No se han reunido en una secta. Pero su palabra que predica el dualismo y el mecanicismo moral se ha infiltrado en las páginas de los periódicos e incluso en los comics. ¿Nos hecho neo-maniqueos? Litterae abre el debate
«Si Dios no existe todo está permitido» decía Dostoevkij. Parafraseándolo en clave actual vendría a decir que si Dios no existe todo debe ser «ley». Es decir, debe ponerse en blanco y negro lo que es bien y lo que es mal. Para el escritor italiano Fulvio Tomizza (suya es la novela Las relaciones culpables) que «después de haber descubierto el mal que hay en nosotros» dice que no puede pronunciar «una denigración o una condena de alguno», hay cientos de «opinionistas» prontos a señalar los buenos y malos de turno sobre los mass-media y a explicar qué es moral y qué no.
El cardenal Ratzinger, presentando la encíclica papal Veritatis Splendor, ha hablado de neo-maniqueísmo. Bajo este término se puede sintetizar una tendencia que se expresa en los fenómenos más disparatados: desde la profusión de doctrinas orientales antiguas en las librerías y de otras de tono más dinámico en los tebeos de moda, hasta el subrayado de un cierto «pesimismo» ético de impronta protestante. Intentemos entender mejor. El mal, sostenía San Agustín, es negación y ausencia de bien. Agustín, que fue antes discípulo de Mani y tras la conversión fue aguerrido antimaniqueo, negaba el mal en cuanto tal, dando la vuelta a la dinámica maniquea que daba al mal una consistencia propia (ver la reseña histórica). Y, por si no se dieron cuenta los marxistas, pulverizaba el presupuesto del materialismo histórico que daba un rostro al mal, a la búsqueda perenne de un enemigo a eliminar con el fin de hacer triunfar el bien-negación-del-mal.
Lo que estamos viviendo ahora, ¿no es acaso la renovación de este síndrome de acoso? ¿No se percibe una marcada predisposición a reconocer una presencia malvada, a dar un rostro al mal? Predisposición que contribuye a subsumir a la vida en manos de algo que supera y por tanto aplana al individuo en el miedo y en el sentimiento de la propia inanidad. Lo cual genera, como compensación, la necesidad de tener algunos Héroes del Bien tan extraordinarios como irreales ...
«El neo-maniqueísmo -explica el filósofo Massimo Borghesi- o bien la distinción de la sociedad en dos ciudades contrapuestas -la ciudad de los "honestos" y la ciudad de los "deshonestos" - es el resultado, en Italia, de una dislocación diferente, de una estructuración distinta, del poder. Preparada por la gran prensa con la campaña "ética" de finales de los 80, se ha llevado a cabo después de que, con el 89, la función de los partidos tradicionales haya venido a menos. De este modo se ha reactualizado un "clima de guerra" ya experimentado en nuestro país a principios de la postguerra. Como escribía Augusto Del Noce en 1946 en la revista Costume: "El juicio más difundido sigue siendo la explicación moralista ... Moralismo del que depende el espíritu jacobino como búsqueda de 'culpables' -y del que depende aquí en Italia la triste comedia de la depuración. Con su mito de los hombres 'honestos'''. Depuración ayer de filo-fascistas, hoy de guardianes del orden democrático».
«En todas las civilizaciones -le hace eco el sociólogo Sabino Acquaviva- se busca el chivo expiatorio, que en el caso actual se convierte en la obsesión por golpear a personas y partidos-símbolo. Cuando se derrumbó el gobierno papal borbónico los liberales pretendían poner fin a la corrupción. Lo mismo hicieron los fascistas con los liberales y la Primera República con los fascistas. Hoy es el turno de la Segunda República con la primera, mediante el acostumbrado mecanismo de la formación del consenso político».
No es sólo la esfera «política» la afectada por el fenómeno maniqueo aunque en ella se manifiesta con una claridad especial. Interrogado por Litterae, el historiador de la religiones Julien Ries profundiza en esta reflexión: «Es una mistificación sostener que el hombre no es capaz de llevar a cabo el bien, afirmación típica de una concepción pesimista estrechamente ligada a la cultura protestante. Es verdad que sobre el hombre pesa esta caída, esta debilidad, pero a su libertad se le ofrece la posibilidad de una adhesión a la propuesta de bien que viene de Aquél que ha renovado la dignidad humana, Jesucristo».
En la presentación oficial de la Veritatis Splendor, el cardenal Ratzinger ha subrayado que la razón humana (la cual, afirmando el Ser, afirma el bien y la verdad) «pertenece a un ser creado en el que cuerpo y espíritu son inseparables». El Papa subraya esto en contraposición a una mentalidad neo-maniquea que considera el cuerpo del hombre como exterioridad biológica, que no tendría nada que ver con su ser humano correspondiente y por tanto tampoco con los bienes morales.
