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Huellas N.02, Febrero 1994

SOCIEDAD

La obra y la carta

Italia. El Papa llama a los cristianos a la responsabilidad y a la unidad frente a la grave situación del país

La carta de Juan Pablo II a los Obispos italianos, que invita a los cristianos a la responsabilidad y a la unidad en un momento grave para el país, es un documento claro e importante. Ya en Loreto, en 1985, el Papa intervino sobre estos temas. Y no han faltado documentos de los Obispos, en todos estos años, que hayan retomado tales contenidos.
También esta vez se ha levanta­do el revuelo de comentarios de todo tipo con la sorpresa de ver cómo antiguos detractores se han convertido hoy en sponsor.
Si tenemos en cuenta la gran mayoría de las reacciones públicas y privadas, hay un dato que nos impresiona: lo que permanece en la sombra, aunque resulte incompren­sible, es el «principio» del que se derivan los contenidos de tales reclamos. Todos se afanan con prontitud en hacer disquisiciones sobre el significado de responsabi­lidad y unidad, sin que nunca apa­rezca con claridad el principio del que surgen estas consecuencias «lógicas». Dicho «principio» es, justamente, la fe cristiana católica.
Italia es, desde hace ya decenas de años, un país donde avanza la des­cristianización. Para usar una expre­sión de Augusto Del Noce en una car­ta inédita dirigida a Rodolfo Quadre­lli, Italia es un país donde ha aumen­tado la «dificultad para creer». Aquel «principio» al que los Pastores remi­ten para sus llamamientos, supone hoy una gran incógnita. Entre otras cosas es signo de ello (aunque no el más grave), el hecho de que mientras no cesan de llegar de los Pastores tales invitaciones, aparecían, justa­mente en el partido tradicional de los católicos, divisiones cada vez mayo­res y manifestaciones de irresponsabi­lidad. Hoy día, cada vez que la Iglesia se expresa públicamente sobre un tema, se asiste a lo mismo: las valora­ciones sobre las invitaciones y recomendaciones, cuyo principio y moti­vación no se reconocen y no se tienen ya en cuenta, tienden inevitablemente a reducirse. Es decir, a medir su seriedad sólo en base a una serie de criterios no adecuados. Incluso en el caso de valoraciones favorables. De este modo, por ejemplo, la discusión sobre el tema de la responsabilidad y la unidad de los cristianos termina por medirse sólo con los criterios de la conveniencia política; la discusión en torno a la ética sexual se mide sólo con las modas o las motivaciones sanitarias.
El resultado es una batiburrillo que a veces confunde más que aclara las cosas, incluso para los fieles más sen­cillos.
El verdadero problema abierto por las intervenciones de los Pastores no está sólo en lo que ellos dicen. Está en cuestión incluso (y quizás sobre todo) el nivel de comprensión entre quien está hablando y su interlocutor, aquella mayoría de bautizados que encuentra dificultad en compren­der los llamamientos porque ya casi no reconoce el principio.
«Hay una obra muy concreta que nos espera. Más concreta que el ansia que en este momento tienen todos de definirse por este o aquel partido. Es la obra de ayudar a las personas que nos rodean a descubrir y redescubrir la originalidad que el don de la fe introduce en la vida: aquella alegría cargada de pasión por lo humano que no es resultado de ningún pro­yecto personal o político, sino fruto de un encuentro gratuito y de una educación que profundice la con­ciencia de este encuentro», como nos escribe un amigo en este número.
Una obra bien concreta. «Es necesario siempre volver a edificar», escribía Eliot.
La responsabilidad de la que habla el Papa «se manifiesta ante todo -frente a quien guía la Iglesia­ - como obediencia que tiene su origen en la fe que es don de Dios».
En estas circunstancias, sea bien­venida una acción política de hom­bres que entiendan el principio del que proviene la tensión a la unidad de los cristianos, sin reducirla a pura arma «estratégica» de un proyecto político cerrado.
Se trata de una colaboración con quien reconoce el primado de la expresión de los cuerpos intermedios de la sociedad respecto al estatalismo y con quien aprecia la contribución de los católicos, no sólo en términos de reivindicación de los valores morales, sino también de creatividad y operatividad social.
Una acción tal tiene mayores posi­bilidades de representar algo «distin­to» que la política en función del poder y de una hegemonía cultural, a favor de las necesidades de la socie­dad. Y puede esperar, del mismo modo que lo exalta, traicionar lo menos posible el significado del lla­mamiento del Papa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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