma de comunicación. Como si lo digital fuera una especie de Gutenberg 2.0. No es verdad. Lo digital no es solo otra forma de comunicación: es un ámbito.
Por eso hoy tenemos problemas relacionados con quién domina este ámbito, quién lo controla y quién lo construye. Plantearé, si es posible, una cierta dialéctica: queda mucho en manos de quien usa y habita estos ámbitos. Así como también en la periferia más pobre de estímulos, de semántica, de significado, puede obtenerse muchísimo si uno lo busca –pero el esfuerzo debe ser intenso–, del mismo modo se puede salir de la burbuja. Lo digital no es simplemente un juego de espejos, un posponer, un destruir la alteridad y la diversidad, sino que al mismo tiempo implica la posibilidad de tenerlo todo al alcance de un clic: culturas con las que nunca antes me he encontrado, lenguajes que no conocía, individuos con los que nunca habría contactado. Esto es lo que queda.
Por tanto, hay una responsabilidad en esta dialéctica –¿qué hacemos entonces, sí o no, limita o libera, elimina la diferencia o lo aplana todo, o bien crea toda esta variedad de posibilidades?–, creo que hay una enorme responsabilidad individual y cultural del yo y del nosotros. Del yo porque al final las decisiones son individuales. Del nosotros porque las decisiones individuales emanan de la sociedad en la que vives: una sociedad donde hay decenas de millones de personas, no solo una, que siguen a un influencer que habla sustancialmente de la última moda, de gafas, de dónde ir a comer, de los zapatos que se llevan... La preocupación es considerable para quien, como yo, quisiera tener un ámbito digital diferente. Me da miedo, en el sentido de que es un mundo que me gustaría no ver, porque es un mundo que me recuerda demasiado a ciertas escenas desagradables del cine de ciencia ficción donde la revolución no era la de la violencia sino la del entretenimiento, y de los que hoy nos arrastran hacia la distracción. Entonces, esa aniquilación del otro no llega mediante la homologación de quien impone todas las camisas negras, marrones o rojas, sino de quien te dice: haz lo que quieras con tal de que no plantees preguntas demasiado profundas, demasiado difíciles.

«El Papa os invita a seguir colaborando con él testimoniando la experiencia de la belleza de Dios, que se hace carne para que nuestros ojos se sorprendan al ver su rostro y nuestras miradas encuentren en él el asombro de vivir. ¿Acaso este asombroso descubrimiento no es la mayor contribución que los cristianos pueden ofrecer para sostener la esperanza de los hombres? Es una tarea de la que no podemos sustraernos, especialmente en este angosto recodo de la historia. Una llamada para transparentar la belleza que nos ha cambiado la vida y ser testigos concretos de un amor que salva»
Papa Francisco

«En los momentos históricos más importantes pesan, obviamente, las condiciones materiales. Pero el ímpetu es posible si, junto al legítimo juego de intereses, se manifiesta una capacidad de proyectar, una tendencia al desarrollo integral de la persona, un compromiso por el crecimiento de la humanidad, capaces de vencer los ímpetus de cerrazón, resentimiento, odio, que en cambio nos llevarían al fracaso»
Sergio Mattarella

(textos no revisados por los autores)




 
 

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