Va al contenido

Huellas N.02, Febrero 1994

VIDA DE LA IGLESIA

Imploración por la paz

Con ocasión de la jornada de ayuno y de oración por la Paz en Bosnia, CL ha participado de las iniciativas diocesanas y ha cele­brado la Santa Misa por las intenciones del Papa.
De la Audiencia General de Juan Pablo JI sobre la situación de los Balcanes. L'Osservatore Romano, 13 de enero de 1994.

Somos testigos de un proceso de muerte en los Balcanes y, por desgracia, testigos impotentes.
Cristo continúa muriendo entre los acontecimientos que ocurren en aque­lla parte del mundo. En la guerra de los Balcanes, la inmensa mayoría de las víctimas está constituida por personas inocentes. Y de entre los mismos mili­tares, no son muchos aquellos que tie­nen la total responsabilidad de las ope­raciones bélicas. Lo mismo sucedió en el Gólgota, donde en realidad pocos eran los verdaderos culpables de la muerte de Cristo. Ni los autores mate­riales de su muerte ni todos los que gritaban «¡Crucifícalo, crucifícalo!» (Le 23,21) sabían lo que hacían y pedí­an. Por eso Jesús dice desde la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Le 23,34).
Pero ¿es verdaderamente posible afirmar que las personas y los ambien­tes responsables de los trágicos aconte­cimientos de la ex-Yugoslavia no saben lo que hacen? En realidad, no pueden no saberlo. Quizá la verdad sea que tratan de encontrar justificaciones a su modo de actuar. Nuestro siglo, por desgracia, nos ha proporcionado no pocos ejemplos del género. Los totalitarismos, bien sean los de matriz nacionalista que los de matriz colecti­vista, han tenido en el pasado reciente una notable difusión, y se basaban todos en la obediencia a las ideologías «de salvación», que prometían el para­íso en la tierra para las personas y para la sociedad.
Se ha dicho que en los Balcanes los cristianos, por haber cedido a presio­nes ideológicas de varios tipos, han perdido credibilidad. Cada uno debe, en consecuencia, asumir su parte de responsabilidad. No obstante, la debili­dad de los cristianos resalta aún más la potencia de Cristo. Sin Él no es posible resolver problemas que se complican día a día para las institucio­nes y las organizaciones internaciona­les, así como para los diversos gobier­nos implicados en el conflicto. La Sede Apostólica, por su parte, no cesa de recordar el principio de la interven­ción humanitaria. No en primer lugar una intervención de tipo militar, sino todo tipo de acción que tienda a un «desarme» del agresor.
¿Cómo no pensar con viva aprensión en tantos núcleos familiares lacerados por la guerra en los países de la ex-Yugoslavia, donde el conflicto todavía asola y no parece demasiado vecina una reconciliación justa y equi­tativa? Mientras ruego encarecidamen­te a los responsables de aquellos pue­blos a acallar las voces de las armas e invito a las autoridades internacionales a hacer todo esfuerzo ulterior posible de pacífica y eficaz mediación, quisie­ra pedir a los creyentes del mundo que imploren de Dios el don inestimable de la paz. Debemos continuar haciéndolo sin ceder jamás al desaliento.

Del Angelus del Tercer Domingo de Adviento. L'Osservatore Romano, 13 de diciembre de 1993.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página