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Huellas N.01, Enero 1994

SOCIEDAD

Un vencedor no basta...

Sergio Chillé*

El fin de los bloques, el empasse diplomático, las posibilidades que se abren. ¿Qué pasa en las «relaciones internacionales»?

Al comienzo de los años noventa el repentino e ines­perado desmantelamiento del bloque oriental -a partir del derrumbe del régimen soviético ­había alimentado una difundida con­vicción de que la comunidad inter­nacional se encontraría en vísperas de una nueva era de estabilidad y de paz. La imposibilidad de conciliar y la inevitable contraposición entre los sistemas ideológicos comunista y capitalista habían determinado hasta entonces un tipo de relaciones entre las dos superpotencias líderes que, implicando de lleno los destinos de las naciones que directa o indirecta­mente estaban bajo sus áreas de influencia, dejaba espacio, como mucho, a procesos de distensión par­cial, directamente dependientes del cambio de su potencial político-mili­tar. Si la primera regla de la guerra fría fue el continuo aplazarse de la confrontación final, el precio sin embargo fue la proliferación de los así llamados conflictos menores, ocasión para cada una de las partes de mejorar su propia posición estra­tégica. La inexistente solución a los problemas específicos locales en la raíz de aquellos conflictos, se con­vertía en condición para perpetuar en vez de resolver una situación de inestabilidad en la que las potencias hegemónicas podían introducirse con el peso del propio apoyo «deci­sivo» continuando así su propia con­frontación. En la práctica, el desen­lace de cualquier verdadero nudo político (nivel de desarrollo econó­mico, equidad en las relaciones sociales, adquisición y manteni­miento de las libertades fundamenta­les) se suspendía y de todos modos no se resolvía definitivamente, dado que la misma validez del «modelo» de referencia era objeto de una con­frontación mayor. La tan proclama­da prioridad de los problemas de seguridad ha encubierto a la larga una política de pura remisión. La evidente inadecuación de las solu­ciones adoptadas en respuesta a los problemas concretos abiertos entre las diversas realidades sociales y políticas locales estaba justificada por las potencias líderes por la ame­nazante presencia del adversario en el campo contrario, por lo que para defenderse del mismo se drenaba buena parte de los recursos y de las energías disponibles.
La «pérdida del enemigo» ha constituido para todos -vencedores y vencidos- el venir a menos de un punto esencial en un sistema regula­do sobre la lógica de la oposición. Mientras, el resurgir de los naciona­lismos en los países ex-comunistas hacía emerger con cruda claridad el carácter impuesto de muchos víncu­los de solidaridad nacional. Entraban significativamente en una crisis de identidad los sujetos que forma­ban parte plenamente del campo vencedor, costreñidos ahora a defi­nirse no en contraposición a, sino en función de una perspectiva real y positivamente común, distinta de los vínculos creados por el miedo.
Es clamoroso el caso de la comu­nidad europea, que parece perderse en los amplísimos espacios de maniobra ofrecidos por el nuevo cuadro internacional, puesta en cri­sis -irónicamente- precisamente por haberse convertido en «enemigo» una parte del propio campo (los ex­-alemanes orientales). Más impresionante aún es la verdadera debacle de la ONU, que pone de manifiesto la inconsistencia del mecanismo insti­tucional que debería regir el gobier­no mundial y ceñirse al objetivo ori­ginario de promover y construir la paz. Pero el mejor símbolo de las dificultades surgidas en este momen­to son, obviamente, los Estados Uni­dos. La guerra del Golfo, el papel desarrollado ( o no desarrollado) con ocasión de las crisis de Yugoslavia, Somalia y precisamente en estos días en Haití, demuestran la dificultad de convertirse en promotores de solu­ciones positivas inspiradas en el pro­pio «credo ideológico», ahora ya no obstaculizado por el tradicional adversario soviético. El final del bipolarismo ha multiplicado los interlocutores de la escena interna­cional reclamando al gigante ameri­cano al difícil arte de «hablar len­guas».
Habiendo constatado que el pro­pio modelo (la propia «lengua») no es asumido de forma indiscutible como referencia (lo que sería obvio por ser el presunto vencedor), llegan de los EEUU claros signos de una creciente voluntad de sustraerse, de retirarse a sus propias fronteras. Esto constituye, por otro lado, una cons­tante en la historia de este país que siempre ha desarrollado una sensibi­lidad internacional sólo bajo la pre­sión de situaciones que amenacen su seguridad, pero raramente atraída por la perspectiva de dar forma a hipótesis de un camino realmente «común y de participación de la res­ponsabilidad directiva con realidades diversas a la suya. En resumen, no basta la sola presencia en el campo de un vencedor en el largo duelo de la guerra fría. En el balance está incluída la fallida preparación, por falta de tiempo, de instrumentos úti­les para una confrontación eficaz entre el mundo occidental y el islá­mico, a la larga forzada a las angos­tas y desviadas categorías del con­traste ideológico que subyacía en las relaciones este-oeste. Motivo de esperanza en este escenario es el asunto árabe-israelí. Es una certifica­ción de cómo el clamor de la confrontación armada termina por ser el velo detrás del que se esconde la necesidad, que sin embargo es siem­pre oportunidad, de afrontar opcio­nes políticas difíciles. La dificultad está en la responsabilidad que va surgiendo con el tiempo, con la diná­mica lenta, exigente de cuidados y de fantasía propia de cualquier pro­ceso creativo.

