Este fragmento está tomado de la introducción a la encíclica que Juan Pablo II dedicó a la Virgen María.
La «Redemptoris Mater» se publicó el 25 de marzo de 1987, en la festividad de la Anunciación
LA MADRE del Salvador tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "Abba' padre"»
(Gal4, 4-6). Esta plenitud delimita, el momento, fijado desde toda la eternidad, en el cual el Padre envió a su Hijo, «para que todo el que "crea en él no perezca sino que tenga vida eterna», (Jn 3, 16). Esta señala el momento feliz, en el que «la Palabra, que estaba con Dios,... se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn1, 1.14), haciéndose nuestro hermano. Esta misma plenitud señala el momento en el que el Espíritu Santo, que ya había infundido la plenitud de gracia en María de Nazaret, plasmó en su seno 'Virginal la naturaleza humana de Cristo. Esta plenitud define el instante en el que, por la entrada del eterno en el tiempo, el tiempo mismo es redimido y, llenándose del misterio de Cristo, se convierte definitivamente en "tiempo de salvación". Designa, finalmente, el comienzo arcano del camino de la Iglesia. En la liturgia, en efecto, la Iglesia saluda a María de Nazaret como a su exordio.
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