Hombres solitarios y aparatos eclesiales. La Iglesia vista desde Alemania
A partir de la posguerra, en el mundo del trabajo, de la escuela y de la universidad, os católicos aparecen cada vez más como «individuos», más que como «comunidad», «iglesia».
Lo que el historiador Heinz Hürten señala como tendencia en Alemania vale claramente también para el resto de los países occidentales: «La contribución de los católicos a la formación de la sociedad no es tanto la configuración de una cultura propia -con carácter posiblemente universal- en el seno de la sociedad nacional, cuanto una participación en base al principio de los derechos equiparados- en las instituciones propias de la sociedad».
¿Cuáles son las consecuencias de este desarrollo disociativo?
En primer lugar: estando tendencialmente solo para afrontar los retos del ambiente, el católico pierde la fuerza y la persuasión a la hora de afrontar el compromiso con los problemas reales de su ambiente.
Faltándole la posibilidad de una experiencia viva y verificable, se hace cada vez más dependiente de las ideologías en boga.
Segundo: cuanto más solo se encuentra el creyente, tanto más la enseñanza de la Iglesia le parece abstracta y/o como una pretensión -casi siempre inadecuada y, por tanto, inhumana- sobre él mismo, en particular en lo que concierne a la vida moral.
Tercero: la presencia de los cristianos es cada vez menos el testimonio de una unidad -algo a lo que se pertenece por pura gratuidad- y cada vez más un testimonio de ciertas cualidades morales de la persona ( es decir, contribuye a la equívoca y cada vez más extendida opinión según la cual un hombre honesto vale tanto como un cristiano y viceversa).
Paralelamente a este proceso de «protestantización», se asiste a un creciente protagonismo por parte de la institución eclesial.
Se multiplican las oficinas especializadas que gestionan las iniciativas en el campo pastoral y de la asistencia social, en el de la formación y de la educación, y hasta en el mundo de los medios de comunicación.
Donde se presenta una exigencia o un problema, en cuanto es posible, la institución tiende a responder creando un nuevo delegado, o realizando una oficina ad hoc, directamente o indirectamente dependiente de las curias diocesanas o de las conferencias episcopales. Todo esto lleva inevitablemente al dilatarse de lo que se podría llamar «aparato intra-eclesial», en el cual por lo demás están implicadas y englobadas también las asociaciones de base.
Un proceso que el Cardenal Joseph Ratzinger ha definido de «auto-ocupación» de la Iglesia, donde el sujeto de las actividades y del testimonio cristiano no es ya la comunidad de fieles sino las instituciones tout-court, y en ellas, señala también Ratzinger, el middle stablishment eclesial constituido por teólogos (laicos) y por asistentes sociales.
Ya en 1970, en un librito titulado «Democracia en la Iglesia», el actual Prefecto de la Congregación de la Fe, escribía: «El proceso de reforma necesario, es decir, el hacer capaz a la iglesia para su misión en la situación de hoy, ha centrado hasta tal punto todo el interés en el autocumplimiento de la iglesia misma, que ella aparece ya en gran parte ocupada sólo en ella misma.
Se lamenta de que una gran parte de los fieles demuestre generalmente poco interés en un compromiso con el sínodo. Debo confesar que esta reticencia me parece ser sobre todo un signo de salud.
De hecho, cristianamente hablando -precisamente en el sentido evangélico del término- no hay nada ganado porque los hombres se pongan a discutir apasionadamente de problemas del sínodo, así como no se llega a ser deportista por el simple hecho de ocuparse de la creación del Comité Olímpico.
El hecho de que el activismo del aparato eclesial, es decir, el entretenerse continuamente en hablar de sí mismo, se haya convertido en algo cada vez más indiferente a los hombres, no es solamente un fenómeno comprensible, sino que desde el punto de vista eclesial es algo objetivamente justo».
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