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Huellas N.01, Enero 1994

BREVES

Cartas - Una fraternidad nueva

Un pequeño grupo de amigos, en un pueblo de la Brianza, han comenzado a vivir una experien­cia de Fraternidad

En la cena
Aquella noche, en Mazzin di Fassa, en agosto de 1992, mientras estábamos de vacaciones y cenába­mos juntos, uno de nosotros dijo: «¿Por qué no reconocer que lo que hay entre vosotros es una Fraterni­dad?». Desde hacía tiempo nos conocíamos, vivíamos juntos la pertenencia al movimiento; desde hacía tiempo participábamos y tra­bajábamos en aquellas dos Escuelas de comunidad que habían regenera­do una presencia original y verda­dera en nuestros pueblos y que poco a poco habían suscitado entre nosotros una amistad plena. La referencia de nuestras miradas tenía un único punto.
Aquella frase se convirtió en un acontecimiento que ha cambiado nuestra vida. Como concepción y como práctica. Aquella misma noche dos intuiciones habían que­dado claras, pero evidentemente todavía no se habían perfilado: aquella invitación, aquel reconoci­miento cambiaba la valoración que cada uno tenía de sí mismo y la relación entre nosotros.
Al deseo de felicidad, a la desea­da ocasión a la santidad, al pequeño y frágil amor al Señor, se le había dado una casa, relaciones humanas en las que experimentarlo, un lugar, una compañía a la que pertenecer y seguir. Y además daba un rostro definitivo a nuestras relaciones: el rostro de Otro. Precisamente aque­llas relaciones que desde hacía bas­tante tiempo se mantenían, pero que tal vez se habían dado por des­contado y se habían desgastado por haber vivido la vida del movimiento como una «buena» costumbre. Estas mismas relaciones volvieron a ofrecerse como algo nuevo. Algo totalmente distinto.
Con nuestros habituales defec­tos, pero con una misericordia totalmente distinta.
Con nuestros habituales caracte­res, pero con una vivacidad total­mente diferente.
Con nuestra habitual pasión ide­al, pero con una positividad total­mente diferente.
Con nuestros típicos olvidos, pero con un dolor totalmente diferente.

Dos lugares y una gran pregunta
Dos hechos están en el origen de nuestra Fraternidad.
El primero es la experiencia del grupo de oración del Rosario que desde hacía años, con sencillez y dedicación total, nuestras mujeres estaban viviendo. Ha sido y es un lugar de fe, que acoge a mucha gente durante esta media hora los miérco­les por la tarde esperando que llegue el momento de recoger los niños de la guardería, del colegio, o de otras actividades vespertinas. Una realidad popular se reúne con la sencilla nece­sidad de rezar juntos a la Virgen por las necesidades cotidianas, por los maridos, por el trabajo, la sociedad, los hijos, las preocupaciones, los enfermos, los muertos: para que la Virgen interceda ante el Señor.
Nuestra Fraternidad tiene esta raíz.
El segundo hecho es la relación que tenemos con la casa de los Memores Domini de Seveso. Entre las numerosas característi­cas de su vida, particularmente tres nos han sorprendido. Ha crecido en nuestro corazón el deseo de imitar­los, de seguirlos, en nuestra condi­ción de adultos. Cómo se miran entre ellos: cada relación reclama a algo más, a una conversión.
Cómo viven la casa: lugar de una presencia. Lugar que hay que custodiar. Lugar de una regla, de silencio operante, de encuentro, de acogida. Nosotros vivimos en nues­tras casas, pero de algún modo son distintas ahora; en ellas nos vemos, en ellas rezamos, nos invitamos mutuamente a comer.
Cómo rezan: en un espacio y un tiempo preciso; no relegando la oración a retales de tiempo entre los sofocantes compromisos cotidia­nos.
¿Qué más desear para nosotros? Esta fascinación ha suscitado una petición un poco más seria de ora­ción en nuestra vida, una concien­cia un poco más viva del Misterio que hace todas las cosas.
Quien puede, va a misa todos los días con los Memores. Ha nacido un momento fijo para el rezo de la hora media el sábado en la iglesia del Santuario, en donde participan muchas personas: se reza juntos; juntos se hace silencio meditando, retomando la Escuela de comuni­dad o otro texto que se haya sugeri­do; allí nos podemos confesar. Se reza el Angelus en casa de unos o de otros; a veces de camino al tra­bajo donde se encuentran algunos de nosotros. Y también Completas. Libremente.
La regla de nuestra Fraternidad es sencilla: Angelus todos los días; confesión una vez al mes; obedien­cia y seguimiento al movimiento.
Y además una gran petición: la petición de que el Señor cure nues­tra herida, que nos salve. Nuestra vida es creativa, sólida, útil, según se viva esta petición. Estamos haciendo experiencia de que sólo así la preferencia es la posibilidad de una gracia, y no la destrucción de lo humano a causa de la envi­dia. Un milagro ante nuestros ojos. Toda la vida está implicada en estas relaciones que se buscan con libertad. Nuestros encuentros no tienen muchos momentos fijos, fuera del encuentro de la Fraterni­dad y la Escuela de comunidad. En algunos períodos nos vemos más veces al día, a menudo comemos juntos, invitando libremente a quien está con nosotros. En la pri­mera comida uno de nosotros preguntó si podía llevar a Spartaco, una albanés ateo que él acababa de encontrar, y que desde hacía poquísimo tiempo estaba en Italia. Para él sucedió el milagro del encuentro. Ahora Spartaco tiene aquí a toda la familia, trabaja y participa plenamente en nuestra vida. Ha pedido el Bautismo y los otros sacramentos para sí mismo y para sus hijos. Estamos haciendo catequesis con él.

