La educación italiana, entre la experiencia de un padre “en vivo y en directo” y la ausencia de un debate que abra nuevas perspectivas. Mario Calabresi se mide con la necesidad de «aceptar el desafío de lo que ha pasado» y se pregunta: ¿cómo replanteamos las cosas?
Las clases entraron en casa de Calabresi dejando una profunda huella. Fue durante los meses de confinamiento y educación a distancia. Mario Calabresi, 50 años, periodista, exdirector de La Stampa y de La Repubblica, y autor de libros de éxito, tiene dos hijas gemelas que han acabado la enseñanza media y con ellas ha podido descubrir una educación que no imaginaba que hubiera cambiado tanto para adaptarse al ritmo de los tiempos. «Y eso que voy mucho a los centros educativos porque me invitan para presentar libros y ayudar a los alumnos de último curso a entender la historia de los años 70. Pero una cosa es hablar, aunque sea en diálogo, y otra muy distinta es escuchar a los profesores, atenderles mientras dan clase a los chavales. Para mí ha sido una sorpresa, pero creo que también lo ha sido para millones de padres».
Entonces, ¿ha habido aspectos positivos en este año tan complicado para la educación?
Me parece muy positivo que la educación haya entrado en casa cuando las familias también estaban en casa. Esta situación ha permitido a los adultos y a los padres descubrir lo intensa que es la educación y cuántos problemas, cuántas interacciones y cuántos desafíos supone. El colegio siempre ha sido un lugar con el que nos hemos relacionado mediante el relato de nuestros hijos o la relación con los profesores en ciertas reuniones. Por lo demás, era algo distante, otro ámbito. Ahora en cambio se ha hecho presente porque lo hemos tenido delante de nuestros ojos, o mejor dicho en nuestros oídos. Por primera vez he oído a los profesores de mis hijas darles clase. Nunca había imaginado la interacción que llegaban a establecer con ellas. Lo ignoraba. Ahora me he puesto a escucharlos, porque sus voces resonaban por la casa. Y me ha fascinado. Es una experiencia que nos ha permitido entender lo importante que es el colegio. Aunque quizá podríamos haberlo entendido antes…
¿Qué es lo que le ha fascinado más?
Solemos pensar que la educación es igual que cuando nosotros estudiábamos. Yo, por ejemplo, me la imaginaba como la mía, es decir, al estilo de los años 80. Pero he visto que los profesores realmente han cambiado la manera de relacionarse e interactuar con los chavales. Recuerdo una vez que me paré en la puerta de la habitación de mis hijas para escuchar una clase de historia sobre la Segunda Guerra Mundial. Me quedé realmente fascinado por la capacidad que tenía la profesora para involucrarlos. Se notaba su esfuerzo por hacer que ese pedazo de la historia les resultara interesante y tuviera sentido para un chaval de hoy. Es algo que no puede darse por descontado. Yo tengo el recuerdo, cuando estudiaba, de clases totalmente frontales. Los libros tenían un enfoque tradicional, muy doctrinal y con poco relato por lo que se refiere a la historia. Luego encontré un libro de Simon Schama sobre la revolución francesa, escrito como un gran relato que sitúa en el centro la vida de personas concretas. Creo que actualmente los profesores también saben devolver la historia en forma de relato, lo que no quiere decir que la banalicen sino que la hacen más accesible y comprensible. Al menos, esa es mi experiencia.
Sin duda los padres han podido comprender mejor cuánto trabajo y dedicación requiere “dar clase”. ¿Podría ser la ocasión de una relación nueva y menos conflictiva con los profesores?
Realmente espero que así sea. Espero que se ponga fin a esa actitud grotesca de muchos padres que hacen de sindicalistas de sus hijos alimentando esos tribunales permanentes que son los chat de clase, creo que deberían cerrarse por decreto, al menos si los seguimos utilizando como hasta ahora. En cambio, espero que crezca esta conciencia de ser todos parte de la misma comunidad, la comunidad educativa. Y que todos juntos podamos marcar la diferencia. Estos meses hemos tenido señales interesantes para ello.
