Capitalismo. El gobierno de Pekín habla de «socialismo de mercado». Además intenta frenar la tasa anual de crecimiento del PIB que está en ascenso continuo. Viaje al milagro económico (en riesgo de explosión) del Medio Imperio
El Ferrari Testarossa que campea por la plaza de Tian An Men, zigzageando por la calle de denso tráfico, suscita la admiración de taxistas y ciclistas. Sólo la imagen gigante de Mao, colocada en la entrada de la Ciudad Prohibida, permanece impasible. Pero algún turista, que en este momento le hace una foto, asegura que, desde el momento del desarrollo, se perciben cambios en las líneas del rostro...
En el otro lado de la plaza está impasible, no le queda más remedio, el cadaver embalsamado del Gran Timonel. Encerrado en su urna de cristal, sigue siendo la meta de la peregrinación de millares de chinos. Todavía hay respeto por el personaje histórico y también curiosidad por la reliquia que, como se dice aquí, debería dar suerte.
En uno de tantos de los karaokes no hace mucho abiertos en la ciudad, Bang, con su sonrisa, ayuda a los clientes a cantar. Pero sobre todo a beber. Y también ella bebe. Se queda con el veinte por ciento de las consumiciones. A medianoche está borracha.
Fuera, en la Chang' An, luces de colores se rotulan sobre la fachada del Yao Han, el supermercado japonés. Como bolas de billar, rebotan insistentemente sobre las esquinas de la fachada con recurrencia obsesiva que no puede no captar la atención de los consumidores potenciales.
Boom Tian An Men
China hoy. Aun no hace veinte años que la guardia roja estaba haciendo la Revolución Cultural. Es cierto que las grandes arterias que atraviesan la ciudad se hicieron entonces, cuando se demolieron centenares de «hutong», los antiguos callejones que se enroscaban entre los tugurios con techo de teja gris, imagen antigua de la capital china.
La política de apertura, introducida por Deng Xiao Ping a principios de los años ochenta, abrió un proceso de desarrollo que, en los últimos tres años, ha tomado un ritmo vertiginoso. Deng, y los gobiernos por él inspirados, se preocuparon de satisfacer las necesidades esenciales de la población agotada por los «saltos de tigre» económicos proclamados por la propaganda del régimen y por los excesos nihilistas de la Revolución Cultural. Poco a poco habían avanzado llegando a asegurar, al menos hasta finales del pasado decenio, un nivel medio de vida ciertamente superior al que entonces tenía la ex-Unión Soviética. Pero la situación acabó escapándoseles de las manos.
La economía recalentada de 1988 requirió enérgicas medidas correctoras. Pero la inflación y la corrupción eran ya cada vez más evidentes. En este malestar social se injertó fácilmente el movimiento democrático de mayo del 89, sofocado en sangre, un mes después, en la plaza Tian An Men.
Entonces hubo que volver a empezar casi desde cero. China, bajo la acusación del mundo entero, no se encerró sobre sí misma, sino que buscó justificar de algún modo los actos de sus responsables. Y no siempre lo hizo con argumentos convincentes. Pero sí que hizo ondear pragmáticamente ante los ojos de Occidente las ventajas de su gran mercado. En enero de 1992 Deng Xiao Ping ordenó acelerar el desarrollo. Las empresas extranjeras comenzaron a volver en masa a China. Y a invertir de un modo también masivo.
En tres años el nivel de vida de la población china ha crecido increíblemente. Restaurantes y comercios rebosan de productos de todo tipo. Hasta los rusos, desconcertados, vienen aquí a hacer negocios. Las últimas americanas «al estilo de Mao» se han convertido en artículos para coleccionistas. En los restaurantes de moda los jóvenes con su teléfono portátil llevan ropa Pierre Cardin. Minifaldas y mallas han sustituido a los pantalonazos grises, herencia del pasado reciente.
Fiebre de El Dorado
Con una tasa de crecimiento del 13% de media y que el gobierno, frenando el crédito y las inversiones, busca desesperadamente bajar al 9%, pero que en las zonas meridionales y costeras salta alegremente hasta el 23%, los parámetros usados en las proyecciones de los inversores locales, y sobre todo extranjeros, no pueden dar, como resultado, más que un horizonte rosa, cuando no radiante. Capitales que se multiplican, inversiones con alta rentabilidad. En definitiva, un nuevo El Dorado. Se pueden incluso adquirir chalets de nueva construcción, dice en estos días un anuncio en el diario China Daily en lengua inglesa: bastan 25 millones. Es tan conveniente que en cinco años, aseguran, se recupera el capital. Pero no todos se han hecho ricos. Las inyecciones masivas de dinero se han hecho, obviamente, donde más conveniente eran. Y sobre todo en las así llamadas «Zonas económicas especiales» de Shenzhen y de Zhuhai, junto a Cantón, y en la ya famosa zona de Pudong, «el monumento a Deng», en las afueras de Shanghai.
En las grandes ciudades se han invertido en la construcción de grandes hoteles, semidesiertos despues de junio del 89 y ahora rebosantes no sólo de extranjeros sino también de chinos ricos. Se ha dado la salida a un ejército de nuevos consumidores que, con la liberalización de las actividades comerciales han pasado en poco tiempo de la bicicleta al automóvil. Sólo ahora se están dando cuenta de que las infraestructuras ciudadanas, las calles y los pasos superiores, no sólo ganaban la benevolencia del Comité Olímpico Internacional de cara a hospedar los Juegos del 2000, sino que debían rehacerse para evitar los cuellos de botella en los que el flujo a alta presión del desarrollo habría podido obturarse.
