A partir de este número Litterae propone un espacio de materiales, para la discusión en torno al tema Punto de vista sobre la política, expresado en la intervención de don Giussani en Assago, publicada en el anterior número
Ante la urgencia de una renovación, en un presente incierto y en un futuro que podría serlo aún más, nos parece justo recordar la lección de Eliot
«No debería necesitar repetir que entre el fin último del hombre de Iglesia (el cristiano, ndr) y los objetivos del reformador laico hay mucha distancia. Mientras el laico tiene como punto de mira una verdadera justicia social, sus objetivos deben entrar dentro de los del hombre de Iglesia. Pero uno de los motivos que me parece facilitan más el destino del reformador laico, o del revolucionario, es éste: que, en general, este considera los males del mundo como algo externo a la persona; o se los imagina como completamente impersonales, es decir, susceptibles de ser eliminados cambiando sólo el sistema o, si se trata de un mal congénito, es congénito siempre en los demás en una clase, en una raza, en los hombres políticos, en los banqueros, en los fabricantes de armas, etc. -nunca en él mismo. Hay excepciones, se entiende, pero justamente, en cuanto un hombre comprende la necesidad de convertirse a sí mismo además del mundo, se acerca al punto de vista religioso. Sin embargo la posibilidad de simplificar las cuestiones de forma que sólo resalte, de modo bien patente, la figura del enemigo externo, para la mayoría de las personas es causa de gran gozo: confiere aquella mirada brillante, aquel paso elástico, que tan bien quedan con las divisas del partido. Este es un gozo al que el cristiano debe renunciar, ya que nace de un estimulante artificial que no puede más que tener consecuencias nocivas. Genera el orgullo individual y colectivo, y el orgullo crea su propia ruina. Sólo en la humildad, en la caridad y en la pureza -sobre todo en la humildad- podemos disponernos a recibir la gracia de Dios, sin la cual las acciones de los hombres permanecen vanas».
T.S. Eliot
La idea de una sociedad cristiana (1939)
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