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Huellas N.03, Marzo 1994

La máxima expresión

Renato Farina

1954: «Diez minutos antes de comenzar la primera misa del Movimiento, me puse a enseñar Vero amore é Gesú y O cor' soave». Crónica de un inicio

«Ninguna expresión de sentimientos humanos es superior a la música. ¿A quién no le conmueve un concierto de cuerda, o cómo permanecer insensibles ante el colorido de una sonata para piano? Parece el máximo. Sin embargo, cuando oigo la voz huma­na... No sé si os pasa también a vosotros, pero es todavía más, y más ya no se puede. Verdadera­mente, no existe un servicio a la comunidad com­parable al canto». Con estas palabras don Luigi Giussani acoge a un hermoso grupo de gente para el que la música ocupa un lugar importante en la vida. Hay profesores de Conservatorio y meros cantores aficio­nados, pero todos ellos dan aliento, voz y pasión a los coros de Comunión y Libe­ración.
La ocasión es un convite. Pongo aquí los apuntes improvi­sados de las pregun­tas que surgían de uno y otro extremo de la amplia mesa
(habría unas treinta personas) y de las respuestas y contra­ preguntas de don Giussani. ¿El hilo conductor? La música, natural­mente; sobre todo, el canto. Al leer la transcrip­ción, el hecho de que la conversación parezca saltar un poco de aquí para allá viene del carácter coloquial del diálogo.
Don Giussani repite: «Sí, el canto es la expre­sión más elevada del corazón del hombre. No lo digo porque esté ante vosotros que cantáis. Lo que digo aquí, lo digo siempre».
Una observación: a nuestro alrededor los que cantan son pocos, pero hay siempre un zumbido de canciones que escapan de los auriculares y nos asaltan por todas partes. Hay siempre una banda sonora que nos persigue por todas partes y que nosotros no elegimos. Está muy de moda reunirse en masa ante un karaoke o un cantautor. «Sin embargo», interrumpe Giussani, «estas can­ciones y este tipo de exhibiciones pueden ser el signo de la corrupción indecible de una época. El canto, en lugar de ser la expresión de un pueblo, se convierte en la repetición obsesiva y sentimen­taloide de las oscuridades y manías de los indivi­duos. Se juntan multitudes para escuchar y reco­nocerse en esas notas y en esas letras, pero siguen fragmentados. Colectivamente solos».
Un cierto espanto se expande como sal sobre la mesa. ¿De verdad es imposible un canto del pueblo hoy? Uno que es músico profesional plantea así la pregunta: ¿cómo crecer, cómo ser misioneros en la música?
«Lo que más ayuda desde el punto de vista expresivo, lo que propiamente hace crecer, es cantar para la comunidad. Y subrayo la palabra para. ¡Hacer un solo en los ejercicios de la Fra­ternidad no ante, sino para dieciséis mil personas! Esta es la diferencia entre Vasco Rossi, que sin duda será buenísimo, y vosotros que sois el coro de estos dieciséis mil. Vosotros expresáis a estos dieciséis mil, expresáis su conciencia, sois la voz de un cuerpo, de un pueblo, de un destino.
Vasco Rossi, incluso estando ante cien mil, se expresa a sí mismo, y confirma en la sole­dad y el vacío a quien quizá le adora. Sin embargo, cuando voso­tros cantáis en Rímini, en los ejercicios, nos expresáis, sois nosotros y vuestra voz se alza y nos alcanza como puro don. Por eso, el canto es gratuito, el canto es caridad. Es caridad pura, el canto. Si os puedo dar un consejo: no estéis demasiado preocupados de voso­tros mismos, de vuestra capacidad de expresaros. El contenido de la preocupación no puede ser la expresión de sí, sino el expresar la conciencia de este pueblo. Por eso, el coro, el canto, es el servi­cio más útil y gratuito para la comunidad. Si una comunidad no tiene coro, quiere decir que no tie­ne pasión, algo ya se ha deshecho».
Pregunta: ¿y cómo se puede saber que no se está siguiendo la propia manía expresiva? (Con­viene señalar que todo sucede durante una comida en la que los platos se vacían velozmente a golpe de tenedor: ninguna solemnidad, mucho apetito).
Respuesta: «La seguridad viene de la perte­nencia. ¡Esto es algo tan natural! Es tan verdad, que un niño que no ha vivido la experiencia de pertenecer al padre y a la madre crece psicótico. Se canta con un canto que sale del pecho y de la garganta expresando una conciencia, si se perte­nece. ¿Habéis entrado alguna vez en una casa en la que hay una joven madre afectuosa? Es impo­sible que su hijo pequeño no cante. Canta, cantu­rrea, le salen armonías que quién sabe de dónde le vienen, ¡y tiene cuatro años! Son expresión de la letícia y de la tranquilidad que procede de saberse amado, que viene de la pertenencia».
Alguno tira la piedra: don Giussani ¿es por eso por lo que en tantos sitios, en el Movimien­to, se canta mal?
