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Huellas N.08, Septiembre 2020

RUTAS

Estados Unidos. Los encuentros de Daryl

Luca Fiore

«¿Cómo van a odiarme si ni siquiera me conocen?». La pregunta que hacía de niño ha atravesado su vida entera y hoy lanza un desafío al problema racial. La historia de Daryl Davis, el músico negro que se hizo amigo del Ku Klux Klan

Los dedos de Daryl Davis bailan por el teclado ágiles y veloces a ritmo de boogie, alegres y acelerados. Davis lleva sobre sus espaldas una carrera envidiable. En su álbum de recuerdos guarda fotos tocando con algunos de los mitos de la música americana, como Chuck Berry, Jerry Lee Lewis y B.B. King. La música es su pasión, pero su nombre siempre ha ido ligado, más que al blues, a su historia como activista de los derechos de las personas de raza negra, rompiendo todos los esquemas. En 1998 publicó un libro titulado La odisea de un hombre negro en el Ku Klux Klan. A la rabia e intolerancia de los que protestan contra la discriminación, responde diciendo que la contraposición no lleva a ningún sitio. La única vía es el encuentro y el diálogo. A eso ha dedicado su vida: conferencias, encuentros y debates han sustituido casi por completo a sus conciertos. El pasado mes de enero participó, contando su historia, en el New York Encounter. Recientemente, tras las numerosas manifestaciones del movimiento Black Lives Matter que han llenado las calles de las ciudades americanas en señal de protesta por la muerte de George Floyd en Minneapolis, ha respondido a las preguntas de un grupo de estudiantes de Comunión y Liberación.
Ahora Davis está aún más convencido. «Nunca antes en la historia americana habíamos asistido a un movimiento tan grande y heterogéneo. Nunca la reacción de las autoridades había sido tan inmediata para censurar el comportamiento violento de la policía. Estamos en un momento de cambio». Pero su discurso y su historia demuestran que las marchas pacíficas –y las violentas todavía menos– no son suficiente para combatir algo que en Estados Unidos se ha convertido en un fenómeno que va en aumento.

Para Davis todo empezó en 1983, en el Silver Dollar Lounge, una sala de música country en Frederick, Maryland. Él era el pianista del grupo en cartel, y el único negro del local. Al acabar el espectáculo, se le acercó un hombre para felicitarle por su actuación, pero añadió: «Nunca había visto a un negro tocar mejor que Jerry Lee Lewis». Davis le respondió que Lewis, al que conocía personalmente, había aprendido de los mismos músicos negros de los que había aprendido él. Al hombre le costaba creerlo pero, lleno de curiosidad, le invitó a tomar algo juntos. Hablaron mucho y, al final, aquel hombre admitió que era la primera vez en su vida que compartía mesa con un hombre de color. Solo más tarde Davis se enteró de que ese hombre era miembro del Ku Klux Klan, la vanguardia histórica del supremacismo racista. Ambos se dieron cuenta de que aquella conversación plantaría una semilla en sus vidas.
Solo fue el primero de una larga serie de encuentros con miembros de la secta supremacista, algunos de los cuales se hicieron amigos de Davis y decidieron distanciarse del Ku Klux Klan. El caso más importante es el de Robert Kelly, responsable del Klan en Maryland. Su primer acercamiento fue debido a una entrevista concertada con su secretaria por la publicación de un libro. Kelly no esperaba encontrarse con un hombre de color. Le siguieron varias conversaciones. Luego invitó a Davis a varios encuentros del Klan, ritos nocturnos donde él escuchaba, tomaba notas, preguntaba, discutía. Y poco a poco los estereotipos empezaron a desmoronarse.

