La carnicería en Ruanda, ¿es un caso imprevisible? La causa, ¿es sólo el odio tribal? El enviado de Litterae nos habla del tráfico de armas y de un extraño bosque...
«Se está consumando un drama, cuyo signo llevará la humanidad. En primer
lugar se ha asesinado a los tutsi, después a los que tenían una mujer tutsi, después a los que pertenecían a otro partido y, finalmente, a los prefectos y alcaldes que han intentado evitar las masacres. Los hombres se han vuelto bestias. La radio habla de 200 mil muertos, la cifra está muy por debajo de la realidad. Por las noticias que nos llegan las víctimas podrían ser un millón y medio. Un día la historia lo dirá». Así escribían al principio de mayo, en su diario, el padre Eros Berile y don Vito Misuracca los dos misioneros italianos que permanecieron atrapados durante más de mes y medio en Ruanda, intentando salvar a los niños de su orfelinato. Pocos occidentales, como ellos, han podido asistir a la magnitud de una masacre que en la historia moderna encuentra pocas comparaciones. Carácter metódico, rapidez, horror, éstas son las características de un genocidio que supera, en la escala de los horrores, al holocausto nazi, a la limpieza étnica serbia, y a los «killing fields» camboyanos. ¿Todo por casualidad? ¿Todo como consecuencia de la rabia por la muerte en atentado del presidente Juvenal Habyarimana? ¿Todo como consecuencia de aquel irresistible instinto de odio y violencia tribal que acaba en África con la compasión y el raciocinio? «C'est l'Afrique», se decía hace tiempo, pero esta vez el antiguo dicho colonial no sirve. Para comprenderlo basta poner el pie en Ruanda, basta hablar con los testigos de la masacre. «Las masacres comenzaron media hora después de que el avión del presidente fuera abatido», relata un occidental que permanece trabajando en una lanzadera entre la frontera de Burundi y Ruanda, y que aquel día se encontraba en su casa de Kigali, «el ejército y los "hinterhanwa", los masacradores civiles, comenzaron los rastreos siguiendo listas precisas. ¿Creéis que esto pueda suceder en África de un momento a otro?». Es incluso difícil sólo el pensarlo. Y entonces, investigando tras la inmediatez del horror, bajo el velo de polvo que cubrirá las fosas comunes, surgen historias y particulares en los que el genocidio se convierte sólo en el último epílogo previsible de una historia compuesta de complots internos e intrigas internacionales. Los pocos occidentales que han permanecido en Ruanda relatan historias muy semejantes. «No ha sido sólo un genocidio tribal. Ha sido, sobre todo, una lucha por el poder. Para no perder el poder. Juvenal Habyarimana se había plegado a los acuerdos internacionales firmados en agosto de 1993 en Arusha y se disponía a hacer entrar en el gobierno a los tutsi del Frente patriótico ruandés. Esto no complacía a los halcones del régimen. En las primeras horas de las masacres no sólo se han asesinado tutsis, sino también y sobre todo a los exponentes más moderados del régimen». Por tanto, ciertamente, una masacre planificada fruto de un complot interno.
Un genocidio preparado sobre la mesa. Pero según alguno, en las cuatro esquinas de esa mesa estarían sentados también exponentes occidentales. O por lo menos se habrían fiado de los masacradores. Para comprender el porqué es necesario recordar antes la historia reciente del país. Desde hace treinta años Ruanda es escenario de atrocidades recíprocas entre la mayoría hutu y la minoría tutsi, que históricamente dominaba el país. En 1963, un año y medio después de la concesión de la independencia por parte de Bélgica y del paso del poder a manos de la mayoría hutu, los tutsi crean el Frente patriótico ruandés y desencadenan la lucha de guerrillas. Los hutu responden con masacres: veinte mil tutsi son asesinados mientras centenares de miles huyen a Burundi y Uganda. Entre ellos vive la familia de Musseweni que en 1986 se convertirá, tras años de guerrilla en los bosques, en presidente de Uganda.
En 1990 se ofrece la hora de la venganza para los descendientes de la etnia tutsi ruandesa. Con la bendición de Musseweni y el importante apoyo del ejército de Kampala, quinientos rebeldes del Frente patriótico ruandés penetran en Ruanda. La guerra podría concluir con la victoria de los rebeldes si para equilibrar las fuerzas e imponer el alto el fuego no interviniese Francia. Francia, un extraño papel.