«Es síntoma del deshacerse de la comunidad», dice con calma don Giussani. Y se explica: «Cuanto más se llena la boca de la palabra com­pañía, tanto más la comunión se ha disuelto. La pertenencia a la compañía, la comunión, se susti­tuye por un lazo afectivo en torno a una persona­lidad quizá fascinante. Pero se termina por estar constituidos por un lazo psicológico. Sin embar­go, la comunidad nace de la participación del Ser, de una ontología. Si no desciende del Miste­rio, no es comunidad. Hace falta que se dé la conciencia del acontecimiento, que sucede aquí y ahora. En cuanto al canto... -se crea un instante de silencio en el que todos dejan de atacar con la cucha­ra a la crema de caramelo­... en cuanto al canto: es una carencia general en el Movi­miento. ¿Debido al hecho de que los responsables sienten poco qué es el hombre, qué es el cristianismo? Este des­cuido, este desamor respecto del canto y de la música es síntoma de una grave deca­dencia». Ríe y bromea, pero no demasiado: «Yo, como sí sé qué es el hombre, exijo el canto». Viene de antaño esta pasión de don Giussani.
Cuenta cómo en 1932-33, cuando tenía 9 o 10 años, su padre elegía en el periódico a qué litur­gia festiva acudir y se hacía acompañar por su hijo en busca de una misa polifónica por toda Lombardía. Había crisis y, sin embargo, más importante que el pan era la música. Y en la casa de don Giussani, en Desio, donde ciertamente no se podía despilfarrar, la velada del domingo se traía un trío o un cuarteto para que interpretara a Schubert.
Alguno comenta: entonces, ¿hay que dar la orden «hay que hacer coros, hay que cantar»?
Don Giussani: «No se mueve a nadie con palabras. Quien pertenece está dispuesto a apren­der, está allí y aprende». Entonces volvemos a hablar de la historia del canto en el Movimiento. No nació algún año después, con Adriana Mas­cagni u otros. Ni siquiera nació un minuto des­pués del Movimiento. ¿Es lo mismo que el Movi­miento, es -si puede decirse- su carisma?
Cuenta Giussani: «En la primera misa de G.S., la primera en absoluto, ahí nació el canto del Movimiento. Nos habíamos reunido en la iglesia milanesa de san Gottardo al Palazzo. Y diez minutos antes de la misa me puse a enseñar Vero amor é Gesú y O cor' soave. Moví las manos como lo hacía mi maestro en el seminario (repite el gesto), canté y me siguieron. Cinco minutos antes de la primera misa del Movimiento nació el canto del Movimiento. El inicio del canto del Movimiento es el inicio del Movimiento. No hay diferencia. Nace el Movimiento y se canta. Como un niño con su madre. Se pertenece y surge el canto. Sin pertenencia no puede haber un coro. No se imponen los coros por decreto, nacen cuando nace el Movimiento: también hoy».
¿Y las canciones nacidas de G.S.? «Desde el principio hubo canciones preciosas. Y todos las cantaban. Después durante años y años no se han vuelto a cantar estas canciones. Las canciones de Adriana Mascagni -bellísimas- cayeron en el olvido. Incluso las canciones más bonitas de Clauido Chieffo (La guerra, La ballata dell'uomo vecchio, La nuova Auschwitz) cayeron en desu­so. Pero he luchado. Si algo es auténtico debes hacerlo llegar a todos. Y estos cantos volvieron».
Alguno vuelve a meter el dedo en la llaga y dice: sin embargo -y estamos ya con la copa final, un espléndido rosado- hay una especie de sordera en el Movimiento... don Giussani comenta: «Se ha difundido una pereza, una inercia... pero sobre todo una
aridez. Es la misma que domina la sociedad de hoy. ¡Pero es justamente con el canto con lo que se ara este terreno seco! Nosotros nos lamenta­mos y nos golpeamos el pecho por todas las veces que esta aridez se alberga en nosotros, y es justo. Pero pensad que nueve de cada diez de los que encontramos y vienen a nuestros encuentros se van diciendo: "¡qué bien cantáis!". Todos los sentimientos humanos más fuertes -el sentido del pecado, el miedo, la misericordia, ... - nuestra gente los ha aprendido mucho más a través del canto que con las lecturas. Yo los aprendí de pequeño: no de las predicaciones, sino de los cantos. Por eso la reforma de la iglesia tuvo necesidad y se expresó a través de los cantos de san Felipe Neri. Los mejores también los cantáis vosotros». La discusión deriva hacia quién pue­de considerársele un verdadero compositor; hacia la música alemana (alguno aventura: «No soporto de entre los alemanes la presunción de Wagner. Strawinski llegó a escribir que La don­na é mobile de Verdi, ella sola vale más que todo Wagner».), hacia la italiana. Concluye Giussani: «El canto es la expresión más auténti­ca del hombre, si el hombre es hombre, y es tal si pertenece. El niño, si la madre está cerca, can­turrea. Así, en cuanto existe el Movimiento, aun­que sea pequeño, aunque sea solo un fragmento, canta»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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