Invitado por la Curia de Bolonia, don Giussani conmemora a Monseñor Manfredini en el décimo aniversario de su repentina muerte. Relato de una amistad a la que la fe ha dado vida y utilidad
Hace tiempo, las familias que tenían un hijo en el seminario ponían un signo, una señal de reconocimiento en el lugar donde debía crecer la espiga para la hostia y en el sarmiento que daría la uva para el vino de la primera misa.
La espiga y la uva no existían todavía, pero en la raíz y en la semilla ya estaba todo. Se trataba de esperar, pidiendo al cielo que lo que estaba inscrito en el secreto de la naturaleza y lo que había en el corazón del muchacho se desplegase.
Semilla, seminario. La vida, la de todos, es una vocación a realizar un designio cuyo origen no está en nuestras manos. Afortunadamente, pues todo designio concebido por la confusión del corazón humano genera únicamente más confusión, más tristeza. Hay hombres que, de un modo evidente, han vivido su vida como vocación. La evidencia no procede de que vistan un determinado hábito (no es esto lo que hace al monje), ni de un tipo de actitudes, ni de que tengan programas claros; la evidencia procede de que, simplemente, pero de modo milagroso en este mundo de hombres encogidos y nerviosos, ellos realizan una pasión.
Sin programas
«Entre aquello que imaginábamos respecto de nuestro futuro y la realidad tal y como ha sucedido no consigo ver diferencia». Así ha resumido don Giussani, deteniéndose un instante, su amistad juvenil con Enrico Manfredini, obispo de Piacenza y, después, arzobispo de Bolonia durante unos meses hasta su muerte repentina el 16 de diciembre de 1983. Don Giussani ha sido invitado por la curia de Bolonia a participar en la conmemoración oficial. Fue presentado por el cardenal Giacomo Biffi, que también había estudiado y enseñado en las aulas del seminario de Venegono: «Manfredini permanece en nuestra conciencia eclesial como una figura fúlgida que nos enriquece. Pero su aparición fue intensa y breve y por eso sentimos la necesidad de fijar mejor los rasgos de su rostro».
¿Qué imaginaban respecto de su futuro los dos jóvenes seminaristas? (En realidad eran tres, pues con Giussani y Manfredini estaba también De Ponti, muerto poco antes de ser ordenado sacerdote). ¿Acaso habían prefigurado el recorrido que llevaría a uno a ser una de las presencias más significativas del episcopado y al otro a ser guía de un gran movimiento de educación en la fe? ¿Habían planeado proyectos de un «renacimiento» cristiano?
Aquella pregunta
«Era una tarde de invierno, todavía no teníamos dieciséis años comenta don Giussani- y Manfredini se me acercó y me dijo: "Escucha, si Cristo es todo, ¿qué tiene que ver con las matemáticas?" Toda nuestra fe se apoya y se suspende en aquella pregunta». No un programa, sino una intensidad de interés por el hecho cristiano. Una intensidad que encontraba en la amistad entre los tres un ámbito natural de desarrollo y profundización y en la regla del seminario el cauce dentro del cual el río de una pasión alcanza la desembocadura habiendo hecho fértiles los sitios por los que pasaba. Aquella pregunta, todo en aquella pregunta entre amigos...
La vida brota siempre de un amor. Y aquella pregunta era la aparentemente ingenua manifestación de un amor a Cristo, de un amor totalizante, es decir, que afecta a todo. «Pero, -díjo otra vez Manfredíní a Giussaní, bajando las escaleras hacia la Iglesia¡ pensar que Dios se ha hecho un hombre como nosotros... ! » Y suspendió la frase como quien es aferrado en el pensamiento y en la carne por un hecho que le apasiona. No es cuestión de sentimientos ni de pensamientos graves ( «nadie recuerda a Manfredini lóbrego o sombrío», ha dicho Giussani en Bolonia, recordando algunos divertidos episodios que tuvieron como protagonistas el exuberante temperamento de su amigo). Se trata de la «razón», cuyo uso sin la fe resulta incompleto, como ha recordado el Papa. «Es una inteligencia superior, explicaba don Giussani, la que mirando a Cristo busca entrever su reflejo en las cosas, que en Él consisten».
El día siguiente a aquella tarde de invierno, Manfredini, Giussani, De Ponti y algún otro, dieron vida a un pequeño grupo al que llamaron «Studium Christi», es decir, la búsqueda del reflejo de Cristo. Y nació una especie de boletín o folleto mecanografiado en el que aparecían contribuciones o reflexiones sobre el nexo que liga el acontecimiento cristiano con los distintos temas de estudio o los problemas que se les planteaban.
Pasado un tiempo, un grupo formado por otros seminaristas se opuso a la iniciativa y fundó, como un reto, el antagónico «Studium diaboli». El rector invitó a don Giussani, aun compartiendo la iniciativa, a interrumpirla para no crear división. Todo está en la semilla, en el seminario. Y la semilla más importante destinada a florecer era aquel pequeño núcleo de amigos, que hablaban seriamente de Cristo y estaban ligados entre sí por una amistad alegre. «Paseabamos, y al pasar por el puente de Meda, Manfredini, De Ponti y yo razonábamos sobre la necesidad de que surgieran grupos, comunidades que, vivas en su ámbito, constituyeran el tejido de la Iglesia».
