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Huellas N.02, Febrero 1994

BREVES

Cartas

Reunidos en la Almudena
Jueves 3 de febrero. Es bastante tarde. La noche envuelve Madrid. Hora de volver a casa para cenar y descansar. Sin embargo cientos de personas provenien­tes del trabajo, la universidad, el colegio o el barrio se encaminan no al lugar habitual, sino a la Iglesia Catedral. Allí reunidos en torno al altar y al obispo de la diócesis, Cardenal Angel Suquía, van a celebrar la Eucaristía. El frío es intenso, aunque no lo suficiente para congelar el gozo y el reconocimiento agradecido por la vida que experimentan.
«Vosotros habéis tenido la gracia -les dice el Cardenal- de encontrar el Movi­miento de Comunión y Liberación, iniciado hace ya casi cuarenta años por el sacerdote milanés Mons. Luigi Giussani. Su intuición sobre la auténtica naturaleza del acontecimiento cristiano no ha dejado de mostrar desde entonces su fecundi­dad para la educación del pueblo de Dios. El reconocimiento pontificio y archidio­cesano de la "Fraternidad de Comunión y Liberación" confirman y garantizan a vuestro carisma su inserción vivificadora en la única Iglesia de Cristo. Servid, pues, a la Iglesia cumpliendo lo que Juan Pablo II os decía en el treinta aniversa­rio de vuestro Movimiento: "Id al mundo entero a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo redentor del hombre"».
Y como si estuviera comunicando su gran preocupación, sus palabras se cargan de una urgencia intensa al encarecemos la evangelización de Madrid y todos sus ámbitos, del mundo entero. Las 2000 personas, que llenamos el templo, escucha­mos con atención. Luego con una sola voz y un solo corazón pedimos al Señor todopoderoso nos capacite para llevar a cabo esta misión, que nuestra adhesión y amor a Cristo crezca de día en día. Pues reconocemos que Él es el camino para la verdad y la vida.
«Jesús llama a estar con Él -recuerda el obispo-; ése es el camino para alcanzar la plenitud de vida que ofrece. ¡Qué difícil nos resulta muchas veces comprender que el camino de nuestra plenitud no consiste en ningún proyecto diseñado por nuestra imaginación, sino en seguir y estar con Jesucristo! Siguiéndole, obedecién­dole, podemos comprobar la verdad de sus palabras: "Él que me sigue tendrá el ciento por uno aquí en la tierra y la vida eterna en el cielo" (Mt 19, 28-29).
Al salir todos tenemos un motivo más para estar agradecidos y una urgencia mayor de responder a la predilección de la que hemos sido objeto, ofreciendo nuestras personas y todo lo que hacemos para que Cristo, el bien de los hombres, llegue al mundo entero.
José Miguel García

Una obra muy concreta
En este período lleno de provocaciones, a causa de la confusa situación social y política italiana, a menudo en las discusiones con mis amigos surge cierto malestar. Constatando la movilización general y la continua sucesión de los slogans en los medios de comunicación y en las conversaciones de la gente, alguien ponía la fatídica pregunta: ?Y nosotros? ¿De qué parte estamos?
Parecía que, en algunos, el deseo de movilización se empeñase en buscar for­mas e instrumentos similares a los de todos.
Después alguien sugirió que retomára­mos el equipe del 76, que ya habíamos leí­do a principios de este año. Y en él nuestro
malestar era eficazmente previsto y cuestionado por una posición que no podemos no reconocer como más razonable.
Además, el hecho de que desde el centro del Movimiento sigan llegando, a través de Litterae y del folio de juicio semanal, ins­trumentos que nos ayudan a establecer un juicio, nos está sirviendo para evitar una ansiedad tan contagiosa como estéril.
Hay una obra muy concreta que nos espera. Más concreta que el ansia que en este momento tienen todos de definirse por este o aquel partido. Es la obra de ayudar a las personas que nos rodean a descubrir y redescubrir la originalidad que el don de la fe introduce en la vida: aquella alegría cargada de pasión por lo humano que no es resultado de ningún proyecto personal o político, sino fruto de un encuentro gratuito y de una educación que profundice fa conciencia de este encuentro.
Emanuele, Bolonia