El riesgo de la URSS en China
En medio de un tráfico enloquecido, bloqueado por uno de los innumerables semáforos estropeados, los automovilistas esperan pacientemente a que el guardia acabe su interminable discusión con el desafortunado al que le ha caído la multa y que se suba a su podium y se ponga a desenrollar la intrincada madeja de coches. En las Cartas edificantes y curiosas que los misioneros jesuitas en China enviaban regularmente durante todo el siglo XVIII a sus superiores en Europa, repetidamente se alude al modo de ser paciente del pueblo chino. El cual, no obstante, de vez en cuando explota. Como en 1900. O como en 1989.
Según el politicólogo americano Alvin Toffler, no hay que excluir que China acabe como la ex-Unión Soviética. Y las consecuencias serían devastadoras, porque la crisis implicaría a una población que es casi la quinta parte de la humanidad. La chispa podría saltar de la tensión insostenible que se está creando por la creciente distancia entre regiones ricas y regiones pobres, que induciría a las primeras, de momento obligadas a sostener el desarrollo de las segundas, a buscar una autonomía política además de la económica. Esto podría ocurrir de modo doloroso. En cualquier caso continuará la nueva moda según la cual las revoluciones, hoy, tienen detrás a los ricos que quieren desembarazarse del peso de los pobres.
El péndulo de Mao
Por otra parte la historia de China ha tenido unas oscilaciones pendulares. Por limitarnos al pasado más reciente, al rápido desarrollo de las zonas meridionales y costeras, registrado sobre todo hacia mitad de los años treinta, le corresponde el retraso de las regiones occidentales, al norte del río Yangtse, que no pudieron engancharse a este desarrollo. No es casual que el Gran Timonel, perseguido por los nacionalistas, encontrara refugio en aquellas regiones, desde las cuales hizo recomenzar la lucha revolucionaria contra el régimen de Chang Kai Shek.
Han pasado ya cuarenta y cinco años desde la fundación de la República popular china. Aparte de las afirmaciones de la propaganda, el péndulo, al menos en los hechos, parece haber abandonado su movimiento hacia la Revolución y parece ir ahora en la dirección opuesta: la de la apertura, del libre comercio y del beneficio individual. Sin dar demasiado peso al significado contradictorio de las propias definiciones, el gobierno chino ha admitido el principio de la realización de una «economía socialista de mercado».
Todos los días, en la estación de Pekín los trenes derraman millares de agricultores en busca de fortuna. Con un trozo de cartón colgado al cuello, sobre el que han escrito lo que saben hacer, esperan pacientes, sentados sobre las aceras, a que alguien los contrate. En el mejor de los casos son los capataces de las mejores canteras de la ciudad. Pero también pueden ser criminales que necesitan gente para su banda. Si no prostitutas, para sus burdeles.
La familia según Zhang
La recluta de criminales es cada vez más difícil. Las llamadas de los intelectuales y de los nuevos sindicalistas superan cada vez más difícilmente las puertas de los karaokes. A menos que la inflación, que hoy es superior al 20%, y sobre la cual se injerta el fenómeno de la corrupción, no alimente un descontento capaz de hacer perder, a los más pobres, toda esperanza de participar en el desarrollo. Y entonces, quizás, las previsiones de Toffler no serían del todo infundadas. Al menos para indicar una tendencia. Porque el impulso autonomista ya existe. Porque las provincias ricas son cada vez más reticentes a compartir la recaudación fiscal con el gobierno central, que retiene una parte y el resto lo da a las provincias pobres. Porque en la periferia, cuando se habla de dinero, la autoridad central es cada vez más contestada: como en el caso de los agricultores que han incendiado las oficinas postales que no aceptaban los bonos recibidos de los representantes del gobierno por la cuota anual de la recolección; o como cuando se han dado cuenta de que en muchas regiones uno de los oficios más peligrosos es el de recaudador fiscal.
«Quand la Chine s'éveillera tout le monde tremblera» ( cuando China despierte el mundo temblará). Lo dijo Napoleón, tras la ponderación, por parte de los ilustrados, de los aspectos positivos de la cultura del «Imperio Medio». Hay signos de un despertar. ¿Es como para temblar? «La frase ha de interpretarse positivamente», me explica con mucha dificultad Zhang, un profesor universitario en la cuarentena con muchos amigos entre los disidentes. Cuando China, dejando de complacerse en su imagen, interrumpa su sueño de «ser un país que está en el ombligo del mundo» y, divulgando los propios conocimientos científicos y culturales, haga conocer las capacidades intelectuales de que dispone, los países avanzados descubrirán que gozan, respecto a China, de unas ventajas en términos de civilización inferior a lo que pensaban. Y para recuperar terreno deberán, humildemente, volver a partir de los valores antiguos que fundamentan sus civilizaciones.
Los caracteres chinos desfilan en la pantalla mientras se desarrolla el videoclip del karaoke. Liu, acompañante turística, acaba de tomarse su último whisky. Mañana volará hacia París. Viajará con un grupo de ricos chinos que, tras los asuntos de negocios, disfrutarán alegremente de las imágenes del «Crazy Horse». Ella, sin embargo, irá de compras.
«Porque, dice, los foulards de Hermes cuestan lo mismo en Pekín que en París».
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