Nos encontramos, de hecho, en presencia de un nuevo dualismo que priva al cuerpo de su dignidad y por tanto al espíritu de su cualidad humana más específica. Viene a la mente a propósito de esto, el «reduccionismo» llevado a cabo por las orientaciones modernas de la psicología que tienden a convertir en opinión común la negación de una dignidad responsable. En pocas palabras, que nosotros, y todas nuestras acciones, seríamos fruto de macanismos psicológicos que escapan a nuestro control. No es casual que hoy florezca el filón de la literatura y de la cinematografía americana contemporánea que escoge la psicopatología como «justificación» biológica de la acción malvada. Basta pensar en El silencio de los corderos de Hopkins o en el Twin Peaks de David Lynch, el director de cine americano que ya no sabe a qué santo encomendarse para encontrar un culpable en un mundo nuevo habitado sólo por inocentes.
En Un día de furia, sin embargo, Michael Douglas, al policía que le ha alcanzado tras una serie increíble de violencias llevadas a cabo durante el intento de volver a casa, le pregunta si le considera loco o malvado. Y prefiere tirarse por el puente cuando oye decir que lo suyo es maldad.
La libertad y la responsabilidad, para el neo-maniqueo, son insoportables.
Debate
La cuestión
«El fenómeno ascético en el universo mundo ha sido traído por el cristianismo, por Jesús. No hay otro ejemplo, porque en todas las civilizaciones y en todas las experiencias el hombre descarga sobre un dualismo original de bien y de mal los propios errores y las propias posibilidades, descarga las propias responsabilidades sobre un principio de mal o un principio de bien que estaría en el origen. Es el maniqueísmo, que es propio de todas las religiones antiguas, e incluso del luteranismo, para el cual el hombre -a causa del pecado original- ya no es capaz de hacer nada bueno».
(don Luigi Giussani, en «De qué se trata» LIITERAE., nº 6 1993)
Historia
Una herejía contra la carne
En el curso de los dos primeros siglos de nuestra era en la «gran Iglesia» Católica se verificaron numerosas escisiones, tan vastas como duraderas, en Iglesias heréticas autónomas. En el desarrollo de esta parte de la historia del Cristianismo fue muy relevante el elemento oriental que, penetrando cada vez más en el helenismo, llegó a asumir su guía espiritual. Por ejemplo, una de las herejías más peligrosas con la que la joven Iglesia se tuvo que enfrentar, la doctrina de Mani, provenía de antiguas formas religiosas persas.
La difusión de los secuaces de Mani fue tan amplia que invadió gran parte del mundo entonces conocido. El fenómeno creaba un problema gravísimo en sentido teológico histórico y eclesiástico, ya que no se trataba de una formación más o menos pagana (sincretista), sino de Iglesias cristianas heréticas, fuera de la ortodoxia, de amplias dimensiones y de antigua fundación.
Al maniqueísmo está ligado también un nombre insigne de la historia de la Iglesia y de la filosofía: san Agustín. Inquieto y en busca de la verdad, tras haber tenido una conducta moralmente desenfrenada, se convirtió, a los veinte años, en «auditor» (el grado más bajo) de los maniqueos. Durante nueve años no logró separarse de ellos, hasta su conversión.
El fundador del maniqueísmo, Mani, nacido hacia el 217, creía que la verdadera enseñanza de Jesús se había perdido. Él se presentó como el enviado de Jesucristo (el Paráclito por él anunciado) para traer, como última revelación de Dios, la olvidada verdad de Jesús. Fue condenado por hereje.
El mayor punto de peligro que representa esta herejía radica en lo siguiente: el abuso del nombre de Jesús y de su mensaje ofrecido como su interpretación más verdadera y profunda. Sostenía un profundo dualismo: la luz es la fuerza del bien; toda la materia es mala. Como consecuencia de tal dualismo se prescribía una absoluta abstinencia de todo lo que es material y se condenaba el matrimonio. El maniqueismo se difundió a escala mundial: se podían encontrar sus seguidores desde Africa hasta China. Todavía se encuentran influencias poderosas de este tipo de religiosidad entre los cátaros medievales.
El origen del catarismo parece que se encuentra en los Balcanes (Bulgaria-Bosnia), a donde se habían trasladado, procedente de la corte bizantina, algunos residuos de los antiguos maniqueos. Su doctrina era dualista, condenaban como nocivo todo lo que estuviera en relación con la materia (matrimonio, propiedad privada).
Sólo era bueno el espíritu y las cosas espirituales. Como algunos gnósticos, ellos interpretaban arbitrariamente la historia y la doctrina de la salvación, negando la Resurrección, la Encarnación (Cristo sólo poseía un cuerpo aparente= docetismo) y viendo contradicción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Condenando la materia, y por tanto el cuerpo, ellos eran acérrimos advesarios de los sacramentos de la Iglesia, y en particular del sacramento del altar.
Palabras de un ex
Las Confesiones de Agustín
«Tenía todavía la idea de que no éramos nosotros los que pecábamos, sino que era otra naturaleza la que pecaba en nosotros; gustaba a mi orgullo el estar sin culpa y, cuando había cometido el mal, no tener que confesarme culpable; así, no Te permitía curar mi alma que había pecado contra Ti, prefiriendo disculparla y acusar a no sé qué otra fuerza que estaba en mí, pero que no era yo. En realidad yo soy un todo único: era mi error el que me dividía de mí mismo. Era un pecado todavía más grave no considerarme pecador y preferir que fueses Tú, Dios omnipotente, fueses vencido en mí para mi daño, antes que ser yo el vencido por Ti para mi salvación».
(Confesiones -Libro V, Cap. 10, Par. 18)
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