¿Qué quedará?
«Estoy contenta porque no había entrado nunca al colegio de este modo, teniendo claro que la razón por la que hacemos esta ocupación es la de ser compañía para nuestros amigos, para que la ocupación pueda ser para ellos la ocasión de encontrar, a través de nosotros, una presencia»; así ha dicho Maristella, cuando nos hemos visto la noche del primer día de ocupación. Para no olvida esta experiencia tan dramáticamente bella algunos de nosotros han pensando en contar, con dos palabras, cómo la han vivido. «Durante el día de hoy muchos jóvenes han asediado la escuela, han gritado llenos de rabia. Pero ¿qué quieren verdaderamente estos jóvenes? Quieren responder a una exigencia de su corazón. Pero entonces, una vez acabada la ocupación, ¿pasará la fiebre de sentirse el centro de la historia?» como dice nuestro artículo escrito para la revista del Instituto. «Nosotros, bachilleres, quisimos expresar nuestro malestar y nuestra insatisfacción que emergían desde la profundidad de nosotros mismos, indicando también a los demás que nuestro problema de fondo es un error íntimamente arraigado en los fundamentos de la escuela e incluso en el corazón del hombre contemporáneo, que demasiado a menudo tiene miedo de mirarse dentro. Al día siguiente, he descubierto, con gran sorpresa, que chicos muy diferentes tenían mi mismo deseo», ha dicho Marilena. «Nos hemos adherido y hemos obedecido a lo que se nos pedía y precisamente con aquellos gestos nos hemos sentido verdaderamente el instrumento que Dios utiliza para comunicarse a los demás. Han sido días bellissimos y muy intensos y por eso creo que continuaré siguiendo lo que se me pide, porque después estoy mucho más feliz», ha subrayado Grazia. «Cuando he visto desde el portal a mis amigos de GS que venían al colegio, he corrido a su encuentro porque en ellos reconocía a aquella presencia que me había enseñado la forma de vivir plenamente aquellos días»
Gioventú Studentesca, Termoli

Los pensamientos y la plaza
Es la sobremesa de un domingo de diciembre. Mi mujer y yo estamos en casa hablando de nuestros problemas. Francesca, nuestra hija está estudiando. Chiara, nuestra otra hija llama desde Rímini, en donde está de ejercicios espirituales con los universitarios, y nos dice que vayamos a buscarla a la plaza Lotto de Milán. En contra de mi voluntad voy allí, tengo la moral por los suelos; problemas por la casa, el suelo que no es suficiente, la confusión que nos rodea, la violencia de los «honestos» que está a punto de tomar el poder. Plaza Lotto: caótica, están los últimos «forofos» gritando a la salida del partido y la gente pasa velozmente. Llegan los universitarios: al principio parecen pocos, luego son decenas, luego centenares, luego millares. Es un espectáculo; están felices, cantan, se abrazan, se citan y después desaparecen en el metro o en los autobuses. A lo lejos diviso a Chiara, y también a Nicola y a Véronica: están contentos. Se me pasa la «morriña», viendo a aquellos chicos se me abre de par en par el corazón. «Menos mal que existe la Iglesia», pienso. Y es entonces cuando comprendo hasta el fondo un pasaje de la editorial de Litterae: «... La Iglesia, en el contenido de su propuesta, no sufre nunca una derrota. Se le ha prometido que nunca podrá ser derrotada». Es bello vivir «habiendo sido aferrados por Jesucristo» dentro de un trozo de Iglesia que es nuestra compañía.
Giovanni, Caravaggio

Con vosotros la vida es más fácil
Aquí la vida sigue, y no tenemos otra posibilidad que la de seguirla, convencidos de la coincidencia de Cristo con esta realidad. Por pequeña que pueda ser nuestra existencia en esta gran ciudad, en cualquier caso es signo, signo eficaz.
Empezando por nuestros amigos, que viven atentos a su Presencia. Más de uno me ha dicho que «desde que estáis vosotros, la vida es más fácil». ¡Qué testimonio para nosotros! De este modo entendemos que no es cuestión de nuestra capacidad. El motivo es sólo el hecho de que Cristo nos ha cogido, ha elegido identificarse con nosotros. Yo también os echo de menos. Haceos buena compañía, nosotros también tratamos de hacer lo mismo.
Barbara, Nueva York

