Uno de los historiadores más autorizados de Europa se ha bautizado... «El cristianismo es la verdadera revolución en un mundo en el que avanza la nada. Pero ahora tengo curiosidad por el futuro»
Entrevista a Leo Moulin
Tras haber leído con interés, en Il Nuovo Areopago, su contribución más reciente - «¿ Crisis de Europa o crisis de valores?» - hemos dirigido a Léo Moulin algunas preguntas. Durante la conversación, el anciano investigador nos ha revelado que hace poco tiempo ha recibido el Bautismo. Se trata de un viejo amigo, politólogo, investigador de la historia y de la civilización europea, sociólogo, docente en el Colegio de Europa de Brujas, uno de los mayores conocedores de las órdenes monásticas, especialmente de la benedictina, autor de numerosos libros, entre los que se encuentra La vida cotidiana de los monjes de la Edad Media.
Profesor Moulin, nos parece que la crisis de Europa, con la decadencia de cualquier tipo de referencia, hace necesaria la profundización en la originalidad del hecho cristiano, del que provienen todos los valores.
Como ya he escrito, los valores de los que se ha alimentado Europa hasta hoy, más o menos conscientemente, provienen en su totalidad del cristianismo. Ya desde finales del siglo V, la fe estaba presente en todos los espíritus, tanto en su forma tradicional y popular como es el caso del humanismo cristiano, cuanto en la propuesta de nuevas órdenes o en la reforma de las antiguas, e incluso en las herejías o en las esperanzas milenaristas más alocadas. La misma afirmación con la que Rousseau comienza su tratado (El Contrato social), «El hombre ha nacido libre», ¿de dónde puede provenir sino de las palabras de Dios Creador que proclama: «Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza»? Por otra parte, los nacionalismos no han hecho sino exaltar ideológicamente la precedente expresión del pueblo cristiano. Todos éstos eran valores vividos religiosamente, ya que el hombre es un «animal religioso» que tiene el sentido de lo sagrado. La libertad de la que habla Rousseau es sencillamente la libertad de los hijos de Dios a la que ha sido arrebatada la conciencia del pecado. La crisis de nuestro mundo, por tanto, es esencialmente la de una falta de fe, ante la cual amenaza peligrosamente la nada. ¿Por qué se puede tener fe, por ejemplo, en el fútbol? También las grandes concentraciones en torno al deporte, o a la música rock, demuestran precisamente esta necesidad de una fe que «congregue» de alguna forma a los hombres.
El sociólogo americano Alasdair Maclntyre ha escrito que «Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el lmperium y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese lmperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilización sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban». ¿No le parece un juicio dramáticamente actual y pertinente a la situación de la incipiente barbarie en la que ya empezamos a vivir?
Para el Imperio Romano el sistema religioso (o mejor, el sistema de la religión de Estado) era una sola cosa con la conciencia cívica y la expresión de la socialidad y de la sociedad, era una especie de «moralidad cívica» que juzgaba todos los aspectos de la realidad. Lo que el cristianismo conllevaba -en su aspecto específico, es decir, en el hecho de la Encarnación era absolutamente inconcebible a los ojos de los Romanos (y no digamos de los Griegos, que además se rieron de san Pablo tras su discurso en el Areópago). Ninguna divinidad, de las que conocían, había pretendido jamás afirmarse como acontecimiento histórico y, más aún, hacer coincidir su presencia e identidad con la propia historicidad, con su propio haber entrado y permanecido en la historia. Una presencia, por tanto, registrada y objetada (porque ciertamente las persecuciones contra los cristianos fueron, de todas las existentes, las más tremendas), en cuanto que ponía en duda todas las soluciones que la «convivencia romana» ofrecía ( entre las cuales la más digna, quizás, era la de los estoicos) frente a las oleadas de los bárbaros que empezaban a destruir definitivamente el poder romano. Por ello, el cristianismo supuso una verdadera revolución.
Pero, ¿no le parece que en este momento se puede afirmar lo mismo: que el cristianismo permanece siempre como un reto dramático para cualquier hombre de todos los tiempos?
¡Sin lugar a dudas! Y para mí, educado (y posteriormente uno de los responsables) en la Universidad masónica de Bruselas -con todos mis colegas anticlericales en sentido tradicional, contra el Papa y la Iglesia ... que ahora no me pueden ni ver- esto significa recoger la provocación de la realidad. Las invitaciones que me hacen para ir a hablar, los compromisos que abarcan cada vez más mis jornadas, todo mi trabajo me solicita a mirar más adelante, lleno de confianza y curiosidad por el futuro.
Estas palabras, dichas por un hombre dé 88 años, abren verdaderamente el corazón y urgen, al mismo tiempo, una respuesta a la pregunta: ¿cómo es posible que esto suceda?
Yo he sido bautizado, y me encuentro compartiendo un camino, un juicio, una pasión por el hombre con vosotros (amigos del movimiento de Comunión y Liberación), y con otros muchos amigos católicos (como, en particular, con mi amigo el cardenal Daneels), pero creo que todavía soy un «católico no creyente», una broma del Espíritu Santo...
La Iglesia, hablando del sacramento del Bautismo, lo explica como un «signo eficaz»...
Quizás sí, debo admitir que en mi vida se está manifestando algo que no puedo explicar, que no es mío, que podríamos llamar signo de la medida de Dios, una intervención del cielo... Y es este «algo» lo que hace posible «enseñar» también a jóvenes católicos.
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