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Huellas N.05, Mayo 1994

PUNTO DE FUGA

¿De donde el mal?

Onorato Grassi

No hace mu­cho en una interesante conferencia, publicada en Synesis, el padre Ignace de la Pot­terie admitía que, en nues­tros tiempos, se está asis­tiendo a un fuerte «redescu­brimiento de la gnosis» y que esta antigua postura hacia la existencia humana, surgida probablemente como herejía en el seno del cristianismo primitivo, está permeando progresivamen­te la mentalidad y la sensi­bilidad del hombre moder­no, conquistándose, con los ideales de la pureza y de la fuga del «mundo malvado» grupos cada vez más amplios de intelectuales, de jefes revolucionarios ( que prometen el «mundo nue­vo»), de cultivadores de semillas religiosas y, tam­bién, de «aspirantes» a un nuevo orden de derechos civiles. Sin embargo, el estudioso jesuita no quiso adentrarse en un análisis de la metamorfosis de la gno­sis, dejando para un futuro historiador la tarea de reali­zar este «viaje tan fascinan­te como lleno de peligros», y prefirió describir los orí­genes del fenómeno y su consistencia en el momento de mayor manifestación histórica (estudio profundo e interesantísimo de leer). Fue una cautela justa y motivada. Recuerdo que a un señor, que insistía en mostrar su actualidad, el padre de la Potterie le pidió que nombrara los «repre­sentantes» del gnosticismo moderno y recibió respues­tas ridículas.
El «fascinante viaje» queda por tanto por hacer y se podría empezar a reco­ger, aquí y allá, huellas y elementos del fenómeno. Por ejemplo, en algún can­tautor «místico» o en algu­na refinada casa editorial.
La investigación sería, en cualquier caso y a mi parecer, principalmente útil en el ámbito de la experien­cia o de la conciencia reli­giosa. La gnosis, como es sabido, nace, como pensa­miento, de la angustia que la condición humana lleva consigo y busca la respues­ta al gran problema del hombre: el mal. Tertuliano sintetiza la interrogación gnóstica en la expresión «unde malum?»: ¿por qué existe el mal, moral o físi­co?, ¿cuál es la causa? Y el mal, para el gnóstico, no es un aspecto de la vida, sino que es la vida como tal, este mundo en el que vivi­mos y esta materia a la que hemos sido arrojados, suje­tos a la culpa, al desorden y a la ignorancia ( «el mal de la ignorancia sumerge toda la tierra», Corpus Hermeti­cum, VIII,1). Pesimista en el análisis, el gnóstico es optimista en la solución: del mal uno se puede, y se debe, liberar a través del conocimiento (que precisa­mente es la traducción del término griego gnosis). Si el mal y el pecado son la ignorancia, es decir la oscu­ridad, el impuro oscureci­miento de la materia, lo enigmático, lo ignoto, el instrumento de la salvación no puede ser más que la inte­ligencia, que da el verdadero conoci­miento de sí, del camino de purifica­ción y de Dios. El dualismo y la diso­ciación son el alma del gnosticismo: entre bien y mal, entre justos e injus­tos, entre sabios e incultos, entre elegi­dos y condenados.
Se tiene así, por una parte, la negación de la existencia, del cuerpo, de la mate­ria, de la vida coti­diana y normal, considerados «prisioneros» de un espíritu que querría liberarse en los espacios de la absoluta pureza, y por otra parte el empeño por resolver cada contradicción, enigma y misterio, confiando la libe­ración de sí y del mundo al poder del conocimiento.
Dejamos por ahora aparte el juicio sobre los resultados hasta ahora insa­tisfactorios de esta posición.
Es, sin embargo, más útil revelar que la gnosis constituye un verdadero y constante peligro para una experiencia religiosa, por­que destruye la permanen­cia de su connotación ini­cial, es decir del sentido religioso. A las preguntas ¿»Quiénes somos?», «¿de dónde venimos y a dónde vamos?», el gnóstico que, si bien se las hace, quiere dar una respuesta que impida volver a planteárselas. Busca una solución que vacíe las preguntas y, haciendo esto, las desen­carne. No es una eventuali­dad tan extraña ni remota: se puede verificar fácil­mente también en ambientes cristianos, cuando, por ejemplo, el contenido de la fe es afirmado sin ningún sentido del Misterio. Entonces la fe, como seña­ló hace tiempo don Giussa­ni en una entrevista, se reduce a «una ideología cualquiera o a una práctica supersticiosa». Es el fin, casi inevitable, al cual con­ducen ciertas teologías y ciertas formas de espiritua­lidad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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