Muchas de estas partes le acusaron con el dedo. Algunas son sospechas, otras realidades más o menos probables. Ciertamente muchas de las armas adquiridas por el gobierno de Kigali en los últimos años, han sido compradas con dinero francés. Frank Smith, autor de un libro sobre el rearme ruandés, revela los detalles de un contrato entre el gobierno de Kigali y Egipto para el aprovisionamiento de armas. El pago de dicha suma estaba garantizado por el Credit Lyonnais, una banca nacional francesa claramente controlada por el gobierno de París. Según muchos testimonios, tras el inicio de la guerra, los trescientos soldados franceses presentes en Ruanda habrían prestado apoyo de artillería contra los puestos del Fpr, mientras que algunos consejeros militares habrían coordinado las operaciones bélicas. Pero, ¿por qué tanto empeño por parte de las autoridades de París en sostener una causa perdida y un régimen con las manos manchadas de sangre? Aquí comienzan los rumores y los cabos que se unen. Uno de los más recurrentes es el del uranio de la selva de Nyungwe. En esta selva, en los años 70, un turista francés recogió y se llevó a casa una extraña piedra. Murió pocos meses después por lo que pareció una excesiva exposición a radiaciones. La piedra fue examinada y se encontraron huellas consistentes de uranio. Desde entonces la selva se convertiría en meta de numerosas expediciones geológicas que, mimetizadas por organizaciones ecologistas, habrían constatado la presencia de ricos yacimientos de uranio. ¿Quién estaría detrás? «Intentad imaginar cuáles son las potencias interesadas por el uranio revela un diplomático que hasta hace algunas semanas se encontraba en Kigali, por una parte ciertamente Francia, que lo usa en sus centrales y comercia con sus derivados. Por otra parte, sin lugar a dudas, Sudáfrica que tiene un gran "know how" en la explotación de yacimientos». Da la casualidad que precisamente Francia y Sudáfrica serían las más involucradas en el tráfico de armas con destino a Kigali. Si París se limitaba a financiar la adquisición, Pretoria, a través del Armscor, sociedad de control estatal para la producción de armamento, habría vendido a Ruanda ametralladoras, morteros y municiones por un valor de casi seis millones de dólares. Al parecer de la ya citada fuente diplomática, existiría un vínculo entre los tiempos del desencadenamiento de la guerra y las investigaciones secretas realizadas en la selva de Nyungwe. «El único director de algunos proyectos gubernamentales para la repoblación de los bosques, todos más o menos bloqueados por la falta de fondos, fue el responsable de un proyecto abandonado hace dos años. En su puesto fue nombrado directamente el responsable de los servicios de seguridad».
Pero la banda que tiene el poder y que ha organizado las masacres en Ruanda no ha sido la única que ha gozado de apoyos internacionales. Las tropas del FPR penetraron en Ruanda a través de la frontera ugandesa y gran parte de su armamento proviene de los arsenales de Kampala. «La invasión de nuestro país es un plan premeditado denunciaba el ministro de información ruandés Eliezer Niyitegeka, los Estados Unidos a través de Uganda quieren asumir el control de nuestro país y extenderlo a Zaire. París y Washington contienden por la supremacía en Centroáfrica». Ciertamente los ministros de información de estas partes sirven, sobre todo, para controlar la propaganda, pero no es un misterio que Washington haya apoyado siempre la financiación del gobierno de Musseweni. Y no es un misterio el que, mientras el departamento de estado americano continúa considerando al presidente zaireño un dictador, el Elíseo prosigue dándole confianza. «Vosotros los europeos os habéis olvidado de África» nos decía un funcionario de la aduana ruandesa mientras controlaba nuestros pasaportes en la frontera con Burundi. Sería triste descubrir, cuando se deba escribir la historia del genocidio, que había alguno en Occidente que, por el contrario, la recordaba muy bien.
Economías de guerra
Enrolarse en algunas de las guerrillas es el único modo de conquistar una posición social
Se esperaba que el fin de la guerra fría trajera la paz a África: no ha sido así. Las masacres de Ruanda son sólo el último eslabón de una cadena de duelos que ensangrienta el continente. Algunos conflictos, más o menos ligados al enfrentamiento Este-Oeste, han desaparecido: Namibia, Eritrea, Mozambique y Sahara ex-español viven hoy días tranquilos, aunque para los dos últimos nombres de la lista se trata sólo de un armisticio que tiene todavía que traducirse en paz plena. Pero contemporáneamente han surgido nuevas crisis, precisamente porque algunos viejos dictadores sostenidos por Occidente han sido abandonados a su propio destino. Es el caso de Somalia y Liberia, y en menor medida de Zaire, donde se recrudecen los enfrentamientos étnicos en varias regiones. Algunos viejos conflictos, como los de Agola y del Sudán meridional, han vuelto a explotar después de períodos más o menos largos de bonanza. El parto de una democracia multirracial en Sudáfrica se ha revelado particularmente doloroso. Guerrillas de diversa naturaleza están en actividad en Sierra Leona, Senagal (los separatistas de Casamance), Mali y Nigeria (en ambos países los tuareg hacen inseguras las regiones septentronales), Chad, Etiopia meridional, Gibuti (afar contra el gobierno issa), Uganda septentrional, Amen.
Las causas de todos estos conflictos son decididamente locales y de naturaleza interna, aunque las armas vienen de todo el mundo. En la práctica, la guerra se ha convertido en África en el principal modo de producción económica y política. Con la crisis económica ha venido a menos la mediación política en la competencia por los recursos, y han emergido los «señores de la guerra» como Aidid, Savimbi, Taylor, etc. Los jóvenes corren a enrolarse bajo sus banderas porque la violencia se ha convertido en el modo mejor de garantizarse una posición social, ahora que el Estado ya no tiene nada que ofrecer.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón