Cuaresma. Tiempo de penitencia y de ayuno.
Una meditación sobre el capítulo 58 del libro del profeta lsaías
«Tu agradeces, Señor, el corazón penitente». Es necesario que comprendamos bien el significado de la palabra «penitencia». Debemos recordarnos que penitencia es sinónimo de conversión: paso de una actitud no veraz, o menos veraz, a una actitud más veraz. Viene a la mente el término evangélico metanoia, pues, en efecto, metanoia se traduce también por: haced penitencia.
¿Qué otra cosa es la conversión o penitencia sino nuestra mirada que encuentra el «Dios vivo», la apertura de par en par de nuestro corazón y la adhesión de nuestra libertad a Él? Dios no es el Dios de los muertos o de nuestros pensamientos, es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; es el Dios que se ha unido a nosotros haciéndose sensible y tangible con su poder dentro de la historia; y de esa historia ha brotado Cristo, Dios que se ha hecho hombre. La penitencia es encontrarle con nuestros ojos, abrirle de par en par el corazón, adherirnos a Él con nuestra libertad. Mirarle, adherirse a Él, amarle significa cambiar todo; no cambiar «mucho» de nuestras cosas, sino «todo» y todo continuamente.
El peligro del formalismo
«Clama a voz en grito: A mi me buscan día a día. Y anhelan conocer mis caminos, como si fueran gente que practica la justicia y no hubiese abandonado el derecho de su Dios. Me piden leyes justas, anhelan la vecindad de Dios» (Is 58, 1 ss). ¿No es esta descripción de Isaías la descripción de nuestra vida?
Nosotros estamos inmersos en un régimen de vida de gente que busca a Dios cada día, que anhela conocer sus caminos: estamos rodeados de razonamientos y palabras, penetrados por todas partes de pensamientos y emociones, y cargados también de remordimientos y propósitos. Pero el horror de nuestra vida es que puede quedarse en algo formal. Ésta es la trampa terrible en la que nos empuja a caer la mentira, Satanás: que nuestra vida dedicada a Dios se quede en una pura formalidad.
¡Qué agudo es Isaías! «¿Por qué ayunar, si tú no lo ves?, ¿para qué mortificarnos, si tú no lo sabes?».
Queremos establecer nosotros el tipo de correspondencia, queremos fijar nosotros las formas y los términos del ciento por uno prometido para aquí. Y de este modo volvemos a aferrar lo que hemos dado. Este es, en pocas palabras, el origen de todos nuestros titubeos y de toda nuestra incertidumbre, de la desilusión que nos anuda la garganta.
En cambio, la modalidad con la que el Señor se hace presente le pertenece a Él, al Misterio hecho carne en el seno de una mujer, que prosigue su permanencia en el tiempo y en la historia dentro de nuestra carne, constituyendo la forma de nuestra vocación. Nosotros le reprochamos el hecho de que no se deje ver y comprender como quisiéramos. Y así nuestra vida sigue siendo formal.
Los propios asuntos
Y entonces ¿con qué llenamos nuestra vida? «El día en que ayunabais buscabais vuestros negocios [dentro de la historia de vuestra vocación cogéis y tratáis a las personas, las cosas y a vosotros mismos como si fueran negocio vuestro, con la medida que vosotros decidís. En lugar de ofrecer poseéis]. Oprimís a vuestros servidores [manejáis a las personas y las cosas, os manejáis a vosotros mismos y vuestro tiempo según vuestro parecer]. Ayunáis para mejor reñir y disputar y para herir inicuamente con el puño. No ayunéis más como hasta ahora [no os he llamado a la penitencia para que se quede en algo exterior, sin corazón y con todo el peso pétreo de vuestra utilidad, de vuestra medida, de vuestras conveniencias, de vuestro placer, de vuestro orgullo]. ¿Acaso es éste el ayuno que deseo: doblegar como un junco la cabeza [soportar la vocación cristiana], y acostarse sobre el saco y la ceniza [privarse de cosas que se podrían obtener]? ¿A eso llamáis ayuno y día grato para el Señor [soportar lo que estamos llamados a vivir, la forma de vida en la que Cristo nos llama con fuerza y al mismo tiempo con ternura]?
El profeta describe luego el verdadero ayuno: «Éste es el ayuno que yo quiero: romper las ataduras inicuas». Éste -dice Cristo- es el significado de la penitencia que te he llamado a vivir, el significado de tu adhesión a mí: que tu vida necesita ser liberada. Que tus acciones, la relación con los demás, con las cosas, contigo mismo, conmigo tienen que volverse libres, es decir, no pietistas, no formalistas, no con la cabeza gacha según la aguda expresión de Isaías.
¿En qué consiste esta liberación sino en mirar y usar a las personas, las cosas y a nosotros mismos de acuerdo con el destino de la vida de todos los hombres y de todas las cosas que es Cristo?
Isaías prosigue: «Deshacer las ataduras del yugo». Un lazo se convierte en yugo cuando ya no sirve para realizar nuestra relación con el destino, con Cristo, cuando ya no está en función de la gloria del Padre. Cualquier relación, si no está en función de la gloria de Cristo, es un yugo, y nuestra vida, tarde o temprano, lo entiende así. Deshacer las ataduras del yugo: que las relaciones con nosotros mismos, con los demás y con las cosas sean escalera hacia el Misterio, signo vivido de la relación con el Misterio, expresión de la pertenencia.
El reflejo inmediato de esto, que se convierte en su señal incontestable, es la ayuda a los demás en sus necesidades, el socorrerles en sus carencias, en su debilidad, en su fragilidad.
Sólo cuando las relaciones tienden a expresar la pertenencia a Cristo y, en consecuencia, vibra la sensibilidad por ayudar a los demás, de acuerdo con la jerarquía establecida por Dios, sólo entonces «brotará tu luz como la aurora [todo será luminoso, todo claro] y pronto tu herida se curará [con una alegría humilde, sin equívoco]».
Como la aurora
«Entonces brotará tu luz como la aurora». No podemos imaginar la modalidad con la que esto se produce; también la decide el Misterio. Lo dice el evangelio de San Mateo: un día está el esposo y nos alegramos pero al otro día no está el esposo y aparece entonces toda la pesadumbre (cfr. Mt 9,15).
Está el esposo y la penitencia se convierte entonces en resurrección y alegría incluso en medio del dolor: «Desbordo de alegría en medio de mi tribulación» (2 Co 7,4). Y cuando parece que el esposo falta, nosotros lo esperamos en la paciencia, esto es, en la penitencia.
Que la penitencia ya no sea nunca más una formalidad soportada con la cabeza doblada como un junco, sino que sea petición, clara como la aurora. «Entonces la gloria del Señor te seguirá», como una madre que vigila al niño que ha empezado recientemente a andar.
«Entonces clamarás y el Señor te responderá; le invocarás y el dirá: "Heme aquí"»: la señal de que nuestra vida es petición, no formalista, sino dirigida intensamente a Él, es que sorprendamos en el desarrollo de la vida cotidiana la voz de este «Heme aquí», el contenido de esta respuesta de Cristo a nuestra petición.
Que la Cuaresma nos traiga algo nuevo al comienzo de cada una de nuestras jornadas, porque la novedad está en la relación con Cristo.
Salmo
El grito de Isaías
CLAMA A VOZ EN GRITO,
sin cesar
alza tu voz como trompeta
y echa en cara al pueblo sus iniquidades,
a la casa de Jacob
sus pecados.
A mí me buscan día a día
y anhelan conocer
mis caminos
como si fueran gente que
practica la justicia
y no hubiesen abandonado el derecho de su Dios.
Me piden leyes justas
anhelan la vecindad
de su Dios
«¿Para qué mortificarnos si tú
no lo sabes?»
Sí, pero en el día de ayuno buscáis vuestros negocios
y oprimís a todos vuestros servidores.
Ayunáis para mejor reñir
y disputar
y para herir inicuamente con el puño.
No ayunéis más como hasta ahora,
si queréis que en lo alto se oiga vuestra voz.
¿Acaso es este el ayuno que
deseo,
el día en que el hombre se mortifica?
¿Doblegar como un junco la cabeza
y acostarse sobre el saco y
la ceniza?
¿A eso llamáis ayuno
y día grato para el Señor¿
Es es el ayuno que quiero
dice el Señor, Yavé:
Romper las ataduras inicuas,
deshacer los lazos opresores,
dejar libres a los oprimidos
y quebrantar todo yugo;
partir tu pan con el hambriento,
albergar al pobre sin abrigo,
vestir al desnudo
y no volver tu rostro ante tu
hermano.
Entonces brotará tu luz
como la aurora,
y pronto tu herida se curará
e irá delante de ti tu justicia,
y la gloria del Señor te seguirá.
Entonces clamarás y el
Señor te responderá,
le invocarás y Él dirá:
«¡Heme aquí!».
Cuando quites de ti el yugo,
el gesto amenazador y el
hablar altanero;
cuando des de tu pan al hambriento
y sacies el alma indigente,
brillará tu luz en la oscuridad,
y tus tinieblas serán cual
medidodía.
Yavé será siempre tu pastor,
y en el desierto saciará tu alma
y dará vigor a tus huesos.
Serás como huerto regado, como fuente de aguas
que no se agotan.
(Isaías, 58)
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