Encuentros: Dos sacerdotes de CL han sido hospedados por la Iglesia maronita libanesa. Reflexiones de una visita a Beirut
Cuatro días en la «Tierra de los cedros», cuatro días de encuentro con la realidad martirizada del Líbano, con su pueblo y, sobre todo, con la presencia de la Iglesia.
Invitados por el padre Philippe Yazbek, superior general de la Congregación de los Misioneros Maronitas, nos hemos marchado a Beirut para encontrar su experiencia misionera, presente ya desde hace un siglo no solo en el Líbano, sino también en numerosas comunidades maronitas libanesas extendidas por el mundo.
Hemos visto con nuestros ojos las heridas profundas que diecisiete años de guerra han infligido al rostro de esta tierra y sobre todo sus consecuencias en los corazones de los hombres.
Sin embargo, lo que nos ha impresionado y conmovido más ha sido el testimonio de la Iglesia: hombres y mujeres profundamente conscientes de su pertenencia a Cristo Jesús y por lo tanto, gracias a Él, presentes en esta situación tan dramática con una alegría y una laboriosidad que no pueden encontrar otra razón de ser que la fe vivida.
Fe alegre y operante que se concreta sobre todo en la obra educativa. Los Misioneros Maronitas, por ejemplo, gestionan dos colegios, uno en Jounieh al norte de Beirut, y el otro en Tiro, en el sur del país, que hospedan casi a cuatro mil quinientos jóvenes de edades comprendidas entre guardería y bachillerato, ya sean cristianos o musulmanes. Visitamos estas escuelas y nos encontramos brevemente con los muchachos mayores y con sus educadores: nos han impresionado su inteligencia vivaz y llena de curiosidad junto a su estima y afecto por la experiencia que están viviendo. A hombres y mujeres así se les ha confiado el futuro del Líbano, en la memoria de una historia fundada sobre la experiencia de una convivencia pacífica y respetuosa de culturas y religiones diferentes.
Junto a los Misioneros Maronitas, también otras realidades de religiosos y religiosas trabajan incansablemente, junto a laicos, en medio de la gente, testimoniando la presencia de una Iglesia profundamente enraizada en la vida cotidiana del pueblo libanés.
Por eso ha sido una experiencia extraordinariamente útil la que hemos vivido: encontrar el «martirio» de los cristianos es siempre un don muy preciado que hay que custodiar con cuidado. Especialmente en casos como éste, en el que el padre Philippe y sus hermanos nos han pedido continuar esta relación de amistad, providencialmente iniciada, en vistas a una colaboración a la obra común que nos ha sido confiada.
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