Buda y el sentido religioso
La historia de Siddharta, un príncipe indio, se sitúa en el siglo V a.C. El padre de Siddartha construye para él un pequeño paraíso artificial de placer y belleza, en el que el joven no pueda tener conocimiento del dolor y de la muerte. Pero Siddharta, cuando sale de la prisión dorada, descubre la realidad del mundo y la caducidad del hombre. Comprende entonces que la finalidad de la vida no es otra que situarse frente al problema del significado de la existencia. Inicia entonces un largo camino de ascesis, al principio acercándose a la antigua tradición de los ermitaños, después buscando un camino propio. El núcleo de esta historia es impresionante por su acercamiento a la experiencia descrita en El sentido religioso y supone uno de los ejemplos más lúcidos de la epopeya del hombre. Una realidad tal no se les escapó a aquellos hombres capaces de valorar cualquier experiencia humana, que fueron los cristianos de la Edad Media, los cuales, conociendo la leyendo a través de distintas series de redacciones, la reinterpretaron como la historia de un santo cristiano, y escribieron así la leyenda de Barlaam y Josafat. En realidad el contenido de la propuesta de Buddha (que es el nombre de Siddharta después de la iluminación) debe considerarse como uno de los infinitos intentos del hombre de acercarse al Misterio. El budismo que, sin embargo, se ha difundido en occidente es una mezcla empalagosa propuesta por maestros orientas muy hábiles que conjugan la búsqueda interior en función de la superación del stress de la vida moderna, es decir, venden una panacea gímnico-religiosa en todo funcional al capitalismo avanzado. La reciente película de Bertolucci, El pequeño Buda, es un modestísimo producto cinematográfico, del cual sólo una campaña publicitaria machacona puede haber establecido el éxito (pero que incluso en alguna homilía dominical recibe alabanzas: véase entre otros Famiglia Cristiana, 51/1993, pag. 170)
Edoardo, Milán

Un salto a Corea
Fui a Seúl, Corea, por cuestiones de trabajo y para volver a encontrarme con un querido amigo mío, el padre Paolo Weon. La semana que pasé con él, en su convento, fue un tiempo de gracias puesto que pude encontrar una realidad de la Iglesia viva incluso cuando los católicos en aquel país son sólo el 10% de toda la población. En el encuentro con los jóvenes seminaristas de la Universidad Católica de Seúl, observé enorme atención e interés por nuestra experiencia. Su convivencia en apartamentos se asemeja mucho a la de nuestros universitarios. Un día se me presentaron dos familias que trabajaban en una caritativa para sostener algunas obras católicas. Les conté que la experiencia de nuestro Movimiento, en Italia y en el extranjero, ha creado obras educativas y caritativas, creando, por ejemplo, las escuelas y las Familias para la Acogida. Allí, para dos sacerdotes católicos, la gente del lugar ha construido con sus propias manos una iglesia de piedra.
Massimo, Pesaro

El ama de casa y el amo
«Señor de mi casa». Este es el título de la «oración del ama de casa» que mi madre encontró entre las páginas del libro de oraciones de mi abuela. Es muy sencilla pero verdadera. En estos días he tenido mucha gente en casa y, además, tengo a mi suegro con achaques proprios de la vejez. Me repito a menudo esta frase porque debo aprender a vivir con la conciencia de que nuestro amo es el Señor. Únicamente así, en el tiempo, estoy cada vez más disponible, más acogedora, no doy demasiado valor a cosas poco importantes. Es fácil decir que hay que acoger a los ancianos, pero sólo cuando te toca a ti vivirlo, comprender qué significa hacerles un sitio en casa, escucharles mientras repiten siempre las mismas cosas... A través de estas cosas vividas entre impulsos de generosidad y momentos de fatiga uno aprende a acoger. «Si tengo las manos de Marta, que mi corazón sea como el de María... y no me dejes sola cuando estoy triste y con paciencia escúchame si alguna vez, cansada, me lamento». Esta es mi oración cotidiana.
Daniela, Milán

