Solzenicyn en Moscú. El retorno del escritor ruso. Lo cuenta una gran amiga suya
En estos días, Alexander Solzenicyn volverá a Rusia. Bien entendido, salvo imprevistos, siempre posibles en aquel país, sobre todo en la situación actual. De cualquier modo, la postura del escritor, exiliado desde hace más de veinte años, es que si le dejan entrar él volverá, a pesar de los eventuales peligros o dificultades.
Siempre había dicho que quería morir en Rusia; más aún, había expresado la certeza de que así sería, en los tiempos cuando esta previsión parecía pertenecer al reino de los sueños irrealizables. Pero más allá de la muerte existe también la vida: ninguno de nosotros sabe cuánta vida le queda, y él con 75 años, aún siendo muy robusto, probablemente no cree que tenga mucho tiempo por delante. El tiempo que sea, de todas formas, lo quiere dedicar a trabajar por su país. Las dificultades concretas y prácticas serán muchas. Habituado a una vida adaptada a un ritmo según las necesidades de su trabajo y sin ningún tipo de preocupaciones prácticas, se encontrará inmerso en el actual caos ruso, en el que hasta la construcción de una casa en las
afueras de Moscú, en un terreno comprado recientemente, se ha revelado como una utopía: el edificio construido es inhabitable, el techo deja pasar el agua y en las habitaciones la temperatura, en invierno, no supera los 16 grados, mientras que alrededor de las ventanas y las puertas se forma hielo. Sería necesario tirar abajo todo y recomenzar la construcción de nuevo.
Pero el escritor, que ha donado la mayor parte de su fortuna al «Fondo de asistencia a los prisioneros de conciencia y a sus familias», creado por él, no tiene los medios para afrontar una segunda construcción. Es verdad que intenta pasar al menos un largo primer período viajando a través del país: quiere encontrarse con los rusos de hoy, hablar con ellos, intentar entender sus problemas y su pensamiento.
Un programa fatigoso y no exento de peligros, en estos tiempos de frecuentes y fáciles actos de violencia. Cuando se supo que volvía recibió avisos y amenazas: no te ocupes de política, de otro modo no vivirás mucho.
Él no tiene ninguna intención de ocuparse de política en el sentido inmediato del término: nunca la ha amado ni la ha entendido. Pero el papel que quizás debería ser el suyo, el que los grandes escritores de la historia rusa siempre han desarrollado en la sociedad de su tiempo, el de consejero, juez moral, voz de la conciencia, es el que la gente espera de él y el que le corresponde, y es un papel que inevitablemente influye sobre la situación política.
Sin embargo no se pueden cerrar los ojos a los peligros. Tampoco el padre Aleksandr Men' se ocupaba de política. Por otra parte, él se encontrará indudablemente ante un país nuevo, en el fondo desconocido para él, porque está caracterizado por una multiplicidad de intereses, problemas, opiniones y aspiraciones, que en sus días, en una contraposición bastante lineal entre el régimen y aquellos que no lo aceptaban, no era perceptible.
Su nombre significa mucho aún para la inteligencia y para las personas ligadas a una visión religiosa de la vida, pero para las grandes masas, sobre todo las jóvenes generaciones, su obra es paradójicamente menos conocida que en los días de las prohibiciones, porque en Rusia hoy se lee mucho menos que antes (falta el dinero para comprar libros) y la difusión en este campo es absolutamente desastrosa. A esto va unido el hecho de una campaña hostil a él que por desgracia ya ha empezado por los medios de comunicación, manipulados por la extrema izquierda (comunistas) y por la extrema derecha (nacional-fascistas).
Así, su nombre para muchísima gente es conocidísimo, y está rodeado de una especie de leyenda, mientras que su obra queda, en un cierto sentido, como en una nebulosa.
Por otra parte, es una obra difícil de apreciar hasta el fondo fuera de una visión intrínsecamente cristiana, y en Rusia hay hoy una bien orquestada resistencia a la penetración del pensamiento cristiano. Y tampoco tal penetración es facilitada por la rigidez y el formalismo de buena parte del clero ortodoxo. Es de temer, por tanto, que en la Rusia de hoy Solzenicyn se chocará contra el mismo tipo de incomprensión y de sospecha que tanto le han hecho sufrir en Occidente. Indudablemente encontrará también aquellas islas de calor humano y de limpieza moral y espiritual que subsisten aún o están renaciendo -como en Occidente, por otra parte.
Ciertamente no será un retorno fácil, tanto más que sus hijos por ahora permanecen en Occidente y que el mayor (hijo del anterior matrimonio de su mujer Natalia, al cual le tenía un profundo afecto) murió hace poco tiempo, de improviso, de un ataque al corazón, a los 32 años de edad. En Occidente, por tanto, queda también una tumba.
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