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Huellas N.02, Febrero 1994

PORTADA

El cine, opio de los pueblos

Massimo Bernardini

La religión del «compromiso» se convierte en un coloso del cine

¡Místico Buda!, heredero de las bestias jurásicas, antes que Spielberg, siempre él, nos haga llorar de nuevo frente al Holocausto con su nueva película, The Schindler's List.
El imaginario colectivo cambia, corre -¡no te lo pierdas!- impla­cablemente de museo; nos ha ofrecido como plato de navidad, junto al grotesco y fétido The Baby of Macan firmado por el hijo de un ornitólogo (Peter Greenaway), un caramelón sabio y lujoso de 35 millones de dólares titulado Pequeño Buda. Durará los meses previstos por los mercaderes de los medios de comunicación, en espera del próximo bombón. Entonces, ya que no dejará ninguna huella, ¿qué nos importa? No, queridos. ¡Seamos prudentes y serpientes! (con corazón de paloma, se entiende). El peliculón, in cauda venenum, dice algunas cosas importantes.
1. Nosotros, ¡pobres occiden­tales!, es verdad, hemos llegado al postre. Tenemos bellas ciudades, algunas en pleno ascenso como Seat­tle, bellas casas, buenas mamás y papás con mucho dinerito (allí, en Seattle, se entiende). Pero cuando llega la tempestad no sabemos a qué santo quedamos. Occidente es pala­bra vacía, familia vacía, corazón vacío. Si viniese alguien a llamar a nuestra puerta...
2. Atentos. Soy un Lama. No sé qué es el stress, sonrío casi siempre, soy «distinto» del exhausto occiden­te, llevo antiguas tradiciones a la espalda, vengo de lugares bellísimos y sobre todo tengo una antigua, creí­ble respuesta a las preguntas verdaderas de la existencia. Entre otras cosas busco la joven reencarnación de un Lama muerto, de ningún modo en Móstoles o en Arequipa. No, lo busco en Seattle, la ciudad que está de moda. La bella familia de la pelí­cula suelta las amarras -ya no tiene nada que perder de hecho- y se embarca en el viaje/fábula al interior del budismo.
3. Ya que estamos, Bertolucci nos cuenta el catecismo del príncipe Siddharta, entre De Mille y un Clip de los Nirvana (¡mira que coinciden­cia!), quizás con aquel guaperas de Keanu Reeves. Además los monaste­rios tibetanos, los colores bellísimos de un Asia que iremos a visitar rápi­damente.
4. ¿Más de dos horas de full immersion entre historia de las reli­giones en píldoras y crisis del occi­dente, nos hacen neo-budistas como el rey del balón Baggio? Seguro que no. Pero ciertamente nos convencen de que nosotros, ¡pobres occidenta­les!, es mejor que nos vayamos a casa.
¿Quieres que hagamos frente a los Sutra con nuestras «agencias éti­cas y educativas»? Anda, vete ya.
5. Sin embargo tenemos Padres. Uno de los grandes, Henri de Lubac escribe en Budismo y occidente, Edi­ciones Jaca Book: «Hay en nosotros algo que intenta refutar de cual­quier modo al único Dios verda­dero. El ídolo más engañoso es el Absoluto de tantos místicos, del que el budismo nos presenta el tipo más perfecto, el más vacío. ¡Mejor abandonarse que escuchar una cierta voz! Nosotros comen­zamos a sentimos amenazados en lo que llamamos nuestra autono­mía, cuando resuena dentro de nosotros aquella voz que nos lla­ma. La llamada no puede venir más que de Alguien. He aquí por qué tomamos tantas preucaciones para evitar reconocer a la Divinidad su voz de Ser personal. No queremos ser llamados, llamados por el nombre. No queremos ser preve­nidos, no queremos ser amados. No queremos correr el riesgo de ser conducidos a una meta des­conocida que no deseamos».
6. Nuestra familia de Seattle, pro­tagonista de Pequeño Buda, al final vuelve a casa serena y consolada.
Nosotros nos quedamos, sin embargo, sin patria, y quien continúa llamando a la puerta no nos promete serenidad sino dramaticidad (drama, en griego, quiere decir acción, el sucederse de acontecimientos).
Habríamos querido reposar, pero ahora ya no podemos estar parados. Y no es cuestión de stress.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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