El ofrecimiento y la caridad
La ayuda de la Fraternidad se refiere a los problemas concretos de nuestra vida cotidiana que nece­sitan ser salvados, es decir, que necesitan tener un sentido y un destino útiles. El primer paso que hay que dar para que las cosas pue­dan tener un sentido es que éstas, por bonitas, fatigosas o feas que sean, se ofrezcan humildemente al Señor, a esta amistad, rostro del Señor para mí. Por eso intentamos ayudarnos en las cosas materiales hasta las de poca importancia: los hijos, el médico, el estudio, la mudanza, la fatiga de la enferme­dad, el miedo del dolor, las relacio­nes en casa, en el trabajo ...
Uno se abandona de forma dis­tinta cuando la experiencia de Su abrazo se convierte en la realidad de dos brazos amigos que te estre­chan físicamente. No siempre la ayuda parece eficaz, adecuada: entonces lo confiamos a la Virgen; hacemos una novena o una peregri­nación: a Caravaggio, al Sacro Monte de Varese, a Loreto con el Papa, a Chartres. Siempre se propo­nen estas peregrinaciones a otras personas. Es increíble cómo han sido portadoras de dones. Ha naci­do una nueva y querida Fraternidad en Lentate, a raíz de la peregrina­ción a Chartres. Otros han pedido venir con nosotros. Los Memores nos han propuesto que sigamos de cerca algunos casos de personas gravemente enfermas de SIDA. Algunos se han confesado después de mucho tiempo y han recibido la Comunión. Llevamos en el corazón el recuerdo de personas que se han hecho queridas y que han muerto, y que ahora nos ayudan desde el cielo. Don Antonio es el sacerdote de nuestra Fraternidad. Cuando él pue­de venir a nuestras casas nos acon­seja, nos confiesa y celebra la misa; ha acogido a aquellos hermanos reencontrados. Una presencia grande, discreta, sólida, una ayuda capaz de dar un juicio, un testimo­nio firme de su relación radical con el carisma del movimiento.

