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Huellas N.08, Septiembre 2020

PRIMER PLANO

Cambio de programa

Paolo Perego

Después de años dedicada a la enseñanza planificándolo todo, llegó el seísmo del Covid y ahora un nuevo inicio. Luísa Costa Cabral, profesora en Lisboa, se mide con lo que ha aprendido. Algo que ya no quiere perder

«Pedro, ¿dónde estás? No te oigo. ¿Antonio? ¿Está?». Uno por uno. «No tenía otra preocupación que estar con ellos», cuenta Luísa Costa Cabral, profesora de un colegio en Portugal. “Otra preocupación”: puede sonar banal, pero no para ella. «Metódica, precisa. Normalmente, en julio ya tengo definido el programa del año siguiente. Lo necesito. En doce años de enseñanza es algo que siempre me ha ayudado a estar tranquila». Hasta los imprevistos siempre los suele tener previstos. «Controlados, al menos».
El gran Colégio de São Tomás de Lisboa cerró después de que, una vez anunciada la emergencia un lunes de marzo, el miércoles siguiente algunos alumnos dieran positivo en Covid. «Nos reunimos todos los profesores. Había que organizar las clases online y enseguida empezamos a mandar tarea a los alumnos». Ahí estaba el imprevisto, pero esta vez escapaba a cualquier control posible. «La cuestión es que antes, a lo mejor después de una excursión, siempre sabía por dónde empezar. Lo tenía todo planificado. Pero ahora… Algo debía cambiar necesariamente en mí», comenta ahora, en vísperas del nuevo curso, hablando de lo que ha aprendido y ya no quiere perder.
También en Lisboa, donde los nuevos contagios parece que no dejan de crecer, el futuro de la educación es incierto, a pesar de que el curso empiece “mañana”. Pero la experiencia que ha vivido estos últimos meses le permite mirar hacia delante con confianza.
Pocas escuelas pusieron en marcha la educación a distancia. «El Gobierno estableció clases por televisión, pero nosotros decidimos estar con los chavales». Empezó también una campaña –iPede, «yo pido», que al pronunciarlo suena igual que el nombre de la famosa marca de tablet– para conseguir herramientas de trabajo para los que no las tenían, «puesto que aquí, de más de mil estudiantes, casi el 20% procede de familias modestas y estudia con becas». Empezaron así, paso a paso, hasta llegar a cuatro horas al día más alguna que otra conexión por la tarde.

«Delante de los chavales, en video, me sorprendí extrañamente tranquila. No contaba con la seguridad que me suelen dar los programas, pero lo único que me interesaba era la relación con ellos. Me sorprendí a mí misma». ¿De dónde venía aquella serenidad? «Descubrí que mi vínculo con ellos, aquello por lo que normalmente se pone todo en juego durante las horas de clase, algo a lo que te entregas por completo, al no poder estar con ellos en casa o en el recreo, no es algo que se pueda organizar mediante un programa. Solo se da en la medida en que yo me relaciono con otra cosa».
La clave para volver a empezar ahora reside por entero en este descubrimiento, que llegó con el tiempo después de meses de confinamiento. «Analizar la situación o mirar las cifras de los contagios no me da tranquilidad». Mientras prepara el nuevo curso, recuerda la carta de Julián Carrón al movimiento y su invitación a ver quién vivía esa situación de una forma más interesante. «Estos meses han empezado a hacerme compañía historias de gente que afrontaba las circunstancias de manera distinta. El Papa, con sus gestos, y algunos amigos. Así, cuando en junio volví a ver a los alumnos para la entrega de notas, comprendí que esa relación había sido salvada. Los miraba igual que yo me siento mirada y acompañada siguiendo a la Iglesia y al movimiento». Ahora se reanuda la partida. «La relación que tengo con ellos en clase es como un submarino, puede permanecer oculta bajo el agua pero no desaparece. Puede reducirse a lo esencial pero no se anula, cambia de forma».
Claramente la educación presencial es otra cosa. «Tenemos que volver a clase y no vemos la hora de poder hacerlo, pero sea cual sea la modalidad, formará parte del mismo camino que estamos llamados a recorrer, como posibilidad de crecimiento y de relación».

No ha sido nada fácil, afirma cuando piensa en los meses pasados. Muchos alumnos por streaming hacían otras cosas, unos veían videos, otros se distraían, otros molestaban, o no encendían la webcam… Algunos hasta tenían que atender a sus mascotas o a sus hermanos pequeños. «Pero nadie se ha perdido». Recuerda a una madre –Luísa enseguida llamó a todos los padres– preocupada porque su hijo no siguiera las clases. «Le dije que, al contrario, intervenía en clase y que había compartido con sus compañeros su dolor por la muerte de su tío a causa del Covid. Ella se conmovió». Con otro chico tuvo que abrir un procedimiento disciplinario por una serie de hechos. «Él quería cambiar de colegio pero le expliqué que había tomado esa decisión porque quería sacar lo mejor de él, y aceptó. Su madre me llamó diciéndome que había llorado mucho pero que luego se había serenado y que se había sentido mirado. A los diez años, ¿cómo es posible? Y hay muchos como él. Han visto, han reconocido algo dentro de esta relación».
Lo mismo pasa con sus compañeros. «No tenemos la sala de profesores para confrontarnos. A veces sucede accidentalmente, pero les he buscado por teléfono con una libertad nueva, con la única preocupación de poder vivir hasta el fondo lo que nos estaba pasando». Como si se hubiera conocido más a sí misma, añade. «El curso que empieza es una incógnita. Estamos a punto de empezar y barajamos todos los escenarios posibles. Todavía estoy preparando el programa, pero ya no es como antes. Como oí decir una vez, el don de la historia cambia siempre los programas. Es un desafío fascinante».
La misma fascinación, dice, que vio en una bachillera ante un cambio de etapa, «una aventura en general muy esperada por los chavales», comenta Luísa. «Pero ella, durante este tiempo de clases desde casa, me escribió un día: “No quiero vivir esperando a que las cosas cambien. Quiero disfrutar de lo que vivo”». La oportunidad es ahora. «Y no es un problema el “no haber visto” antes, como en cierto modo me pasaba a mí. Se puede empezar ahora, se puede empezar siempre».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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