El nuevo curso se prevé especial. Pero empieza con un «patrimonio» adquirido: la enseñanza durante los últimos meses ha marcado la relación con los alumnos. Lo cuenta Valerio Capasa, profesor de literatura en un instituto público de Bari
Hora de literatura italiana. Valerio Capasa, profesor en el Arcangelo Scacchi, un histórico liceo científico en Bari, acaba la explicación del segundo canto de la Odisea diciendo: «Paramos, chicos». Y añade: «Eleonora (todos los nombres son ficticios, ndr), ¿consigues mantenerte en forma para la danza?». «Y tú, Giorgio, ¿cómo llevas la convivencia con tu hermano?». Se toman unos minutos para responder y luego sigue la clase. «Durante el confinamiento, el genérico “¿cómo estáis?” habría tenido una respuesta aún más genérica. Estos meses la relación con los alumnos no podía prescindir de lo que estábamos viviendo. Pero donde te lo jugabas todo era en clase. Ellos y yo, mediante la cámara del ordenador».
Los alumnos de su liceo no tienen problemas de recursos informáticos, las cámaras apagadas solo querían decir una cosa: no me interesa. A diferencia de cuando se está en clase, ni siquiera tenían que fingir, bastaba con pulsar una tecla; total, nadie podía llamarte la atención. «Leyendo un canto del Infierno, una novela de Boccaccio o un verso de Catullo, tenía que despertar su corazón, salir en busca de su humanidad, intentar que volvieran a pulsar esa tecla, que levantaran la mirada. No solo volcar contenidos o desarrollar el programa. Conozco compañeros que han dado clase delante de una pantalla con 25 cuadraditos negros. La dinámica es la misma que en las clases presenciales, pero a distancia se amplifica el problema del sentido de lo que hacemos, de lo que estudiamos, del nexo que tiene con la vida».
Como método de trabajo, en un archivo excel, Capasa anota preguntas, intervenciones o dudas que cada alumno ha planteado durante la hora de clase. «Me sirve para comprender el paso que va dando cada uno. Durante la cuarentena, estas anotaciones se intensificaron. Al releerlas podía entender, por ejemplo, el miedo que afloraba en el relato de un chico por sus abuelos». Datos importantes para construir las clases. En abril, cuando en una clase de tercero tenía que explicar a Petrarca, dejó a un lado la antología para pasar al Cancionero y releer todos los sonetos.
La decisión tenía que ver con una pregunta que había hecho María dos días antes, y con la letra de una canción que Mario le había enviado por mail. «Ante todo, y esto desde siempre, hace falta tener una relación estrecha con el objeto de conocimiento, que no coincide con la información. El segundo paso es lograr que las palabras de la explicación se reflejen en los ojos de los chicos, es decir, buscar temas, rastrear maneras de interceptar lo que a ellos les preocupa». Durante la cuarentena, leer la introducción al Decameron fue el gancho perfecto para medirse con la situación. «Ningún crítico literario ha tenido nunca un ángulo de observación tan “privilegiado” como el que todos estábamos viviendo. La “peste” estaba ahí, será imposible olvidarlo incluso cuando vuelvan las clases presenciales. Porque nada será como antes. Explicar a Ariosto u Horacio no podrá prescindir de estos meses, de cómo han vivido los chicos este verano. El conocimiento de estos autores cambiará por sus preguntas y sus relatos».
¿Pero qué pasa si en lugar de Boccaccio hay que explicar los campos semánticos? «Puedes presentarlos como un listado telefónico o puedes buscar otro camino para despertar su interés. Esas caras en el ordenador son el espejo de cómo estás dando la clase. La enseñanza a distancia en este sentido es despiadada. Una vez más, te la juegas en el diálogo con los alumnos. Debes hacerles entender que te interesan aunque les estés explicando el ablativo absoluto: dentro de la lección, no en el contorno de la lección». Por eso las tareas no podían ser iguales para todos: 25 alumnos, 25 tareas diferentes. Una modalidad que ya habían adoptado antes de la emergencia, «pero esos meses era un instrumento muy útil para tener una relación más personalizada con ellos. Por otro lado, soy de los que creen que la educación, con Covid o sin Covid, vive de la personalización. No se enseña a una clase sino a veinticinco historias, a veinticinco sensibilidades distintas».
Para algunos de sus compañeros se planteaba este dilema: «Si han copiado, ¿cómo les evalúo?». Conociendo el estilo de cada uno de sus alumnos, Capasa sabe cuándo hay harina de otro costal, pero también cuándo uno lo ha intentado igualmente. Un día se encontró entre manos con dos ejercicios prácticamente idénticos. En clase les puso un video a los dos implicados pero ambos insistieron en que solo lo habían comentado. «Está bien, entonces digamos que habéis hecho la tarea en equipo, así que hay que repartir los beneficios y cada uno tendrá la mitad de la nota. Pero es mejor admitir que se ha copiado antes que decir que pensáis lo mismo». Silencio. «Quería mostrarles que les trataba como personas adultas». Más complicada era la situación de un alumno con dificultades de escritura que presentó un ejercicio prácticamente perfecto. Sabía que su madre, que normalmente está fuera por trabajo, había vuelto a casa. Siempre había tenido buena relación con ella, así que decidió llamarla: «Se notan los frutos de su cercanía, ¿pero por qué no intentamos juntos que su hijo intente caminar con sus propias piernas?».
No todas las clases se han podido sincronizar. Es inútil intentar explicar a Petrarca a primera hora sabiendo que después va el temido examen de matemáticas y que «la profe nos ha dicho que quiere los micrófonos encendidos y no quiere oír ni un zumbido». «De los veinticinco, quizá se habrían conectado cinco, los demás se pondrían a estudiar. Así que grabé la clase para que pudieran verla luego y les dije que la comentaríamos después».
Una solución posible también para la enseñanza presencial si las medidas de emergencia establecieran, por ejemplo, una entrada de alumnos escalonada. Técnicamente se llama flipped classroom (clase al revés): la explicación grabada para verla en casa y luego en clase la discusión para profundizar. «En esta situación, puede ser una buena estrategia didáctica, pero luego es en el diálogo presencial donde se da la lección. La enseñanza a distancia ha sido una ocasión casi privilegiada para ir más a fondo en la relación con mis alumnos. Es el “patrimonio” con el que empezar este curso escolar, que también será especial».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón