La religión del «compromiso» se convierte en un coloso del cine
¡Místico Buda!, heredero de las bestias jurásicas, antes que Spielberg, siempre él, nos haga llorar de nuevo frente al Holocausto con su nueva película, The Schindler's List.
El imaginario colectivo cambia, corre -¡no te lo pierdas!- implacablemente de museo; nos ha ofrecido como plato de navidad, junto al grotesco y fétido The Baby of Macan firmado por el hijo de un ornitólogo (Peter Greenaway), un caramelón sabio y lujoso de 35 millones de dólares titulado Pequeño Buda. Durará los meses previstos por los mercaderes de los medios de comunicación, en espera del próximo bombón. Entonces, ya que no dejará ninguna huella, ¿qué nos importa? No, queridos. ¡Seamos prudentes y serpientes! (con corazón de paloma, se entiende). El peliculón, in cauda venenum, dice algunas cosas importantes.
1. Nosotros, ¡pobres occidentales!, es verdad, hemos llegado al postre. Tenemos bellas ciudades, algunas en pleno ascenso como Seattle, bellas casas, buenas mamás y papás con mucho dinerito (allí, en Seattle, se entiende). Pero cuando llega la tempestad no sabemos a qué santo quedamos. Occidente es palabra vacía, familia vacía, corazón vacío. Si viniese alguien a llamar a nuestra puerta...
2. Atentos. Soy un Lama. No sé qué es el stress, sonrío casi siempre, soy «distinto» del exhausto occidente, llevo antiguas tradiciones a la espalda, vengo de lugares bellísimos y sobre todo tengo una antigua, creíble respuesta a las preguntas verdaderas de la existencia. Entre otras cosas busco la joven reencarnación de un Lama muerto, de ningún modo en Móstoles o en Arequipa. No, lo busco en Seattle, la ciudad que está de moda. La bella familia de la película suelta las amarras -ya no tiene nada que perder de hecho- y se embarca en el viaje/fábula al interior del budismo.
3. Ya que estamos, Bertolucci nos cuenta el catecismo del príncipe Siddharta, entre De Mille y un Clip de los Nirvana (¡mira que coincidencia!), quizás con aquel guaperas de Keanu Reeves. Además los monasterios tibetanos, los colores bellísimos de un Asia que iremos a visitar rápidamente.
4. ¿Más de dos horas de full immersion entre historia de las religiones en píldoras y crisis del occidente, nos hacen neo-budistas como el rey del balón Baggio? Seguro que no. Pero ciertamente nos convencen de que nosotros, ¡pobres occidentales!, es mejor que nos vayamos a casa.
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5. Sin embargo tenemos Padres. Uno de los grandes, Henri de Lubac escribe en Budismo y occidente, Ediciones Jaca Book: «Hay en nosotros algo que intenta refutar de cualquier modo al único Dios verdadero. El ídolo más engañoso es el Absoluto de tantos místicos, del que el budismo nos presenta el tipo más perfecto, el más vacío. ¡Mejor abandonarse que escuchar una cierta voz! Nosotros comenzamos a sentimos amenazados en lo que llamamos nuestra autonomía, cuando resuena dentro de nosotros aquella voz que nos llama. La llamada no puede venir más que de Alguien. He aquí por qué tomamos tantas preucaciones para evitar reconocer a la Divinidad su voz de Ser personal. No queremos ser llamados, llamados por el nombre. No queremos ser prevenidos, no queremos ser amados. No queremos correr el riesgo de ser conducidos a una meta desconocida que no deseamos».
6. Nuestra familia de Seattle, protagonista de Pequeño Buda, al final vuelve a casa serena y consolada.
Nosotros nos quedamos, sin embargo, sin patria, y quien continúa llamando a la puerta no nos promete serenidad sino dramaticidad (drama, en griego, quiere decir acción, el sucederse de acontecimientos).
Habríamos querido reposar, pero ahora ya no podemos estar parados. Y no es cuestión de stress.
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