La tienda de Gabriella
Hay que destacar, en este mes, dos hechos: el encuentro con el padre O'Callaghan y las Tiendas de Solidaridad. Quiero expresar gratitud a esta compañía de personas, a mi Fraternidad, que me ha puesto delante de los ojos estos dos acontecimientos como posibilidad de un cambio para mí. Todo nació a raíz de una llamada de una amiga mía que me pidió que siguiese directamente la puesta a punto de las Tiendas de Solidaridad en Seveso. Mi disponibilidad fue inmediata, simplemente porque una amiga de la Fraternidad me lo había pedido: más que por el resultado estaba movida por el afecto hacia aquella relación, tan querida para mí. Me he dado cuenta de que me he adherido a aquella propuesta porque tenía, y tengo, necesidad de quitarme de encima la distracción. He deseado hacer, ver, empeñar el tiempo según la mirada gratuita y alegre que he visto testimoniada en algunos. Hemos puesto las Tiendas de Solidaridad por la mañana, en el mercado; por la tarde, delante de un centro comercial. He vivido en primera persona el impacto con la indiferencia, o con la rabia de la gente a la que pedíamos una contribución haciéndoles conocer nuestras realidades de obras de solidaridad. He visto cómo nuestro malestar poco a poco se desvanecía cuando nos mirábamos a la cara, conscientes de que estábamos juntos. Las Tiendas han supuesto encuentros con rostros, con historias. En aquella señora hastiada a la que preguntamos por la razón de su rabia, poco a poco se fue desvelando el dolor por su hijo recientemente despedido y sin perspectivas a la vista; le hicimos la propuesta de los Centros de Solidariedad. Dos chicos albaneses que desde hacía poco estaban en Italia, se mostraban extrañamente atentos a nuestros manifiestos, con sus problemas de casa, de trabajo, de sentirse acogidos. Poco después encontraron casual y providencialmente a un querido amigo de nuestra Fraternidad, también albanés, que desde hace un año está con nosotros.

Padre de verdad
El domingo 31 de octubre, durante las primeras vísperas de la solemnidad de Todos los Santos murió el padre Teodoro Capra, monje olivetino ligado a la presencia de Comunión y Liberación en el área de Siena. Carlo (su nombre de bautismo) nación en el Piamonte en 1908. A los diez años, por deseo de la madre, entró en Monte Oliveto Maggiore, la gran abadía donde por entonces ( a causa de la incautación por parte del Estado de los bienes eclesíasticos) había sólo dos monjes ancianos y uno joven. En seguida le pusieron en el coro y, como los demás, recitaba todos los días el Oficio en latín. Las primeras noches - contaba ya anciano - lloraba y no entendía por qué su madre le había sugerido entrar en el monasterio tan pronto. Cuando poco después murió su madre, el padre Capra comprendió que había querido confiarle al Señor. Siempre le estuvo agradecido por su vocación. Toda su existencia se consumó en el deseo de que Cristo fuese conocido y amado; y su vida en el monasterio se vio siempre acompañada por una intensa actividad misionera; como profesor, como párroco, como guía espiritual para muchas personas. Cuando era párroco en Siena, le atormentaba el dolor por la falta de una experiencia cristiana entre los jóvenes, particularmente en la universidad. Justamente por este deseo conectó con CL. Después de haber leído en los periódicos juicios negativos, nos contaba que estaba convencido de que realmente debía ser una experiencia de fe. Quiso encontrar por ello, varias veces, a don Giussani, para pedirle empezar en Siena una experiencia de CL. Insistió para que vinieran universitarios de Milán, porque quería que fuese gente «formada» con contacto directo con don Giussani. De este modo, en el 76 llegaron Andrea, Dado, Lorenza y Ornella y con ellos empezó el Movimiento en Siena. El padre Teodoro volvió a Monte Oliveto a finales de los años 70 y quiso que los Memores Domini adquirieran la finca de Mocine, colindante con las tierras de la abadía, para empezar allí una casa como signo de Cristo en aquellas tierras:«Gente que viviese la memoria de Cristo trabajando la tierra como los demás campesinos de la zona», decía. Justamente en los Memores Domini el cumplimiento de lo que siempre había deseado. Es emblemático el siguiente episodio: entre las personas que seguían al padre en los años cincuenta, estaba Aurora, joven licenciada en derecho.
Cuando ella manifestó el deseo de consagrarse a Cristo, el padre Capra le sugirió vivir una vocación a la virginidad en el mundo, continuando con su trabajo. Él mismo le dio como fórmula de congregación la petición al Sagrado Corazón que os enviamos. Aurora la pronunció el 13 de junio de 1958. Volverla a leer hoy es comprenderla como la profecía de nuestro carisma, como la petición de que aconteciese lo que la misericordia de Cristo está actuando con nuestra his­toria. «Corazón de Jesús mío, te pido de modo espe­cial esta gran gracia, hoy, y desde hoy te lo pediré siempre, haz que florezcan muchas almas que vivan en el espíritu benedictino y pertenezcan a la orden benedictina, pero en el mundo, entre los demás, para que su apostolado pueda llegar a todos los lugares». En estos últimos diez años el padre Capra, tan discreto y atento a nuestro camino, ha estado visiblemente dominado por la gratitud por lo que se había iniciado con CL y por el ofrecimiento de sí, para que el Señor acelerase su cumplimiento. Ir a verle era oír repetir siempre estas dos cosas: «Gracias porque estáis; yo ofrezco todo de mí para vuestra obra».
Pero la obra maestra de su vida han sido los últimos meses de su enfermedad. El día que le acompañamos, ya grave, al hospital, cuando entró en la habitación quiso rezar a la Virgen «para que todo, todo lo que suceda en esta habitación, a mi alrededor, sea para gloria de Dios y la salvación de los hombres». Y María ha accedido en seguida, el padre ha impresio­nado a todos. Ya casi no podía hablar, y sin embargo, cuando se fue del hospital para volver a su querido monasterio, de sus compañeros de habitación, uno se confesó y comulgó, otro (que hasta entonces había rechazado los sacramentos) quiso confesarse y el ter­cero lloró como un niño. Cuando le leímos la nota enviada por don Giussani, logró decir con el poquísi­mo aire que tenía: «Decidle a don Giussani que ofrez­co todo para que se cumpla lo que él desea para la Iglesia».
Después de un momento, como si hablase para sí mismo, añadió: «Como un hombre por una mujer, Dios se ha vuelto loco por nosotros»
Permaneció lúcido hasta el final. Reunidos en su celda, en ora­ción, sus monjes le acompañaron en los últimos ins­tantes. El abad quiso que durante el traslado desde la celda a la iglesia estuvieran excepcionalmente presen­tes, junto a los monjes, nuestros amigos de la casa de los Memores Domini de Mocine, como signo visible de la pertenencia profunda del padre Capra a ambas comunidades, signo que se renovó el día del entierro.
Hace algunos meses le preguntamos al padre qué era lo que había sostenido su vocación durante los 75 años de monasterio, Respondió: «Tres cosas: la presencia objetiva de la comunidad, la liturgia y la vida de los santos, los del cielo y los de la tierra». Y aña­dió: «En este mismo orden; porque sin la primera cosa no habrían estado las otras».
Los amigos del padre Capra, Siena