Las parroquias y el Paraguay
Desear entender mejor nuestra identidad se convierte en la posibi­lidad de una presencia. En el Mee­ting nos habían sorprendido algu­nas muestras: «Más allá del mar», «Péguy», y este año «Qumran»
Hemos deseado volver a propo­nerlas a nuestros amigos.
Estos gestos se han convertido en ocasión para una presencia pública nueva y sobre todo se han convertido en ocasión para un compromiso y una relación nueva con las parroquias y con los sacer­dotes: han acogido la invitación de trabajar juntos y así inesperada­mente se han podido salvar años de indiferencia o de sospecha.
Y este verano el encuentro con Giovanna Tagliabue.
Para nosotros ha sido el testimo­nio viviente de hasta dónde te lleva, incluso en el plano de la riqueza humana, aquella capacidad miste­riosa de nuestra libertad de decir sí, de abrazar el propio destino con serenidad, de saber que aquello que el Señor te reserva es bueno para ti. Diferente de lo que tú esperabas, más de lo que tú esperabas.
Para nuestra Fraternidad Gio­vanna es la hermana en Paraguay, la presencia de la misión entre nosotros.
Hemos decidido darle a nuestra Fraternidad el nombre de la Virgen de Caacupé, patrona de Paraguay.
Si tuviésemos que contar los milagros que hemos recibido, ten­dríamos suficiente material para escribir un libro. Recientemente don Giussani nos ha dicho que agradezcamos al Espíritu por todo lo que Él hace entre nosotros y que vivamos con corazón generoso, humildemente conscientes de nuestro límite.

Exigencia de felicidad
Trabajo como edu­cador en un apartamento donde viven 6 chicas de las que 3 tienen problemas de epilepsia y las otras 3 patologías psicológicas. La vida en el apartamento se desarrolla dentro de la normalidad. Se va a la compra, se limpia, se coci­na, se conversa y de este modo, entre una cosa y otra se llega a la noche. Con la cena, la oración, los platos que lavar y la televisión haciendo de baby sitter, se concluye la jornada. Pero es justamente en la normalidad, en la vida cotidiana en donde salen a flote las necesida­des de todas. No sólo la necesidad de comer y de beber, de trabajar o de descansar, sino «la» nece­sidad. Un día una de las chicas me dijo: «Desde hace muchos años me medico, pero no logro estar contenta. Ayúdame a ser feliz». Es este «algo más» lo que da sentido a todas las exigencias del hombre. El educador ver­dadero es aquel que siente en el otro la exigencia de esta felicidad. Esta se pue­de reconocer sólo si la reconozco nacer en mí. De este modo me he dado cuenta de que educar no es una cuestión de instrumen­tos, sino de transmitir la propia experiencia, comu­nicarse a sí mismo. Por eso es necesario que haya una compañía que te ayude y yo he tenido el don de encontrar el movimiento.
Aldo, Bolonia

Los acuerdos visto desde Jerusalén
No es fácil describir la situación de Tierra San­ta tras la firma de los acuerdos de Washington entre Israel y la OLP. La «Declaración de los prin­cipios» prevé el inicio de la disolución del problema palestino con el reconoci­miento de la autonomía de los territorios ocupados, empezando por Gaza y Jericó, preludio del futuro Estado palestino. Ninguno de nosotros habría podido imaginar lo que ha sucedi­do en las últimas semanas en Oriente Medio. El pro­ceso de paz ha quemado etapas y ha sido una sor­presa para todos. Nos hemos encontrado ante una perspectiva completa­mente nueva respecto a la situación a la que estába­mos habituados desde hacía décadas: pasar del odio a la benevolencia, de la guerra a la paz, recono­cer a unos y a otros el derecho a la existencia. Años y años de guerra ¿pueden cancelarse por una firma? No es fácil liberarse de las consecuen­cias de un pasado doloroso que han condicionado nuestra forma de vida, de juzgar, de comportarnos. Nuestra pequeña comuni­dad vive con cierta preo­cupación esta nueva situa­ción. Siempre los momen­tos de cambio tienen aspectos incontrolables. ¿ Qué ayuda podemos dar al proceso de paz? A tra­vés de nuestra presencia intentamos dar testimonio vivo de la amistad que puede cambiar todo: cree­mos en el Dios encarnado que hace vivir al hombre y realiza la paz. A partir de esta conciencia podemos ofrecer nuestra colabora­ción para la construcción de un futuro pacífico en Oriente Medio.
Las dificultades no nos asustan. Vivir en la tierra donde el destino del hom­bre se convirtió en res­puesta permanente, en Dios hecho hombre, Jesu­cristo, nos da la fuerza para vivir con alegría en un contexto donde la mayoría de los hombres no reconoce todavía la realidad de Cristo y de quien lo anuncia presente.
Soby Makul, Jersulén

