Marco Squicciarini, director de una escuela suiza, relata el desafío de su trabajo. El mismo durante y después de la crisis. «Entre cálculos y miedos, uno puede medirse o estar delante de lo que sucede». Como le enseñó un alumno suyo…
Solo ha habido dos meses de “cierre por Covid” en las escuelas suizas, que ya volvieron a la normalidad el pasado 11 de mayo. «En los diversos cantones se retomaron enseguida las clases presenciales. Pero aquí, en Tesino, se decidió abrir para la mitad de la población escolar, o sea, por turnos, debido a un mayor número de contagios que en el resto del país». Parece que los meses de la emergencia no pasan para Marco Squicciarini, director escolar de una escuela media, La Traccia, y otra de primaria, La Caravella, donde también da clase de Religión. Dos realidades ligadas –«nacieron en 1992, por iniciativa de algunos profesores y padres católicos que venían de la escuela pública»– y valoradas en la zona, a las que también asisten familias que poco tienen que ver con la tradición cristiana, pero «que ven aquí una manera más interesante y humana de mirar a la persona».
En vísperas del nuevo curso escolar se miden con lo que ha pasado esta primavera. «Sigue habiendo miedo debido a las noticias de nuevos casos. Luego están las dificultades de siempre: buscar profesores adecuados, cuadrar presupuestos, pocas inscripciones… Pero el deseo de volver a clase ahora es inmenso. También por la belleza que hemos visto con la educación a distancia, una experiencia que no podemos perder». Parten de aquí para volver a empezar, por la incertidumbre que existe mientras escribimos esto, «pero también de haber vuelto a focalizar qué es la escuela y quiénes somos nosotros».
«Desde el primer momento del cierre nos planteamos el problema de cómo mantener una relación educativa, que es la clave de nuestra propuesta. ¿Qué esperábamos de nuestros alumnos y de sus familias?». En un contexto que tiene un buen sistema educativo estatal pero que, pillado por sorpresa como todos, ha tardado en reaccionar, «hemos sido de los primeros en poner en pie una escuela por streaming». Entre los puntos de partida, volvieron a retomar una frase que repiten mucho: «El primer lugar de la educación es la familia». Había que “hablar” también con los padres, no solo con los alumnos. «Muchos pasos del camino escolar no habrían sido posibles sin ellos. Aunque al principio llegamos a pensar que para algunos las cosas ahora iban mejor porque tenían a “alguien” que les hiciera los deberes, los hechos nos desmintieron cuando los alumnos volvieron a clase. Casi todos habían crecido, pero de verdad». Lo hicieron como pudieron, afirma.
Y no siempre fue fácil. «Desde crear una plataforma hasta enseñar a usarla, mantener la atención durante las clases, o ser puntuales para entregar y corregir las tareas». Son muchos los descubrimientos que ahora parecen puntos de no retorno. Por ejemplo, entre los profesores «se creó un momento de trabajo común, todas las semanas por Zoom, poniendo en juego nuestras dificultades y también las novedades, lo que veíamos día tras día con los alumnos. Ahora quiero retomar este trabajo también fuera de la emergencia». Porque, bien mirado, siempre hay emergencia. «Aunque no haya Covid. Sé por experiencia que tienes que volver a hacer tuyo el saber que comunicas y su belleza. De otro modo, ¿cómo vas a atraer a los alumnos, más aún detrás de una webcam? Es imposible».
Ya fue así en el momento de despedirse el 19 de junio, el último día de clase, cuando ya había ganas de volver a verse. «He visto una unidad nueva, durante la emergencia y también después. Casi más que en tiempos normales, a pesar de que la pandemia no sea algo deseable. Hasta el punto de que cuando la escuela reabrió el 11 de mayo en enseñanzas medias, con tres jornadas presenciales y el resto en casa, la enseñanza a distancia perdió el reto. Para los chavales era evidente que volvían las clases de verdad, donde tú ves al profesor, ves la sonrisa de tu compañero de mesa, donde no está todo metido en una pantalla».
Era la prueba definitiva del hecho de que esos meses no se había perdido el corazón de la escuela, la relación educativa. «Fue gracias a las familias, a una relación presente. Habían recibido de la escuela todos los estímulos y estos, si están bien hechos y bien construidos, marcan la diferencia. Pero no eran suficiente para explicar los pasos de gigante que habían dado algunos». Muchos confesaron al director que habían celebrado el cierre para luego, poco después, empezar a desear volver a clase. «Se han dado cuenta de lo que es realmente la escuela: un lugar, una relación donde pueden crecer respirando». Para los padres también ha sido una ocasión de crecimiento. «He hablado con algunos que me han dicho que han conocido mejor a sus hijos, pero también a la escuela». La propia escuela se ha desnudado ante ellos. «Cuando entras en las casas no solo estás delante de los alumnos. Es comprometido y es bonito, tienes que medirte con el hecho de que también te ven otros, y lo que llevas también es para ellos. Yo mismo he curioseado en las clases de mis hijos».
Ha sido un tiempo que debemos custodiar ahora, que ha dado una perspectiva distinta a las cosas. «Al principio de la emergencia, corríamos el riesgo de sobreactuar, de tratar de ser los mejores, capaces de poner en pie una escuela online perfecta. Lo he visto mucho en mí». Pero luego, durante el confinamiento, llegó el mensaje de un alumno de enseñanzas medias. «Su padre había muerto por un infarto y nos escribió a los profesores. Estaba desesperado. ¿Qué podía hacer por él a distancia? Decírselo a sus compañeros para que rezaran, y hacerlo yo también… Poca cosa». De nuevo un problema de actuación, «como si poder abrazarlo lo fuera a solucionar». Mientras tanto, entre una ausencia en clase y una tarea pendiente, el chaval empezó a enviar señales de cansancio. «Pero eran señales. Cuando volvió me paró y me dijo: “Me lo han quitado… ¿Por qué?”. Hablé con él. Me di cuenta de que no se había quedado parado, como yo, sin saber cómo ayudarlo. Había hecho un trabajo, en casa, con su madre». Un camino que se hizo aún más evidente el último día de clase, cuando este chico organizó una barbacoa en su casa.
«Quería darnos las gracias por esa cercanía que a nosotros nos parecía tan poco, o nada». Los compañeros se pusieron a cantar juntos canciones populares dedicadas a la Virgen como si fueran los éxitos del momento. «¿Qué había que celebrar? Había perdido a su padre y sus notas tampoco eran brillantes…». Se trataba de otra cosa. «Durante ese tiempo la realidad había sido complicada para todos de distinta forma. Debíamos medirnos con eso y preguntarnos cómo queríamos vivir. Ahora sigue siendo así. Entre cálculos y miedos, uno puede medirse con su propia capacidad y tratar de resolver los problemas solo, o bien obedecer a la realidad, estar delante de lo que sucede y buscar a alguien con quien ponerse en camino. Esto es lo que nos enseñó ese chico».
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