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Huellas N.05, Mayo 1994

PORTADA

El pueblo del Meeting

Luigi Amicone

Acontecimientos. La Feria de Rímini se confirma como la manifestación de católicos más importante del año. Crónica de la fiesta de un pueblo

El Meeting más bello, el más logrado, el de mayor participación. Las reseñas de prensa cotidianas ocupan siete grandes paquetes compuestos de una media de 130 artículos, servicios radiofóni­cos y televisivos, y amplias citas a tout azimut. Por fin, el ejercicio de hilación política ha dado paso al des­cubrimiento de la naturaleza del Meeting de Rímini, «expresión de una responsabilidad libre que nace de la experiencia del movimiento». Los medios de comunicación descu­bren que en Rímini ha estado pre­sente lo mejor de la propuesta cultu­ral, religiosa y social de Italia. Tam­bién han pasado ocho ministros que se han sometido a las preguntas, a las críticas y a las sugerencias del pueblo del Meeting. Pero aquí las primeras y segundas Repúblicas no tienen nada que ver. El escritor Mar­co Guzzi lo dijo de un modo casi perfecto durante una de las muchas conferencias de Rímini: «Si hoy puede existir un pueblo no es por naturaleza, sino que es como por obra de arte».
El público que ocupaba los milla­res de metros cuadrados de los han­gares de la Feria de Rímini tenía la misma alegría en el rostro que la gente de Brianza acampada con una treintena de hijos en un caserío del interior de la Romaña. En una noche de brisa grandiosa cantábamos jun­tos: «Dime ¿cómo es esto?, pero ¿quién serás tú? para hacerme estar aquí, noches enteras esperándote, para esperarte a ti». ¿Quién serás para hacerme estar aquí...? El hom­bre consiste en el afecto que principalmente la sostiene. Es lo único que ningún poder del mundo puede dete­ner: la verdad de una experiencia. Esta ya no es crónica; se trata del encuentro con un fenómeno que tie­ne el mismo impacto que la gran poesía, de cuya raíz renace también la empresa política que intenta entre­la zar los hilos dispersos de una sociedad que, arrasada bajo las ceni­zas de Tangentopoli, no sabe volver a encontrar la fuerza de un ideal.
El Meeting es un meteoro caído del cielo, en una Italia triste que vive los últimos momentos de vacaciones. Venida a menos la obsesiva campaña de limpieza moral, la pausa veraniega parecía el símbolo de un impas de aliento mortal. Echados los ladrones, los corruptos, los malhechores, apare­cía el alba de la Segunda República, el optimismo de la nueva época pare­cía un breve paréntesis de un viaje a las Bahamas terminado en la periferia de Sarajevo. En la autopista que devuelve a la normalidad a un país que tiene la tasa más alta de desem­pleo juvenil de Europa, el camino se hacía cansado y perplejo.

La finalidad y la comunicación
Robi Ronza (portavoz del Mee­ting) no ha necesitado demasiadas palabras para explicar el comunica­do de apertura: «Educar en la políti­ca, la forma más completa de la vida de un pueblo, no es acostumbrar al uso astuto de términos políticos a fin de conseguir el poder, sino formar hombres que sean conscientes de la finalidad fundamental de su vida, de la solidaridad que es unir en común hacia el destino, no excluyendo nin­guno de los factores de la conviven­cia humana». Lo dice teniendo delante la significativa presencia del cardenal de Milán Carlo Maria Mar­tini, invitado a abrir el Meeting con una reflexión bíblica sobre los térmi­nos pueblo, exilio y camino, a la luz de las relaciones particulares entre la Iglesia y el pueblo judío. En el pasa­je conclusivo -donde el Cardenal se pregunta qué enseñanzas contienen sus reflexiones- está contenido el reconocimiento del "pueblo del Meeting", al que añade la sugerencia paternal de afirmar la propia identi­dad en la apertura y en la compren­sión. Después llega Renzo Arbore, en colaboración con la orquesta ita­liana. Dice en una rueda de prensa: «Soy católico apostólico napolita­no». No solamente no le disgusta cantar a los «cielinos», «sino que esperaba su invitación» confesaba el popular showman a los asombrados periodistas. Arbore tenía que haber actuado e irse inmediatamente para seguir sus galas de verano. Sin embargo se quedó dos días para conocer y escuchar a estos jóvenes de los cuales se ha dicho «amigo y admirador».
De este ir juntos hacia el destino, el lingüista trentino Eddo Rigotti ofreció una documentación potente­mente sintética: «¿ Qué permanece después del enorme esfuerzo que ha cambiado la URSS, de dónde partir después de la pulverización del Imperio? Mirad lo que dice el pre­ámbulo de la nueva Constitución rusa que se dirige a los 180 millones de hombres de muchas lenguas y culturas de la tierra que se extiende entre Moscú y Vladivostok: «los pueblos de Rusia, unidos en un común destino».
La «civilización de la verdad y el amor» a la que reclamaba el Papa cuando vino al Meeting hace muchos años, ahora se comprende mejor.
El hombre que quiera empeñarse en construir un mundo más justo no puede hacer otra cosa que partir de la palabra que «enjuicia cristianamente esta totalidad de valores: la palabra caridad». Esto lo comprende también un laico como el ministro Alfredo Biondi, que con furor renqueante nos dice de tú a tú: «No se tiene a la gen­te en la cárcel para obligarla a "can­tar". En el siglo XVI se usaba la tor­tura y para inducir a hablar a los reclusos se retorcían los pulgares. La llamaban justicia y sucedía que quien tenía los dedos más flexibles ganaba la causa».
Pero la vida que sostiene el esce­nario de encuentros y de relaciones públicas del Meeting va más allá de las declaraciones del Ministro de Justicia: la caridad es el único principio auténtico de agregación social, de construcción política, de tejido civil. Para explicar, nunca suficientemente, el mal que corona la presunción de la jus­ticia humana vinie­ron el Vicario del Arzobispo de Saraje­vo y Monseñor Pari­de Taban, obispo de Torit en Sudán, testi­gos del sufrimiento de pueblos culpables de querer continuar existiendo con la propia fe e identidad.
He aquí entonces que la política asume su horizonte natural: forma más completa de la vida de un pueblo, condición de la libertad de un pue­blo, educación de lo humano. ¿Qué está en la raíz de todo esto? La persona.
Viendo actuar a los chicos que aco­gían a la gente se comprendía que en el corazón de un acontecimiento tan espectacularmente intenso y organizado está la humilde dedicación personal a una compañía reconocida como patria y destino.
Lo deja entender claramente Ono­rato Grassi, cuando al presentar el último libro (Il senso di Dio e l'uomo moderno) de la colección de espiri­tualidad cristiana editada por la Riz­zoli cita un comentario de don Gius­sani en una comida; «como en los tiempos de los primeros cristianos, también hoy la Iglesia será construida por los padres y por los escritores».
Dice Grassi: «es decir, por los padres que aman al pueblo, que aman a la gente, que saben guiar, dar un ideal, conducir. Y por los escritores, es decir, por aquellos que comunican una percepción de la realidad de la vida. Ahora comprendo por qué Giussani se ha comprometido a diri­gir una colección en una editorial lai­ca como la Rizzoli: porque reconoce en el libro uno de los instrumentos más importantes para que la geniali­dad del movimiento que él ha funda­do pueda comunicarse a todos».