La salvación está aquí
Al principio, como siempre, una propuesta sencilla. Pedía ayuda preocupada y cansada por el ritmo agotador del trabajo; enmudecida por la gravedad de la circustancia que me pedía convivir con el sufrimiento, estar frente al dolor, es decir, frente al Misterio, que un amigo mío enfermo llevaba consigo. Para «hacer frente» a los miles de compromisos que parecían agotar mi jornada pedí ayuda. Y Laura me dijo: «¿Por qué no te vienes conmigo el jueves por la tarde al centro san Martino? Ayudamos a ex-drogadictos a reinsertarse en el mundo». Era una propuesta paradójica para mí que ya tenía demasiado que hacer y nunca me había interesado por el problema de la droga. Acepté la propuesta porque venía de Laura. Empezaron así aquellos jueves, no muy bien definidos, porque eran intentos desordenados e inexpertos de ayudarles a volver a empezar, mejor dicho, intentos de volver a empezar juntos. Porque de esto se trata: cada vez te das cuenta de que Giuseppe, Walter o Robertone te piden, con su infinita sencillez, ayudarles a reconstruirse, es decir, te piden a ti la paciencia y el amor necesarios, que ellos no tienen y que han aprendido que no nace de ellos mismos. Entonces sucede que el problema del dinero, de la casa, del trabajo, pasa a segundo plano frente al hecho de que estamos allí los jueves por la tarde y que compartir estas necesidades nos hace amigos. Esto ha hecho posible, no obstante tantas dificultades, que un amigo nuestro durante una excursión nos dijera: «Mi salvación está aquí
Alessandra, Milán

Sobre el café en compañía
He oído que son muchos los que han reflexionado juntos sobre la entrevista a don Giussani «Un café en compañía». En mi pequeño ámbito yo también he contribuido a la charla, me temo. Tengo un dolor que os comunico. Todos decimos: «Es cierto, es cierto, hemos transformado la compañía en una máquina de consolación»; y he aquí la «máquina» se nos propone de nuevo. Por ejemplo, todos nosotros, los «majos» de la comunidad, nos hemos puesto a organizar las Tiendas de solidaridad de Navidad. Lo malo es que nos hemos puesto a «hacer de misioneros», y no nos hemos dado cuenta en cambio de las personas que entre nosotros viven situaciones de dificultad real. He oído que le decían a un parado, como deliciosa expresión de solidaridad: «Ven a las Tiendas, ahora que tienes más tiempo libre». Y si tratas de corregir, encima te pueden llamar moralista. Por la noche vuelvo a leer aquellas palabras de don Giussani sobre la compañía, para aprender y pedir un modo de vivirla que sea realmente amar a Cristo y a nuestra humanidad. Afortunadamente existe el Movimiento que nos permite darnos cuenta incluso de nuestras traiciones.
Andrea, Milán

