Resulta sorprendente que, en una cultura como en la que vivimos, en la que se defiende la autonomía de lo secular frente a lo religioso y en la que, consecuentemente, se critica sistemáticamente a la Iglesia por su intrusión en lo que no es de su ámbito, todos tienen, sin embargo, el derecho a inmiscuirse en asuntos estrictamente eclesiales. Uno de los ejemplos más significativos de esta doble y ambigua posición mantenida frente a la Iglesia es el de las polémicas desatadas recientemente en los medios de comunicación sobre los procesos de beatificación realizados por la Congregación para la causa de los Santos.
Uno de los casos más llamativos ha sido el de Isabel la Católica. Su proceso de beatificación, iniciado hace ya largo tiempo, fue «suspendido» en marzo de 1991 a causa de la presión ejercida por determinados sectores de la prensa y, lo que es más grave, por personas pertenecientes a la Iglesia católica (entre ellas cabe destacar al cardenal Lustiger).
A raíz de esta polémica, Jean Dumont, relevante historiador francés especialista en historia española, ha escrito una obra, La «Incomparable» Isabel la Católica, en la que intenta poner de manifiesto la verdadera estatura humana de Isabel tanto en su papel de reina como en su condición de santa.
Sin esconder su profunda admiración por Isabel y sin caer en una mera discusión polémica con los adversarios de ésta, Dumont analiza los principales problemas que surgen durante el período isabelino. Con una sencillez y claridad tan encomiables como su rigor histórico, se enfrenta a todos los argumentos que se han esgrimido para desprestigiar a la reina española: su lucha por el poder contra la Beltraneja; su impulso y apoyo a la Inquisición; su intolerancia, demostrada por la expulsión de judíos y árabes y la persecución de conversos y moriscos; su imperialismo en el continente recién descubierto por Cristóbal Colón; su continua intervención en los asuntos internos de la Iglesia en abierta oposición con Roma...
Dumont muestra que todas estas acusaciones son, por regla general, el fruto tanto de la ignorancia histórica como de una lectura profundamente anacrónica de la historia. En cambio, se trata de exponer con objetividad lo sucedido y de entender que la historia sólo puede interpretarse teniendo en cuenta la realidad y el contexto histórico estudiado, y no a partir de nuestras categorías y formas de pensar. Ni lo uno ni lo otro suele darse entre los detractores de Isabel la Católica.
El historiados francés, a medida que trata estas cuestiones, va sacando a la luz la rica y compleja personalidad de Isabel. Descubre una reina caracterizada por una firme voluntad y una gran inteligencia política, gracias a las cuales pudo llevar a cabo tareas tan importantes para la historia de España y de Europa como son la definitiva liberación de la dominación árabe en España o la creación de un estado con unas infraestructuras administrativas y políticas sin parangón en Europa. Se podrían multiplicar los ejemplos.
Otro rasgo fundamental de su personalidad es su profunda humanidad. Esta se manifiesta en la atención hacia los más necesitados y en el respeto y la consideración hacia las personas concretas que empapan todas sus decisiones políticas, por muy duras que éstas sean. Humanidad, cuya raíz está en la profunda religiosidad de Isabel. Nada en la vida de esta mujer y de esta reina puede explicarse sin hacer referencia a su deseo por vivir y transmitir a Cristo. En su vida privada, dan de ello buena prueba los testimonios de sus contemporáneos y su correspondencia; en su vida pública, los mejores ejemplos de esta religiosidad son, sin duda alguna, la reforma que llevó a cabo en el seno de la Iglesia española ( que es una de las razones principales por las que España no fue afectada por el cisma protestante) y su afán misionero (fue la que con más fuerza impulsó la evangelización de América).
Vale, pues, la pena leer este pequeño libro que, si bien se lee con facilidad, no deja de ser una obra seria y rigurosamente documentada. Dumont, acercándose al período isabelino, nos ayuda a comprender mejor la historia de España así como la de la Iglesia. Descubriéndonos a Isabel, nos ayuda también a entender que la santidad no es el fruto de las virtudes y bondad moral de una persona, sino de su pasión por Cristo.
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