Sin vosotros...
Dando gracias por la ayuda recibida de tan­tas personas con ocasión de un incidente.
Queridísimos amigos, el ser es gratuidad pura: en vuestra gratuidad yo lo he reconocido. Alguno de vosotros, bromeando me ha dicho: «Por tan poco ... ». El bien nunca es poco. Si el mal que hacemos es más grande de lo que creemos, con mayor razón el bien que nosotros podemos hacer es más grande que nosotros y, por ser gratui­dad, tiene un eco estable e infinito: es lo que subsiste y permanece. Todo lo demás es algo contingente que pasa. De modo que aquel «poco» resuena den­tro de mí. Lo que más me ha impresionado es que la gratuidad no es una catego­ría, un concepto general. La gratuidad tiene que ver con una historia de encuen­tros y de relaciones de Cristo con cada uno de nosotros. Sin esta relación todo sería reducido, aproxi­mativo y transitorio. Si el Verbo no se hubiera hecho carne, lo gratuito ni siquie­ra sería concebible. De hecho, la gratuidad verda­dera permanece y crea un vínculo de recíproca e indeleble pertenencia por medio de la cual me he sentido regenerada. Es esto lo que yo siento con voso­tros. El haber visto estas cosas es una gracia que no deseo olvidar nunca y es propiamente el dolor imprevisto el que abre la mirada al Misterio de la realidad. En agosto, antes del incidente, me había confiado a la Virgen delan­te de la imagen sobre roca del santuario de Milliena en Malta, que es como una imagen que está en el san­tuario de Bolonia. Es en este lugar donde ha sucedi­do el hecho, y aquí he sido protegida, ayudada, soste­nida, y es el momento de decirlo, agraciada, con una seguridad inesperada. Con gratitud os vuelvo a dar a todos las gracias.
Adriana, Milán.

