Gaetano Corti fue profesor en el seminario diocesano milanés de Venegono. Don Giussani, que fue alumno suyo, realiza una semblanza suya
Monseñor Gaetano Corti, tras una vida dedicada a la enseñanza en seminarios y universidades, falleció el 19 de noviembre de 1989 en lnduno Olona. Había nacido en Lurago d'Erba, provincia de Como, el 19 de enero de 1910. Fue uno de los exponentes de mayor lustre de la célebre «escuela de Venegono», seminario en el que enseñó - a partir de 1934- Patrología, Teología moral, fundamental y Dogmática. Muy pronto ocupó la cátedra correspondiente a la «Exposición de la doctrina moral y católica» en la
Universidad católica del Sacro Cuore. En 1966 se trasladó a la facultad de Magisterio de Trieste, donde, hasta 1980, desarrolló cursos de «Historia del Cristianismo». Su bibliografía, más allá de sus numerosos artículos, especialmente en La Scuola cattolica comprende entre otros títulos: Fede e vita, Milano 1941; Le basi razionali della Fede cattolica, Varese, 1953; Il dogma cattolico, Varese, 1953; Elementi di morale fondamentale cristiana, Varese 1955; Principi di morale familiare cattolica, Varese, 1955; La città sul monte. Panorami della Chiesa, Milano, 1958; Il Papa Vicario di Pietro, Brescia, 1966. Hemos pedido a don Luigi Giussani, antiguo alumno suyo, que lo recuerde.
¿Qué es el corazón del cristianismo? Verbum Caro factum est, el Verbo - es decir, la Belleza, la Justicia, la Bondad, la Verdad- se ha hecho carne; la Fuente del ser se ha manifestado en forma carnal. El recuerdo de monseñor Gaetano Corti coincide ante todo para mí con el hacer memoria del prólogo del Evangelio de San Juan: no hay alumno de Gaetano Corti que pueda olvidar, mientras viva, su explicación de este primer capítulo de Juan y el comentario del tercero, sobre Nicodemo y el «nacer de nuevo».
Estos conceptos se clavaban en nosotros como una certeza. También porque no se podía no quedar impresionado por su persona. Era uno de los poquísimos que entonces vestía con clergyman, teniendo como único signo eclesiástico la tirilla. Este particular es un signo mínimo de esa gran libertad de espíritu que percibía quien se encontraba con él. En él la impronta de una fidelidad profunda a la verdad y a la tradición católica estaba ligada sin difuminarse a una agilidad de formas que documentaba dicha fidelidad.
Su lección era esperada como un espectáculo. No por la mímica, o por alguna figura dialéctica: el hecho era que en su enseñanza se comprendía el significado de la frase de santo Tomás que Corti repetía muy frecuentemente: Pulchrum splendor veri, la belleza es la fascinación de la verdad. Y sus lecciones eran un espectáculo de la verdad. El carácter fascinante de su enseñanza radicaba totalmente en esto: en la exaltación del corazón de la verdad cristiana. Una exaltación en la que empleaba toda su persona: intelecto, sentimiento y voluntad. De donde nacía la claridad, la sencillez y el vigoroso afecto de su escuela.
Cuáles fueron para él los contenidos fundamentales ya lo he dicho: el primero y el tercer capítulo de Juan. El Verbo se ha hecho carne. Es el Prólogo.
Pero esta Presencia -que haría más alegre la vida de los hombres; más soportables el dolor humano y la muerte; más humana toda la historia; esta Presencia no puede ser reconocida sólo con los ojos de la carne. En suma, no puede ser el producto de la razón o el fruto de su descubrimiento. Para que la pueda reconocer es necesario que el hombre sea revestido por la fuerza de esta Presencia: es el tema de Nicodemo, del capítulo tercero: es necesario nacer de nuevo. Y esta naturaleza nueva, es decir esta inteligencia inconmensurablemente más profunda; esta mirada que atraviesa las apariencias y los significados instintivos; esta afectividad que no sólo abraza lo Bello, sino que acepta al Otro distinto de mí, al Totalmente Otro como compañero presente en la vida; esta naturaleza nueva es Don del Espíritu. Es necesario nacer de nuevo: y sólo el Espíritu puede hacerlo. El cristianismo era esto para Corti.
En síntesis, para decirlo de otro modo, se podían descubrir dos movimientos en la enseñanza de Corti. El primero es el de la forma y la filosofía. Corresponde a la afirmación de que la Verdad se ha manifestado como Belleza. Su carácter fascinante conmueve y conduce a reconocerla como correspondiente con uno, es decir, como verdad.
El segundo movimiento es, por decirlo así, de contenido teológico. La Verdad objetiva que se traduce en presencia de belleza es un Hombre. Es necesario nacer de nuevo.
Y estas dos lecciones dejaban en nuestros corazones como una especie de rastro. Ellas se prolongaban conduciéndonos a una actitud de súplica y de espera de que el Misterio se hiciese carne para nosotros; es decir, experiencia también en nuestra vida: para reconocer a Cristo, y ser conformados hasta nuestra última fibra con Él: Belleza, Justicia, Bondad, Verdad...
Comunión y Liberación es deudor de él: ha nacido como ímpetu, como deseo y voluntad de introducir el mensaje del primer y tercer capítulo del Evangelio de Juan en la lucha abierta de mi instituto, en el momento más delicado y crítico de la formación juvenil. Por todo lo que he dicho, por tanto, Gaetano Corti está en nuestro origen.
Y ha seguido siempre con afecto nuestras vicisitudes. Todas las veces que le veía en la Universidad católica en Milán me decía: «¡Animo! ¿Te acuerdas que nos lo decíamos?». Ciertamente que lo recordaba, y aún lo recuerdo. Nos llevaba (hablo de aquel que llegaría a ser el arzobispo Manfredini, de otros compañeros y de mí mismo) a su habitación y nos anunciaba lo que habría de suceder. Y entonces, en estos años, repetía: «¡Ánimo!».
Para quien no lo conoció quedan, al menos, sus textos. Ha escrito: «El contenido de la catequesis cristiana no es, al menos primordial y propiamente, un conjunto de nociones y de principios abstractos, especulativos prácticos, sino una persona: la persona misma de Jesucristo, en su ser teándrico, en los sucesos de su vida, como por ejemplo los milagros, su enseñanza textual y, sobre todo, su muerte y resurrección».
Y también: «También hoy un hombre, para creer en Cristo, debe repetir en cierto modo y medida la experiencia de sus primeros discípulos». Sus textos son un desarrollo orgánico de estas afirmaciones pilares. Como tal todavía hoy utilizables y utilísimos.
Escribió poco: desde apología a dogmática y moral. En su rigor lógico, en su claridad que facilitaba, en su totalidad sintética encontramos ejemplos admirables de enseñanza cristiana.
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