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Huellas N.03, Marzo 1994

VIDA DE CL

No solo Brasil

Vincenzo Moretti

Testimonio. Una beca de estudios en la Politécnica. El ritornello de la misión. El encuentro con Gs y el reconocimiento de la vocación

He nacido en Belluno hace cincuenta y cuatro años en una familia cristiana. Durante el tiempo del instituto me encon­traba con un grupillo de amigos y pensábamos qué se podía hacer de útil en la vida. Entonces se hablaba mucho del desarrollo del Mediodía. Concretamente a nosotros se nos ocurrió crear algo, en Calabria, rela­cionado con la industria hidroeléctri­ca, floreciente en nuestra región. Junto con un amigo obtuve una beca de estudios y nos trasladamos, junto con otros cuatro, a Milán a hacer ingeniería. Un día, mientras estudia­ba Ciencias de la Construcción, un compañero me escribió en la última página del libro de ejercicios: «Si Cristo llamase a tu puerta mañana». Era el título de un libro. Un año y medio después -recuerdo con preci­sión que era el 26 de enero de 1963-saliendo de misa ví, en una mesita que habían puesto a la salida de la iglesia, aquel librito. Lo compré. Aquella tarde lo leí y releí.
Al día siguiente lo comenté con mi grupo de amigos y uno de ellos habló de una exposición que había preparado Gs de Como sobre el ham­bre en el mundo. Decidimos ir a ver­la al día siguiente, faltando a clase por primera vez. A la vuelta propusimos la misma exposición en la casa del estudiante. Fue un éxito. Recogi­mos 130.000 y mucha gente nos hizo numerosas preguntas. Ese fue mi pri­mer acercamiento a Cl, que por aquel entonces se llamaba Juventud estu­diantil ( en italiano Gioventù studen­tesca, Gs). El verdadero encuentro tuvo lugar un mes después, a través de Pablo, una invitación a cenar ... y a un encuentro, el martes, sobre litur­gia. Me impactó inmediatamente su amistad, el hecho de que se parango­nasen con la liturgia. El hecho de ser cristianos era algo verdadero, no una clasificación, un nombre. Luego esta­ban sus amigos de allá, del Brásil, y yo comenzaba a madurar la idea de que para ser útil podría hacer lo que ellos. Ya me daba cuenta de que aquellos seis que habían salido con­migo de Belluno iban a tomar cami­nos distintos y que del proyecto de Calabria ya ni se hablaba.
El único que partió para Calabria fui yo, y precisamente a través del movimiento. Pasé tres veranos en el apenino calabrés enseñando catecis­mo a los que tenían que confirmarse. Cuanto más conocía a estos nuevos amigos, más deseaba ir a trabajar al Brasil. Pero con ellos, no con otros.
Hasta que me armé de valor, fui a Don Giussani y le dije: «yo también quiero ir al Brasil». Él me dijo: «Haz que te manden desde la diócesis». «No, yo quiero que me mandéis vosotros». Un segundo de silencio y me responde: «¿Qué quiere decir la misión?». «Quiere decir ayudar a la gente y hacerla conocer a Jesucris­to». «Sí, pero ¿qué experiencia tie­nes tú de Jesucristo?». Yo no supe qué responder a aquella pregunta. Entonces él me dijo: «Para hacer experiencia de Jesucristo debes vivir la comunidad. Vívela hasta el fondo. Vívela como protagonista, con ini­ciativa. Reza a la Virgen y a san José porque aquello de lo que un hombre es capaz no viene de él. Uno gusta de la vida cuando hace cosas más grandes que uno mismo pero que no vienen de uno mismo». Acepté la apuesta. Era la apuesta de mi vida.