El sentido religioso y la historia
Llega el comunicado número dos: «educar a la gente en una madurez de vida personal no puede prescindir del sentido religioso vivo y presente, fundado sobre la razón».
Una primera y original documen­tación de estas palabras llegó a través de la conferencia de Elisa Buzzi sobre el movimiento puritano desembarcado en Nueva Inglate­rra a principios del siglo XVII. Un puñado de hom­bres para los cuales Dios lo era todo y que de la nada realizó el embrión de los Estados Unidos. Es decir el más formidable y potente Estado moderno que todavía conserva en los pliegues de la propia memoria las huellas de aquella experiencia huma­na y religiosa. Una religiosidad tan personalmente sentida que, como decían aquellos protestantes, «si Dios no respeta el pacto contigo puedes pedirle cuentas».
Prescindiendo de los equívocos del pasado, «¿es quizás excesivo esperar que nuestra pasión por el hombre guiado hacia su destino sea unánimemente comprendida?». Quizás sí. ¿ Cuánta agua ha debido pasar bajo los puentes de la cultura dominante antes que los historiadores reco­nociesen aquello que el gran estudioso francés Léo Moulin ha dicho presen­tando una exposición dedi­cada al Medievo? «No bastan ni la casualidad ni la fortuna para explicar la superioridad científica y tecnológica del continente europeo en el Medie­vo. Es el producto del humus de una civilización particular». Y ¿qué decir de la impresionante reseña documen­tal del historiador Reynal Secher, «cuando matan un pueblo», sobre el exterminio de 120.000 hombres, mujeres y niños, en la que se mani­fiestan las pruebas de cómo la barba­rie jacobina intentó en vano extirpar el sentido religioso y la tradición de los vandeos? La profecía, el heroís­mo, la energía de una construcción política duradera nacen del vientre del pueblo. Lo demostró eficazmente la historiadora Regine Pernoud, pre­sentando la figura de Juana de Arco, la analfabeta que logró ella sola hacer coronar al propio Rey en el momento más crítico y dramático de la historia de Francia y de Europa.

Un gesto plantado en el mundo
Cuando decenas de millares de personas se reúnen para ver la mues­tra sobre los «Antiguos pueblos de Italia» y se apasionan por los estudios sobre la verdad histórica de los Evan­gelios es imposible no reconocer que la empresa realizada en Rimini favo­rece, como recita el comunicado con­clusivo del Meeting, «una atención seria a los problemas que la historia pone y, por tanto, una madurez de actitud crítica capaz de cambiar el cli­ma mismo y la praxis de los ambien­tes de trabajo». A la presidenta de la Cámara, Irene Pivetti, no le fue difícil ensimismarse con este espíritu. Por eso fue aplaudida su altiva y decidida intervención: «toda autoridad viene de Dios y tiene en Él su fundamento. Esta no es la opinión de los católicos, sino que éste es el orden de las cosas, éste es el bien de todos, católicos y no católicos». ¿ Qué significado puede tener un acontecimiento veraniego como el del Meeting en un mundo que se mira al ombligo dentro de una cotidianidad frecuentemente amarga y trágica? A nuestro alrededor los escombros y los humos de las guerras que se suceden. Desde Bosnia a Sudán, desde Rusia a la "revolución italiana". Parece que desde siempre los hombres tienen necesidad de individuar un enemigo para existir como compañía unitaria. Parece que sin enemigos no se puede existir, llegar a ser un pueblo. Sucede desde los tiem­pos de Abrahán, sucederá hasta el fin de los tiempos. Mientras tanto acon­tecimientos como los que han acaeci­do en la ciudad más frívola de Italia continuarán testimoniando y sugi­riendo al mundo que el cristianismo es lo único nuevo bajo el sol. El título del Meeting del '95 será «Mil más mil, todo vale una eternidad». El tema parece referirse al drama de la libertad humana: una eternidad es un siempre y un ahora; o es una presen­cia -similar a la que se ha visto en la más evanescente de las ciudades ita­lianas- o es un jamás.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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