A Davis no le daba miedo hacer preguntas, pedir razón de los posicionamientos de los demás. La primera vez fue cuando tenía diez años. Creció en un barrio de blancos y participaba en el grupo scout local. Un día, durante un desfile en el centro de la ciudad, se dio cuenta de que le insultaban y algunos le tiraban piedras. Era el año 1968. Al principio no creía a sus padres cuando le explicaron que el motivo era el color de su piel. El niño preguntaba: «¿Cómo van a odiarme si ni siquiera me conocen?». Un interrogante que se convirtió en el estribillo de su vida. «La respuesta era siempre: “hay personas que son así”. Pero nunca me bastó como razón. ¿Qué significa eso? Desde entonces empecé a sentir curiosidad por entender las razones del racismo. Pero mi pregunta sigue sin respuesta».
El último episodio, que Davis contó en el New York Encounter y del que informó hasta la CNN, es su amistad con Richard Preston, Imperial Wizard del Ku Klux Klan en Maryland, al que arrestaron en 2017 por disparar a un hombre de color durante una manifestación supremacista en Charlottesville, Virginia. Davis decidió pagar la fianza para que lo pusieran en libertad.
Después se encontraron en casa de Preston, que explicó al músico las razones del odio racial recorriendo las etapas de la historia de Estados Unidos desde su punto de vista. «Le escuché y le señalé las cosas que no eran como él decía. Al final le invité a mi casa para luego ir juntos al Museo nacional de historia y cultura afroamericana de Washington». Preston se presentó con su novia, Stacy Bell, que también pertenecía al Klan. Davis nos muestra la foto de aquel día: los dos ríen como si fueran amigos de toda la vida.
Unas semanas más tarde recibió la invitación de boda de Richard y Stacy. Davis aceptó. Fue una ceremonia al más puro estilo supremacista, repleta de banderas confederadas. Pero lo más sorprendente fue la propuesta que recibió el día anterior. Como el padre de Stacy había caído enfermo y no podía asistir, quería que su amigo de color la acompañara al altar. Cuando le preguntan por qué aceptó, Daryl responde: «porque somos amigos». Una amistad que no exigía a Preston que renunciara a su pertenencia al Klan. A él le basta que el vínculo entre ellos exista y que sea real. Como una semilla que crecerá cuando y como Dios quiera.

A los jóvenes que le preguntaban cómo se puede dialogar con una persona que tiene una postura opuesta a la tuya, Davis les respondía diciendo que, ante todo, dejando que el interlocutor pueda ser él mismo. «No respeto lo que dicen, pero respeto su derecho a expresar sus opiniones. Si quieres que te escuchen, primero tienes que estar dispuesto a hacerlo tú». Pero eso no basta. Cuando se habla de temas controvertidos como el racismo, atacar la posición del otro no compensa, explica Davis. «No sirve para nada más que para levantar barreras. Yo prefiero hablar de mi postura, dar mis razones. Es la única manera de que el otro pueda empezar a tomarlas en consideración y a reflexionar sobre ello».
La agresividad traduce en el fondo una debilidad. Un miedo al otro. Siempre existe un terreno común sobre el que poder construir el inicio de un diálogo. Davis pregunta al grupo de estudiantes que le entrevista: «¿Creéis que hace falta una educación mejor para nuestros hijos? ¿Creéis que hay que hacer más para que los jóvenes no se expongan al peligro de la droga? Si pensáis que sí, en esto estáis de acuerdo con neonazis y supremacistas. Y eso no tiene nada que ver con la raza. Cuando descubrimos que tenemos los mismos deseos, es más fácil ver a nuestro interlocutor como a una persona y no como a un enemigo. Cuantos más puntos de contacto se encuentran, más se reduce la distancia. Si no nos detenemos, puede llegar a nacer una amistad. Y las cosas de poca importancia, como el color de la piel, acaban dejando de importar».

Davis no se hace ilusiones con la situación de su país. La tensión crecerá y los grupos de extrema derecha seguirán proliferando. La razón, según el músico, es que el rostro de América ya ha cambiado y cambiará aún más. «Dentro de unos años, el 50 por ciento de los americanos estará formado por personas no blancas. Y en la siguiente generación, los blancos serán minoría. Esto pone en peligro un poder que existe desde hace 400 años. A muchos les preocupa, y les da miedo». Apoyándose en este miedo, los grupos neonazis y los supremacistas han empezado a captar nuevos adeptos.
«La gente debe dejar de concentrarse en los síntomas del odio», concluye Davis. «Es como poner una tirita a un enfermo de cáncer. La enfermedad hay que curarla en su origen, que es la ignorancia. Y la medicina es la educación, el conocimiento mutuo entre personas. Si se trata la ignorancia, no hay nada que temer. Si no hay nada que temer, no hay nada que odiar. Si no hay nada que odiar, no hay nada ni nadie a quien destruir».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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