En los últimos días del verano italiano se ha debatido sobre un presunto renacimiento cristiano.
Se podría liquidar el problema archivándolo entre los muchos debates de agosto hinchados de forma desmesurada por los medios de comunicación. Pero el mismo hecho de que el tema, aunque sea por una vez, haya sido de esta naturaleza, merece cierta atención.
Las tomas de posición de algunos personajes públicos en el Meeting de Rímini, la vivacidad del debate sobre la posición de la Iglesia en la Conferencia de la ONU sobre la población en El Cairo, el estupor admirado con el que todos han percibido el deseo del Papa de ir a Sarajevo, han sido los elementos que han inducido a muchos a hablar de renacimiento cristiano y, al mismo tiempo, a desencadenar un sin fin de comentarios de los representantes del llamado mundo laico. Se han agitado los habituales fantasmas sobre una vuelta a oscuras épocas totalitarias (¿y cuáles?) y algún intelectual se ha dedicado a hacer disertaciones un poco patéticas sobre el «partido del Papa».
Indudablemente, para un cristiano, el hecho de que existan políticos que no tengan miedo a declarar su propia fe y a traducir en su libre y responsable actividad política las convicciones que provienen de una educación católica, es algo que conforta y provoca. Así como, análogamente, es aún más provocadora la energía con la que el Papa y la Iglesia intervienen en lo concreto de los grandes dramas del mundo.
¿Pero a qué nos sentimos provocados? En otras palabras, ¿en qué consiste un verdadero «renacimiento cristiano»? El primer gran equívoco, alimentado no por casualidad por los medios de comunicación, con la complicidad cuanto menos desprevenida de algunos curas e intelectuales, está en reducir todo ? una mera cuestión de poder y de partido.
La provocación real que nos viene de la energía llena de coraje del Papa, de la Iglesia y de aquellas posiciones de católicos empeñados en la política -como de cualquier auténtico testimonio- está en invitar a los cristianos a retomar una conmoción por lo humano. En esto consiste el verdadero renacimiento, aquel que es posible todos los días: retomar una conmoción por la situación concreta de las personas en los ambientes de vida y de trabajo, donde la realidad más concreta es la pérdida del sentido del vivir y del morir.
Por eso el Meeting ha insistido sobre el hecho de que, análogamente a lo que ocurre en la Iglesia, «el fin que nos mueve es educar a la gente a una madurez de vida personal. Y esto no puede ocurrir sin que esté vivo y presente un sentido religioso fundado sobre la razón».
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