Un «pueblo» en el seminario
En el seminario de la Fraternidad de San Carlos este año somos alrededor de treinta. A mediados de Octubre hemos comenza­do de nuevo las clases. La atmosfera general, al menos en el primer quin­quenio, que la mayor parte de nosotros cursa, recuer­da un poco al liceo: se va a clase por la mañana y se sale a mediodía, mientras tanto los profesores se alternan explicando el pensamiento de los Padres de la Iglesia, el método científico de interpretación de las Escrituras, el miste­rio de la persona de Cristo, el derecho canónico, la historia de la Iglesia ... Este año, el impacto con este ambiente nos ha resultado especialmente fatigoso, ha sido fuente de un dolor más agudo. Dolor por la desmemoria, que vemos en nosotros y en torno a nosotros, del único Acon­tecimiento que puede dar sentido a las horas que pasamos en clase, al estu­dio de la filosofía y de la teología, a la relación con el compañero de clase. De hecho, tras las primeras impresiones sobre el perí­odo que habíamos pasado en casa, sobre los resulta­dos de los exámenes de Junio o sobre los nuevos profesores, todo parecía volver a la consabida ruti­na habitual. Estamos impresionados por el con­traste evidente con aquello que vivimos este verano en la Asamblea de respon­sables y en los ejercicios de los sacerdotes y que tratamos de vivir cotidianamente en casa. Ha supues­to, sobre todo, un juicio sobre nuestro modo de estar en la escuela, de estudiar o de ser compañía mutua. Por este motivo, pensamos invitar a nues­tros compañeros a pasar un rato juntos, fuera de la escuela, para tener la oportunidad de expresar de un modo atractivo, no teórico, lo que somos y lo que lle­vamos en el corazón. A dos pasos de nuestra casa hay un jardín rodeado de altas murallas que lo aislan del caos de la capital. Nos encontramos allí. Después de las clases, nos reunimos noventa amigos de las naciones más diversas: Corea, Alemania, Ruma­nía, Guinea Bissau, Brasil, Eslovenia, Suiza, Chile, Jordania ... Queríamos, sobre todo, que fuera nuestra unidad lo que despertara la curiosidad de nuestros amigos. Para ayu­darnos a precisar y explici­tar el anuncio preparamos una pequeña exposición con algunos pasajes del equipe de Junio, algunas frases de escritores y poe­tas, y algunos pasajes fun­damentales de En camino. Como título la pregunta fundamental: ¿De qué se trata? Junto a los textos, pusimos imágenes: algu­nos rostros de Caravaggio, Juan y Pedro (no es Pablo) que corrían al sepulcro, y alguna foto nuestra. La gente se reunía en grupos alrededor de alguno de nosotros para escuchar. Después de la visita guia­da llegamos a ... la pasta. Recitado el Angelus nos sentamos a comer. Fue la ocasión para charlar y conocernos. Después nos pusimos a cantar. La músi­ca atrajo a la gente que salía del comedor de la Cascina, que se quedó escuchando, asombrada y divertida por el insólito espectaculo. Al final la invitación a la escuda de comunidad. Dios decía a San Pablo: «tengo un pueblo grande en esta ciu­dad», y eran cuatro gatos. Estamos tomando concien­cia de ser también noso­tros definidos por esta palabra: pueblo. Un pequeño pueblo dentro de las aulas de los ateneos pontificios. Desde hoy entramos en el Laterano o en la Gregoriana buscando sobre todo el rostro de los amigos.
Paolo, Roma

Las columnas de la vida
Hace tiempo, Giorgio Bocea criticó en las páginas de un sema­nario el modo «complica­do» de expresarse d. Giussani en sus escritos. La carta de esta madre rumana le «responde».
Pensando en la expe­riencia italiana de nuestros hijos, me vienen a la men­te los textos de algunos cantos bellos de vuestra comunidad que ellos han aprendido y que ahora cantamos también en Rumanía. Con esto quiero decir que la experiencia hecha con vosotros es un ladrillo fundamental en la edificación de la vida de nuestros hijos, es una semilla que el Señor ha puesto al inicio de su mañana. Yo procedo de lugares lejanos, con una historia distinta, con cos­tumbres distintas de las vuestras, pero ya no seré más una extranjera porque me habéis sentado a vues­tra mesa, hemos rezado y comido juntos, hemos par­ticipado en la Escuela de comunidad. En nuestro país y en nuestra ciudad, Cluj Napoca, hemos teni­do una vida comunitaria, también durante el régi­men, en nuestra iglesia greco-católica que vivía en la clandestinidad. En torno a nuestros sacerdo­tes, que pasaron largo tiempo en prisión, noso­tros conocimos la alegría de una vida cristiana. Cuando nuestra familia encontró el movimiento, yo no sabía qué era, estaba muy agradecida a aquellas personas tan generosas que habían ofrecido a nuestros hijos unas vaca­ciones bellísimas, pero no veía nada más. A través de los niños había comprendido que vivís una vida cristiana verdadera y rica y que pasáis mucho tiempo juntos. Son aspectos muy bellos e importantes, pero no entendía que añadía vuestra vida comunitaria respecto de la nuestra. Cuando el movimiento nació en nuestra ciudad mi marido y yo sentimos la obligación moral de adhe­rirnos y comenzamos a participar en la Escuela de comunidad y en otros momentos, pero sin sentir que esta pertenencia nos aportara personalmente algo más. Yo no compren­día por qué se estudiaba el Sentido religioso y no el Evangelio. Hoy, después de haber vivido con voso­tros comienzo a compren­der. Creo que los textos de d. Giussani no son más que una luz nueva que da relieve a las palabras del Evangelio. Me ha impre­sionado vuestro vivo inte­rés y la fidelidad a estos textos. Veo cómo las palabras se hacen vida, cómo la verdad se hace carne. No son afirmaciones sin contenido, yo lo veo viviendo con vosotros. Me parece que la vida de cada uno en el movimiento es como una de vuestras muchísimas y bellísimas iglesias: está sostenida por numerosas columnas y cuando de improviso llega el desaliento no permiten que la vida se derrumbe.
Una madre, Rumania