* Asistente de Historia de las Relacio­nes Internacionales en la Universidad
(Católica de Milán)


Diplomacia especial
El Vaticano dentro del nuevo des-orden

Desde que las posiciones diplo­maticas de la Santa Sede no resul­tan ya instrumentabilizables por parte del bloque Occidental en contraposición al peligro rojo, parece acentuarse su «paradójica» característica de prestigio e impotencia. Una intervención que es prestigiosa, aunque impotente, pro­voca crecientes rumores y moles­tias entre los que se consideran dueños del juego mundial. No es casualidad que se den intentos «de desacreditar» el prestigio y la corrección de la diplomacia Vati­cana. La Santa Sede sin embargo no escatima su compromiso impli­cado hoy en muchos frentes.
Los llamamientos contra la guerra del Golfo, la denuncia de la utili­zación en Yugoslavia y Somalía de pesos y medidas distintos y de la oportunidad de las «ingerencias humanitarias» en el caso del prolon­garse de los trágicos conflictos regio­nales, están son las últimas etapas de la solicitud realista hacia zonas calientes del mundo. Las potentes diplomacias occidentales han pasado por alto estas posturas. Del mismo modo en situaciones menos notorias (por ejemplo en Vietnam) los llama­mientos del Vaticano y los esfuerzos por la paz son ignorados porque estas zonas ya no interesan por motivos estratégico-militares. La exclusión de la Santa Sede del diálogo de paz entre Palestina e Israel (a causa de la suspensión de la actividad diplomáti­ca entre Jerusalén y el Vaticano toda­vía vigente, y quizás como castigo por su no-alineación en las últimas opciones americanas) no ha impedi­do su labor «desde fuera» por parte de altos exponentes de la Secretaría de Estado Vaticana.
En estos meses, ha tenido particu­lar relieve el empeño sobre la cues­tión china, donde vive una comuni­dad de cinco o seis millones de cató­licos a los que el gobierno impone una Iglesia nacional separada de Roma. También en este caso la acción diplomática de la Santa Sede no persigue un objetivo primaria­mente político, sino que se preocupa de la vida de sus comunidades de fie­les dentro de las comunidades nacio­nales. Ahora bien, actuando así, asu­me un punto de vista sobre las distin­tas situaciones a menudo más com­prensivo y atento a las necesidades de los pueblos que el de los estadis­tas y de los mediadores movidos por los intereses políticos y estratégicos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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