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Huellas N.05, Mayo 1994

CULTURA

Apuntes para un trabajo educativo en la escuela

La primera batalla por la libertad de educación consiste, a nuestro parecer, en esto: en actuar de tal modo que, donde sea posible, se consti­tuyan y vivan los maestros, se constituya y viva una relación educativa real. La cuestión, dicha en una fór­mula, parece sencillísima, pero en la práctica requiere un camino serio y una elaboración personal; la educa­ción no es nunca la comunicación de discursos, no es nunca la teorización de valores, sino que depende de la experiencia que se hace. El maestro no es aquél que dice las cosas adecuadas, sino aquél que acompa­ña al joven en el trabajo, que le enseña las matemáti­cas y todo lo que debe enseñarle y que, dentro de esto, testimonia un modo de estar en la realidad que tiene su punto de apoyo en la afirmación de que el hombre es tal cuando depende de algo más grande que él. La escuela que queremos, nosotros católicos, no es ante todo la escuela donde se hable de felicidad o donde se hagan, junto a otras, experiencias así lla­madas "religiosas". No es que estas experiencias no se deban hacer, pero no es esto lo que califica a la escuela. En términos generales la escuela que noso­tros pedimos no es la escuela donde un maestro pueda transmitir las propias "ideas", sino la escuela donde se den las condiciones para hacer experiencias educa­tivas: es decir, donde haya enseñantes ligados a una realidad más grande que ellos que vaya más allá de los muros de las escuelas, que dependan de un pueblo que tenga como contenido de camino el sentido de pertenencia. Entonces el verdadero problema no es la escuela católica, sino la escuela.
El rostro de la escuela es el de una extraña esqui­zofrenia donde la teoría (lo que se dice con palabras y fórmulas) va por una parte y el deseo va exacta­mente por la parte opuesta. ¿Cómo salir de esta situación? Hay un único modo, y es que alguien se ponga dentro de la escuela dando la posibilidad de experimentar que ser maestros y ser discípulos no es solo un deseo sino una experiencia factible y practi­cable. Esto es (normalmente) una "bomba" porque la misma necesidad que se advierte en los jóvenes se da también entre los enseñantes. ¿Pero cómo es posible crear un consenso, o al menos una posibili­dad de entendimiento, de modo que cuanto se ha dicho hasta ahora no sea descartado a priori? ¿De dónde viene la energía? (De hecho, no es siempre cómodo, no es siempre agradable mantenerse con un juicio). ¿De dónde viene la inteligencia para mante­nerse dentro de la realidad juvenil con la fuerza de un juicio y de una educación? La respuesta es senci­lla: es necesario que un educador haya experimenta­do sobre sí este problema, es decir que viva un lugar que sea "maestro" para él, fuente de juicio y de edu­cación. No se trata de vivir en un lugar que dé res­puesta a todas las preguntas, sino de vivir un lugar donde, aunque se experimente la dificultad y la con­tradicción, se pueda también experimentar que el seguimiento de otro, aunque no siempre resuelve el problema particular, siempre nos hace en la vida más libres y más inteligentes. Solo desde esta diná­mica nace una posibilidad de educación.
Sin autoridad, de hecho, no existe propuesta; la tradición no se convierte en propuesta para el indivi­duo si no existe tal instrumento, ese lugar natural. Sin autoridad no existe propuesta y sin propuesta no existe confrontación, y así la gente crece a merced del poder, de quien tiene más fuerza para manipular. Por esto toda la cultura de una época deicidamente despótica como la nuestra odia el concepto de auto­ridad y lo hace odiar, así como odia profundamente el concepto de padre y lo hace odiar. Sin autoridad no existe propuesta, y sin propuesta no hay confron­tación, sino solo reactividad desordenada, una reac­tividad en la que tiene buena parte el poder.
Esta es una batalla civil: de hecho si no existe esta posibilidad educativa, si no existe por tanto la posibilidad para los jóvenes de crecer y de ser capa­ces de que las contradicciones y las responsabilida­des sean asumidas, la sociedad se destruye.
¿A quién interesa que el joven esté solo y perdido frente a la vida, a quién interesa que la escuela sea un conjunto de personas que no tienen rostro? Inte­resa a un poder que quiere adecuar a sí la sociedad, que tiene un proyecto de uniformización y de ade­cuación; interesa a un poder que no quiere nada con personas que tienen una historia, un ideal, un deseo para el futuro, ni quiere que creen obras y gestos dentro de su camino; interesa a un poder que no quiere nada con la sociedad. Que este proyecto del poder sea consciente o inconsciente, es decir que sea fruto de un someterse a una mentalidad dominante o bien sea un proyecto lúcido, no es el principal pro­blema. El principal problema es que allí donde la escuela no se constituye sobre sujetos reales que viven una experiencia de pertenencia, que son capa­ces de introducir al joven dentro de la experiencia educativa, el resultado no puede ser más que esta destrucción.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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