Era «el divo»
25 de septiembre: mi cumpleaños y mi vuel­ta a nacer.
A pesar de estar escri­biendo desde Paraguay, soy un chico estadouniden­se nacido en San Diego, California. Estoy en Para­guay, desde hace más de dos años, trabajando para el Cuerpo de paz (una Organización no Guberna­mental de los Estados Uni­dos). Antes de mi encuen­tro con el movimiento, y por consiguiente, con el Señor, no tenía ninguna relación y ningún interés por la religión. Era el «divo» del que Don Gius­sani habla frecuentemente. Vivía todo en función de y para mí mismo. Hace un año encontré una compañía de personas que tenían una mirada y una percepción de la vida muy realista. Fue este realismo lo que me ha enseñado los errores del divismo en el que vivía. He entendido esto no por un mayor número de reglas moralistas sino, por el contrario, por la realidad que he encontrado en lo coti­diano. El 25 de septiembre, recibiendo el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión por el Obispo auxiliar de Asunción ha empezado para mí una nueva vida.
Anthony, Asunción

Leyendo el libro del mes
Un giessino ha respondido a nuestra invita­ción de enviar sus opi­niones acerca del libro Es medianoche doctor Schweitzer
Leyendo esta obra de Cesbron he podido consta­tar una vez más lo difícil que es permanecer fieles al propio ideal ya sea el de la justicia, la honestidad o la imitación de un aconte­cimiento de amor ocurrido hace dos mil años sin embargo, por un hombre que se dice Dios, por el recuerdo de este hecho, el doctor protestante Sch­weitzer ha cultivado, cui­dado y alimentado su ten­sión y su esfuerzo por ser como Cristo. Renunció a la mujer, a los hijos, a la música, a la enseñanza y a todo aquello que apreciaba por construir en el Congo francés «treinta barracas, trescientas camas, cien literas ... », para acabar con los males locales, pero Cristo permanecía lejano, una meta muy lejana de su presente. En aquella cir­cunstancia encontró un católico, el padre Carlos, que le impacta porque es un hombre que «pasa sus horas recostado a los pies del Santísimo Sacramen­to»; que habla con Cristo. El padre Carlos no es un importante constructor, y tampoco es un gran doc­tor, pero es «un hombre con las manos abiertas», que ha «sentido de un modo distinto el Ven pro­cedente de Dios» y ha seguido «sin una sombra de inquietud ... incluso puede parecer una locura» aquel «Tú» que da consis­tencia en el presente a su «yo». Después el Padre Carlos sale al encuentro de los demás y les dona todo lo que tiene: «Cristo». Por consiguiente, sólo recono­ciendo a Cristo como compañero de los hombres una persona puede afron­tar la vida con alegría y mirar la muerte de cara «sonriendo». Por el con­trario, un hombre que, como el doctor Schweit­zer, tiene sólo el pensa­miento de Cristo no puede vivir sino con una amargu­ra de fondo, con la duda de que todo pueda acabar, de que alguien diga «Es medianoche doctor Sch­weitzer».

