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Huellas N.01, Enero 1994

CULTURA

Tan distinto

Krzysztof Zanussi

El más famoso de los directores polacos recuerda para Litterae la figura de Fellini. Una relación en la diversidad y la estima

Tan radicalmente distinto de mí, en temperamento y en fantasía, Fellini siempre me ha suscitado envi­dia. Como tantas veces le dije, con una expresión que no era sólo cortés, es más fácil admirar a un autor distinto de ti, que a uno parecido. Fellini sueña en color: sueños ricos, opulentos, espectaculares. Yo tengo sueños modestos, en blanco y negro. Si bien mi cine no es de un soña­dor, envidio admirado a quien sabe traducir un sueño en imá­genes. Me impresiona quien, como Fellini, ha sabido usar un medio por naturaleza realista, para contar otra cosa. Desde este punto de vista, creo que Fellini tiene en común con Tar­kovskij la capacidad de usar el cine contra su gravedad natural. Pasolini teorizó el hecho de que la materia linguística del cine fuese la materia del sueño. La fotografía contradice esta bellí­sima formulación. A diferencia de la pintura, que se puede per­mitir crear el mundo, el cine está limitado por la fotografía a la imagen obvia del mundo, está obligado a medirse con la reali­dad existente. Fellini es la prue­ba de que la intuición de Pasoli­ni era justa. Se pueden recons­truir elementos de la realidad deformados inspirándose en la deformación del sueño.
Se puede recrear la realidad poética. Cuántas veces se dice: es una cara felliniana. Estas caras no han sido creadas por Fellini, existen en la naturaleza: él las ha encontrado y las ha mostrado como una invención suya. Fellini, cuyo lenguaje se acerca a la obra lírica, ha enri­quecido el cine violentando su naturaleza. Usando este lengua­je suyo inimitable -porque nadie ha conseguido jamás hacer cosas semejantes en cine- Felli­ni restituye los fenómenos de transición de nuestro tiempo, del mundo y de los hombres. En él se reencuentra constantemen­te la búsqueda de algo absoluto, algo que Fellini ha perseguido en sus modos tan diferentes de narrar: tanto en el período en el que exaltaba el mundo sensual como en sus películas en las que estaba más explícitamente abierto a la trascendencia, es decir, las primeras, quizá las más desesperadas. Una película que me ha conmovido especial­mente es Satyricón, a la que definiría como evangélica. Una película que se articula gracias a un principio muy conocido en lógica: la reductio ad absurdum. Fellini hace presente el cristia­nismo por ausencia. Algo que ocurre raramente. Raramente se encuentra un vacío tan evidente­mente presente como en Satiri­cón, quizás porque la inspiración nace de un escritor verda­deramente pagano.

Privado de la alegría
Este mundo lleno de rique­zas, pero privado de la alegría por estar privado de la esperan­za, exalta en mí, cada vez, la esperanza de una salvación. También estimo mucho a Casa­nova, antipático y horrendo, donde el abuso de la carnalidad es ostentado con desprecio, con rabia y con un cierto autocom­placerse en la condena. Como ese Don Juan que nunca rodó, arquetipo del hombre que sufre por el abuso de su naturaleza y por la ausencia de amor. En mi memoria, Fellini existe desde La strada. La vi hace muchísi­mos años, antes de decidirme a ser cineasta. Quedaron impresas en mí muchas pequeñas falsifi­caciones que había en los subtí­tulos polacos de la película. Cuando se mencionaba al Señor, por ejemplo, la traduc­ción era «este señor», con la ese minúscula, porque se quería evitar cualquier referencia reli­giosa. La película tuvo un enor­me éxito en Polonia. Constituyó para mí el shock de descubrir lo que se podía hacer en cine. A continuación vi casi todo el res­to de su obra; y a lo largo de los años me encontré con Fellini muchas veces. Entre tantos encuentros permanece en mí el recuerdo de un paseo por Roma. En Polonia ya estaba la ley mar­cial, debía ser hacia 1980. Estaba en Roma, residía en el hotel de Inglaterra y acompañé a Fellini en la vía Margutta. Me impresionó muchísimo que, como en sus películas, él era el amo de la calle. La gente lo saludaba, estaba tan integrado en el ambiente que éste parecía una creación suya. Sin embar­go, se trataba de una integración del artista con su mundo, por él recreado. Creo que via Margutta es, de algún modo, obra de Fellini. Recuerdo que, en aque­lla ocasión, hablábamos de Tar­kovskij y de Bergman. Fellini era un hombre cortés, le gustaba hacer muchísimas preguntas y quería comprender lo que suce­día en Polonia. Todavía estába­mos en época comunista, y él me dijo algo que nunca he olvi­dado. Dijo que éramos, en cierto sentido, afortunados por estos problemas que constituían una verificación de nuestro trabajo.
Dijo que, gracias a este sufrimiento, habíamos sido más necesarios para nuestra saciedad que los artistas occidenta­les. También en el mundo des­crito por Fellini había sufri­miento, pero la sociedad en cuanto tal estaba contenta de sí misma.

El momento oscuro
Hay un momento oscuro en el cine de Fellini. Un momento en el que comienza un monólo­go del artista con él mismo y sobre sí mismo. La entrevista, por ejemplo, me parece una película nostálgica que repropo­ne cosas ya vividas. Es una película que no he amado mucho, una película sin solida­ridad, donde el artista acaba por expresar sus problemas consigo mismo, su arte, su imagen, de un modo que puede alienar al público. Falta esa sinceridad que construye la solidaridad entre el espectador y el autor. Muchos autores hablan de sí mismos, pero de un modo tal que se dan como sacrificio al público, cortando sus propios miembros para ponerlos sobre el altar en un ofrecimiento de sí mismos. En algunos momentos del cine de Fellini no hay ofre­cimiento, sacrificio de sí: lo que hay es un ponerse como tema, como el monólogo de un hom­bre que se mira al espejo bus­cando la pose más bonita. Una suerte de narcisismo que consti­tuye el enorme problema del arte de hoy y que es regular­mente castigado por el público que no tiene ganas de participar en una actitud orientada hacia sí mismo. Creo que en algunos momentos el diálogo de Fellini con el mundo se hacía cada vez menos opulento y generoso, más avaro. Y esto podía deber­se también a la reacción del público, que no le daba lo que cada artista espera. Creo que, no obstante su grandísima popularidad, el mundo nunca ha respondido suficientemente al humanismo de Fellini, a su gran amor por el hombre. Le han apreciado más por sus extrava­gancias, por su capacidad cari­catural, que por su humanismo. Hay una necesidad profunda en el artista: realizarse a través del propio trabajo. No es sólo un problema financiero, no basta pagarlo: el arte es un diálogo. Era necesario dialogar con Fellini como es necesario dialo­gar con el mundo: si la gente rechaza el diálogo es porque rechaza la realidad. Fellini que­da como una expresión elevadí­sima del estilo barroco que tan bien se refleja en el alma italia­na. A menudo se dice que Italia ha inventado el barroco, un lenguaje que nadie ha podido ni tan siquiera imitar. Una expre­sión extrema, a menudo cho­cante, pero de gran belleza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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