Empecé a vivir la vida de la comunidad estando con los chavales de Gs, a veces más jóvenes que yo. Llegó un momento en que pensé que ya estaba preparado. Volví a hablar con Don Giussani: «Entonces, ¿me manda al Brasil?». Y él: «Allí hay curas, monjas y dos personas consa­gradas a Dios. Nosotros, por ahora, no podemos mandar a una familia... » Entre lineas entendí que si estuviera en alguna de aquellas categorias... Entrar en el seminario no lo había pensado nunca, pero... ¿qué quería decir vivir la virginidad? Sobre todo, ¿cómo se sabe si ese es el camino de uno? Era un problema serio, era el problema de mi vida: Brasil o no Brasil. Por enésima vez volví a ver a don Giussani y le pregunté cómo podía saber si el Señor me llamaba a la virginidad. La respuesta fue senci­llísima: «Prueba. Porque las cosas de la vida sólo puedes probarlas. Si es el camino adecuado te encontrarás bien. Pero debes hacerlo seriamente. Debes vivir esta condición como si fuese definitiva». Lo hice y durante un año entero, por la noche, en la Casa del estudiante, rogué a la Virgen que se me concediera ser capaz de estar erguido frente al Destino, reco­nocerlo y seguirlo. Lo hice entre aquellas quinientas personas, cada una con su camino. Y yo comprendía que debía profundizar en el mío para ser verdaderamente su amigo. Era el camino adecuado. En aquel momen­to tenía todo en regla para salir. Había sido elegido para hacer el ser­vicio civil en Brasil y ya tenía un contrato para trabajar en Macapá... Todo parecía preparado. Sin embar­go tuve que irme a hacer el servicio militar al cuerpo de infantería de Pis­toia. Yo, que procedía de una familia de artilleros alpinos. Pero yo ya no tenía valor. Tanto yo como los que salían hacia el Brasil teníamos el mismo fin. Había comprendido una cosa: el Señor escoge a aquellos a los que necesita. Y como no tenía necesidad, lo único que había que hacer era seguir. Ahora mi centro de interés era la comunidad. Por eso, junto a tres amigos, comenzamos a reestructurar un caserón en la Bassa milanesa, en Gudo, para ayudarnos a vivir la común vocación de laicos en el mundo. Cada uno de nosotros pidió su "dote" a sus padres y cada momento libre que teníamos lo pasá­bamos trabajando.
Momentos oscuros los hubo. Recuerdo, el año 73, en Pianazze, en los ejercicios del Grupo Adulto. Poco antes había tenido que decidir, por motivos de salud, cambiar de tra­bajo para poder permanecer en Gudo. No fue una decisión fácil y rezando pedía ser honesto conmigo mismo. Aquella tarde salí y me senté sobre la tierra. Apoyé una mano sobre una roca y me pregunté: «¿Qué es esto?». Una roca. Cogiéndome a mí mismo por las solapas me pregunté: «Y tú, ¿quién eres?». Empecé a repensar todos los hechos importantes de mi vida: el hecho de que estaba en Pianazze porque había encontrado ciertas personas, la comunidad, la beca de estudiante, mi padre que me había hecho ir al liceo científico... Hasta el último hecho: que yo había nacido. Si no hubieran ocurrido todos estos acontecimientos yo no habría sido nada.
Efectivamente, yo era los aconte­cimientos que el Señor me había dado. En ese momento comprendí que lo más importante era ser leal respecto a la realidad, que era impor­tante fiarse. En el fondo es el mismo método que se usa en ingeniería. Cuando has acabado un proyecto debes tener siempre la humildad de verificarlo. Y cuando no estás seguro debes hacerle pasar el control de otro que tiene más experiencia. Para fiarte de tí mismo debes fiarte de algún otro, debes seguir a otro. Es lo que le ha ocurrido a San José, el carpintero. Él, que lo que pensaba hacer en la vida era casarse, hacer una familia normal, se ha encontrado ante un acontecimiento totalmente imprevis­to, y al mismo tiempo ha entrevisto para qué gran tarea había sido esco­gido precisamente él. Esto me vino a la mente en 1991, en el Meeting de Rimini, cuando me paré ante un cua­dro de Guido Reni. Me golpeó el estupor dibujado en el rostro de san José que tenía en brazos aquel Niño. Comprendí por qué, al principio de mi vocación, don Giussani me había dicho: reza a la Virgen y a san José.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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