Paradoja cristiana
En el mes de marzo mi madre descubre «por casualidad» que tiene un cáncer de mama. Desde entonces empieza un vida distinta: visitas, operaciones quirúrgicas, terapia... No sirve preguntarse «por qué me ha sucedido», es más útil vivir esta condi­ción mendigando la pre­sencia del Señor para que venga en mi ayuda cuando siento que no puedo más. A pesar de la dificultad estoy en paz, parece una paradoja pero os aseguro que es así, estoy segura de que no estoy sola.
Elena, Cassano d'Adda

Fuera la interpretación
Durante un reciente encuentro con mi grupo de amigos, mientras estábamos empezando el nuevo volumen de la Escuela de comunidad, uno de ellos, retomando un texto de Don Giussani de hace algunos meses preguntó: «Nuestra compañía se funda en algo que está antes de la lectura y del trabajo de este libro. Pero este «algo» ¿qué es? Es una pregunta que también yo me había planteado. No entendía bien, de hecho, si se trataba de un pensamiento, de una intuición o de una forma de vida. O quizás de una determinada idea sobre el movimiento de la que par­tir para emprender iniciati­vas o hacer reuniones. Pero en un momento determinado uno de noso­tros se rebeló: «O ese algo tiene manos, orejas, voz, es decir, es un hecho humano, en el que -podrí­amos decir- se ha mezcla­do lo divino y a quien miro, por este motivo, con obediencia, o si no, se me escapa, no entiendo. En definitiva, un hombre.
Lo que está «antes» de mí es un hecho humano, en todos los sentidos; es decir, no soy yo quien lo ha hecho así y no es obra mía fruto de mi interpretación el que se haya puesto como guía de mi camino. En resumen, es un fac­tor que está «antes», pero con quien entro en rela­ción, no gracias a quién sabe qué virtud o capaci­dad mía ( como si fuese una idea o una interpreta­ción o un feeling que sólo algunos pueden captar), sino con quien entro en una relación precisa que es tensión a la obediencia. La misma que Cristo tuvo con Su Padre». Os mando estas líneas para que tam­bién a vosotros puedan serviros de consuelo y provocación.

Una tarde con el cardenal
Hemos tenido el honor, el pasado Octubre, de ser recibidos por el car­denal de Nueva York John O'Connor. Participamos en la misa durante la cual fuimos citados por el mis­mo Cardenal como movi­miento misionero. Des­pués, unos cincuenta, fui­mos recibidos personal­mente. Con nosotros esta­ban el padre Mark y el padre Michael que habían concelebrado. El Cardenal se quedó embobado por el hecho de que el movi­miento en Nueva York y en USA esté constituido por americanos y dando un golpe preguntó si toda­vía había algún italiano. Su Eminencia expresó el deseo de encontrarse nue­vamente con nosotros y nos dio las gracias por nuestra presencia en Nue­va York, rechazó la ofren­da que queríamos hacer diciendo que el movimien­to tiene necesidad de ella y sabría emplearla. Por último nos invitó a partici­par en la misa del martes en la Catedral. Como regalo le dejamos nuestro libro de oraciones y el manifiesto de Pascua, enmarcado para la ocasión.

Positividad de la vida
Quiero contaros un hecho que sucedió en mi comunidad. El pasado octubre murió un chico de 29 años. Claudio, nuestro amigo. Cuando me dieron la noticia, no me lo podía creer, tan joven, recién casado, con un hijo de pocos meses. Pensaba que Cristo, a veces, era duro. Fui a ver a su mujer, Móni­ca, con una amiga y me quedé asombrada viéndola tan tranquila, tan serena. «¿ Cómo se puede estar tan consciente después de un hecho como ése?». Nos dijo que comprender la positividad de la vida en la muerte de su marido sólo puede ser un don de Dios. Cristo ha querido hacernos comprender con la muerte de Claudio, que hay algo más grande. Pero, ¿cómo es posible salir adelante, con un hijo de pocos meses y el pensamiento del mari­do, si no se tiene cerca una compañía como la nuestra? La compañía de Dios es grande y nosotros debemos rezar por Mónica, por su hijo y por nosotros para que no sean los hechos cotidia­nos los que nos impidan avanzar, no seguir esta Pre­sencia real y concreta que son los amigos, es decir el rostro de Cristo que nos lla­ma porque nos ama.
Carta firmada

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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