Por ejemplo…
He notado que la enseñanza a distancia no se ha mostrado como un obstáculo insalvable para la interacción entre jóvenes obligados a estar encerrados en casa. Al contrario, lo que ha pasado es que las plataformas online se han convertido en una ocasión para que muchos grupos de trabajo e investigación avanzaran juntos. Creo que es una buena semilla porque hemos sido capaces de construir grupos, de hacer equipo y de tejer redes sociales a pesar de la distancia física que había de por medio. Por eso creo que cuando sea posible dar clase en las aulas podría aflorar una nueva manera de aprender juntos.
Francia, Alemania y España, aunque de manera muy gradual, han decidido que los alumnos vuelvan a clase. Italia en este sentido ha sido extremadamente prudente. ¿Usted qué opina?
No quiero entrar en materias que no me competen. Pero tengo que decir que la educación ha sido la cuestión peor gestionada por el Gobierno en este tiempo. Ha prevalecido la lógica de posponer los problemas. Nos han preocupado mucho más la fecha de reapertura de las peluquerías, los bonos para las vacaciones y las garantías de incentivos para el uso de monopatines eléctricos, antes que afrontar el desafío de la reapertura de los colegios. Se ha dado por descontado que no había alternativas y que forzosamente había que aplazar la reapertura. Francia y Alemania, en cambio, han demostrado que se podía volver a empezar, con criterio y sin correr riesgos. He leído los reglamentos de las escuelas alemanas donde todo queda establecido muy rigurosamente: cómo tiene que entrar el alumno, que debe sentarse inmediatamente en su sitio, que no se puede levantar ni compartir ningún objeto con sus compañeros sin pedirlo primero y esperar a ser autorizado para ello. No quiero juzgar la forma en que han reabierto, que espero que solo sea temporal, lo que me interesa es destacar que en esos países se han preocupado de que los chavales volvieran a clase porque lo consideraban algo absolutamente prioritario. Nuestro Gobierno en cambio ha tomado otras decisiones. No quisiera equivocarme, pero el hecho de que miembros clave del Ejecutivo, como el premier Conte o el ministro de Exteriores Di Maio, no tengan hijos ha podido llevarles a subestimar la centralidad de la cuestión escolar. Ha faltado sensibilidad ante este problema.
En realidad nunca se ha hablado tanto de educación como estos meses…
Es cierto, al nivel de la sociedad civil muchos han entrado en materia, mostrando una atención inédita y también una voluntad propositiva. Hay una nueva sensibilidad sobre la centralidad de la educación, favorecida sin duda por la experiencia “en vivo y en directo” durante el confinamiento. He visto artículos y manifiestos firmados por personas muy diferentes entre sí. Lo que me ha pasado a mí le ha pasado a muchos. Pero, lamentablemente, a nivel político el debate sobre la reapertura se ha situado a un nivel penoso. El tema central siempre ha sido el distanciamiento social, con el resultado previsible de acabar descargando responsabilidades en los directores de los centros, en nombre de una autonomía escolar que llevaba años en el ostracismo. No se han preocupado mínimamente de aceptar el desafío de lo que ha pasado, que es algo inédito, inimaginable, que ha supuesto la ruptura de la normalidad. Ante un desafío tan enorme, ¿cómo replanteamos las cosas? No podemos contentarnos con definir la distancia entre pupitres o con ocupar otros espacios. Tiene que haber algo más. Hay que preguntarse en qué consiste la función educativa en un momento de cambio histórico como el que estamos viviendo. No solo falta perspectiva, sino también un debate para encontrar esa perspectiva.
Señala usted el tema central de la “función educativa”. ¿Qué desafío debe afrontar la educación ahora?
Lo más importante es que la vuelta a clase contenga elementos creativos, de amor al conocimiento. Tenemos sobredosis de elementos técnicos, de reglas organizativas, y nos olvidamos de que el colegio es un lugar donde se forma, donde uno se hace ciudadano y se enamora de las cosas y del saber. Ahora hace falta saber decir a los jóvenes: volvéis a clase porque merece la pena.
¿Cómo se lo diría usted?
Chicos, realmente aquí podéis dar sentido y color a vuestro futuro. Como decía Montaigne, más vale una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena.
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