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Huellas N.02, Febrero 1994

SOCIEDAD

No hay dolor

Luigi Amicone

Después de la insurrección zapatista Méjico vuelve a la normalidad. Espectáculo de luces y miseria. ¿Quién salvará a los campesinos de Bartolomé de las Casas?

A as 12 horas del pasado 16 de Enero, en un mensaje a la nación, el presidente mejicano Carlos Salinas de Gortari anunció la amnistía para todos los insurrectos. El ejército zapatista de liberación nacional se retiró a las selvas en torno a Ocosingo. En la región de Chiapas finalmente reina la paz y el orden. El partido en el gobierno, que ya en el nombre lleva la marca de una insalva­ble contradicción (Partido Revolucio­nario Institucional, PRI) y que desde hace 65 años se mantiene ininterrurn­pidarmente en el poder, se prepara para las próximas elecciones genera­les previstas para el 21 de Agosto con la espina clavada de una insurrección duramente reprimida por el ejército, pero aún no definitivamente domada.
¿Cuáles son las razones de este imprevisto estallido de violencia en un país milagrosamente tocado por el reciente boom económico? Las rece­tas neoliberales aplicadas por Salinas (privatizaciones, reducciones del gas­to público, recortes en los servicios) han cortado la inflación, atraído las inversiones extranjeras, favorecido la rápida y positiva conclusión del pro­ceso que ha llevado a la firma del tra­tado (Nafta) de libre intercambio inte­ramericano (Usa-Canadá-Méjico).
¿Cómo explicar, por tanto, la insu­rrección de indios y campesinos guia­dos por el misterioso comandante Marcos? La Conferencia Episcopal Mejicana, en su documento de refle­xión sobre las revueltas revoluciona­rias, ha antepuesto una simple consi­deración: «Reconocernos ante todo que la situación de miseria, de aban­dono y de desesperación en la que viven los campesinos y los indios de Chiapas, como en otros sitios de Méjico, es la razón de la violencia». No es una historia nueva.
La riqueza sigue «puenteando» a los pobres, como han denunciado los obispos mejicanos, «el mal uso de la riqueza de alguno se convierte en un insulto para la pobreza de los otros».
Un amigo nos escribe desde Cam­peche, no lejos de la región donde han estallado los tumultos revolucio­narios: «Aquí todo el mundo habla de Chiapas, pero nadie está verdadera­mente afectado. Muchos aquí cono­cen una miseria similar a la de los campesinos de Chiapas y es normal que miren con simpatía a la guerrilla, pero ninguno cree verdaderamente que algo pueda cambiar».
El juego de las interpretaciones (¿la Cía?, ¿las multinacionales?, ¿Castro?, ¿los teólogos de la libera­ción?) se convierte en un ejercicio de inteligencia inútil cuando es evidente que la miseria es el mejor socio para los negocios de los traficantes de armas y de utopías. La desesperación basta armarla para que dispare.
«En las palabras de los periódicos y de la televisión y en los discursos no hay dolor por lo que está sucedien­do», escriben nuestros amigos del Movimiento en su primer panfleto público de juicio sobre la situación. «No hay dolor» y «todo se proyecta en un espacio irreal». Una matanza ejemplar y aparentemente inútil, que no interesa a ninguno y por la que ninguno siente dolor. Monseñor Samuel Ruiz tiene 69 años y desde hace 34 guía la diócesis de San Cris­tóbal de Las Casas. Desde mediados de enero ha asumido el encargo ofi­cial de mediador entre zapatistas y gobierno. ¿De dónde vienen los sublevados? «Son de mi diócesis. Los conozco porque todos los días recorro los campos. Sí, son nuestros feligre­ses».
Monseñor Ruiz es obispo en la misma diócesis que fue regida, exac­tamente hace cuatro siglos, por Barto­lomé de Las Casas, un comerciante de Sevilla, que se embarcó con Cris­tóbal Colón en su segundo viaje a las Américas. Bartolomé había atravesado el océano para atender los intere­ses de familia en las Indias Occiden­tales. Después del encuentro con un dominico se hizo cura y abandonó todo para seguir a su pueblo. Fue lla­mado el apóstol de los indios. Nues­tros amigos de Campeche, en su pan­fleto, nos recuerdan cuál es, a imita­ción de hombres como Bartolomé, nuestra tarea ante el grito de nuestros amigos indios y campesinos: «Cons­truir la Iglesia como lugar de vida y de esperanza para todos».

Cronología
1 de Enero: 0:15 horas: 800 miembros del Ejército zaptista de liberación nacional ocupan la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Revueltas también en Ocosingo, Altamirano, Las Margaritas, ciudades del Estado de Chiapas.
2 de Enero: Los obispos de Chiapas, Samuel Ruiz, Felipe Arizmendi y Felipe Aguirre se ofrecen como mediadores entre gobierno e insurrectos.
3 de Enero: Ejército y policía mejicanos concentran tropas en Chiapas.
4 de Enero: Diez mil soldados del gobierno empiezan la ofensiva contra los guerrilleros. Entran en Ocosingo los primeros periodistas.
5 de Enero: Se encuentran numerosos guerrilleros muertos con el tiro de gracia.
6 de Enero: El ejército mejicano impide a civiles y observadores, incluidos los periodistas, el acceso a San Cristobál.
7 de Enero: Continúa la ofensiva anti-zapatista. Los muertos son más de mil.
8 de Enero: Rastreos. Cerradas por el ejército Ocosingo y otras ciudades de Chiapas. El gobierno acusa a «ideólogos y religiosos» de haber fomentado la revuelta.
9 de Enero: Atentados con dinamita en Acapulco y en Méjico. El cardenal Ernesto Corripio rechaza las acusaciones del gobierno.
10 de Enero: Dimisiones del ministro de Asuntos interiores y del de Asuntos Exteriores.
11 de Enero: Funcionarios del gobierno envían a los medios de comunicación directrices sobre cómo informar sobre el conflicto de Chiapas.
12 de Enero: el Presidente Salinas ordena el cese del fuego unilaterlamente.
13 de Enero: Las armas callan.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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