La familia del joven De Ponti no pudo cortar la espiga ni recoger la uva para su primera misa. El designio del Padre quiso que estuviera pronto con Él. Y quién sabe si todo lo que vino después no ha sido fruto misteriosamente del romperse, del «morir» de aquella semilla.
La piedad
Obedientísimo y, al mismo tiempo, audaz. Manfredini, hecho sacerdote y después obispo, no perdió ninguna de las características de su temperamento. Las dedicó con generosidad a anunciar «un hecho y sus consecuencias, no un sistema doctrinal o una teoría», recordaba don Giussani. La pasión por el evento de Cristo tiene una consecuencia inmediata: la pasión por el destino del hombre.
Lo que Manfredini mantuvo y realizó, como sacerdote y obispo, en sus posiciones y en sus múltiples iniciativas concretas para hacer más soportable la vida de los hombres (como el «Fondo para los parados», constituido en Bolonia pocas semanas después de su toma de posesión), proviene de un único tesoro. Don Giussani ha recordado que los dos jóvenes seminaristas se retiraban con frecuencia a leer juntos una poesía de Pascoli titulada El ciego, y se estremecían al ver testimoniada en aquellos versos la soledad y el extravío del hombre que no conoce el camino hacia su destino. Profunda pasión por el hombre y por Cristo, por el camino hacia el destino que Dios nos ha dado y que, sin embargo, puede ser ocultado, renegado, rechazado.
La piedad por el hombre era en Manfredini una pasión que ardía en todo, que no se detenía ante los esquemas y los preconceptos propios de la ideología o de aquel clericalismo que él no dejaba de sacudir con sus juicios, suscitando más que resentimientos.
De ahí el apoyo a las iniciativas misioneras y de solidaridad, las palabras llenas de piedad en ocasiones en las que otros blandían únicamente la acusación hipócrita, la disposición franca y abierta para colaborar con la administración de la «roja» Bolonia, la atención al camino educativo de los más jóvenes.
Maestro de virginidad
Para terminar, Giussani citó una inscripción que se encuentra en la Catedral de Piacenza, en un lugar consagrado por la antigua Corporación de Teñidores de aquella ciudad. Lo ha hecho para desvelar un pensamiento que en todos estos años se ha repetido a sí mismo cada vez que recordaba a su amigo. Está inscrito en ese ángulo de la catedral: si queremos dar un sentido nuevo a la realidad, si queremos una vida nueva debemos retornar a la virginidad.
La virginidad es la búsqueda del destino en cada cosa que se hace; la búsqueda y la petición con que se plasman las circunstancias según su significado y se realizan así del modo más verdadero, más leal, más útil. En este sentido, la palabra virginidad -ha explicado don Giussani- indica el ideal cristiano del vivir, según el cual la pasión por Cristo se encarna en una voluntad apasionada de que la vida sea más humana. «Monseñor Manfredini -concluyó al abandonar el Aula Magna de Bolonia- ha sido para mí ante todo maestro de virginidad».
Documentos
Presentamos algunas breves reflexiones de Mons. Manfredini que nos parecen de particular valor en el momento presente
Esta es, pues, la razón de mi angustia. El hecho de que el mal todavía siga acechando con formas violentísimas, se convierte para mí (y creo que también para vosotros, hermanos) en una pregunta: ¿no será quizá esta violencia trágica, que obstinadamente continúa expandiéndose en todo el mundo, consecuencia también de una insuficiente conversión por nuestra parte?
Para cambiar el curso trágico de esta interminable historia de pecado, de violencia, de muerte, es indispensable que al menos un pequeño resto, aunque sólo sea una minoría fervorosa de creyentes, una pequeña porción de iglesia verdaderamente reconciliada con Dios, se manifeste como memoria viva de Cristo, que muere para reconciliar a todos los hombres con el Padre.
Debemos preocuparnos más por la reconstrucción del hombre que por la realización de la justicia. No caigamos en la tentación del hermano mayor (se refiere a la parábola del hijo pródigo, ndr): ¿Y el patrimonio? ¿y los derechos? ¿y yo? ¡Yo siempre he estado en mi lugar y él se lo ha comido todo! ¡Esta es la lógica que continúa incrementando el interminable proceso de violencia y de muerte que también hoy tenemos ante nuestros ojos! (de una homilía el Año Santo de la Redención juntos una sagrario de la última guerra mundial)
La perspectiva pastoral pide un método pastoral. Siempre las verdades de nuestra fe tienen un contenido de valor que es norma de método. Me explico. Jesucristo es el Hijo de Dios. Para convocar a los hombres, reconciliarlos con el Padre y unirlos entre sí, ¿qué hizo? Primero comenzó a hacer y después a enseñar (leed el inicio de los Hechos de los Apóstoles). Primero se encarnó en el seno de la Virgen María, se metió de lleno dentro de la situación, vino al encuentro del hombre, estableció una solidaridad, compartió la situación humana, padeció, murió por los hombres. (...) Resucitó, pero incorporando a sí mismo a los hombres. Nosotros somos el cuerpo de Cristo resucitado, como explica muy bien san Pablo. Todo esto es el resultado de un método. El método pastoral es el método de la encarnación...
¿Cuándo emerge una problemática pastoral? Cuando ciertos aspectos de la realidad se consideran desde la perspectiva del hacerse de la Iglesia según el método de la encarnación y de la comunión que es el método de la pastoral. La Iglesia se construye ahora.
(de un discurso a la Vicaría de Bolonia-Oeste 30.5.1983)
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