Comenzamos como hijos
Queridísima Giò, los indios de este país, es decir nosotros, bailamos de alegría con la idea de teneros aquí a comienzos de febrero próximo. Sí, tenéis razón, ¡somos una hermosa familia! El domingo pasado tuvimos entre nosotros a don Leonardo que está empezando el Movimiento en Mérida con mucho valor, mucha esperanza, mucha humildad e inteligencia... Lo que más nos ha conmovido es cómo nos ha hablado de la Iglesia, y de la venezolana en particular. Ha sido estupendo ver cómo de tanto en tanto se interrumpía e iba a buscar en la cartera un papel, un libro para citar literalmente una frase de don Giussani... Era totalmente «hijo», atento a repetir con exactitud el don de la gracia recibido, que sólo al verlo hacía llorar por una conmoción profunda y auténtica: se palpaba una pertenencia y una fidelidad.
Madre Cristina, trapista de Humocaro, Venezuela

Pero, ¿por qué lo hacen?
Escribo para dar las gracias a dos chicos del CLU de Milán: Paolo y Marco. Tengo quince años y he ido por primera vez a las vacaciones en Val Frejus con los bachilleres de Pavia, a los que ya conozco desde hace un año. Llevaba en la montaña tres días cuando me dijeron que al día siguiente por la noche íbamos a tener un testimonio. Arrugué la nariz: por la noche normalmente se cantaba, se jugaba, se asistía a las bromas de Pirelli, un seminarista que es la bomba. Al día siguiente, delante del bar, vi a unos chicos de unos veinte años que hablaban con nuestros responsables. «¿Sois vosotros los testigos?», les pregunté. Y Marco, un chico alto que fumaba continuamente me dijo: «Sí, los testigos de Jehová». No me acuerdo qué más dijeron entonces, sólo sé que aquella noche, en el pabellón, no veía la hora de que empezasen a hablar. Paolo y Marco había venido ese día desde Milán y después del testimonio se iban enseguida. ¿Por qué? Ni la belleza de las montañas ni las crepes de Jean justificaban un esfuerzo semejante. Al final del encuentro hubo un estallido de aplausos a los que Marco reaccionó rápidamente: «¿Quiénes somos nosotros para merecerlos? ¡No somos para nada los Guns n' Roses!» Después se quedaron con nosotros charlando en la creperie. Aquella noche pedí por ellos.
Estaba llena de gratitud y estupor. Tenía miedo de que Paolo y Marco se hubieran arrepentido de haber hecho más de 400 kilómetros para ver nuestras caras y responder a nuestras preguntas y me preguntaba: ¿Pero yo sería capaz de hacer lo mismo? No. Habría pensado «Pero, ¿por qué lo hacen?», y me hubiese quedado en casa.
Puede parecer extraño que ahora se lo agradezca y que esta carta se haya escrito con cinco meses de distancia. Pero al leer durante este período el inserto de Litterae «Reconocer una Presencia», me he acordado de Paolo Y Marco. Está claro que no son los Guns n' Roses; son mucho más.
Francesca, Pavia

Pereza Made in USA
Me llamo Francesca, tengo 17 años y en este momento me encuentro en América en calidad de exchange-student. Cuando me fui en agosto estaba un poco aterrorizada. La idea de ir a vivir durante un año a los EEUU, lejos de mi familia, de mi compañía, me asustaba. Uno de mis temores era perder u olvidar lo que he vivido durante estos tres años de Movimiento. Me equivocaba: la experiencia de fe no desaparece con la lejanía. La oración, para mí, se ha convertido en una necesidad, porque me da la fuerza para afrontar cualquier jornada con entusiasmo. Sé que se me han puesto las dificultades para una recompensa más grande, y es con esta conciencia como afronto la vida día a día: la conciencia de ser amada y de no estar solo son la razón de mi fuerza. El único obstáculo que puede parar el camino no es la lejanía sino ¡la pereza!
Federica, North Carolina

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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